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Un día en el trabajo

Un día en el trabajo

Hola, me llamo Lucy y quiero narrarles una historia que me sucedió en el trabajo con un amigo, con el cual ahora sostengo una linda relación que ya va camino al altar y con una beba por venir.

Primero quiero decirles que tengo 21 años y mido como 1,65. Mis senos son de un buen tamaño para mi estatura y siempre uso ropa escotada para resaltarlos. Mi cintura es delgada y mi culito y piernas son como dicen mis amigos, buenas.
Sobre él, se llama John, mide 1,70 y tiene brazos y piernas fuertes, pues practica deporte, además de ser mi menor por dos años.

Bueno, resulta que un día ambos llegamos temprano al trabajo, que es una empresa que brinda información para empresas de negocios y también a diarios locales.

Era un miércoles y él, que ingresó al trabajo como practicante gracias a mí, llegó como era su costumbre a las 7:00, yo lo hice media hora después y me doy con la sorpresa de encontrar su computadora encendida y sus cosas a un lado.

Pero no lo veía, así que supuse que debía estar en el archivo de fotografías, que es un lugar con temperatura un poco baja, para poder mantener los negativos y esas cosas, al cual siempre va cuando esta aburrido. Allí lo encontré.

– Hola, qué haces- La verdad veía que estaba haciendo y era leer una revista deportiva, pero sospechosamente la guardó con cierta vergüenza que luego comprendería.
– Hola, estaba leyendo estos que acaba de llegar y como todavía no pasa nada porque es temprano, me vine aquí. Tú.

Yo estaba interesada en saber qué era lo que me ocultaba, pero debía hacerlo con inteligencia.

– A ver préstame- le dije, pero él se negó respondiéndome que luego. Fingí enojo y le dije que bueno, que era su decisión. La verdad la carita de mi amorcito (ahora lo llamo así) estaba roja. Pero me inquietaba saber por qué me había ocultado una revista deportiva sabiendo que, al igual que él, yo adoraba el fútbol y leía cuanta revista llegaba a la redacción.

En eso sonó el teléfono para mi bien, pues le dije, como su superior, pues soy su jefa, que vaya a responder. La verdad se lo dije en un tono muy brusco y él fue al teléfono dejando la revista sobre la mesa.

Apenas se dirigía a la sala de redacción, yo cogí la revista. Las primera páginas me parecieron normales, pero en un descuido se cayó otra que estaba contenida en el centro. Era una revista porno, con fotos muy explícitas, en las cuales la chica se bebía el semen de su pareja. Me dio asco y lamenté que él leyera y se excitara viendo esas cosas.

Pase más páginas que contenían fotos de un coito anal. La verdad que yo tuve un enamorado pero nunca hicimos el amor, ya que él era muy cochino para hablarme. Por ello a mi edad aún era virgen y mi sueño era poder debutar con mi verdadero amor.

Bueno, sigo. A medida que pasaba las páginas me encontraba con más fotos de sexo duro. Pero de mi asco inicial pasé a sentir un calor dentro de mi cuerpo. Además me excitaba pensar que él me descubriría. Dejé a un lado la revista deportiva y me puse a leer los diálogos de las historias que presentaba. Lo hacía animadamente cuando sentí sus pasos. Presurosa oculté la revista dentro de mi manga y dejé la deportiva en el lugar que él la había puesto.

– Quién era- pregunté. Su respuesta fue:
– Nadie, sólo un tipo que preguntó por muebles. Deberían cambiar el número, siempre se equivocan.

Agarró su revista y se dio cuenta que no estaba la otra, pero no me dijo nada. Se sentó y se puso a leer de lo más normal.

Sin embargo mi curiosidad me llegó a preguntarle qué pasaba. Él dijo nada, que estaba bien. Me sentí turbada, pero avergonzada, ya que si bien para mí estaba mal que lea y vea esas cosas, pues lo quiero mucho, no tenía derecho a habérsela sustraído.
Como manera de perdón decidí tentar darle al menos un beso en los labios y esperar qué sucedía. Le dije que me ayude a sacar una caja con fotos que necesitaríamos para ese día.

Aceptó, pero sentí molestia. La caja en cuestión estaba debajo de un estante y era necesario ponerse como perrito para sacarlo. Me metí y fingí no poder.

– Ayuda please-
– Ya, pero primero hazte a un lado-. Para esto me había dado cuenta que su pene estaba erecto y deseaba sentirlo, así que le dije que no. Que era mejor hacer fuerza juntos.

– Apenas se puso detrás mío ya sentía su pieza. Era dura y amenazaba con salirse de su pantalón.
– Te incomodo – me preguntó, le dije que no y que si le gustaba podía apegarse más.

Para qué lo hice. Al instante me cogió de las caderas y si no estábamos vestido, era fijo que me penetraba en mis agujeritos vírgenes, y se comenzó a frotar. Era lindo sentir su verga intentado romper la tela y entrar.

– Qué haces – la conciencia me había vuelto y le dije qué hacía. – Que estaba equivocado conmigo. Hazlo con chicas como la de esa revista sucia que tienes-.

– La verdad no me había medido pues esas palabras lo impactaron de mala forma.
Se puso de pie y me miró.
Intenté esbozar una disculpa, pero no sabía qué decir o hacer. Después de todo quien tenía la culpa era yo y no él, pues yo le había permitido que me manosee y me puntee con su miembro.

John se sentó en una silla, pero casi al instante se paró y se fue para el otro ambiente. Sentada en el suelo no sabía qué hacer o decirle. Saqué la revista de mi manga y la comencé a romper. La culpaba de todo lo sucedido. Ya había roto la mitad cuando vi una foto de una chica parecida a mí, notando también que John había escrito mi nombre en un lado. No había duda que yo le gustaba y estaba en sus fantasías. Eso me alegró y me excitó. Pero mi histeria lo había alejado y quién sabe cómo se arreglaría el problema. Siendo sincera él me gustaba y ahora sabía que el sentimiento era mutuo.

– John, puedes venir un rato – grité. Quería hacer las paces y sabía muy bien cómo. La revista que hace unos minutos había causado nuestra pelea serviría para que nuestra relación se inicie de buena forma.

Empero él no venía. No lo llamé. Tenía ganas de ir al baño y como estaba a un paso fui. Frente al espejo me mire y vi una mujer ansiosa de sexo. Era simpática y me preguntaba a mí misma por qué no podía relacionarme con John, si la atracción era mutua. En mi prisa por ir al sanitario había olvidado la revista, pero en ese momento no lo percaté.

Cuando volví al archivo me di cuenta que la revista no estaba. Es más, ni siquiera las hojas rotas. Medio furiosa fui a encararle pues me había `robado mi tesoro’ y debía devolvérmelo.

Lo encontré sentado frente a su computadora escribiendo o haciendo algo en la Internet. No sé por qué estaba amarga y le dije que por qué no buscaba páginas porno. Se rió el muy cínico.

No le volví a dirigir la palabra, al menos por cinco minutos. Luego él fue al archivo, pasó un momento y lo seguí. Apenas entré le dije qué le pasaba, pues parecía amargo conmigo.

– Lo mismo pienso yo -, dijo, cuando se acercó a la puerta para irse. No lo dejé me puse en la puerta impidiéndole el paso. Estábamos frente a frente y, gracias a mis tacos, estábamos casi boca a boca. Me acerqué sin miedo, cerré los ojos y le ofrecí mis labios. En eso sentí que me cogía de la cintura y un beso cálido, lindo, suave y húmedo. Como yo me colindé saqué mí lengua y busqué la suya. Me la ofreció y pude sentir cómo me recorría la boca. No podía creerlo. Mi amigo, el cual sólo pensé que no pasaría de eso, me comenzaba a hacer el amor, puesto que luego pasó a mi cuello, mientras que sus manos ya me levantaban del culito y me ponía sobre una mesa y me desabrochaba la camisa.
Yo lo ayudé quitándole la polera que llevaba puesta.

John no esperó mucho y me quitó el sostén dejando al aire mis pechos que se habían puesto duros y los sentía muy, pero muy calientes.

Cerré mis ojos y pude sentir cómo su boca se comía mi pezón derecho primero y luego gozaba del izquierdo. No cabía en mi dicha, ese era mi macho y yo me imaginaba en nuestro lecho matrimonial.

– Mi jean – reclamé. Quería que ya me lo saque y me goce. Pero antes él me dijo algo que me dejó estúpida, debido a mi conservadurismo:

– Chúpamela perrita -.

– Yo dude, pero viendo su miembro ya fuera de su pantalón, no me quedó otra que hacerle caso. Total, él sería mi hombre para siempre. Lo cogí con mi mano derecha y pude sentir el calor y ese aroma a hombre que tanto soñé con probar, pero una vez casada. Lo comencé a frotar y masturbar. Él me acariciaba el cabello y a pocos me lo cogía con fuerza, lo que contribuía a mi excitación.

Le pedí que mejor cierre la puerta, lo cual aproveché para sacarme el jean y quedar sólo con la pequeña truza que uso, que es color blanco con una tela casi transparente que deja ver mi vello, el cual no es abundante.

Me volví a poner de rodillas y estar con mi rostro frente a ese miembro ya rojo, fuerte y duro. Pero no sabía qué hacer.

– Qué hago – dije, la verdad tenía muchas dudas de cómo debía agarrar ese tronco y comérmelo.

– Yo primero – dijo y me puso de pie, comenzándome a besar los labios y luego a lamerme el cuello, luego mis pechos y me cogió de nuevo de mi culito, aprovechando la ubicación, me metió un dedo en mi ano, pero ligeramente.
Sobre la mesa, nuevamente, me acostó y como era chica medio cuerpo mío estaba en el aire, precisamente de mi cintura para abajo.

Mi espalda estaba sobre el mueble, John me cogió las piernas y las puso sobre sus hombros. Me moría de ganas porque me penetre, pues ello esperaba, pero no. En un lindo movimiento me quitó la truza y luego me besó la vulva. Mis gemidos y mis jugos no demoraron en salir a cada lamida que me daba.
La verdad yo nunca pensé que él me haría gozar y sentir una verdadera puta. Sentía cómo su lengua se introducía en mi concha y recorría toda mi alma.
Tras estar cerca de cinco minutos, en los cuales llegué a dos orgasmos y todos gracias a su lengua, me sentó y luego me besó. Saboreé mis jugos y yo quería responderle con el mismo favor. Al instante bajé de la mesa y me arrodillé.
Cogí su miembro duro y sin mediar palabra me lo metí en mi boca. Fui tan tonta que casi me hace vomitar, pero no por el sabor, sino que me metí todo de una vez y me llegó hasta la campanilla dándome nauseas.

John se dio cuenta y me dijo que si no quería hacerlo normal, pues él me comprendía.

– Estás loco – le dije – me muero por saborearte – añadí metiéndome de nuevo todo su palo en mi boca, pero ahora con precaución.

Mamar en verdad era maravilloso, lo chupaba, y le pasaba la lengua. A ratos me dedicaba a chupar cada uno de sus dos huevos. Pero mi lengua había probado su pinga y lo único que quería ahora era su leche. Sabía que lo haría feliz y lo sería yo también.

Entre mamada y mamada él me preguntó si quería tomármelo y que me irrigue la concha (la cual ya estaba recontra mojada por mis jugos y quería ser rota de una vez por todas).

– No sé, dime tú qué es bueno – la verdad que yo pensaba que sólo se vaciaría una vez y se lo hice saber, pero él me calmó y me dijo que resistiría hasta tres.
Ni bien lo dijo y me lo metí en mi boca para poder tomarme su leche. Pasó un minuto y probé semen por primera vez. Es caliente, un poco ácido, con un olor a lejía, pero me gustaba. Era sin duda alguna la mejor golosina que había probado y me la tomé. No desperdicié ninguna gota pues ese es el verdadero líquido de la vida.

Miré hacia arriba y vi su rostro de placer. Me sentí feliz pues había hecho supercontento a mi macho y me llenaba de orgullo y satisfacción ello.
Su verga estaba un poco flácida. Me paré y lo besé. Sentí su lengua recorrer mi boca. Al instante sentí algo duro abajo. Su pinga se había puesto dura nuevamente y yo ansiosa me acosté en la mesa abriendo al máximo para esperar que me rompa. Me cogió las piernas y las puso sobre sus hombros. A continuación y de a pocos, me fue metiendo su fierro caliente, tarea que yo también ayudaba con mis manos, pues abrí mis labios vaginales con mis dedos.
Primero sentí la cabeza, lo cual ya me mataba pues el orgasmo que sentí por tener su palo dentro de mí me arrechó. Mis jugos salieron y de una fuerte embestida me rompió toda. Ya no tenía reacción y sólo sentía que me metía y sacaba. Pero mi concha viva, con su calor y sus líquidos, servían para que su miembro se meta fuerte.

¡¡¡Ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy!!!

Mi voz por fin la escuchaba y era signo que estaba viva tras superar esas embestidas de mi macho. Él no paraba, seguía y yo sólo quería que nunca se detenga. Con sus dedos me frotaba el clítoris y de a ratos me frotaba el ano. Sabía que había `perdido’ y que sólo me dejaría una vez penetrada por todos mis agujeros. Pasaron minutos de gozo y placer y sólo esperaba ya que su leche me irrigue por dentro y quedar preñada. Ese era ahora mi sueño, quedar embarazada de John y lo estaba logrando.

– Ahí voy – dijo y sentí un calor enorme en mi interior. Me estaba llenando. – Quiero que te la tomes también -, dijo pero yo me negué y le dije que se vaciara totalmente en mí, que luego si quería se la mamaría de nuevo.

Se echó sobre mí y me besó en la boca. Mi lengua buscó la suya encontrándola y enredándose en un interminable beso.

– Lucy te amo, te amo una barbaridad- John por fin confesaba su amor. Era mío, sólo mío, pero aun faltaba algo.
– Lucy, tu dijiste…- no lo dejé terminar. Era obvio que tenía que chupársela de nuevo y luego esperar su leche en mi boca golosa que ya quería probar aquel líquido que, hasta ese momento no sabía, me había dejado embarazada.
Se sentó en una silla y abrió las piernas. Me paré y me senté en el suelo, tenía su verga, ahora flácida, a unos milímetros de mi boca. Me la comí, en verdad me la comí, pues de golpe me metí ese palo en mi boca, ayudando a que se endurezca. Lo saqué para lamer la base de su palo y luego sus huevos. El sabor a mi concha con su semen era ignorado por mi lengua que sólo probaba el mejor de sus dulces.

Apresuré por momentos el ritmo y cuando ya lo tenía duro esperé que me haga beber su semen, pero él me pidió que me pare. No sabía qué iba a hacer, así que le hice caso. Me paré, él me volteó y me dijo que me lamería.
Me agachó boca abajo sobre la mesa. Estaba perdida. Me iba a romper el culito, algo que yo pensé sucedería en otra ocasión pues el tiempo pasaba y temía que mis compañeros de trabajo llegaran y nos encontraran.
John me comenzó a lamer la concha y yo a soltar mis jugos. De rato en rato sacaba líquido con sus dedos y lo llevaba a mi ano que de temor por la inminente penetración se había encogido un poco. Llego el momento. Sentí su falo en la entrada de mi potito.

– No vayas a gritar – dijo.
– No… no te preocupes, yo ¡¡¡aguaaaaaaaaaaaaaaaa!!!

El maldito me la metió de una vez y sentí cómo me rompía por dentro. Sus embestidas eran mortales, me había roto de verdad, pues sentía un liquido caliente que no era su semen. Él me tiraba con fuerza rompiendo mi culo y llegando a lugares que nunca imaginé.

Tras una buena faena eyaculó dentro de mi ano. Nuevamente su leche me irrigaba. No tenía fuerzas y él me ayudó a pararme. Cuando vi su falo éste tenía sangre y semen. Se arrodilló y con mi truza me limpió y se limpió el pene. Me acerqué por un beso y no me lo negó.

Nos besamos desnudos en el archivo. Ya no tenía miedo que nos encontraran desnudos en pleno coito pues estaba con mi amor y sabía que él me protegería.

Nos vestimos y por fortuna no había llegado nadie aún. Fuimos al baño a arreglarnos. Luego fuimos a la redacción y sonreímos.

A la salida nos fuimos juntos, por lo que algunos amigos nos molestaron, pero no me importó, ni a él. Subimos a un carro que nos llevaba a nuestras casas, pues vivimos casi cerca, y me dormí.

De esa vez no volvimos a tener relaciones, pero sí salíamos y los besos no eran negados por ninguna parte. Pasaron un par de meses y mi regla no llegaba, estaba embarazada. Se lo hice saber y al principio nos inquietamos, pero ahora no. Es más, ahora vivimos juntos y todas la noches hacemos el amor como dos locos, pero no olvido mi estado y que luego de haber sangrado, lo que más me gusta es el coito anal. John lo sabe bien y mi colita es su agujero preferido en el que se descarga antes y luego del trabajo.

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