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Sin imaginarlo siquiera

Sin imaginarlo siquiera, en varias ocasiones somos presa de otros planes, de otras travesuras, de otros morbos que nunca imaginamos.

Eso creo que pasó una noche cuando invité a cenar a Jorge y a su novia Marbella a mi departamento.

Nuestra pareja se presentó, para asombro mío, con una amiga que había visto en alguna ocasión platicando con Marbella.

Ya ni recuerdo dónde.

Lo que aún persistía en mi memoria era el porte erguido y la sonrisa traviesa de Angélica, la acompañante.

Nos presentaron. Al saludarla tuvo para mí una mirada de esas que obligan a la respiración a tomar de nuevo aire.

Ella lo notó y sólo dijo
Ya nos conocíamos ¿no es así?
– ¿Te podría olvidar? -dije con cierto atrevimiento pero con seguridad.

Fue un coqueteo de segundos porque Jorge se siguió directo a la cocina, que ya para entonces despedía un delicioso aroma.

La cena transcurrió sin sobresaltos hasta que, en las últimas copas de vino, Angélica adelantó una mano, que mantenía bajo la mesa, hacia mi pierna.

En vez de mirarla le tomé la mano y ella empezó a acariciar mi muslo, mi entrepierna.

Era una caricia dulce, pero era también una mano nueva para mi piel.

Era, aunque dulce, una insinuación más que directa. Así la tomé. Me miró y con una voz suave y poniendo acento en cada una de las palabras, volteó a verme y sólo para mí, dijo

-Yo pedí venir.

Tal vez yo pida que te quedes – casi le susurré.

Ella respiró hondo, llevó la copa a sus labios y con el vino apenas los mojó. Era un gesto de erotismo puro.

Yo sólo agradecía mi buena fortuna. Que un bombón se nos ofrezca sin buscarlo esa sí que es suerte.

Angélica era de piel morena. Su pelo era lo más hermosos en ella. De un color negro intenso y largos chinitos que caían un poco más abajo que sus hombros.

Sus senos esa noche estaban dibujados, la blusa que portaba los presentaba redondos y erguidos. Llevaba una falda de algodón hasta la rodilla.

Era de esas que se pegan al cuerpo y luego caen y en su parte inferior se mueven con soltura.

Después de finalizado el vino optamos por movernos a una fiesta que, ciertamente, no conocíamos muy bien al dueño del lugar propuesto.

Pero decidimos ir. Durante el trayecto, Angélica y yo empezamos a besarnos sin mayor dilación.

Era algo ya cocinado. En la fiesta, rodeado de gente completamente extraña a no ser por un par de amigos que pululaban en el ambiente, Angélica y yo bailábamos y nos acariciábamos.

Sentía un ligero estremecimiento en su cuerpo al tocarla y su lengua que entraba en mi boca en cada ocasión que yo metía la mano bajo su blusa y acariciaba su espalda desnuda.

Mientras bailábamos ella metió su manos en mi entrepierna, sintió la dureza que yo guardaba y se llevó su dedo índice a la boca.

-Quiero probarla- Me dijo. Palabras mágicas que hincharon aún más mi pene. Me pidió que la siguiera y me condujo a uno de los cuartos de la casa.

El cuarto tenía un par de colchones matrimoniales en el suelo. Y sobre ellos nos dejamos caer. Ella, apresurada, metió sus manos en mi camisa.

Empezó a acariciar mi pecho, a pellizcar mi tetillas y con su boca simulaba, por sobre mi pantalón, que lamía mi pene.

Desabrochó mi camisa, su lengua tintineó con humedad el lóbulo de mi oreja y luego mordió suavemente.

Me quiero coger a Marbella- me confesó. Me excité de manera sorprendente al oír esas palabras.

Angélica no me dejó opinar al respecto porque me quitaba el aliento mientras su lengua bajaba por mi pecho y sus manos desabrochaban mi pantalón y ¡al fin! dejaba libre mi herramienta lubricada. Sólo sentí una tibia sensación que acogía mi pedazo duro de carne.

Angélica comenzó a chupar mi verga. La agarraba con su mano, levantaba y su lengua se deslizaba hacia mis testículos.

Chupaba uno y otro y volvía su lengua a ascender sobre mi verga dura. Abrió su boca y se metió mi pene. Con dos dedos suyo tomó mi verga y al ritmo de su chupada empezó a moverlos. Dejó de chuparla, me miró y me dijo:

Quiero abrirle las nalgas a Marbella y abrirle su culito. Quiero tu lechita, lindo, la quiero en mi boca, quiero tener el sabor de tu lechita para Marbella.

Su mano no dejaba de acariciarme de abajo hacia arriba mi verga y su boca volvió a hundirse en mi pedazo de carne.

La tomé de su hermosa cabellera y sentí el vaivén de su boca, de la tibieza de su movimientos que prendían a mi verga con cada lengüetazo suyo que sentía. ¡Me vengo, me vengo, Angélica! Le grité.

Sólo escuché un gemido de ella como si estuviera a punto de tener un orgasmo. Me vine en ella, en toda su boca. Pegué unos saltitos en la cama y ella no se despegó de mi verga hasta que dejó reluciente la cabeza de mi verga.

Te tengo, lindo- me dijo. Hizo un gesto de satisfacción y besó mi boca.

Estuvimos un par de minutos en los colchones hasta que decidí ir al baño.

Al regresar, miré que teníamos compañía.

Se trataba de Jorge y Marbella.

Angélica estaba en una tanguita negra -que yo no había visto completamente- y Marbella lucía unos calzoncitos de algodón blanco como de adolescente.

Sus nalgas eran firmes y redondas.

Angélica y Marbella abrazaban a Jorge que, como pachá, estaba acostado y sus brazos circulaban las espaldas de ellas.

Las dos lo besaban.

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