Síguenos ahora en Telegram! y también en Twitter!

Semana sexual I

Semana sexual I

Era la tarde de un domingo, aunque bien podría ser la de cualquier día, yo estaba en la cochera de mi casa, lavando el automóvil de mi padre, el cual tomé prestado (por supuesto sin su consentimiento), en vista de su ausencia (había salido de vacaciones con mi madre), como soy hijo único, mi casa estuvo habitada sólo por mí esos últimos días, y la noche anterior había dado un fiesta.

Tomé la cubeta llena de agua, vertí en ella detergente y empecé a recordar con un placer creciente uno de los episodios de la fiesta: habíamos organizado un juego muy popular llamado “botella”, que consiste en girar un envase de vidrio y, cuando deja de hacerlo, punta y fondo designan castigador y castigo, como es natural, el juego empieza, casi siempre, con castigos de lo más inocentes, pero pronto, entre el alcohol, la casa llena de adolescente (teníamos 19 años casi todos) y la ausencia de adultos, el juego empieza a tornarse cada vez más mórbido y agresivo. Recordé mucho uno de los castigos en donde, de alguna manera me tocó a mí ser el premiado: esta chica llamada Dulce que me gustaba sobremanera, una de las chicas más grandes de la fiesta (había de tener unos 21 años) fue designada para gemirme al oído como si estuviera teniendo un orgasmo.

Debo reconocer que tuve una erección inmediata cuando puso su nariz muy cerca de mi oído y sentí la respiración que iba creciendo poco a poco, igual que mi sexo bajo la bragueta, hasta que la respiración se tornó gemido y los gemidos se ahogaron en un grito formidable.

Estaba absorto en este recuerdo, mientras limpiaba el cofre del auto, cuando escuché que tocaban a la puerta.

Abrí casi sin poder creer lo que descubrí: era dulce, quien con una sonrisa me dijo, espero no molestarte, claro que no, le dije yo, sólo vengo por mi bolso, lo dejé en tu cocina, ojalá que aún esté ahí, le dije sonriendo, y ella me respondió con una sonrisa, que si bien no fue del todo espontánea, sí podría calificar sin problema alguno de hermosa.

La apresuré a pasar a mi cochera, cerré la puerta (mi fachada tenía un portón que no permitía vista alguna a la calle) y luego le dije, espera, sólo me seco los pies, a lo que ella respondió, no te preocupes, termina de lavar el auto, es más, ¿te ayudo?, casi le digo que no, pero me pareció irresistible la idea de poder disfrutarla unos minutos, de poder verla, contemplar ese cuerpo de mujer joven: llevaba unos pequeñísimos shorts muy ceñidos a su cuerpo, de lycra de algodón, traté varias veces, mientras se inclinaba a lavar el cofre, de adivinar si llevaba o no bragas, pero cada vez me pareció que si las llevaba debían ser minúsculas, luego una, si bien no muy extensa, porción de su vientre desnudo, ese vientre planísimo y tonificado adornado por un ombligo sublime con un pequeño arete y en la parte superior una blusa, ombliguera, como suelen decirles, y bajo ésta, un pequeño top, también de Lycra de algodón que hacía las veces de sostén.

Me encantaban sus senos, eran más bien medianos que grandes, pero tenían una forma que volvería loco a cualquiera, eran redondos y, al menos las pocas veces que yo la había visto, siempre se adivinaban duros y sin caída alguna.

Seguimos lavando el auto, yo estaba absorto contemplando sus nalgas, sus senos, sus piernas perfectamente depiladas, y de cuando en cuando recordaba, regañándome luego por la erección inminente que esto me procuraba, la escena del orgasmo fingido que ella, apenas una noche antes me había dado.

Debo reconocer que no pocas veces tuve un impulso enorme de abrazarla por la espalda, besarle su nuca desnuda (lleva el pelo recogido con una pinza), besar su espalda baja, pero si bien yo no era un chico que podría considerarse tímido, la verdad sí me sentía inhibido pensando que una chica tan bella y sobre todo al menos dos años mayor que yo quisiera tener algo que ver conmigo.

En esas dudas y deseos estaba inmerso cuando ella se sentó el la defensa delantera del auto y me preguntó, Y cuándo llegan tus padres, recuerdo que cuando volteé a verla descubrí que esa mujer de verdad me gustaba, tenía los ojos color miel, los más dulces que yo haya visto, y unos labios largos y carnosos, que eran en sí mismos una invitación al beso u a cualquier otro placer oral.

El sábado que viene, le dije, y ella sonrió, no sé si al notar que yo estaba un poco nervioso, no sé si para decirme algo entre líneas, luego se me quedó viendo muy fijamente, y me preguntó, te gustó lo que te hice ayer, Yo le sonreí, creo que me sonrojé un poco, y le dije, claro, no estuvo nada mal para ser fingido, luego ella me miró otra vez muy fijamente y me dijo muy suave, para mí no fue ningún castigo, empecé a acercarme ya mucho más animado y cuando lo hice, ella se agachó por una esponja, luego me puse ya justo de frente a ella, levantó la esponja y la exprimió en mi pecho, empapando por completo mi playera, yo llevaba un t-shirt, así que el agua mezclada con jabón alcanzó a mojar parte de mi pecho que se le exhibía desnudo, luego dejó al lado de sus piernas la esponja y con la punta de sus dedos acarició mi pecho, justo por encima del escote, tocando de lleno mi piel.

Apenas y podía creer que eso me estuviera pasando.

Me jaló hacia ella, se inclinó y me susurró al oído, Tú me gustas Alejandro, ¿lo sabías?, me gustas mucho, yo no dije nada y al separarme ella volvió a verme de esa manera que ella tenía de hacerlo, a verme como nadie antes me había visto, sonrió un poco, mordiéndose de lado el labio tomó la esponja y empezó a acariciarme los brazos con ella.

Luego se levantó, fue a una de las bancas que había en mi cochera y me dijo, voy a quitarme esto, no quiero mojarla, y así, sin más, se quitó la blusa, quedándose en sus shorts y su top blancos, que apenas ahora se me revelaban como un conjunto, luego se acercó con la esponja a la cubeta con agua limpia y jabón, la hundió ahí, y al sacarla se la exprimió encima de sus senos, inmediatamente despertaron sus pezones y conforme el agua corría cobre ellos, empezó a dibujarse la división entre sus pechos, dejando adivinar por completo su tamaño, su forma, la distancia que había de un pezón a otro.

Se acercó a mí esta vez, tomó la espuma que el jabón había dejado sobre uno de sus senos y me untó los labios.

Se sentó en el cofre de mi auto, subió sus pies a la defensa, y abriendo las piernas me jaló hacia ella y me abrazó, luego dejó que lo que quedaba de agua en la esponja recorriera mi espalda, para entonces ya también mis pezones estaban erectos y ella lo notó, los acarició con la esponja, aún por encima de mi playera, y luego me la quitó y se entregó a lamerlos, me excitaba tanto esa sensación de su lengua girando en pequeños círculos sobre mis tetillas, ella las lamías tan dulcemente, era como una gran paradoja de una mujer que es ahora quien se amamanta del hombre, aferrada a mi pezón derecho, parecía mamar vida de mí, pues lo hacía como si de eso dependiese la de ella, yo en tanto le acariciaba la espalda y con mi cabeza arqueada hacia atrás me concentraba en esa sensación de succión delicada sobre mi pecho.

No necesito decir cómo se encontraba mi sexo para entonces, y ella lo sabía también perfectamente, pues su mano fue de lleno a él, acariciándolo desde la base, levantando un poco mis testículos.

Luego dejó de besar mi pezón y se acercó a mi boca, sacó su lengua y recorrió mis labios de lado a lado, lamiendo cualquier rastro de espuma que aún quedaba.

Enseguida me hinqué y empecé a lamer su abdomen, me encantaba la sensación fría de su pequeño arete de plata en mi lengua, y ésta se regocijaba en probar cada centímetro de su abdomen, en tanto mis manos acariciaban su baja espalda, subiendo a hasta su top, y bajando hasta el nacimiento inminente de sus firmes y nada pequeñas nalgas.

Me agaché aún más para sacarle sus zapatos tenis, y luego bajé un poco sus calcetas (muy pequeñas) y lamí sus tobillos, eso pareció excitarla, pero no quise quitarle las calcetas, luego subí con mi lengua por sus piernas, disfruté tanto el trayecto hasta sus rodillas, y estando ahí no perdí oportunidad para lamer la parte interior de éstas, esto la excitó demasiado y puso sus manos en mi cabello para indicarme que le encantaba, pero que quería que yo siguiera subiendo.

Lamí sus muslos dulcísimos y seguí de lleno hasta sus shorts, lamí por encima de ellos su entrepierna y cuando iba a llegar a su sexo que ya se anticipaba inflamado de placer ella exprimió por completo la esponja sobré el, dejándome adivinar una pequeña franja de vello púbico que era todo lo que cubría su vulva, eso me sacó ya definitivamente de mi duda sobre sus bragas.

Antes de que mi lengua llegara a su sexo ella me levantó y nos besamos por vez primera.

Me encantó el sabor de su saliva y su boca húmeda se me revelaba como un presagió de su cálida vagina. Parecía que para ella significaba lo mismo, lo descubrí cuando saqué mi lengua y ella la succionó, como después su vagina querría hacerlo conmigo, y mi lengua se entregó a su boca como un falo.

Bajé otra vez y le quité el short, empecé, mientras ella aún estaba sentada, lamiendo su entrepierna y ella fue inclinándose del puro placer cada vez más, hasta acabar acostada en el cofre del auto. Abriendo sus piernas cada vez más.

Yo llegué con mi lengua ya de lleno a su vulva. Recuerdo aún el olor cálido de su vestíbulo, recuerdo el sabor de sus mieles y me provoca una erección ese sólo hecho.

Me encantó acariciarme la lengua con esa franja de finísimo bello que cubría su capuchón y se extendía fina por su bajo vientre.

Empecé a acariciar su clítoris con mi lengua, que por cierto, que me pareció enorme a comparación de los que yo conocía.

Luego, casi como si nos coordináramos, la tomé de la cadera y ella giró naturalmente, se puso bocabajo sobre el cofre y empecé a mamarla desde esa posición, me excitaba saber que su ano estaba muy cerca de mí mientras mi lengua entraba cada vez un poco más a su vagina.

Luego con mi lengua dibujé una línea que iba de su clítoris a su ano, y en él jugueteé un poco, girando a su alrededor, mientras separaba sus nalgas con mis manos.

Solté sus nalgas y hundí un cara en ellas, luego subí con mi lengua por su espalda, y ella volteó para besarme, esta vez fue ella quien me penetró con su lengua, como pidiéndome, tratando de mostrarme cómo quería que yo lo hiciera.

La senté y acaricié sus pezones erectos, eran enormes, con la punta de mis dedos.

Ella no se cansó de lamer mis oídos y también los penetró con su lengua.

Se bajó del coche y me indicó sin decir ni hacer nada que me sentara yo. Me bajó los shorts con una maestría impresionante y dejó que mis bóxer cubrieran mi erección sólo para contemplar mi sexo de esa forma.

Paseó con sus dedos sobre él, resguardado aún por la grisácea tela de mi ropa interior, y los descubrió empapados de mi lubricante natural.

Estás húmedo por mí, me dijo, qué rico, yo estoy humedeciéndome aún más.

Luego metió su lengua por el vestíbulo de mis bóxer, y sin dejar que mi miembro se escapara, ella apenas lo rozó con su lengua y descubrí lo que ella quería realmente: arqueó su lengua en el interior para lamer mi humedad que se había impregnado a la tela, se mojó la lengua por completo con ella, y luego subió lamiendo mi pecho desnudo y me besó por segunda vez.

Mientras me besaba entre los dos bajamos mis bóxer y ella se hincó dispuesta a conocer mejor a “mi cosita”, como ella le diría después.

Casi me desmayé cuando sentí sus labios chupando mis testículos y su lengua subir desde la base de mi pene hasta el glande, y bajando lentamente, luego con su lengua lo acarició en la punta, haciendo círculos, y hundió la punta de su lengua en el orificio que emanaba más y más líquido lubricante.

Entonces ella metió mi miembro a su boca, como mi miembro no es grandísimo, sino más bien mediano, ella se lo comió casi por completo, y yo sentí en mi glande su garganta.

Luego de no poco tiempo de mamada yo me acosté en el cofre y ella se hincó en él, poniendo su ya abierta vagina, de donde colgaban sus grandes labios, justo a la altura de mi boca, recargando sus manos en el techo del auto.

Lamí su vagina, recorriendo sus labios, sus clítoris, entrando con mi lengua, ella empezó a agitarse y recordé el juego de la botella.

Su agitación se tornó gemidos, ella se arqueó hacia atrás y con una maestría impresionante empezó a masturbarme, yo seguí mamándola y entonces nuestros gemidos se confundían, los dos estábamos extasiados, por fin supe que mi orgasmo y el de ella estaban muy cercanos, seguí lamiendo su vulva, entrando a su vagina con mi lengua y cuando ella levantó su pelvis sentí que era el momento: tuvo un orgasmo impresionante, y se vino como nunca vi a otra mujer venirse, primero se empararon sus muslos interiores y luego, como no dejé de mamarla pareció venirse por segunda vez (aunque de hecho era junto éste el verdadero orgasmo) y ella empapó mi rostro con sus líquidos, ya en este momento, sentir sus jugos en mi rostro y su mano que nunca dejó de masturbarme me hizo venirme a mí también por vez primera, empapando su espalda con mi leche.

Sentí como se debilitó su mano y luego se levantó y se sentó en el cofre y me levantó para limpiarme con lengua el pene, se bebió todo mi semen, lo dejó limpio por completo y luego me dijo: me gusta mucho tu leche, y aún tengo en la espalda, entrecerró los ojos, sonrió apenas y me dijo, tráemela, me ofreció sus nalgas, su baja espalda y yo recogí con mi lengua y labios mi propia leche, nunca antes la había probado y si bien ahora me sorprende haber reaccionado tan naturalmente a ello, sé que aun pensándolo lo habría hecho, después de todo siempre me excitó ver a una mujer lamer sus dedos, probar su propio jugo luego de masturbarse, y si quería ser justo debía hacerlo yo también.

Ofrecí mi boca y labios llenos de leche y ella lo devoró en un beso ardiente, en el que compartimos el tesoro de mi semilla.

Mi pene aún estaba muy crecido, aunque confesé que no era muy grande, ahora se veía enorme pues aunque estaba a media erección y se veía gordo como nunca.

Bajé del auto recordando que tenía un par de condones en la guantera, entré a él y en eso ella recargó sus tetas en el parabrisas, me encantó verlas desparramarse en ese vidrio, adivinar sus pezones, sus areolas contra éste, ella aún tenía el top.

Luego se rió adivinando mi placer y se lo sacó de un solo movimiento. Sus senos me parecieron preciosos, los más perfectos que nunca hubiera visto.

Había una mujer desnuda en el cofre del auto, sólo con sus calcetas, con un cuerpo perfecto que me esperaba para continuar con aquella magnífica sesión.

Me senté en el asiento del conductor ya para salir del auto y en eso ella me alcanzó y se sentó de frente a mí, apresando sus nalgas contra el volante.

Mi verga recuperó la total erección de inmediato y se levantó tocando la parte baja de su vagina.

Ella me quitó el condón de la mano, lo abrió y metió sus manos entre sus piernas y me lo colocó.

Luego se sentó en mi erecta verga y de un solo movimiento la penetré.

Nos mecimos así por mucho tiempo, dejándome sus tetas preciosas para que yo las besara y lamiera, luego me pidió que hiciera el asiento un poco hacia atrás, y levantó sus piernas poniéndolas sobre mis hombros, con sus rodillas casi apresando mis oídos, se mecía de manera impresionante y yo no lo hacía nada mal, dejando que mis nalgas se contrajeran y separaran para que mi verga adquiriera un movimiento que la enloquecía.

Luego de largos minutos en que nos mecimos así ella se levantó, apoyándose al volante y arqueando mucho la cabeza que golpeaba ya el techo del auto, me quitó el condón y luego lo volteó y se empapó los dedos con los jugos que el preservativo me había quitado, luego se acarició el ano con sus dedos mojados de mí y se metió en él uno de sus dedos, poco después me dijo, estoy lista, adentro, ¿sí?, me dijo, adentro, por mi culito, ¿quieres?, y empezó a sentarse en mi verga, yo recliné al asiento aún más y la fui penetrando lentamente, hasta que mi verga la penetró por completo.

Ella se masturbaba mientras yo la penetraba y yo con mis manos acariciaba sus senos.

No tardó en venirse por segunda vez, empapando mi bajo vientre, esta vez su orgasmo fue aún más grande. Se convulsionó mientras gemía como loca. Bajamos del coche, yo aún tenía mi verga dura como nunca.

Estaba infamadísima y roja, tal vez por conocer un ano por vez primera, tal vez porque Dulce me gustaba como nunca me gustó nadie, yo tenía una erección que hacía que mi verga se viera, si bien aún mediana, deliciosa.

Dulce se acostó en el cofre, por un lado del coche, siguiendo de pie, puso sus tetas en el auto y su vientre quedó al aire, me ofreció su culo una vez más, sabiendo que yo aún no terminaba y sin más, la penetré.

Esta vez ella tenía sus manos en el cofre, así que yo era quien la masturbaba, sus tetas caían y me excitaba imaginar como se mecían al ritmo de mis caderas.

Mientras la masturbaba con la mano derecha subí la izquierda y acaricié sus pechos que colgaban. Eso nos excitó mucho.

Casi cuando los dos adivinábamos mi orgasmo dejé de penetrarla y ella me dijo, muy bien, porque eso debe terminar en mi boquita, quiero tu cosita me decía, así que nos acostamos en el piso de la cochera e hicimos el 69, yo mamaba su vagina mientras seguí con un dedo aprovechando los jugos que dejé, penetrando su ano.

Ella me mamó violentamente y así de violenta se fue haciendo mi penetración anal en ella y mis lengüetazos en su vulva también.

Por fin los dos acabamos casi de manera simultánea.

Ella se excitó al sentir el chorro de semen en su garganta, mi verga invadía su boca por completo y le ahogó toda posibilidad de gemir. Yo me empapé por vez tercera con sus jugos.

Nos quedamos tirados al piso debilitados de placer. El suelo empapado de jugos de ambos. Así duramos un par de minutos.

Luego nos sentamos los dos con las piernas cruzadas y empezamos a besarnos.

Ella se separó y me dijo, No creas que voy a dejarte atrás, te debo un orgasmo aún, y aún con mi verga a media erección ya de cansancio empezó a masturbarme muy muy violentamente hasta hacer que pronto me viniera, esta vez ya me vino muy poco semen.

Luego se llevó a la boca el semen de sus manos y se embarró los labios.

¿Puedo quedarme a dormir me dijo? Estoy sudando, empapada, me gustaría que me bañaras y tomó la esponja y se acarició las tetas.

Claro, le dije, puedes quedarte, nos levantamos, tomamos nuestra ropa, y ambos desnudos entramos a la casa. Nos sentamos desnudos en la sala, y encendí la tele.

Voy a llenar la tina le dije. Espera cinco minutos, amor, me dijo, y me sorprendió sobremanera el mote.

Claro, le dije, y me recargué en sus senos un poco más blandos ahora.

Ella me abrazó y así nos quedamos, hasta caer, presas del cansancio, en el sueño.

Nos despertamos casi al tiempo y luego me dijo, Bueno, tal vez ya puedes ir a preparar la tina, yo haré algo de cenar, ¿quieres?, me dijo, mordiéndose los labios mientras sonreía, como anticipando una larga noche de erotismo…

Pero eso lo contaré luego, si ustedes los desean.

Continúa la serie Semana sexual II >>

Otros relatos eróticos de alejandro:

¿Qué te ha parecido el relato?