Miedo a la oscuridad

Gotcha yacía en la cama desde que Vuarnet la dejó. Sus manos y su miembro llevándola de un orgasmo a otro. Lo recordaba de manera tan intensa que era como si estuviera allí. Recordó cómo él lloró al final, cuando hundió su cabeza entre sus manos, su cara entre su pelo, sus fluidos resbalando por su cuerpo, y la marca de sus labios en su cuello.

Se recostó entre una fría humedad. Comenzó a estirarse, entonces salió de la cama, y tras ponerse una bata, se dirigió al baño. La ducha también le recordaba momentos de gran tensión sexual. Él hubiera intentado acariciar su sexo. Pequeñas bromas, comentarios agradables y algún beso cariñoso. Tan cariñoso, que su corazón se derritió, al recordar lo delicado que era. Pero alejó todos esos pensamientos de su cabeza, se prometió que ya era suficiente, que no lo volvería a hacer.

Ya no quería ir a su casa. Ya no quería dormir en su cama.

La ducha estaba demasiado caliente, quemando su piel. Se dejó abrasar por un segundo, y entonces la apagó, quedándose con la cabeza apoyada en la húmeda pared. Cualquier cosa antes que volver a esa cama vacía. Sabía lo que estaba haciendo, ¿no? Ese era el trato. Uno que había sellado firmemente. Sin corazón, sin sentimientos… Sin amor. Algún día sus latidos la dejarían dormir de nuevo. Algún día.

Se secó cuidadosamente y volvió a la fatídica cama, recostándose por el lado opuesto al que había estado, y así evitar la mancha de humedad. El olor de él estaba por todas partes. Cambió las sábanas, incluso quemó algo de incienso. No sirvió de nada. Su olor estaba por todas partes, podía olerlo en el aire.

El reloj de la mesilla marcaba la medianoche con un brillo fluorescente. Sabía que no podría dormir. La oscuridad y la soledad la acechaban implacablemente. Se sentía como si hubiera estado toda su vida sola, temerosa de la oscuridad, de cualquier ruido que la alejara de la tranquilidad de su sueño, un sueño tan placentero que deseaba que no terminara nunca.

Descolgó el teléfono, y cuando oyó el tono, notó que el corazón le trotaba dentro de su pecho, que el aliento apenas le salía de sus pulmones. Podría llamarle. Preguntarle qué es lo que había ido mal, qué había pasado… Sus manos ya estaban en el teléfono, marcando los números de manera mecánica, antes de darse cuenta de a quién estaba llamando.

«¿Sí?»

Su voz era lenta, calmada. Contestó al teléfono inmediatamente, como si lo estuviera esperando. Ella pensó en colgar. Antes de que dijera nada, él intervino:

«Me has llamado. Debes de tener alguna razón» «Sí», suspiró ella. » ¿Qué ocurre?»» «Yo… yo necesito…» «¿Qué necesitas, Gotcha?» «N… no lo sé» Cerró los ojos. Dios mío, por qué estoy haciendo esto…» No soy Gotcha». «Muy bien». Podía oír su aliento en el silencio. Podía oírle pensar. «No eres Gotcha, eso es un principio. No sabes lo que quieres pero me llamas para pedirme lo que necesitas. ¿Es eso?» «Creo que sí» «Empecemos por lo que no quieres» «No quiero amor» Su voz era delicada e imploraba algo. Casi deja caer el teléfono cuando se oyó decir » Y no quiero estar sola.»

Esa última frase pareció escupida, como si quisiera deshacerse de un veneno que la estaba carcomiendo por dentro.

«Es tarde. La parte más oscura de la noche. Estás sola, y yo también lo estoy. Pero yo ya no le temo a la oscuridad. Sé lo que necesitas. Mi casa, mi cama, mi olor, mis caricias. Te llamaré una noche, te daré lo que necesitas.» Colgó el teléfono.

Gotcha esperó dos días y dos largas noches. Vuarnet no llamó. Incluso fue a los lugares que él frecuentaba para buscarle. No estaba.

Era como nadar a través de un sueño enfermo. Sus pechos estaban suaves y calientes, sus pezones le dolían al tocarlos. Su vientre estaba tenso, y entre sus piernas resbalaba un torrente de fluidos. No podía comer, no podía dormir sin que un par de minutos después se diera cuenta de que sus dedos estaban entre sus húmedos labios.

Pero nunca llegó al placer. Se frotaba y restregaba hasta quedarse exhausta, pero no llegaba a la completa satisfacción. Se encontró un día probando juguetes, postes de la cama, botellas que cabían dentro de ella… Se estaba volviendo loca. Pasaron dos semanas.

Llamó a eso de las once de la noche. Había estado lloviendo todo el día. Sólo dijo una palabra.

«Ahora»

Corrió hacia su casa. La puerta estaba cerrada, y por mucho que llamara, nadie abría. Rodeó la casa, por la parte del jardín. Allí estaba. Pidió disculpas por el retraso, sin aliento al intentar hablar después de la carrera. Él se acercó, y cogiéndole la mano, se la olió.

«Te dije que te avisaría de cuándo podrías venir. Necesitas un descanso, y quitarte esa ropa mojada».

Entonces sacó un cuchillo que llevaba en los vaqueros, y lo deslizó por entre su vestido. Ella abrió la boca y alzó la cabeza, esperando la mordaza que tanto morbo le había dado antes. Olió las medias que tenía en la mano antes de introducirlas en su boca. Sonrió.

«Estará sabroso»

Al ocuparse de su vestido lo fue cortando en largas tiras. Cruzó los brazos de ella contra el pecho, con las manos atadas tras el cuello. Sus pechos estaban levantados y apretados por sus brazos. Las tiras del bondage colgaban en su espalda. Los pechos le dolían por la presión. Comenzó a llorar.

«¿Te gusta esto?»

Negó con la cabeza. Estaba llorando. Había una parte de su cerebro que le decía que no debía gustarle. Pero las piernas le temblaban de excitación. La otra se preguntaba cuándo la iba a follar.

La llevó al porche, donde habían fantaseado sobre Randall. Sus manos en su hombro la obligaban a ponerse de rodillas. Con la cabeza mirando al suelo, y su mano en su coño, tanteando el terreno. Con suavidad, separó sus frías y desnudas piernas en el suelo mojado. Sus dedos se deslizaron por el cuello, dibujando círculos por la espalda. Gotcha se estremecía, con pequeños escalofríos. Los dedos llegaron a la base de la espina dorsal, una zona muy húmeda. Cuando se dio cuenta, vio que el frío que tenía era por el barro que él iba restregando por su cuerpo.

«Quieres esto, ¿verdad?» «Hmmm!». Ella no sabia por cual orificio se iba a decidir él, sus dedos probaban indistintamente uno y otro. Ella quería los dos. A la vez. «Una pena que no me supliques. Improvisaré.»

Llevó los dedos a su coño sin avisar. Duros como una roca. Ella no podía respirar, el peso de él la aplastaba, mientras notaba desde detrás cómo varios dedos exploraban sin descanso.

El clímax llegó cuando pudo recuperar el aliento de nuevo. Notó cómo iban saliendo uno por uno los dedos, totalmente empapados, y recorriendo suavemente sus labios chorreantes, hasta que una nueva sensación la sorprendió. Algo cálido, muy caliente, se restregaba por entre sus muslos. Volvió a notar fuego entre sus piernas, y de repente supo lo que iba a pasar. La idea estalló en su cerebro, justo en el momento en que su polla se introducía salvajemente dentro de ella. Abrió la boca, quiso aullar, pero no le llegaba la voz debido a sus manos rodeando su cuello. Sus delicados labios se abrían dulcemente al duro asiento. Las vendas, y el dolor que sentía en sus pechos, le arrancaban el alma del cuerpo. Ahora empujaba hacia atrás su culo, incrementando su dolor, pero haciendo que su polla llegara más profundamente a sus entrañas, sus labios totalmente abiertos y tensos por el esfuerzo.

Como un ruido ajeno a ella, oyó unos aplausos.

«No esta mal, no esta mal», decía Randall mientras se acercaba lentamente por el jardín. Llevaba un vestido negro, y no tenía abrochado ningún botón. Vuarnet, que todavía estaba dentro del coño de Gotcha, comenzó suavemente a sacar su polla.

«¿Quieres que pare?»

Era como el fin del mundo. Su cerebro estaba partido en dos, una parte pensando en matar a Randall y la otra suspirando por cada centímetro de esa polla que iba saliendo de dentro de ella. Vuarnet la empujó tras de sí.

«Quizás alguien sí me va a suplicar, después de todo»

Randall se acercó rápidamente y sacó las medias de la boca de Gotcha. «Creo que deberías cambiar de compañero, cariño», dijo Randall. » Cállate», Gotcha suspiró. «Deja que me folle, quiero esa polla dentro de mí»

Notaba sus vendas realmente duras.

«Te lo suplico, Vuarnet, fóllame. Fóllame de la manera que quieras. Por cualquier orificio que se te ocurra. Pero por favor, no pares.»

Su polla la golpeó de nuevo tan rápidamente que su cara dio contra la pared.

«Sí, oooh, sí. Fóllame hasta matarme, pero no pares. ¡Nunca pares!

Un destello brilló un instante, y el cuchillo cortó las vendas. Esto permitió que pudiera apoyar las manos en el suelo, y seguidamente, empujar su coño hacia atrás con fuerza y dolor, intentando que la atravesara con su instrumento.

Cuando el orgasmo la llenó de nuevo, notó cómo descargas hacían que le temblaran brazos y piernas. Con estas sensaciones, se agachó más aún, apretando sus caderas contra él para notar algún centímetro más en su cuerpo. Estaba gritando, su cara restregada contra el suelo, sus nudillos apretados contra la tierra. Mientras, oleadas de placer la recorrían desde la espalda.

Apenas oyó lo que él le susurraba:

«¿Se lo comerías a ella por mí?»

Alzó la cabeza, pero Randall ya no estaba.

«Otra vez será», dijo Vuarnet mientras sacaba su instrumento, más duro que nunca.

Los dedos de Gotcha se dirigieron a su polla. Él cogió sus muñecas.

«Quiero tu boca, tus labios»

Mientras sus labios rodeaban su piel, centímetro a centímetro, él deslizó sus manos y sus dedos por entre su pelo, húmedo y despeinado. De vez en cuando, apretaba su cabeza contra su polla. Cuando notaba que su garganta estaba llena, se detenía, dejándola chupar unos instantes, antes de volver a empujar su cabeza. Cuando notó que ella se atragantaba, levantó su cabeza tirando de los pelos.

«Tu coño es mío. Tu culo es mío, Tu garganta es mía. Querías algo, pues yo te lo estoy dando.»

Una mano bajó de su cabeza a su hombro. Ella volvió a notar el comienzo de otro escalofrío. Dejó de luchar y se dejó llevar. Su polla se deslizó entera hasta el fondo de su garganta.

Ella sintió el orgasmo avanzar desde su húmeda entrepierna de nuevo, sin control, estaba totalmente sometida a sus impulsos. Notaba como el esperma llenaba la polla dentro de su garganta. Él cerró los ojos y dirigió sus manos hacia su pelo. Cuando se corrió, sus labios saborearon algo caliente, que bajaba por su cuello. Se tragó cada gota que pudo, su aliento estaba ahogado pero no dijo ni una palabra.

Cuando acabó, sacó su miembro de su boca, mientras miraba las manchas de semen y barro en su cara y sus pechos.

«¿Soy lo bastante sucia ahora?». Preguntó ella. «Es un comienzo» Se abrochó los pantalones. Tenía unas manchas de barro en las rodillas, el resto estaba totalmente limpio.

Tras mirarla de arriba a abajo, se dirigió lentamente hacia la casa, dejándola desnuda, sucia y sola en la oscuridad.