Micromanía
Llevaba ya 7 meses la tregua filial a su pedido.
Que la «cuestión de piel» había desaparecido, que no era correcto, que no había feeling, que las dudas, que los motivos, que la realidad, que la dejara en paz. Igual seguíamos saliendo todas las mañanas en mi automóvil para el trabajo, como cada día de los últimos 3 años.
Ella contestó mi cotidiano «- Buen día, te amo -» con un inaudible «- Hola -«.
Y arrancamos. En esa época el invierno de Buenos Aires extiende las noches más allá de las 7.00 h en la mañana y el frío se hace importante. Apenas el reloj marca las 7.25 h empieza nuestra rutina. Dejamos el auto y juntos llegamos hasta la parada del micro. En él viajábamos hasta el trabajo, desde el sur hasta pleno centro de la ciudad.
Pude convencerla de cambiarnos desde el viejo micro al actual, mucho más moderno y confortable. No había tenido otro motivo que la comodidad. Asientos contiguos, final del pasillo, 1 hora larga de viaje tedioso y rutinario. Sí, es cierto dormíamos juntos. Bajábamos y cada uno a su tarea.
Diez pisos son una gran diferencia de perspectiva y realmente nos perdíamos en el trabajo hasta las 19.30 h.
El regreso solía ser también aburrido y olvidable. El invierno lo hacía oscuro. El chofer decidió apagar las luces generales y dejar que los viajeros usaran las individuales. Teníamos calefacción y música y poca distancia entre uno y el otro. Y muy poca luz. Hace mucho frío, tengo las manos heladas Fue un comentario normal. Amable. Al fin de cuentas siempre fuimos buenos compañeros de viaje. No recuerdo si lo pensé pero le sugerí poner su mano en mi bolsillo. Pienso que creyó que me era indiferente. Era evidente, para ella, que su presencia y su cercanía no alteraban ya mi ritmo cardíaco. No lo pudo soportar. Noté que se enojaba pero se encaminó a «calentar» su mano de acuerdo al ofrecimiento.
Mientras tanto el resto de los ocupantes iniciaban su rutinario sueño. Quiso saber si todavía reaccionaba a su presencia y corrió la mano más cerca de mi miembro. Un poco más. Estaba sobre mi vello y seguía sin notar ninguna actividad.
A esa altura no reconocía mi comportamiento, era raro el control que estaba teniendo sobre mis deseos, (me costó no haberla violado hacía mas de 6 meses).
«- ¿Qué estas haciendo?, si querés tocar, tocá, pero por lo menos seamos sinceros -»
Me miraba sin creer en la evidencia.
El portentoso mástil que la enloquecía se negaba a responderle. Estaba al borde del llanto.
«- ¿No quedamos en que ya no había «cuestión de piel? ¿Estuviste 7 meses tratándome como perro faldero, usándome de «trapo de lágrimas» y ahora te sorprende que no te desee? – »
Mientras decía esto me re acomodé en el asiento y el juego cambió. El movimiento depositó su mano justo sobre mi pija que no estaba muerta, ni mucho menos. La encontró dura como nunca, impresionante, caliente y jugosa. Apenas se dio tiempo para sonreír.
» -¡¡¡Estaba del otro lado, turro !!!.- »
Exasperada y caliente, bajo el cierre del pantalón y lo extrajo a la superficie. Comenzó a recorrerlo extasiada, a reconocerlo, a admirarlo, notaba su calentura en la presión que hacia con sus manos. Me envolvía y lo soltaba. Miré alrededor, no podía creer que nadie estuviera viéndonos, y la dejé hacer.
Soltó mi cinturón, bajó mi boxer, se inclinó y empezó a lamerme con la pasión que decía terminada. Empujé su cabeza con las manos para entrar más en ella, como pude, le quité un pañuelo de seda que llevaba al cuello. Mi misión parecía limitarse a controlar al resto de los viajeros. Verificar que nadie viera la monumental «mamada» que estaba recibiendo.
Pero no me quedé quieto, la incorporé y le desprendí la blusa del uniforme reglamentario, saqué sus tetas hacia arriba del corpiño y me dediqué a chuparlas con insolente seguridad. Tenía los pezones más duros que nunca, seguía como en trance, con los ojos cerrados y repetía:
¡No puedo creer lo que siento, como podés ponerme así. Más, más, no parés necesito sentirte encima mío!
Estaba luchando entre mi desesperación por tenerla y el miedo a que nos vieran y termináramos varados en la autopista, pero el olor de ella me saca de control, levantábamos alternativamente la vista para confirmar el sueño de nuestros compañeros de viaje y seguíamos.
Metí la mano en su entrepierna y la apreté. La conozco bien, entre su ropa interior surge el calor pero no me necesita ahí. Ella prefiere sentirme en su pecho. Le gusta que le apriete las tetas, mientras las chupo con fuerza, que despacio le muerda un pezón y que con los dedos ensalivados le toque el otro. Todo a la vez, todo mientras sostengo la presión sobre sus pechos sensibles.
Estaba al borde de su orgasmo, cuando cierra los ojos y se deja hacer, su cuerpo primero llega a un punto quieto, como un pre final, para después estallar en un inconfundible espasmo que la recorre entera como una ola. Y tiene el poder de trasmitirlo, quizás por telepatía, pero me lo pasa claramente, su electricidad me recorre también.
Nuestro asiento resiste, afortunadamente, la presión de los cuerpos, seguimos atentos espiando a los pasajeros cercanos, mientras la pasión continúa arrastrándonos más lejos.
Siempre fue así, nunca entendimos esta sintonía tan profunda entre nosotros, y hemos tratado de ignorarla, de evitarla, de eliminarla. Hicimos muchos intentos por separarnos. No pudimos, o no supimos, pero a veces creo que no quisimos, que nos complementamos tan bien que sin ella me sobra un pedazo, (bastante grande), y sin mí ella tiene un hueco muy difícil de llenar.
Está por acabar, lo presiento, un poco más de presión en mis manos, más firme la mordida sensual en sus pezones y ya se entrega. No puede gritar y lo sabe, ni siquiera un gemido, el cuerpo se le contrae en un goce mudo y muy profundo.
Se viene quieta sobre mí, aparece su sonrisa satisfecha y cómplice.
No tenés derecho a hacerme sentir así. Sí que lo tengo.
Su mano se vuelve firme sobre mi pedazo. Es mi turno y ella lo sabe, sabe que es mi hembra y asume su responsabilidad. Sabe que mi excitación es por ella y se hace cargo. Sabe más de mis deseos que yo mismo y lo demuestra.
Apura el paso de su lengua sobre el glande, amaga morderme, aprieta y afloja, juega con suficiencia sobre mí. Me obliga a cerrar los ojos tanto placer, quiero seguir contemplándola como lo mete en su boca pero no puedo, me gana. Puedo sentir que voy a explotar, y nuestra telepatía hace el resto.
Recoge su pañuelo de seda, lo envuelve en mi pija, se queda mirándome a los ojos, sacudiendo con sus manos el «regalo» recién preparado, hasta obligarme a soltar toda la leche que tengo.
No dejamos de mirarnos ni un segundo.
Tuvimos una recaída, nosotros no podemos seguir adelante con esto.