Capítulo 2

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Masajeando a Katty II

Después del masaje recibido, Katty quedó echada en el sofá mientras le acariciaba el cabello.

Conversamos y me contó lo que había gozado; que desde hacía tiempo quería buscarme pero que no se atrevía, y que se masturbaba imaginando mis manos sobre su cuerpo.

Serví unos refrescos y seguimos hablando.

Yo contemplaba su cuerpo todavía cubierto por su falda y su polo, pero que mostraba unas formas proporcionadas.

Yo había quedado excitado y ella me hablaba y me miraba.

La bata con la que estaba cubierto no disimulaba la erección de mi pinga ni la humedad que ella provocaba.

– Profesor -me dijo Katty-, ¿podemos intercambiar los papeles y ser yo quien le brinde un masaje a usted?

– Me gustaría -le contesté-, pero ¿sabes hacerlo?

– No lo sé bien, pero creo que puedo hacerlo; he sentido lo que usted me ha hecho y trataré de imitarlo, pero en mi estilo.

– Entonces, adelante, soy tuyo.

Ella se levantó y yo me acosté boca arriba en la improvisada camilla.

Ella se quitó el polo y sus senos, realmente soberbios, quedaron cubiertos por un sostén con encajes que realzaban su belleza; los pezones se apreciaban a través de la tela y amenazaban romperla.

Se puso hacia el lado de mis pies y comenzó a masajearlos con un ritmo suave, dejando que sintiese la tersura de su piel.

Poco a poco fue subiendo el ritmo hasta que comenzó a besarlos; uno a uno fue metiendo cada dedo dentro de su boca, succionando para que entrasen lo más posible.

Yo la veía encendiéndose nuevamente, gozando tanto como yo. Entre chupada y chupada decía palabras no muy claras:

– ¡Qué rico! Cada dedo es una pequeña pinga que se mete en mi boca para darme placer. Así, así, qué rico, cuántas pingas tienes, todas son mías, todas me hacen gozar.

Yo estaba en la gloria. La pinga estaba dura al máximo y comenzaba a lanzar sus primeros nuevos efluvios.

Adivinaba el calor de su sexo bajo su falda y veía la tensión de sus senos queriendo salir del sostén.

Con un ágil movimiento liberó a sus tetas del sostén y las mostró desafiantes, con los pezones erectos lanzados hacia adelante en busca de una caricia.

Con un rugido de placer llevó uno de mis pies hasta los senos y comenzó a masajearlos de lo lindo.

Yo metí una de mis manos por debajo de su falda y acaricié esa piel suave, ardiente; ella dio un brinco que indicaba el placer que estaba sintiendo.

Seguía restregando mi pie entre los globos de sus senos mientras sus labios soltaban quejidos de pasión.

Yo estaba a punto de venirme; ella jadeaba y decía:

– Así me gusta; sentir pingas por todos lados; cáchame los senos con la pinga de tus pies.

De improviso se agachó y cogió el otro pie y lo llevó bajo su falda. Buscó que los dedos tocasen su sexo sobre la truza.

Inició un movimiento de sobar de arriba hacia abajo a lo largo de su concha; los dedos de mies sentías el palpitar de su sexo y mi pinga explotó en una lluvia interminable.

– ¡Qué rico! Así, dame tu leche, aliméntame, gózame y hazme gozar. En las tetas y en el coño siento el placer que tus pies me provocan.

Cayó sobre mí y nos besamos largamente, las lenguas se cruzaron y sentí un renacer de mis deseos. (Pero eso será materia de la próxima historia)

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