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Los viajes de Sofía

Los viajes de Sofía

Sofía se levantó tarde.

Había estado de fiesta hasta tarde para celebrar que la habían seleccionado como ganadora del premio de un viaje al mundo durante un año con los gastos totalmente pagados.

Ella, en un primer momento, estuvo a punto de rechazar la oferta del viaje, dárselo a alguna amiga pero, como no, su viejo amigo Jake, un emigrante escocés, le ofreció la posibilidad de ir.

La razón por la que dudaba era porque al volver, no tendría dinero ni trabajo así que Jake le ofreció uno:

– Puedes hacer fotos, escribir línea y cuando llegues a casa dentro de un año, recompensármelo escribiendo un largo y buen artículo para mi revista.

– ¿Cómo puedo pagártelo? ¿Quieres venir conmigo?

Él se excusó alegando que tenía que cuidar de su revista. Entonces, ¿quién podría ir con ella? Lo estaba pensando hasta que la respuesta la sacudió con evidencia: Alberto.

Le llamó. Cuando le contó lo que quería de él, este se extrañó:

– Sofía, yo soy un hombre, tú una mujer. Un año solos…

– Pero sé que te portaras bien.- aunque ella esperaba que fuese pícaro alguna vez.

-¿Y tu madre?

– Es mi madre.

Él rió divertido.

– Pues me gustaría, Sofía, pero… mi trabajo…

-¿Tú eras fotógrafo, no?

-Psi. ¿por?

Sofía le contó su reunión con Jake.

Alberto empezó a pensar.

Un año de viaje gracias a un concurso de Coca-Cola, con Sofía y que encima recibiese dinero…

Se imaginó a Sofía junto a una palmera.

El sol la caía oblicuamente sobre su rostro.

Una pequeña blusa transparente iluminaba sus deliciosos pechos mientras se movía dulcemente.

El pareo se marcaba a su piel como si fuese papel mojado.

Sus labios carnosos se abrían y se acercaban.

Una lengua ardiente esperaba agazapada desde el interior.

-¿Cuándo nos vamos?- preguntó.

Una semana después, Sofía llegaba a Barajas dispuesta a pasárselo de miedo.

Allí estaba Alberto, con unos pantalones claros y un nicky verde que resaltaba su bronceado.

El pelo castaño le caía sobre la cabeza confiriéndole un extraño atractivo.

A su vez, Alberto se fija en su amiga y apenas pudo hablar.

La chica era guapa y bastante atractiva sin recurrir al exceso pero hoy estaba endiabladamente irresistible.

Su larga melena pelirroja caía suelta sobre su espalda, sus ojos verdes claros poseían un brillo especial.

Físicamente era una perdición de los sentidos: tenía unos pechos medianos pero de una redondez y una suavidad enajenadora.

Su trasero era una firma roca de deseo y en sí misma, era una afrodita Dopehatera.

– Hola.- fue lo único que pudo decir Alberto.

Ella sonrió divertida.

-No me dijiste que te habías dejado el pelo largo.

Se dieron un fogoso abrazo. Inesperadamente, Sofía besó la comisura de los labios de Alberto mientras éste bajaba la mano.

– Aun falta una hora para que salga nuestro avión.- susurró Alberto.

Sofía notó la erección de Alberto y suspiró con deseo.

No esperaba que Alberto la echara los tejos tan rápido, después de tres meses sin verse y siete desde la última vez que habían hecho el amor juntos.

Pero en el fondo la noche anterior lo había estado deseando.

Hasta el momento, ningún hombre la había hecho disfrutar tanto.

Alguna mujer sí, pero hombre como Alberto, ninguno.

Cuando salió de sus pensamientos, se encontró dentro de una cabina de los baños del aeropuerto.

Alberto la beso y sus lenguas se fundieron en un éxtasis que humedeció a Sofía como no lo había hecho en mucho tiempo.

Las manos de Alberto subieron hasta los pechos de Sofía y los palparon con una dulzura tal que ella no pudo evitar gemir con ronco deseo.

Ella bajo las manos asiendo el miembro de su amigo.

Empezó a besar su cuello, sus orejas, recorriendo con la lengua cada centímetro de su piel.

Agachándose, empezó a besar el pene del chico haciéndole cerrar los ojos. Su miembro entraba y salía, entraba y salía.

De repente, empezó a temblar y su boca se inundó del aroma y del sabor de Alberto.

Sofía se levantó y se limpió. Se iba a vestir cuando Alberto la dijo que no era justo.

-¿El qué no es justo?

– Haushinka, como decía mi hermana.

-¿Qué?

– Que tú me has dado placer. Ahora debo dártelo yo a ti.

Sofía se conmovió pero no la dio tiempo a decir nada.

Alberto ya se había inclinado y paseaba su lengua por el húmedo clítoris de ella.

Gimió apoyando las manos sobre el pelo de Alberto y moviéndose adelante y atrás al ritmo que marcaba la lengua.

Le estaba follando la lengua de Alberto.

La lengua se adentró más y más hasta que Sofía tuvo que apoyarse contra la pared.

Las piernas la flaqueaban y notaba como le llegaba el orgasmo.

Cuando se corrió Alberto se separó como asustado lo que la hizo reír al ver la cara de niño que ponía.

– No me mires así.- rió Sofía. Haushinka, ¿no?

– Sí.

Se vistieron rápidamente y salieron. Su avión salía en media hora. Alberto se inclinó sobre ella y la dio un beso en el cuello mientras le susurraba:

– Me han dicho que los servicios de los aviones son más cómodos.

Sofía rió sin disimulo alguno mientras pasaba el brazo en torno a Alberto.

Iba a ser un interesante añito.

Y la primera parada, Burdeos

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