Mi historia es muy diferente a todas cuantas he leído en su atractivo y por ello me atrevo a contarles una de mis múltiples aventuras.
Nomás, para comenzar, les diré que tengo 42 años, de buen ver, pero…soy sacerdote.
¡Sí!. Por una de esas cosas de la vida familiar, mis padres, de extracción humilde, me fueron educando para servir al Señor, aunque lo cierto es que, sin ser mi vocación, acepté por agradarlos y ahora el que agradece esa formación soy yo.
Lo cierto es que desde que me encerraron en el Seminario, en cual perdí mi virginidad, ¡con un compañero!, supe que el sexo sería importantísimo en mi vida.
Así, desde que fui ordenado sacerdote y comenzaron a mandarme como responsable de parroquias en distintos pueblos de mi país (México), me he dado gusto desflorando jovencitas, cogiendo a cachondísimas mujeres y vengando a muchos feligreses por los abusos que cometen sus autoridades, al meterles mi verga, de muy buen tamaño (rebasa as nueve pulgadas), a las esposas de alcaldes y otros funcionarios públicos.
Son muchas, demasiadas las aventuras que he tenido, pero ésta que les contaré, es muy, muy especial.
Desde mis tiempos juveniles entable amistad con un primo en segundo grado, con el que compartí muchas de mis inquietudes y, hasta la fecha, sigue siendo mi mejor amigo, aun cuando no le cuento todo lo que hago con las mujeres.
Pues bien, mi amigo se llama Mario, es de mi misma edad y se casó muy joven con Daniela, un mujerón de las muy pocas que se e han escapado, aunque no porque me falten ganas, sino debido a que no se ha presentado la oportunidad. Está buenísima.
De ese matrimonio nació Marcela, su hijita única, que desde que llegó a la pubertad, dio muestras que sería una mujer con una belleza fuera de serie.
Altota (1.75), cabellera rubia, muy blanca y de medidas propias de una modelo: delgada, de pechos regulares, pero firmes, piernas larguísimas y un trasero perfecto.
Pues bien, esta «niña» estaba por cumplir 16 años cuando fue a mi capilla para confesarse ante mí.
Ya en el confesionario, Marcela comenzó a decirme que había un chamaco de su misma prepa que le gustaba y ella a él, por lo que amigos comunes habían hecho lo necesario para convertirlos en novios.
Su primer novio.
Hasta allí, la confesión era trivial.
Pero más adelante, comienza a decirme que una vez, cuando fueron con varias parejitas al cine, el galancete comenzó a besarla con mucho ardor, metiéndole la lengua y masajeándole sus tetitas con una mano y frotando sus piernas hasta tocas su tanguita.
-Y tú que sentías?, le pregunté.
-Riquísimo, pero me dio mucha pena y miedo y me separé de él. Se enojó conmigo y dejó de hablarme varios días.
Cuando se le pasó el coraje –dice Marcela—platicamos sobre el tema y él me insistía en que «eso» era normal entre novios y que solo pasaría lo que yo quisiera que pasara.
Para cuando llegábamos a esa parte de la confesión, mi verga estaba totalmente dura, por lo que se me hizo fácil sacármela del pantalón y comenzar a puñeteármela por debajo de la sotana.
Así, Marcela me dijo que en otra ocasión, el muchachito la invitó a su casa, para hacer la tarea, pero sin advertirle que sus padres no estaban.
Ella nada sospechó y fue a su casa, solo para darse cuenta de que era una simple trampa, que no harían tal tarea y que el chico quería cogérsela.
Yo hacía lo imposible por contener mi eyaculación cuando ella platicó que, para no hacerlo enojar, accedió a las caricias de rigor el besito en la boca, las caricias con las manos, pero que cada vez eran más atrevida, pues comenzó a pasar sus labios y lengua por el cuello y nuca, mientras sus manos lo mismo le daban ligeros apretones a sus pezones, que le masajeaba las nalgas y le hacía sentir su entrepierna, con un paquete bastante duro.
La calentura llegó a donde tenía que llegar: la cama.
La llevó hasta la recámara y con toda la delicadeza la fue desvistiendo hasta dejarla totalmente desnuda y casi al mismo tiempo él mismo se iba despojando también de sus prendas, aunque se quedó con un breve bikini que no ocultaba lo excitado de su falo.
-«Me dolió cuando me la metió de un solo golpe, aunque la verdad es que mi vagina estaba tan mojada que el dolor fue apenas unos segundos, para dar paso a una sensación tan divina que no quería que eso acabara», confesó Marcela.
Para agregar que «como los dos éramos principiantes, yo apenas tuve algo que ahora sé que era un orgasmo, cuando de su miembro comenzó a salir un líquido calentísimo que pronto inundó mi agujerito».
-¿Qué penitencia merezco, tío?, preguntó.
Yo, excitado al máximo y con mi verga totalmente endurecida, le ordené que se pusiera de pie y entrara a mi privadito.
Al verme a mi frente a ella, con la sotana levantada y mi verga entera de fuera, se asustó quiso salirse, pero la detuve.
De dije, mira, El Señor impone sanciones a quienes violan los códigos sociales y tú has cometido uno de los pecados más castigados.
Para ser perdonada, le dije, tienes que hacer conmigo, que soy hijo del Señor, lo mismo que hiciste con tu novio.
Y así, la hice que con sus dos manitas tomara mi vergota y comenzara a masajearle, primero con los dedos y luego con la punta de la lengua.
No opuso ninguna resistencia luego la hizo que procediera a mamarla toda, pasando la lengua desde el agujerito del glande hasta la base, para luego meterse mis boas a la boda y chuparlas.
Yo, a mi vez, con ambas manos le desabroché la blusa y el brasier, para dejar libres sus riquísimas tetas. Además le levanté la falda y, haciendo a un lado la tanguita, comencé a jugar con su panochita.
Tuve que apagar a besos sus quejidos, pues de otro modo, los pocos feligreses que estaban en la Iglesia se hubieran dado cuenta de lo que ocurría en el confesionario.
Así, mamando mi falo y las caricias de mis manos y dedos, Marcela tuvo un primer orgasmo que, luego me diría, nada parecido al que había tenido con su noviecillo.
Suficientemente mojada de sus interiores, procedí a sentarla a horcajadas sobre mi endurecida verga.
Un ligero quejido me hizo saber que mi verga es más gruesa que la de su novio y cuando la sintió hasta el tope me dijo: «está grandísima».
Pero nada hizo por zafarse.
Al contrario cabalgó unos minutos en los que, por sus gestos, gemidos y suspiros, me dí cuenta de que un par de orgasmos procedieron a mi eyaculación.
Para ello y sabiendo que, como inexperta que era, podría embarazarla con mi leche, la desenchufé y la puse hincada frente a mí. Abrí con una mano su boca y le lancé varios chorros de semen que lo mismo cayeron hasta su garganta, que se estamparon contra sus mejillas, ojos, frente y pelo.
Lo que cayó en su boca, se lo tragó todo, sin hacer gesto alguno.
Después de esa «confesión», Marcela acudió más seguido hasta mi parroquia, pero en lugar de vernos en el confesionario, se metía hasta la casa que en la parte de atrás del patio, me servía de vivienda.
Qué manera de disfrutar.
Yo estaba encantado con la chiquilla y ella me decía que nunca, jamás, haría el amor con otro que no fuera yo.
La realidad se impuso y un año y medio después fui cambiado de parroquia a un municipio muy lejano de donde viven mi amigo Mario, la bellísima Daniela y mí adorada Marcela.
Hoy, mi linda nenita tiene 24 años y forma parte de un grupo juvenil de cantantes que una televisora nacional (Televisa) promueve a lo largo del continente.
Por supuesto, el nombre que en esta confesión le he puesto no es el real, pero sí muy parecido y para quienes gustan de los acertijos, Mario y Daniela sí son de verdad los nombres de sus padres.
Algún tiempo después, «Marcela» vino hasta Tamaulipas en una gira de su compañía y fue hasta el poblado donde vivo, para saludarme.
Platicamos largo rato, no tenía tiempo para hacer el amor, por lo que en memoria de los buenos tiempos, solo me sacó el falo por debajo de la sotana y medio tal mamada de verga que me demostró que en el tiempo que he dejado de verla no ha perdido el tiempo.
-¿Y qué crees?, me dijo. ¿Que la oportunidad en el grupo me la gané solo porque soy bonita? Tuve que ir a la cama primero con el buscador de estrellas, luego con el productor y finalmente con un grupo de patrocinadores.
Allí como vez, a mis compañeros (son siete en total, con ella, incluyendo tres varoncitos) hemos tenido que pagar en la cama gran parte de la fama y el dinero que nos han dado a ganar, me dijo.
Al final, con una eyaculada fantástica, se tragó buena parte de mi semen y la otra se la limpió de su cara con una toalla, para despedirnos con un tierno beso y la promesa de que, en la próxima ocasión que nos veamos, hacerlo con más tiempo.
-Te voy a dejar que me culées, me prometió.
De ese día a la fecha han pasado casi dos años y, salvo algunas eventuales llamadas telefónicas, nada más he sabido de ella.
Pero no pierdo la esperanza de, algún día, clavarle mis nueve pulgadas de carne maciza en el trasero a mi linda «Marcela».
Hasta a próxima.