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Hombría IV

Ella está bien, Alex – decía Eduardo calmadamente mientras mantenía el fono pegado a la oreja con el hombro izquierdo.

Las manos las tenía ocupadas cerrando una mamadera de leche que recién acababa de calentar en el microondas. – No te preocupes, el doctor dijo que lograron resolver el problema del sangrado…

¿Pero que fue lo que pasó? – Alex sonaba angustiado – Ella está bien?

Si, ahora está perfectamente, solo necesita reposar. -Eduardo sonaba sereno. -El doctor dijo que un pequeño fragmento de la placenta se había quedado adherido más tiempo de lo conveniente y había retrasado que el sangrado natural de detuviera más pronto. Placenta acreta, creo que dijo. Nada que una buena alimentación y fluidos no pudieran resolver.

Gracias a Dios que estuviste cerca, hermano. Te lo agradezco -visiblemente emocionado.

Nah, no te preocupes – calmándolo.

¿Puedo hablar con ella? – dijo Alex.

Espera, voy a despertarla, se ha quedado dormida hace un momento – dice Eduardo mientras se dirigía fuera de la cocina.

No..no, no la despiertes – cambiando de opinión – necesita reposar y recobrar las fuerzas.

Se está sintiendo más fuerte a cada momento – Confirmando él.

Pero me siento más tranquilo de que tu estes allí. ¿Y cómo está mi sobrino? -preguntó con evidente orgullo.

Es hermoso – dijo mientras sonreía – miraba la botella de leche en su mano. – es igualito a ella y tiene buenos pulmones – escuchando como el nene empezaba a reclamar de hambre.

Ya lo oigo, y no te quito más tiempo – bastante entusiasmado – Estaré llamando a diario para ver cómo va todo, ¿OK?

Perfecto, hermano – haciendo una brevísima pausa mientras esbozaba una sonrisa de oreja a oreja – felicitaciones, ¡¡¡TIO!!!

Colgó el fono y se dirigió como una tromba a la habitación de Sandra. La vio dormida, reposando de lado. Habían pasado cerca de dos semanas desde el parto y durante todo ese tiempo se mantuvo al lado de ellos.

Se detuvo por un segundo en sus pensamientos para observarla silenciosamente. Aún dormida, sin maquillaje, él notaba lo hermosa que ella era. Tan natural, cautivadora…

Tomando al bebé de la cunita a los pies de la cama, se sentó en el sillón mirándola dormir, y ni siquiera necesitó dirigir la mamila a la ansiosa boquita de la criatura, quien rápidamente la encontró. Se puso a succionar con fuerza tal que hacía que el fluido se agitara fuertemente cada vez que soltaba la mamila para tomar aire.

Sandra entreabrió los ojos y somnolienta, los vio. Eduardo era alto, atlético y fuerte, pero se veía hermoso teniendo a esa criaturita tan pequeña entre sus poderosos brazos. El parecía hipnotizado viendo como el bebé se alimentaba mientras esos ojitos verdes se clavaban en los suyos. En algún momento el bebé soltó la mamila permitiendo que algo de aire entrara en la botella, para sonreír. Eduardo le devolvía la sonrisa cálidamente y movió la botella ligeramente en la boquita para que reanudara la succión.

Ella prefirió mantenerse en silencio, observando la escena. Se sintió cautivada y emocionada de verlo ahí, cuidándola a ella y al bebé, como si fueran suyos.

Serías un padre formidable, Eduardo…- pensó ella. Y cerró los ojos al sentir humedad en ellos…

Mmmm…parece que la digestión te funciona muy bien, eh, bandido? – decía él mientras palpaba el pañal. – vamos a cambiarte, campeón.

Ella mantuvo los ojos cerrados por un breve instante, lo vio levantarse y dirigirse al baño con la criatura. No pudo evitar notar la amplia espalda, los hombros musculosos, bajo la camiseta de algodón. Vestía jeans, y andaba descalzo, como para no hacer ruido. Y recordó cuando lo vio desnudarse esa noche en la piscina años atrás. Ella, una adolescente engreída entonces, nunca había visto a un hombre desnudo personalmente, y sin embargo esa vez no se espantó, si no que le pareció perturbadoramente hermoso, armonioso, y pudo percibir entonces una extraña sensación que recorría su cuerpo, un calor desconocido, pero a la vez placentero e inquietante. Esa visión nocturna se había quedado grabada en su mente a pesar de que creía haberla olvidado. Y ahora, él estaba allí, más maduro, tremendamente masculino y con una presencia que irradiaba seguridad. Y sin querer dejó que su mente volara, recordando más detalles de ese sueño tan íntimo, tan incitante que los tuvo a él y ella como protagonistas. Las imágenes de los cuerpos de ellos, explorándose poco a poco, sin la menor prisa, pero martilleando de deseo la mente de Sandra. El inminente y placentero final, hacían que ella, aun convaleciente, se hiciera consciente de la desnudez de su joven cuerpo debajo del amplio y largo camisón de dormir que vestía. Sintió como su cuerpo percibía claramente el roce de la tela sobre su cálida piel, e imaginó que eran las manos de él, recorriéndola suave, enloquecedoramente, como en ese sueño. Sin darse cuenta, su joven cuerpo, se empezó a mover suave y rítmicamente, así, echado de lado como estaba, haciendo que sus muslos y su entrepierna, visiblemente humedecida rozaran entre sí. Manteniendo los ojos cerrados, y la mente totalmente entregada a esas imágenes tan intensas, ni se percató que sus manos ya se encontraban juntas, bajo el camisón, cobijadas entre los muslos calientes, y sus labios bulbares, quemando ya, se estaban restregando instintivamente contra los bordes de las manos… Sus brazos entendidos hacia abajo, atrapaban entre ellos sus senos llenos y tremendamente sensibles, restregándolos, arrancando tenues quejidos de su garganta. Tal parecía que solo quería mecerse en el lecho, tratando de conciliar el sueño, pero lo cierto es que, aunque se lo negara a sí misma, esa solitaria y disimulada masturbación la estaba llevando más y más cerca del orgasmo. Parecía que había sido una eternidad desde la última vez que su joven cuerpo había disfrutado de estas sensaciones.

Se mordió el labio inferior al sentir como la sensación suprema, avasallante se acercaba. Estaba ahí, tan cerquita, tan delicioso…tan…rico…

Mmmmmpppfffffff…- mordiéndose los labios, tratando de acallar ese riquísimo torbellino orgásmico que llegó irremediablemente. – Que rico… – susurro quedamente…

¿Estas bien? – Oyó, lo que la hizo abrir los ojos como platos. Lo vio de pie allí en la puerta, ni siquiera lo había sentido…

Yo…yo…. – no pudo responder, tratando de disimular desesperadamente los estremecimientos que las oleadas orgásmicas le estaban causando, sus caderas se negaban a cesar el cadencioso vaivén…sentía su rostro completamente enrojecido, delatándola…

El la seguía mirando. Los ojos de él la estaban haciendo sentir totalmente desnuda, visible, sorprendida en el acto masturbatorio a pesar de estar vestida y cubierta con las mantas. Más aún cuando sintió que se dirigía hacia sus caderas. El giró con el bebé dormido en brazos, pareciendo no haber notado nada, y suavemente depositó a la criatura en la cunita. Lo cubrió y salió sin mirarla, diciendo- Dejaré que sigas descansando…

Y cerró la puerta.

Al sentir el sonido de la puerta golpeando ligeramente el marco, ella dejó salir una violenta exhalación de aire, y su respiración se tornó agitada, tratando de recuperar el aliento, el pulso martilleaba sus sienes…

¡Oh, Dios! ¿Se habría dado cuenta? – se dijo ella.

Pasaron varios minutos y ya dudosamente convencida de que él no había notado nada, se sintió más tranquila, y pensaba más calmadamente acerca de lo que estaba sucediendo. Se dijo a sí misma que toda esta ayuda de él era sólo por hacerle un favor a su hermano Alex. Después de todo ella se había portado muy mal con él, humillándolo a la menor oportunidad, especialmente ante sus amigas. Sería imposible que él pudiera verla con otros ojos. Esos ojos, penetrantes…oscuros, y tan perturbadores…

Sin embargo, su cercanía la hacía sentir bien, no por la enorme ayuda sino simplemente por estar allí, dándole una sensación de protección, calidez y estremecimiento que no esperaba.

¿Se habrá dado cuenta? – volvió a pensar ella, y sintió nuevamente el calor de su rostro mientras se ruborizaba.

No sé qué me pasa – tipeó ella, sintiendo la necesidad de sincerarse con él. Después de todo, aunque no había tenido la oportunidad de conocerlo personalmente, el compartir sus inquietudes todos esos meses habían hecho que creciera en ella un sincero afecto por ese amigo/amante de quien solo leía palabras.

Trata de explicarme – respondió él.

Eduardo, el amigo de mi hermano, me confunde, y me inquieta. – siguió ella.

¿De qué modo? – preguntó él

Su mirada, la forma en que nos cuida a mi hijo y a mí – siguió – a veces siento como si lo hiciera con verdadero afecto hacia nosotros, hacia mí, pero otras veces…

¿Otras veces …? – la animó él cortando el silencio.

Bueno, otras veces siento como si lo hiciera por pura caridad, como un favor a mi hermano…

¿Y eso te duele? – preguntó él.

Si…me duele – admitió ella. – porque a veces me hace sentir excitada sin que yo lo quiera.

¿Tanto así? – preguntó él

Si…al punto de…- escribió ella

¿De qué? – inquirió él

De no poder evitar…masturbarme…pensando en él…-confesó Sandra avergonzada.

Bueno, eres joven y con un apetito sexual que requiere satisfacerse de vez en cuando – comentó él.

No…no es solo deseo, nunca me he dejado llevar solamente por mi instinto sexual. Eso es algo que libero siempre y cuando mi parte emotiva sea tocada…

¿Y por qué crees que pasa eso con ese hombre? – escribió él

No lo sé…o tal vez sí…no sé, no sé – negando con la cabeza, mientras continuaba escribiendo – es una locura…

¿No lo creo – siguió él – creo que te estas dando cuenta de algo, no es así?

¿Crees que me estoy enamorando de él? – preguntó ella.

Yo no lo dije…fuiste tú – sentenció él.

¡No puede ser! – replicó ella – se lo que siento por ti, que has estado apoyándome todo este tiempo. ¡No puedo estar enamorada de dos hombres a la vez, es ridículo!

Yo no soy más que unas palabras de aliento a través de la computadora. – explicó él – en cambio él está allí, en carne y hueso, día a día, a tu lado…

Pero, yo nunca… – dudando – no puede ser…

¿Por qué no puede ser? – preguntó él.

Es que yo… le hice tanto daño, lo lastimé… jugué con él…- confesó ella – debe detestarme…

Eso no lo sabes…- aclaró él.

No, no lo sé…pero me temo que así sea – respondió ella.

Lo más importante es que tu misma sepas lo que sientes, lo que quieres y obres de acuerdo a ello – aconsejó él.

¿Aunque eso significara que tú y yo no podamos buscar una relación de pareja eventualmente?

Aún así… – confirmó él.

Pero… – quiso replicar ella.

Lo más importante para mí es que tú seas feliz. Pero con quien…es algo que tú y tu corazón deben decidir…

Entiendo – respondió ella.

¿Y quiero que seas sincera conmigo, como hasta ahora – apareciendo las palabras en la pantalla que ella imaginaba pronunciadas por una voz profunda y calmada – aún que yo no sea el afortunado…entiendes?

Si, lo entiendo… – escribió ella lentamente.

Y ya no te niegues a ti misma lo que sientes…- pidió él – por él o por mí.

Está bien… – confirmó ella.

Alex finalmente había regresado del viaje de trabajo que lo mantuvo en la provincia. Sandra con el niño en brazos, balbuceando alegres palabrillas que nadie entendía se encontraba rodeada de ambos hombres que no dejaban de mirar a la criatura con expresión bobalicona…

Una maleta de mediano tamaño se encontraba apoyada contra la pared cerca a la puerta de entrada del departamento. Era de Eduardo, que iba de retorno a su propio apartamento ahora que Alex había regresado.

Sandra sentía una enorme ternura al sentir el calorcito de su hijo contra su cuerpo. Durante varios días no había podido tenerlo tan cerca como hubiera querido, pues necesitaba recuperarse de las complicaciones del parto, y ahora finalmente podía cuidarlo ella misma.

La vital presencia de Eduardo en esos días tan difíciles había significado muchísimo para ella, aunque no quisiera admitirlo, y ahora, él se iba, y sin poder evitarlo, eso le dolía…

Y hay más pañales descartables en esa gaveta…-escuchó que Eduardo le explicaba a Alex, tratando de familiarizarlo con todos los detalles para el cuidado del bebé. – La ropa interior de Sandra, recién lavada se encuentra en la cesta sobre la lavadora…

La muchacha se ruborizó al oír esto último. La verdad es que Eduardo había cuidado de ella como si de un bebé se tratara, asegurándose que pudiera recuperarse pronto. No pudo evitar desear que tanto cuidado y dedicación no hubiera sido meramente por hacerle un favor a un amigo. Hubiera querido saber que había algo más, que fue por ella, para ella…

Sandra sentía un inexplicable vacío en el pecho…mientras veía a su hermano y su amigo abrazándose afablemente. Las palmadas en las espaldas parecían repercutir como ecos en sus oídos. Los vio separarse y sintió como su corazón latía alocadamente en su pecho…

Bueno, ya me tengo que ir – lo escuchó decir mientras lo vio dirigirse hacia la puerta.

¡Espera! – sus propias palabras parecían repercutir en su cerebro, como si no fuera ella quien las dijera…

Eduardo giró hacia ella…por un brevísimo instante ninguno se movió. Ella, sin poder mirar a los ojos que sentía atravesándola, puso al bebé en los brazos de Alex, y se volvió nuevamente hacia él. Lo miró brevemente, no pudiendo sostener su mirada… y sintió como el rubor llenaba sus mejillas, como su propia respiración se acortaba. Él no decía nada, solo esbozaba una leve sonrisa, que la intrigaba. Sandra acercó sus manos a esos fuertes hombros, temblando levemente al tocarlo y se acercó a abrazarlo. Sintió uno de los brazos de él envolviéndole la espalda y haciéndola estremecerse. El otro brazo rodeó su cintura y pudo sentir como una electricidad empezó a ascender recorriendo su columna hasta estrellarse con su cerebro, y desde allí la sensación empezó a bajar esparciéndose por toda su piel, erizándola. Sintió aterrorizada como sus pezones se endurecían inevitablemente, rogó desesperadamente en silencio que él no se diera cuenta…

Eduardo, simplemente la apretó hacia su pecho…correspondiendo al abrazo.

Dios…que no me sienta así…-pensó ella, ruborizada de sólo imaginarlo. Pero ella claramente sintió la dureza del pecho masculino presionando contra los senos rotundos, cuyos pezones lejos de obedecer a un ruego de discreción de Sandra, parecían querer arañar la piel masculina que tenían delante…

Sintió que no podía respirar, y que, si hablaba, saldría un gemido que podría delatar la excitación que se apoderó de ella en esos pocos segundos. Asustada, iba a romper el contacto, cuando sintió la mejilla de él al lado de la suya, el temor se disipó inexplicablemente y cerró los ojos, para oírse a ella misma susurrar – Gracias, Eduardo, por todo, gracias…

Por nada, Sandra…-sintió la voz cálida de él – gracias a ti, por compartirlo conmigo…

Sandra sintió la humedad llenando sus ojos y se apretó más a él, sin importarle si él llegaba a notar algo. El abrazo que duró tan solo unos segundos, pareció una eternidad…

Se separaron lentamente, los balbuceos del bebé la trajeron nuevamente a la realidad…

Y tú, campeoncito…cuida mucho de tu mamá, ¿sí? – dijo Eduardo haciendo reír a todos.

Alex y Sandra lo acompañaron a la puerta y ella entristecida lo vio marcharse…sintiendo como crecía un vacío que crecía más con cada paso que lo alejaba.

Habían pasado ya varios meses y la criatura crecía saludablemente. Los pechos llenos de leche de la guapa y joven mamá apenas se daban abasto para saciar el hambre que parecía nunca acabar.

Sandra se recuperó rápidamente y sus constantes visitas al gimnasio por las noches cuando Alex se quedaba con el bebé, habían hecho sus innegables méritos. Era imposible creer que esa deliciosa mujer acabara de tener un hijo hace pocos meses. Su silueta recuperó sus medidas juveniles rápidamente, aunque sus senos mostraban una nueva presencia muy llamativa, más llenos, generosos, que capturaban la atención de todos los varones que se cruzaban con ella por la calle. No podían quitar la mirada de su escote o de la forma opulenta en que se marcaban a través de la ropa. Claro que le agradaba sentirse atractiva, pero detestaba que los hombres la miraran sin clase, sin delicadeza…

Sandra…! -escuchó detrás de ella, sin poder evitar ponerse a la defensiva, pero al voltear dio un respiro de alivio, esbozando una amplia sonrisa.

Hola, ¡¡¡¡Eduardo!!!  – le alegró mucho verlo, como cada vez que venía a visitar a su hermano…o a su hijo…

¿Qué haces por aquí? -preguntó él, mientras respondía al abrazo y el beso en la mejilla que ella le dio.

De compras…como que el atuendo de embarazada ya no me queda bien… -respondió ella en tono de broma…

Ya veo… la verdad es que te ves muy bien, muy hermosa – le dijo mirándola a los ojos.

Ella sintió ruborizarse, pero no sintió desagrado en ningún momento. Al contrario. Le encantó sentirse admirada con tanto cuidado. Río íntimamente al desear que él si clavara la mirada en su escote…

Dios…su control me aloca…-pensó ella, notando que él no apartaba la mirada de sus ojos verdes y estremeciéndose al sentirlo acercarse para hablarle al oído para evitar el bullicio de la gente…

Aún más hermosa que antes…-le oyó decir suavemente.

Su aplomo varonil le hizo sentir un súbito calor de pies a cabeza. La verdad es que le encantaba lo forma en que la estaba piropeando…

Anda ya, – río ella – deja de bromear…

¿Te parece que bromeo? -mirándola fijamente.

Eh… – sin saber que más decir. Cuando él la miraba así, nada más parecía existir. Ella podía claramente sentir como el rubor llenaba sus mejillas…

¿Veo que aún no compras nada…- como cambiando de tema y mostrando el brazo en gesto caballeroso -te gustaría una escolta?

¿Estás seguro? – preguntó ella.

Me encantaría…- y ella lo tomó del brazo…

Estuvieron así por varias horas, visitando una multitud de tiendas y curiosamente ninguno de los dos parecía cansado o aburrido de ello. Las risas y comentarios ante cada prenda llenaban su conversación…así como las anécdotas sobre el bebé.

Uffff!!! Me duelen los pies como no te imaginas – comentó Sandra mientras se sentaban a tomar una bebida…

Lo imagino, pero no me vas a negar que te estas divirtiendo, ¿no? – interrogó él.

Tienes razón, no la pasaba tan bien desde hacía tiempo…-respondió ella. – Y me parece poco usual que un hombre disfrute acompañando a una mujer a comprar ropa. La mayoría lo consideran poco masculino y aburrido…

¿Poco masculino? Mmmmm…-dijo él girando la cabeza en gesto de desaprobación – te parece que admirar a una mujer hermosa y femenina eligiendo cuidadosamente el atuendo perfecto es poco varonil?

Ella lo miraba sin pestañear, sintiéndose ruborizada y a la vez tremendamente halagada con sus palabras. Eran directas, sencillas, sin disfraces. Definitivamente sabía cómo hacer sentir bien a una mujer. Sandra no pudo evitar pensar en lo que hubiera pasado si es que realmente lo hubiera besado años atrás…

Por un lado, le atraía mucho su cercanía, al punto de hacerla estremecerse, pero por otro lado su forma de ser tan controlada, tan dueño de la situación la desconcertaba. No estaba segura de que él sintiera algo similar o simplemente fuera un leve flirteo sin compromiso. Después de todo eso sería comprensible ya ella probablemente no era para él más que la muchacha superflua e inmadura que lo abochornó años atrás…

Los ojos negros de Eduardo taladraban su alma, perturbándola y atrayéndola a la vez. Era como si estuviera viendo una llama encendida, y aun sabiendo que se podría quemar en ella, no podía evitar acercarse más y más…

¿Dime, Sandra, te gustaría tomarte unas cortas vacaciones con tu hermano y el bebé? – Le preguntó de improviso Eduardo.

¿Vacaciones? ¿A qué te refieres? – un poco extrañada ante la proposición.

Bueno, acabas de entrar de vacaciones en la universidad, ¿no es cierto? – preguntó él.

S-si…- aún más intrigada.

Un amigo me quiere vender una casita en un balneario del norte y me ha invitado a que pase una semana allí para ver si me gusta… – explicaba él – la verdad es que odiaría pasar una semana solo allí y apreciaría mucho la opinión de ustedes al respecto…

Sandra trataba de no hacer algún gesto que se notara, pero en su cerebro las ideas ya estaban fluyendo rápidamente. Se dio cuenta de que Alex no podría acompañarlos, estaría trabajando fuera de la ciudad. Serían ella, el bebé y él, solos, por una semana completa. La idea la hizo estremecerse. Si tan solo el tenerlo cerca cuidándola mientras se estaba recuperando de las complicaciones del parto había sido suficiente para inquietarla como lo hacía, no quería ni imaginar lo que sucedería al estar sola con él… aun cuando no tuviera la certeza de que él sintiera algo por ella.

Si…me encantaría – dijo sin poder creer sus propias palabras. No tuvo la menor idea de cómo la respuesta salió de sus labios con tanta facilidad.

¡Fantástico! – ¿Dijo el entusiasmado – ¿Pasaré a recogerlos el lunes a las 7:30 de la mañana, te parece?

¡Perfecto! – Contestó ella aun dudando si sería una buena idea…

La noche previa al viaje, pareció infinitamente larga y apenas pudo cerrar los ojos. Se encontraba mirando el reloj a cada rato, como si haciéndolo, fuera a hacer que las manecillas corrieran más de prisa. Él bebe dormía apaciblemente y ella lo miraba. Recordando como Eduardo lo cobijaba tiernamente en sus brazos para alimentarlo, cambiarlo y simplemente mimarlo. Le parecía increíble que ese mismo hombre que ella no supo apreciar antes, fuera capaz de despertar en ella sentimientos tan diversos. La ternura de un padre amoroso y tierno, el desinteresado cuidado de un compañero ayudándote cuando eres incapaz de valerte por ti misma, el férreo e incondicional apoyo de un hermano hacia Alex, el electrizante estremecimiento en su cuerpo de mujer cuando esos ojos negros se clavaban en ella, cuando casualmente rozaba su piel, las imágenes de su cuerpo desnudo y sensual grabados en la memoria de ella, torturando sus sentidos…

Sonó el timbre de la puerta. El corazón parecía querer salirse del pecho agitado. Se levantó de un salto y rápidamente se vio frente al espejo del closet. Llevaba una pequeña camiseta de algodón sin mangas, en color pastel, que dejaba al descubierto su abdomen plano, terso y su coqueto ombligo. Sus curvilíneas caderas lucían unos shorts cortísimos de color blanco, que, aunque no eran transparentes, ella temía que revelaran el bikini de hilo dental que estaba vistiendo. La verdad es que las nalgas de Sandra no podían pasar desapercibidas. Eran firmes redondos, desafiantes y la forma alucinante en que el breve trozo de tela se perdía en la enloquecedora profundidad de su raja tenía un efecto hipnótico sobre el más santo de los varones. Así, aunque se encontraba vestida con ropa ligera se sintió desnuda, tal vez, porque cada vez que él la miraba, la hacía sentir así, sin proponérselo. Se puso una bata corta de seda y salió rápidamente hacia la puerta

¡Hola! – dijo ella, no pudiendo reprimir una sonrisa al verlo ahí, tan masculino, tan seguro de sí mismo. Vestía unos pantalones de lino crema, y una camisa de algodón con motivos hawaianos…

¿Hola, Sandra…están listos? – preguntó él sonriendo.

S-sí, pero Alex no pudo venir, tuvo que irse a la provincia nuevamente – dijo ella esperando la reacción de él.

Mmmm, de veras? – Frunciendo el ceño, para inmediatamente esbozar una amplia sonrisa. – Bueno, así el bebé no tendrá competencia con los juguetes…

Sandra se oyó a ella misma riendo ante la ocurrencia de Eduardo. La risa se interrumpió al sentir la mirada de él descendiendo hasta posarse en sus pies descalzos. Se sintió desnuda nuevamente. Eduardo la miró de nuevo a los ojos.

¿Te ayudo con tus cosas? – se ofreció él.

Claro, y gracias… – respondió ella mientras giraba rápidamente tratando de disimular sus mejillas enrojecidas. Rápidamente le señaló una maleta cerca a la puerta.

Caminó hacia el dormitorio y vio al bebé moviendo las manitos alegremente. Introdujo sus delicados pies en unas coquetas sandalias de color arena. Se quitó la bata de seda que llevaba, levantó a la criatura en sus brazos y casi cubriéndose con el cuerpecito salió de la habitación…

Lo vio esperando de pie, sintiéndose cada vez más desnuda a cada paso que daba hacia él. Sentía como si el corazón emprendiera una alocada carrera. El sosteniendo la puerta, le ofreció el paso y cerró la puerta tras de ella. Sandra no se atrevió a voltear a verlo por temor a sorprenderlo mirándola, pero aún así sintió como si su cuerpo fuera detalladamente escudriñado por atrás. Él se puso a su lado…

¿Nos vamos? – preguntó el en tono jovial

Claro… – encaminándose ambos al ascensor.

El día era realmente hermoso y los paisajes denotaban hermosos colores veraniegos. Mientras el vehículo se movía velozmente por la carretera, ella sentía el aire cálido en su rostro, su cabello. Las olas golpeaban interminablemente las formaciones rocosas. Definitivamente unas vacaciones no le vendrían nada mal.

El bebé dormía cómodamente en el pequeño asiento que Eduardo había conseguido. Detalle que agradó mucho a Sandra.

Parece que adorara al bebé – pensó ella sonriendo mientras veía a la hermosa criatura dormitando apaciblemente.

Es hermoso, ¿no? – le oyó decir.

La verdad que si…- respondió ella – es lo más hermoso del mundo para mí…

Ambos sonrieron mirándose y la conversación siguió animadamente. Él le hablaba sobre el área en la que estaba la propiedad que visitarían, su historia, las atracciones del pueblo. Las playas eran realmente hermosas, con aguas muy cristalinas y arenas casi blancas que invitaban al relajo total.

Era agradable sentir a la vez los rayos de sol en su rostro, sus brazos, las piernas torneadas que lucían realmente hermosas en ese breve pero adecuado atuendo. Sintió la mirada perturbadora de él recorriendo su piel y sin querer, tal vez por rubor, recogió sus piernas sentándose en forma muy formal…

Te vas a broncear más aún, ¿eh? – comentó él.

Así parece… – respondió ella. – aunque odio las marcas que dejan las ropas de baño y las sandalias…

Entonces quítatelas… – exclamó Eduardo.

¿Como…? – ella abriendo los ojos, ante el inesperado comentario…

Las sandalias… – dijo él sonriendo – quítatelas y deja que el sol caiga libremente…

Pero… no se – dudó ella

Anímate, además tienes unos pies muy hermosos, no tienes por qué avergonzarte…

Bueno… – dijo ella

Y sacándose las coquetas sandalias que llevaba tímidamente recogió los pies en el amplio asiento…

Jajaja…que tímida eres, ¡mujer! – riendo él – deja que les caiga el sol, que no hay nada en ti que no se vea bien.

Ella sintió eso como un desafío, pero ella no era de las que se amilanaba. Sabía que poner sus pies sobre el panel significaría que sus muslos se exhibirían completamente ante sus ojos. Acaso no deseaba ella misma que la mirara con ojos de hombre, ¿que se sintiera atraído por ella?

¡Qué diablos! – pensó ella – y posó sus hermosos pies dejando a la vista de Eduardo sus tentadoras piernas. La piel tersa y dorada realmente era un portento digno de admirarse. La forma perfecta de los pies, las pantorrillas firmes, las rodillas tenues, los muslos cautivantes…

¿Lo ves? No estás más cómoda así – preguntó Eduardo admirando el portento de mujer que yacía a su lado en casual pero tentadora pose, perfil tentadoramente angelical, largo cabello rubio ondulando al viento.

Si…es rico sentir el sol así. – Afirmo ella con una risita.

Espero solamente que no causes un accidente con los conductores que pasan por nuestro lado- dijo él riendo con ganas…

Y siguieron el resto del camino riendo y conversando relajadamente…

Esta será tu habitación y del bebé – le mostró él.

El amplio cuarto tenía una amplísima ventana que daba hacia la playa paradisiaca, paredes blancas, piso de madera, una enorme cama, closet con espejos, un baño con ducha doble circundada por paredes de bloques de vidrio y un amplio jacuzzi. La decoración era exquisita, muy contemporánea con motivos de diversos países. Se notaba que el dueño era alguien que gustaba mucho de viajar.

Me encanta, gracias…

Mi habitación es la contigua a la tuya – le indicó él – por si se te ofrece algo.

Ella lo miró esperando notar una expresión, una insinuación, pero no podía estar segura de lo que vio. El siguió mostrándole el resto de la casa, aprovechando que el bebé seguía dormido en el dormitorio.

El ambiente era realmente acogedor, relajante, bien iluminado pero provisto de persianas de bambú que podían dar un toque de privacidad si se deseaba. Notó que había otras viviendas, pero no tan cerca, la playa no era al parecer publica, sino exclusivamente para el uso de los propietarios…

El continuó haciendo el recorrido de la propiedad con ella.

Aquí está la piscina… – exclamó él.

Wow! Es bastante grande… – comentó ella.

Por eso me encanta esta casa. – respondió él – me fascina nadar, ya sabes…

Ella sin mirarlo recordó esa visión del cuerpo desnudo de él deslizándose en el agua.

Los dos sentimos pasión por el agua – pensó ella con una sonrisa.

Cuando oscurezca te mostraré un interesante detalle de esta piscina…

¿Cual? – inquirió ella

Más tarde…se paciente – mientras tocaba levemente su frente con el índice.

Ella quedó intrigadísima, pero decidió esperar…

¡Estuvo riquísimo! – exclamó ella, luego de degustar los spaghettis que Eduardo había preparado con sus propias manos. Era interesante observar a un hombre capaz de usar una cocina con gran eficiencia. Los años que Eduardo había pasado en el extranjero realmente le habían permitido aprender muchas cosas.

Me alegra oír eso – respondió él con una sonrisa mientras le acercaba su copa de vino para brindar con ella…

Cling! – sonaron las copas al chocar levemente…

¡Salud! – dijo Eduardo mirándola fijamente con una leve sonrisa dibujada en el rostro.

¿Por qué brindamos? -preguntó ella.

Por tu compañía… – respondió él – es agradable tenerte aquí.

Es agradable estar aquí – respondió ella discreta pero muy a gusto por el comentario de Eduardo…

Míralo…-exclamó él – se nota que le gustaron los fideos…

Jajajaja! – rio ella de buena gana al ver a su hijo sorbiendo un larguísimo fideo con gran entusiasmo, la cara totalmente cubierta de salsa de tomate… Finalmente, cuando el último tramo del fideo se perdió entre los labios del chiquitín este procedió a aplaudir en señal de triunfo.

Si, señor, eres un campeón de la pasta – dijo Eduardo mientras el bebé se regocijaba que celebraran su hazaña.

¡Dios! ¿Por qué no lo vi entonces? – pensó ella, recordando con pesar las circunstancias entre ellos años atrás.

A ver, venga para acá – recogiéndolo de la silla y llevándolo delicadamente en sus fuertes brazos – vamos a lavarle la carita…

Ella lo vio alejarse y juntar la cabecita infantil contra la suya, dándole un afectuoso beso en la frente, mientras le hablaba cariñosamente. Parecía que se establecía una animadísima conversación entre los balbuceos del bebé y las palabras de Eduardo. Le tenía afecto, no se podía negar en absoluto. Fue el quien lo vio nacer, el primero que lo tuvo en brazos, quien lo cuidó de recién nacido, día y noche, infatigablemente. Sandra sonrió conmovida mientras oía al dúo en alegre coloquio desde el baño.

Así, a ver, vamos a limpiar esa carita, ángel…te gusta el agua, ¿verdad? ¿A mí también, sabes? ¡Y a tu mamá, como no te imaginas! Ya pronto aprenderás a nadar, yo te voy a enseñar… Te enseñaré todo lo que quieras, pícaro, siempre, siempre…

Sandra miraba por la ventana como las olas rompían contra las rocas, sentía los ojos humedecidos, pero no había angustia en ella, solo paz…

¿Se durmió? – preguntó él.

Finalmente…-respondió ella – estuvo jugando a sus anchas en la arena…

Ahora tu sorpresa… -exclamo él en tono travieso.

Ella lo vio acercarse a ella y tomarla de la mano. Esa sensación cálida de la mano bastó para estremecerla. Sin darse cuenta su mano apretó la de él y se dejó llevar. La brisa era tibia a pesar de que ya anochecía. El la llevó hasta la alberca que apenas se podía ver reflejando la luna en la casi total obscuridad.

Anda, metete al agua… – sugirió él.

¿Ahora? – preguntó ella.

Si…ahora – afirmó

Dudando ella dejó caer la toalla que rodeaba su breve cintura y sintió como sus muslos, sus nalgas expuestas por el hilo dental que llevaba eran acariciados por la calidez veraniega. En la oscuridad se sintió de cierto modo a salvo de los ojos de él recorriendo su cuerpo. Ella estaba acostumbrada a usar breves ropas de baño, pero ante él todo era diferente.

Ella se sumergió casi de inmediato. Era agradable sentir la tibieza del agua a pesar de la penumbra casi total.

¿Qué tal está el agua? – preguntó él.

¡Riquísima! – respondió ella, notando que la voz provenía ahora de un punto distinto, como si se hubiera hubiera alejado ligeramente. – La verdad es que es extraño, pues nunca me había bañado en total obscuridad…

Jajaja – rio Eduardo – ¿Estás lista para tu sorpresa?

S-si! – afirmó Sandra, sin tener la menor idea de lo que podría suceder…

Y en un instante la alberca se vio completamente iluminada desde debajo de la superficie. El patio completo tomó un color azul blanquecino que ondeaba sobre todas las superficies gracias al movimiento del agua que alteraba el comportamiento de la luz…

¡Que hermoso! – exclamó Sandra – me parece increíble…

¿Te gusta? – preguntó él.

Me encanta – dijo ella sonriendo ampliamente.

Me alegra mucho, Sandra – respondió él.

Ella lo vio tirar la toalla que llevaba sobre los hombros sobre una de las camillas y lo vio dirigirse con paso seguro hacia el trampolín.

No soy un profesional como tú, pero me encanta hacer esto – dijo él en tono travieso.

Cuando se dio cuenta que él daría un clavado hacia el agua se percató que, con esta iluminación plena, él podría verla casi tal cual vino al mundo. Sentía que no sabía dónde meterse y por un instante giró como buscando un refugio. Levantó la mirada y lo vio sonriendo mientras caminaba sobre la plataforma. Vio en él una mirada de chiquillo, emocionado, casi inocente…y se sintió ridícula.

Al fin y al cabo, es sólo una ropa de baño – se convenció a sí misma – nos estamos divirtiendo y somos jóvenes…no tengo de que avergonzarme.

Y así se quedó mirándolo, mientras este mantenía equilibrio en el borde mismo del trampolín completamente inmóvil. Sandra miraba como en cámara lenta la manera en que Eduardo flexionó ligeramente las piernas y el cuerpo para extenderse en manera violenta usando el impulso del trampolín para ganar altura. Lo vio extenderse perfectamente en el aire, iniciando una rotación de cintura que lo hizo girar 180 grados antes de que su cuerpo de alinear impecablemente sin llegar aún a tocar el agua con los dedos. Un chapoteo casi imperceptible fue seguido por unas hondas de la prácticamente inalterada superficie del agua.

¡Magnifico! Pensó Sandra mientras veía como cambiaba de dirección bajo el agua y emergía cerca de ella.

No seas mala con tu opinión… – sonrió él, ya cerca de ella.

¿Mala? ¿Por qué lo dices? ¡Ha sido excelente! – preguntándose si había estado entrenando clavados. Esa técnica no podía ser fruto de un simple aficionado por más atlético que fuera. Toma tiempo desarrollar esa precisión de movimientos.

Se agradece su generosidad, gentil dama… – haciéndole una reverencia.

¿Por qué no me enseñas como se hace? – agregó él.

Nuevamente surgió en ella la duda, pero la tentación de practicar clavados después de tanto tiempo era demasiado grande…

Está bien, pero no te rías, ¿eh? – sentenció ella – debo estar fuera de forma…

No lo creo… – mientras la veía emerger de la piscina de espaldas a él. Las curvas de Sandra eran más hermosas que antes según pensaba él.

Sandra se dirigió con paso flexible al borde del trampolín y en breve impulso, ya se encontraba surcando el aire, donde después de prácticamente tocar sus piernas con la frente, hermosamente se arqueo hacia atrás penetrando la superficie del agua como una saeta.

Y esa solo fue la primera de una numerosa serie de clavados. Durante por lo menos 2 horas ambos pasaron el tiempo entre chapuzones divertidos y alegre charla, hasta que ambos decidieron ir a descansar al estar bien entrada la noche.

Usa la piscina y la casa cuando y como quieras, Sandra – ofreció él.

Gracias, Eduardo – respondió ella – fue una bonita noche…

Me alegra oír eso – mientras ella lo miraba desde el umbral del dormitorio hasta donde él la había acompañado – Que duermas bien…

Tú también – Sonrió ella – hasta mañana…

Lo vio cerrar la puerta de su habitación…

Eran aproximadamente las 2:30 de la madrugada cuando se despertó sobresaltada por un ruido extraño. Observó la cuna y vio al bebé durmiendo apaciblemente. Durante la noche solo se había despertado una vez con hambre y ella lo amamantó hasta que se satisfizo. Sonrió al verlo durmiendo en caprichosa pose.

Definitivamente sacó mi estilo de dormir…- pensó ella.

Clang! – nuevamente el ruido.

Intrigada salió de su cuarto y esperando oír nuevamente el ruido…

Clang! – la hizo dirigir la mirada hacia la puerta de la habitación de Eduardo.

Tocó levemente con los nudillos, pero no hubo respuesta. Lo intentó nuevamente. Nada.

Clang! – El sonido nuevamente apareció. Ella silenciosamente trató de abrir la puerta intentando no despertar a Eduardo. La puerta cedió y se abrió. La habitación estaba en una penumbra casi total. Con dificultad vio a Eduardo echado de lado con el rostro hacia la puerta con una sábana cubriendo la mitad inferior de su cuerpo solamente. Probablemente vestía solo un calzoncillo debido al calor.

Clang! Se dio cuenta que una cortina había sido parcialmente arrastrada hacia afuera por el viento y se había enganchado en la ventana abierta. El viento movía a su antojo la cortina haciendo que la hoja de la ventana se abriera y cerrada golpeando constantemente el marco de la ventana. Ella liberó la cortina, y le hizo un nudo para evitar que se volviera a enredar. La luz de la luna iluminó mejor la habitación.

¡Que tal manera de dormir! – susurró ella sorprendida de que el ruido no lo hubiera despertado. Pero lo cierto es que Sandra tenía el sueño extremadamente ligero. El ruido era en realidad leve, pero para ella era suficiente para no dejarle conciliar el sueño. Se volvió y vio a Eduardo durmiendo apaciblemente. Sin querer se acercó lentamente a él para observarlo.

¡Oh! – sorprendida.

Al verlo con más detenimiento se dio cuenta que estaba de espaldas a ella y su trasero totalmente al aire. ¡Estaba totalmente desnudo! Ella se quedó inmóvil y lo veía desnudo a solo un par de metros de ella. Vio la fuerte espalda expandiéndose con la pausada respiración. Los hombros fuertes, los brazos fuertes. Glúteos redondos, musculosos…y ella sonrió. Le pareció hermoso. Se preguntó qué pasaría si él se despertara y la sorprendiera así, mirándolo desnudo…

Estaba a punto de emprender la salida cuando lo vio girar y yacer sobre su espalda. La sábana que cubría el cuerpo simplemente no siguió el movimiento y…

Dios mío… – exclamó Sandra en un susurro.

Al girar la sabana dejó al descubierto la gruesa verga de Eduardo ostentando una majestuosa erección. Totalmente erguida, imponente, con la cabeza henchida, amoratada, con leves movimientos de oscilación pulsátil. Y los ojos de Sandra no se podían despegar de esa visión. Verlo así, exhibiendo la primera erección que veía en su joven vida. Era atemorizante para ella, pero a la vez fascinante. Sus ojos recorrieron con detalle la longitud, el calibre respetable, la superficie recorrida por venas gruesas henchidas. El glande brillante que sin entender cómo, le provocaba una salivación inexplicable. Sin explicárselo, se preguntó cómo se sentiría en sus manos. Se asustó cuando se dio cuenta que ardía de deseos de tocarlo, acariciarlo.

¿Qué diablos estoy haciendo? – cuando se dio cuenta que se encontraba arrodillada a lado de la cama, a tan solo centímetros de ese cetro que parecía llamarla.

Sus ojos no se despegaban de él. Solamente para ver ese pecho que se elevaba pausadamente al ritmo de su respiración, su abdomen fuerte y definido, esos vellos ensortijados que cubrían la gruesa base del mástil de carne. Notó como el grosor del cilindro era constante, casi perfecto. No supo cómo su mano se acercó a ese cetro y trató de detenerla, pero no pudo. Vio horrorizada como sus dedos no le obedecían y se cerraban alrededor de esa majestuosa verga, tratando vanamente de circundarlo. Era inútil, era demasiado grueso. Tan pronto sus dedos sintieron el avallasador calor de ese instrumento de placeres deseados, notó como las grandes bolsas escrotales se encogían dando la bienvenida a la inintencional caricia. Sandra sentía la feroz palpitación en su pecho y un calor avallasador recorriendo su cuerpo desnudo bajo el camisón de dormir.

Sus ojos miraban asustados al rostro de Eduardo, temiendo que se despertara, pero retornaban inmediatamente al centro de su fascinación. Era duro, grueso, caliente, y palpitaba. La piel delgada dejaba sentir las sinuosidades que sin saber por qué se le antojaron deliciosas. No se percató del leve movimiento ascendente y descendente que su mano instintivamente trató de imprimir…y notó una gota brillante transparente que surgió tímidamente de la pequeña apertura de la cabeza. Se quedó quieta, perpleja mirando el fluido con detenimiento. Mas…más cerca, cada vez…

No…no… – se impuso ella misma en silencio cuando se dio cuenta de que su rostro estaba prácticamente a unos pocos centímetros sobre el pene, sus labios entreabiertos, sin entender por qué…

Mmmm….. – gimió muy levemente Eduardo con el rostro aún vuelto hacia la puerta, sin verla. Parecía seguir dormido.

Oh, no te despiertes…por favor – rogó ella en silencio.

Sus dedos lenta y temerosamente empezaron a despegarse de la piel. Lentamente se puso de pie y sin dar la espalda a Eduardo se dirigió hacia afuera de la habitación que cerró con mucho cuidado.

¿Que es lo que estuve pensando? – cuando entró a su propio cuarto y cerró la puerta con la espalda.

¿Que estuve a punto de hacer? – mientras se echaba en la cama.

Sentía como su rostro quemaba, su respiración agitada y esa humedad caliente entre sus piernas que no estaba dispuesta a dejarse ignorar…

Yacía sobre su cama, inmóvil, mirando al techo, tratando de calmarse y momentáneamente cerró los ojos. No pudo evitar que las imanes golpearan su mente nuevamente.

Oh, ¡Dios! – exclamó, al recordarse a punto de tocar el sexo de Eduardo con sus labiosano…

Instintivamente se llevó las manos al rostro, tratando de acallarse ella misma. Y fue peor así. Sintió ahora el aroma del sexo de ese macho, impregnado en su mano. Ella lo había sentido y extrañamente, se le antojaba irresistible. Sin quererlo, inhalo profundamente…

Ahhh! – dejó escapar un suspiro al sentir una oleada de calor recorriendo su cuerpo entero. Su espalda se arqueó en un espasmo y recogió sus piernas. El roce de sus muslos plenos fue inevitable. Inconscientemente bajó la mano que no había tocado el ariete tratando de aquietar las sensaciones que estaban humedeciendo su vulva encendida.

Ooooh…! – al sentir las yemas de sus dedos rozando el henchido clítoris bañado en sus cálidos jugos de hembra…no podía…era imposible detenerse ahora…lo deseaba…hubiera querido que fueran los dedos de él los que se perdían entre sus labios brillantes e hinchados. Los dedos iniciaron su propia danza enloquecedora, haciendo círculos suaves, torturando esa pequeña cereza carnosa con más placer. Su nariz, parecía querer perderse entre sus dedos, extrayendo más aroma del sexo que minutos antes había tocado. Un dedo se perdió en su boca, luego otro…chupándolos con fruición. Su mente era bombardeada de imágenes en las que ella misma se veía circundando ese pene con sus labios, abarcando su alucinante grosor, sintiendo la textura rozando sus carrillos, sintiendo su lengua alrededor de ese amoratado glande, recorriendo el borde, jugando con el orificio. Sintió un sabor extraño pero delicioso. Al parecer sus dedos habían rozado el glande y el sabor de esas gotas preseminales había quedado en ellos. Saboreó con deseo, a la vez que con las yemas del pulgar e índice de la otra mano imprimía un movimiento de rotación sobre el clítoris como tratando de darle cuerda a un reloj.

Ahhhhhhh….Eduardooooo – escapó de sus labios – me corrooooooo…….ohhh, uhhhhh…

En un espasmo violento, apoyó los talones en la cama y proyectó su pubis hacia el techo de la habitación, únicamente apoyada en sus pies y su espalda. La tenue luz de la luna dibujaba su hermosa y arqueada silueta en un cautivador espasmo orgásmico que tardo varios segundos en desaparecer, cuando finalmente el movimiento de su mano en su entrepierna ceso lentamente y sus nalgas descendieron nuevamente al lecho…

Sus ojos estaban llenos de lágrimas por la intensidad del orgasmo que acababa de sentir. Su pecho se agitaba mientras trataba de normalizar su respiración…

Oh…Eduardo…te amo…- susurró ella luego, casi en un sollozo. – no te das cuenta como me tienes…?

Y así, lentamente se dejó ganar por el sueño…

Continúa la serie << Hombría III

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