Cuando entras en mi casa puedes dejar todo el mundo exterior al otro lado del rellano. Lo sabes, y se te nota. Aquí no existe nada de lo que te taladra el alma allí fuera, aquí no hay prisas, ni presiones, ni preocupaciones. El aire que respiras aquí oxigena tus pulmones pero también tu espíritu. Con tus pies aún en el felpudo de mi puerta sueles soltar un suspiro profundo, como si quisieras dejar atrás el humo espeso y áspero que contamina tu mundo allí fuera para entrar limpia en esta atmósfera. Aquí no importa nada que no esté al alcance de nuestros dedos.
A veces, sí, a veces me haces un análisis detallado de todo aquello, me lo confiesas en charlas que son más terapia que narración, y yo escucho con la curiosidad del que quiere entenderte aunque sin ánimo cotilla. En esas ocasiones mi sofá es un diván y mi hombro un titulado en psicología. Pero eso ocurre solo a veces, en el salón. En zona neutral. Una vez traspasado el umbral de mi dormitorio no existe nada de eso, ni siquiera lo recuerdas, porque aquí solo hay piel, tacto, sabores, formas, olores. Cuando desaparece la ropa solo queda cuerpos, piel, deseo, ansia. Y placer. Mucho.
Por eso te la estás quitando despacio, pieza a pieza, como si quisieras regalarme cada nueva imagen de la mujer que va emergiendo bajo las prendas como una fruta que surge entre los pétalos de una flor madura. No tenemos prisa, aún, y yo te espero medio vestido, sentado en la cama. Estás a distancia de uno de mis brazos, pero ahora mismo mirarte ya es suficiente espectáculo. Conozco tu cuerpo de memoria pero siempre consigues que te mire con la curiosidad de la primera vez. Parece que apenas te muevas, pero tu cuerpo oscila en un baile lento que hace cimbrear tus caderas. Estás de pie, entre el espejo de la pared y mi cama, concentrada en tu proceso de desnudez, pero para mí ya es como si estuviéramos follando, porque te siento extraordinariamente cerca de mí. Quiero verte más, quiero disfrutar más de tu espectáculo, quiero absorber más imágenes de ti haciendo lo que haces. Deseo más de ti, lo que veo ahora mismo, la cantidad de ti que percibo, es demasiado poco. Y entonces encuentro tu reflejo en el espejo de la pared.
Estás de espaldas a mí, enseñándome tu culo aún cubierto por tus braguitas, y desabrochas tu sujetador. Puedo ver cómo tu espalda queda al aire y me imagino recorriendo con mi lengua el valle que forman tus músculos a ambos lados de tu columna. Llego a sentir incluso tu forma de estirarte por las sensaciones cuando lo hago, hasta llegar muy arriba, hasta tu nuca. Pero cuando dejas caer tu sostén me olvido de tu espalda y mis ojos se van a tu reflejo frontal. Veo la forma en que se liberan al aire tus dos pechos, con la piel aún marcada por las estrecheces de tu ropa interior, y mi imaginación se vuelve a desatar. Tú te asomas, te giras a mirarme por encima de uno de tus hombros para provocarme, para seducirme, para incitarme con tu sonrisa, y descubres que estoy haciendo trampa.
– ¡Eh! ¿Qué miras?
Sabes de sobra que te miro a ti, que me estoy dando un atracón de deseo por tu piel y por tu cuerpo, pero finges indignarte conmigo, como si fuera un chico malo que se ha portado muy mal y merece un castigo. Me hago el sorprendido e invento rápido. Ya sabes que cuando estoy excitado las palabras acuden a mí muy deprisa, y ahora estoy muy excitado.
– A esa mujer de ahí, la que está desnudándose, justo delante de ti. Es preciosa.
Me miras fijamente y entiendes. Siempre entiendes mis perversiones.
– ¿Esa, dices? – Señalas el espejo. – ¿La encuentras sexy?
– Mucho. Me da bastante morbo mirar lo que hace con ese tipo calvo…
– Voyeurismo inesperado…
– Eso es. ¿Crees que ese viejo le puede gustar a una mujer tan guapa?
– Parece que sí, ella le pone bastantes ganas. Normal, el tipo ese me pone a mil… y ella no está tan buena como tú dices…
Te acercas al espejo, casi desnuda, y miras tu cuerpo. Señalas sobre el cristal, más o menos en el lugar donde se reflejan algunos defectos que para mí no lo son, y desde donde estoy parece que, realmente, estás señalando a una mujer que está allí, al otro lado, junto a un tipo calvo, cuarentón, sentado en la cama y que observa a las dos mujeres con la baba a punto de rebosar de los labios. Te acercas un poco más al espejo. Te aseguras de que puedo seguir viendo lo que haces, y agarras uno de tus pechos. Lo llevas contra el cristal. La mujer al otro lado hace exactamente lo mismo. Y vuestros pechos chocan uno contra el otro, justo contra el pezón. Veo vuestras dos miradas de lascivia. Me está gustando mucho el espectáculo.
Abres la boca. Mucho. Sacas la lengua, y la dejas colgar por delante de tu barbilla mientras me miras. Luego giras la cabeza y la que me mira es la otra mujer, que también lleva la lengua fuera, y acercáis vuestras caras. Tu lengua lame la suya, competís a daros lametones mientras tus dedos acarician sus labios, y un reguero de saliva recorre el cristal, en línea recta. Tus caderas avanzan también contra el espejo, tu pelvis va media docena de veces hasta allí y vuelve, y aseguraría que estás restregándola contra esa mujer, que me mira con ojos encendidos mientras adelanta un brazo para llevar una mano debajo de tus braguitas. No sé si vas a dejar que te toque directamente allí o si vas a parar el juego, pero puedo ver cómo el elástico de las bragas se tensa alrededor de tus caderas y comienza a desplazarse hacia abajo. Tus nalgas aparecen mientras tus brazos se estiran hacia abajo. Seguro que también le estás quitando las bragas a la desconocida, e imaginarme lo que le estarás haciendo me lanza a un nivel superior de excitación.
El tipo calvo con gafas que estaba sentado en la cama ahora está tumbado. Solo veo su cabezota asomada por encima de su cuerpo, y sus manos haciendo algo con sus pantalones. Aparece su polla, dura, venosa, cabezona, como él, y te veo mirarla con lujuria. Sé que te estás relamiendo, mientras mantienes la caricia total que estás compartiendo con la desconocida. Sé que deseas expresarle a ese tipo cómo agradeces esa erección, y no quiero ser yo quien lo impida.
– ¿A qué esperas? – llego a decir, con voz ronca, la que me sale cuando estoy tan cachondo. La que tanto te gusta que utilice cuando tenemos sexo telefónico.
Parece que la mujer del espejo se te ha adelantado. Levanta una de las piernas, tanto que está muy abierta, y la pone encima de la cama. Luego levanta la otra y comienza a gatear. Se acerca al viejo afortunado. Trae la boca abierta, con la lengua fuera, igual que hiciste tú antes. Poco a poco, se le acerca, pero cuando está casi a punto de lamérsela, esa mujer se gira y me mira. Me mira a mí, a los ojos. Como si me dedicara la felación. Y esa mirada me atraviesa, me recorre y está a punto de provocar un estallido en mi glande. Un estallido de placer.
Tú no te has quedado atrás. No dejas que aquella desconocida te tome la iniciativa y también has venido hacia mí. Lo sé porque siento tu aliento recorriendo mi escroto, porque una gota caliente de tu saliva cae en uno de mis muslos y porque mi polla desaparece en el interior de tu boca. Es magnífico. Por un segundo me olvido de la pareja del otro lado del espejo. Me aspiras con un ansia sorprendente, te dedicas con total concentración. Quizá tú también te has olvidado de los dos de ahí enfrente. Pero yo no puedo evitarlo y saco la cabeza por un costado para ver cómo se ve lo que están haciendo allí. El tipo calvo de las gafas ha tenido la misma ocurrencia que yo. Intento evitar el contacto visual, y busco imágenes de la desconocida. Está aplicada a lo mismo que estás tú, con voluntad inquebrantable, el culo en pompa y las bragas a medio quitar.
– ¿Cuál de las dos lo hace mejor? – te pregunto.
Apartas la cabeza y os miráis, mientras mantenéis el movimiento con una mano. Os sonreís, lascivas, y os miráis a los ojos mientras volvéis a chupar. Como un campeonato, como una prueba, a ver quién es la primera que desvía la mirada. La otra no parece que vaya a parar de felar, pero te aseguro que yo estoy disfrutando muchísimo de la pugna. Entonces algo pasa. La desconocida deja de mirarte y me mira a mí, a los ojos, mientras sigue metiéndose la polla de ese viejo tan dentro como puede en la boca. Es una mirada tan intensa y tan sensual que la siento muy profundo, y será mejor que desvíe yo la mirada, o acabará todo. Tengo tu culo a la distancia de una mano y disimulo bajándote las bragas. Aprovecho y te hago caricias que sé que te gustan en sitios muy secretos, en lugares que ahora me encuentro mojados y calientes pero que yo deseo que lo estén más.
He deslizado la yema de mi dedo corazón entre tus labios mayores, para comprobar el nivel de lubricación, y estás tan mojada que he acabado buscando entre los menores. Lo primero que quiero encontrar no está en la superficie, sino debajo de la piel, y quiero localizarlo para centrar en él un montón de cosas que irán ocurriéndoseme, como siempre, ya sabes. Sigo la forma de tus pliegues sin ver nada de lo que hago pero sabiendo exactamente por dónde me desplazo y noto el bulto turgente que busco. Gracias a la lubricación el contacto es totalmente suave y puedo acariciarte en ese punto que tanto te gusta. De alguna forma lo que te hago repercute en lo que estás haciéndome tú, porque las trayectorias de tu boca a lo largo de mi pene son más largas, más profundas. Pero yo no voy a parar. Con la yema de mi dedo trazo círculos sobre tu clítoris, primero pequeños, apenas oscilaciones, luego cada vez más grandes y acaban siendo verdaderas masturbaciones. Rápidas, intensas, casi una vibración. Me enseñaste hace tiempo a hacértelo así y sé que es como a ti te gusta. Por eso jamás me canso de hacerlo. Luego llevo mi dedo índice más abajo, por encima de tus labios menores, y busco. Sabes lo que busco y dónde quiero acabar entrando. Sé que lo sientes y por eso lo hago despacio, para retardar el momento en que notes la yema asomarse y entrar a tu vagina.
Aún está más mojada. Es normal. Aquí dentro la temperatura es mayor. Mayor incluso que la de tu boca en mi polla. Hago pasar la primera falange y la notas entrar, despacio. Voy con cuidado, por si es demasiado pronto, pero tus caderas empujan para que acelere, así que entro tranquilo. Una segunda falange. Ahora ya estoy dentro de verdad. Meto la tercera. Todo el dedo dentro de tu coño. Empiezo a oscilar, dentro y fuera, y mantengo otro dedo a lo largo de tus labios, para que el movimiento lo arrastre por encima de todo eso, para que sientas el empuje dentro de ti pero también en tu clítoris. En la palma de mi mano se escurren algunas gotas que salen de ti, y decido que ya es momento de que sean dos los dedos. Quiero meterte prisa, quiero que sientas la urgencia que estás provocándome, y sobre todo quiero que disfrutes tanto o más como la mujer del espejo. Pero de momento no es en ella en la que pienso, sino en ti, en la forma de hacerte sentir mis dedos dentro de tu coño, y cuando ya tengo el índice y el corazón hasta la segunda falange los contraigo, como si fueran un gancho, como si quisiera rascarte en la parte anterior de la pared de tu vagina, como si supiera que ahí hay un punto más rugoso y lo buscara solamente para ver qué sientes, para notar tu reacción. Y vaya si lo noto, a través de tu boca, en mi polla. Y también la oigo.
Hay un gemido, con voz de mujer. No tengo muy claro si sale de ti o de la del espejo, pero ambas reaccionáis igual a lo que sea que habéis sentido. Tú te escurres, rápida, por encima de la cama, y mi mano se queda en el aire, con una gran cantidad de jugos goteando. Te desplazas arrodillada sobre las sábanas y parece que tienes muy claro qué es lo que quieres hacer y dónde quieres ir. Pones una rodilla a cada parte de mis caderas, dándome la espalda, y, como si fuera lo que más necesitas en el mundo, levantas mi polla en vertical y te dejas caer para que entre dentro de ti. Sé que estás lubricada, pero me sorprende la facilidad con la que se desliza. Apenas puedo verte más que la espalda y el culo, pero la mujer del espejo parece que está dedicándonos algún tipo de espectáculo, un especial para nosotros. De hecho, diría que es para ti, que quiere que tú la veas disfrutar. Y, lo que más me sorprende, tú también estás actuando para ella. Mi espejo es tu público. Me cabalgas sin miedo, sin freno, sin medida, empujando las caderas hacia delante como si quisieras enseñarle a la mujer del espejo cómo lo haces, como si quisieras que viera cómo se mete mi polla en ti. Como si le retaras a que se follara al viejo ese de la misma forma que tú me lo haces a mí. Y parece que lo consigues, porque te imita en todo, también te mira, encendida, y también levanta las caderas en el aire para que la veas abierta y penetrada.
– ¿Has visto cómo se folla el viejo a esa tía? – te digo – ¿Crees que ella está disfrutando?
– Te aseguro que sí…
– ¿Te follarías al viejo?
– Claro, en cuanto ella me deje un hueco me tiro encima de él. ¿Y tú te la follarías a ella?
– Una y mil veces…
– Yo también…
Me dejas perplejo con tu última respuesta. Paras tus movimientos sobre mí y miras fijamente a la mujer a la que acabas de manifestar que te follarías. Avanzas apoyándote en tus manos por la cama, hacia ella, sin quitarle ojo. Ella también te mira, y también viene hacia ti. Gateáis, a cuatro patas, lentamente, pero con una intensidad inmensa que casi puedo sentir. Alargas una mano y llegas al cristal. Ella también lo hace, y vuestros dedos entran en contacto. Luego, las palmas de vuestras manos. Aún estás arrodillada en la cama, igual que ella, y el viejo calvo con gafas se le coloca detrás. Sé lo que va a hacer, y me parece una gran idea. Hago lo mismo. Mientras te vuelvo a penetrar apoyas tu cara en la de esa mujer extasiada, le besas, combates con tu lengua contra la suya, y sobre todo gimes. También jadeas, y suspiras, y yo me muevo dentro de ti, sin interrumpir tu baile con la otra mujer, pero sin disminuir mi ritmo, sin bajar la fuerza, sin parar de barrenar tu coño a embestidas regulares. Miro a los ojos a la otra mujer, por si volviera a mirarme como me miró antes, pero ella solo te mira a ti, solo se concentra en las sensaciones que le producen el tipo que se la está follando y tus caricias. Deslizo mis manos por debajo de tus brazos y agarro tus pechos. Estás justo en el borde de la cama y no quiero que te caigas, agarrarte así será una buena idea. El tipo afortunado del espejo parece que también está de acuerdo y coge a su amante de la misma forma. Y ahora sí, voy a seguir follándote así hasta el final, porque sé que es como más te gusta, porque sé cómo sientes crecer el placer en esta posición, porque sé que, antes o después, comenzarán las oleadas en tu coño, que estrujarán mi polla y acabarán por hacer que me escurra dentro de ti, que eyacule toda la presión que se ha generado dentro de mí, que derrame todo mi semen en tu coño.
La primera en pasar la línea eres tú. Lanzas ese grito agudo que no puede acabar de salir porque se cierra el aire en tu garganta, ese sonido que siempre me indica cuándo te corres. Casi al mismo tiempo ella también se desploma sobre ti, con otro grito parecido, y os volvéis a besar. La imagen está tan llena de belleza que apenas me fijo en las convulsiones del tipo calvo y dejo que mi cuerpo se libere, que mis caderas te digan cómo he disfrutado, que mis jugos te expliquen cuánto me has excitado y qué bueno ha sido todo lo que ha pasado. Tú te pasas un ratito más besando a esa mujer, pero ahora parecen besos de despedida. Luego te giras hacia mí, me abrazas y me besas, de esa forma tan apasionada y tan dulce que tienes siempre de besarme después de correrte. Somos un ovillo, apretados y entrelazados, y acabamos en la cama, dispuestos a dormir toda la noche.
Al día siguiente me despierto solo en la cama. Son casi las diez, es mi horario habitual de persona parada. Debe de hacer casi tres horas que te marchaste a trabajar, pero tu aroma sigue recordándome que estuviste aquí. Aún huele a sexo, mucho, y en el espejo de la pared están los rastros de tu saliva. Mientras me preparo el desayuno echo un ojo al móvil. Cerca de cuarenta mensajes sin leer. Dios santo, ¿qué ha pasado? Los abro, nervioso. Son todos tuyos. Me tiemblan las piernas. Quizá has estado buscándome, me necesitabas para algo y yo estaba durmiendo. Se abre la ventana de nuestro chat. Un montón de archivos. Unas pocas fotos y un montón de vídeos, que se están cargando. Muy poco texto. No puedo creer lo que veo. Empiezo a visualizar los archivos.
En el primer vídeo apareces tú, en primer plano, casi a oscuras, con tu preciosa cara alumbrada solo por la luz de tu móvil. Estás en la habitación, en la cama, y mueves el plano para que se vea que a tu lado estoy yo, desnudo, durmiendo. Te aguantas la risa como puedes y enfocas a partes concretas de tu cuerpo mientras evitas todo ruido. Luego, una serie de imágenes: planos primerísimos de cada uno de tus pechos y de tu coño, fotos a mi polla y una en la que estás a punto de darme un beso en el glande. También hay un vídeo en el que tu mano se desliza entre tus muslos, por encima de tu monte de Venus. A estas alturas ya sé que no ha habido ninguna desgracia, y cuál es el motivo de tantos mensajes. Me relajo y me dispongo a disfrutar de lo que me quede por ver. El siguiente es continuación de ese, solo que ahora la mano llega más lejos, y tus piernas están más separadas. Hay una frase: “Sigue este ritmo”, y, claro, tengo que seguir tu orden. Cojo mi pene, ya erecto, y empiezo un movimiento para cubrirlo y descubrirlo al ritmo exacto con el que estás acariciándote en ese vídeo. En el siguiente tienes un dedo sobre tu clítoris y estás trazándote círculos sobre él, de esa forma que ya conocemos. Tengo el volumen del móvil al máximo, pero tú intentabas no hacer ruido y apenas te oigo jadear. Hay otro en que estás de pie, con un pie sobre la cama, y un dedo dentro de tu coño. También conozco cómo lo disfrutas. Me sorprende no haberme despertado, ni por el movimiento ni por los jadeos que, ahora sí, estás emitiendo. El siguiente vídeo me sorprende, me impacta, y está a punto de provocar el final de mis movimientos masturbatorios. Estás pegada contra el espejo, como hiciste anoche, y con tu mano libre intentas abrir tus labios y hacer que tu clítoris se roce contra el cristal. Empujas con tus caderas y te deslizas, pero no parece que consigas mayores sensaciones que la propia originalidad de la posición. El último de los vídeos eres tú, de nuevo en la cama, pero a horcajadas. Has dejado el móvil sobre el cabecero. Tienes la almohada entre los muslos, y la estás cabalgando. Es el último y veo cuántos minutos dura, así que sé cómo vas a acabar. Y tengo una idea. Voy a por el portátil, descargo ahí tu vídeo, y uso el móvil para grabarme a mí, mientras veo tu vídeo. En el plano aparece parte de mi abdomen, mi polla dura y venosa agitada por mi mano, mis muslos y, sobre ellos, el portátil, con tu vídeo en marcha. Acoplo la velocidad a la que subo y bajo arrastrando la piel de mi polla a la de tus caderas en el vídeo, acelero cuando tú lo haces, paro cuando lo haces tú, y me lanzo hacia mi orgasmo cuando veo que tú lo estás haciendo. Tengo en primer plano la cabezota de mi polla, comprimiéndose y liberándose con mis sacudidas. Cualquiera que sepa lo que está pasando sabe cómo va a acabar este vídeo. Acelero el ritmo porque veo que tú lo estás haciendo también, dejo que mi garganta gima para que el móvil lo grabe, y, justo en el momento en que en tu vídeo lanzas ese gritito que tanto me gusta oír, de la ranura del centro de mi glande surge una gota gorda y espesa que salta hacia arriba, hacia mi pecho. Y tras ella otra, y otra más, y acabo formando un reguero de semen pegajoso sobre mis abdominales.
Paro de grabarme. Son varios minutos de vídeo, bastantes megas, pero lo voy a mandar, sin ningún género de dudas. En media docena de clicks está en nuestra conversación, y te escribo un comentario para que tomes todas, todas, todas las precauciones posibles antes de verlo. Solo espero que no me hagas caso, que lo veas en una situación inapropiada, que eso haga que sea aún más excitante para ti y que prepares una venganza que esté a la altura. Y que todo eso te sirva para generar una burbuja que te sirva para aislarte en ese mundo al que vas cuando estás fuera de mi casa.