Espectacular encuentro

Hacía ya más de dos años que conocía a esta mujer, para ser exacto, diré que conocía aquella voz, pues nuestra relación existía sólo en un «videochat» y a través de e-mail.

Su voz es sugerente. Si por la voz se puede hacer un dibujo de una persona, podría decir que es una mujer culta, educada y elegante, a la vez es muy, muy morbosa.

La imaginaba alta, morena y delgada. Tal vez madura, de unos 39 o 40 años. Muy bien hecha y segura de su valía.

Por otra parte, era capaz de aparcar momentáneamente su coqueteo elegante y fino para convertirse en un auténtico animal bravo, una auténtica gata en celo capaz de llevar a un hombre al más fascinante orgasmo tan sólo con escucharla pedir… «Síiii…rómpeme el culo…uffff…siiii…la imagino dentro de mi culo…siento tu polla cómo me abre el ano…»

Frases así, en viva voz, gimiendo, jadeando en mis oídos es mucho para no explotar en un orgasmo monumental. Cámara Web en mano, mientras masturbo mi polla y ella mira y habla, sobretodo, habla cuando las convulsiones de mi cuerpo avisan del inminente orgasmo…»sí…eso es…córrete en mi boca…dame tu leche…ummmm….suéltala toda en mi lengua…qué gusto me das…tengo tu esperma en mis labios y quiero besarte….mis dedos están en mi ano…tengo dos dedos dentro de mi culo…quiero que sea tu polla…me corro yo también…ahhhh….siii…ahahhhh….ahhhhhh», los gritos ensordecedores de una hembra en pleno éxtasis de placer resuenan en mis tímpanos y sin tiempo, apenas, de haber eyaculado esa voz vuelve a ponerme la polla dura y deseosa de penetrar aquel cuerpo que sólo puedo imaginar, de obedecer sumiso, cuantas órdenes me quiera imponer pues dichoso, yo podría hacer realidad mi gran ilusión.

Tras numerosos encuentros con la webcam y su inseparable micrófono, tras decenas de e-mail sentí la necesidad de proponerle un nuevo encuentro, esta vez real. En persona.

Ella no quería, de ningún modo, que aquella relación pasara la línea de lo virtual, de esta forma no había riesgos, ni desengaños…era todo muy limpio.

Pero yo me resistía a no acariciar aquellas manos, a no escuchar en directo aquella voz, a no poder mirar directamente a los ojos de aquella mujer cuya voz me trasladaba a un mundo nuevo, bello y flotante, ingrávido.

Tan sólo deseaba verla, tomarla de la mano, abrazarla quien dice un segundo, mirar a sus ojos y una sola vez, siquiera, besar con mis labios los labios que tantas veces imaginé.

Apenas rozarlos, apenas mimarlos con la mejor caricia de mis propios labios.

No solo era deseo, no solo era lujuria…era también admiración, era pasión por una mujer apasionante.

Por fin el día llegó, desde luego, tras mucha insistencia y mil promesas de que tan sólo el encuentro sería formal, no más allá de lo que ya he explicado.

Ni un beso más que los de rigor en las mejillas… una charla entre amigos de no mucho más de 30 minutos, conocernos, ponerle una cara a esa voz y nada más. Me sentía como el día que fui a recoger mi diploma de ingeniero, me sentía como el niño que va a hacer su Primera Comunión, ilusionado, nervioso, asustado… embriagado.

Las horas no pasaban, golpeaba mi reloj «Se habrá parado?», llegó la hora convenida, me presenté en la cafetería a la cual ella llegaría minutos más tarde.

Ella me reconocería a mi pues me había visto mil veces por la cámara, conocía mi cara y mi cuerpo hasta lo más escondido del mismo. Conocía a la perfección cada pliegue de mi polla, el brillo de mi glande, el tamaño del mismo y las venas que me lo recorren, lo conocía flácido y lo conocía erecto, lo había visto eyacular chorros de semen que me había hecho lamer… conocía mi ano, lo conocía tan bien como si fuese suyo; cerrado y seco…lo conocía lubricado pues ella, con su voz, dirigía mis dedos para que untasen aceite lubricante por todo mi ano, lo conocía penetrado por mis dedos, por mi vibrador… lo había visto cien veces abierto, dilatado… enrojecido por el roce de una polla artificial que me penetraba hasta lo más profundo mientras ella daba alaridos de placer «síii…mete el vibrador hasta el fondo…qué morbo me das….muévelo…sácalo…que se vea el ano abierto…»

Estaba ensimismado con los pensamientos de aquellas tantas conversaciones cargadas de erotismo, de morbo y placer, recordaba su voz, deseaba tanto escucharla de nuevo…

«Hola Pedro.» Imposible confundirla, no sabía si eran mis oídos que me engañaban o si, por el contrario…Sí, sin duda, alcé la vista y ante mi había una mujer casi como siempre la había imaginado, elegantemente vestida, con una mirada serena y una belleza que emanaba del interior de aquella hembra que se escondía tras la ropa de paseo.

Se sentó a mi lado, no dejaba de mirarme no dejaba de mirarla, estaba frente a mi, mi ilusión se cumplía. Unos segundos de charla trivial, unas palabras cortésmente pronunciadas y por fin, «Bueno, aquí me tienes. Esto es todo cuanto soy. » dijo ella con humildad y tono suave. «Y tanto que sí, eres tal como te imaginaba, eres lo que tu voz refleja.»

Tras diez minutos recordando nuestras conversaciones, me recriminó, simpática, que no le había dado los dos besos de cortesía al mismo tiempo que acercaba sus mejillas a mis labios. Sentí que explotaría de placer, sólo besarla en las mejillas era lo más en ese momento.

Aproximé mis labios a su mejilla derecha, lentamente los apoyé en su piel suave y un hechizante perfume penetró en mi interior trasladándome a nuevo estado, apuré ese primer beso y pude sentir el calor que se escapada del interior del cuerpo de aquella mujer, con mis labios aun apoyados en su piel, pensé en la proximidad de su cuello, besarlo sería mi perdición, no hacerlo mi locura… Instintivamente movió la cabeza, esperando mi segundo beso en su otra mejilla… de nuevo nuestras miradas se cruzaron y pudimos adivinar el deseo de ambos en los ojos en los que nos reflejábamos, brillantes y profundos.

Creo que ambos pensábamos, deseábamos lo mismo, con lentitud exasperante llegué a posar de nuevo mis labios sobre su otra mejilla, la misma piel…la misma sensación.

Ella, mientras yo besaba por segunda vez aquella piel de su cara, puso su mano en mi nuca, acariciando levemente la base de mi cabello…ejerció una sutil presión acercándome más mis labios a su piel y susurró en mi oído «Te deseo…Dios cómo te deseo Pedro…» y diciendo esto, furtiva y hábilmente, ladeó su cara hasta acariciar, con una levedad atronadora, sus labios carnosos y hambrientos con mis labios desesperados por el roce de aquella marea de sentimientos y sensaciones que se agolparon en mi interior.

Fue un beso suave, ligero, corto como un instante…electrizante como el relámpago… luminoso como un cometa… me quedó apenas el sabor de su lápiz de labios… la esencia de la gran mujer que tenía enfrente, de la hembra que tras ella se agazapaba.

Sus ojos brillaban, no sé si de emoción o de deseo, tal vez ambas cosas eran ciertas.

Mis ojos, mi cuerpo vibraba como la tensa cuerda de un guitarra a la que han arrancado su nota más profunda con la magistral caricia del maestro. Era más, mucho más de lo que hubiese pensado en mis sueños más optimistas sobre nuestro primer encuentro.

Comenzamos de nuevo a charlar, recordamos muchas de nuestras conversaciones.

Era poco el tiempo que teníamos y sin decirnos nada, ambos decidimos que aquella conversación versara, en exclusiva, de aquello que tanto nos unía, ambos queríamos aflorar el deseo que nos tenemos en una conversación comprimida por el tiempo y en un lugar público en el que era del todo imposible pasar de las palabras a nada más. Mayor acumulación de deseo irrefrenable era imposible.

Cierto es que tanto María como yo, podríamos haber hablado de cualquier otro tema que no fuese sexo, formación humana, espiritual y cultural no nos falta a ninguno de los dos, pero deseábamos hablar, cara a cara, de aquello que tanto nos excitaba y debíamos hacerlo en menos de 30 minutos, tal vez 20.

Nos impusimos ese límite de tiempo por deseo expreso de ella, ambos temíamos que prolongar la cita podría crearnos un conflicto entre el corazón y la mente, era arriesgado y yo no quería, bajo ningún concepto, contradecir a aquella mujer que, aunque sea de un modo virtual, me enseñó una nueva dimensión de mi vida.

Era, es tanto el respeto y aprecio que le tengo que ni se me pasaba por la mente dar un paso en falso, nada que ella no quisiera hacer.

Comenzó ella a recordarme que tenía unos pechos perfectamente cuidados, «¿Te acuerdas de las veces que me has dicho que deseabas besar mis pezones?» decía. Y tanto que lo recordaba, ella sabe muy bien lo mucho que deseo besar cada rincón de su cuerpo que, hasta ese día imaginaba y apenas podía degustar por una foto que me había enviado por correo y en la que se la veía de espaldas.

Se quitó el abrigo que portaba sobre sus hombros y me permitió ver su figura recortada por un entallado vestido que marcaba con nitidez las formas de su cuerpo, los deseados y abultados pechos mostraban una perceptible erección de sus pezones. «No llevo sujetador, quería que tuvieses la ocasión de verlos o intuirlos sin nada que los oprima.» Decía mientras tenía los brazos abiertos para retirarse las mangas del abrigo.

La forma de aquellos pechos, sus pezones duros y marcados que llamaban mi atención, mi imaginación e ilusión me permitían intuirlos desnudos, podía percibirlos en su máximo esplendor…

Ella rebuscó en su bolso y sacó un sobre, acercándose mucho más a mi mostró una fotografía en la que la podía ver completamente desnuda de cintura para arriba, podía ver sus senos medianos y sus pezones coronándolos, mi erección era imposible de parar, no podía ni quería pararla, mi excitación iba en aumento al tiempo que deseaba poder parar el tiempo allí mismo y congelar a cuantas personas se encontraban en la cafetería en aquel momento para poder abrazar y besar a aquella mujer que estaba a mi lado.

Siguió mostrándome fotografías, pude verla completamente desnuda, su pubis semidepilado, perfectamente cuidado. Sus labios vaginales abiertos mostrando la cabeza del clítoris que tanto deseaba lamer… su ano, su ano abierto con un dedo dentro que lo penetraba.

Cómo deseaba que aquel dedo fuese mío, que fuese mi polla la que entraba y salía de aquel orificio que tanto placer le daba a ella y tanto placer podría darme a mi.

Deseaba besar, lamer…mordisquear aquel cuerpo… deseaba sentirlo por entero… mi polla luchaba por salir de su encierro, las palpitaciones de mi corazón eran ostensibles y podía sentirlas en la punta de mi glande, debía estar crecido y deseoso de ser acariciado y besado por la dama que estaba a mi lado, tan cerca estaba que, por instantes, su pecho, su teta derecha rozaba mi brazo y mi mano por encima.

Era grande la lucha que mantenía con mis propios instintos por no dejar que mi mano se escapase a abrazar aquellas tetas que me estaban poniendo fuera de mi control.

Aprovechando que estábamos en un espacio poco visible por el resto de personas y que en la mesa de al lado no había nadie, María se acercó más si cabe a mi cuerpo, retiró su brazo de encima de la mesa y lo llevó a su propio muslo, reposando allí su mano y permitiendo que su pecho, su teta, descansase definitivamente sobre mi mano que estaba inmóvil con la palma apoyada en la mesa y sintiendo el roce del pezón duro sobre el dorso de la misma. Sentí que me correría en ese mismo momento, pero me contuve.

¿Te gusta el tacto de mis tetas? Me preguntó mirándome a los ojos. «Es poco el tiempo que tenemos y esto lo máximo que podemos hacer, aprovéchate.

«Me dijo mientras hacía más presión con su teta sobre mi mano y colocando el pañuelo que llevaba al cuello de forma estratégica tal que ocultaba lo que sucedía entre mi mano y aquella teta que la aprisionaba, me dijo con un hilo de voz «Acaríciame, tómala en tu mano, por favor, estoy deseándolo.» Mi mano volteó sobre sí misma y se abrazo a aquella teta y a aquel pezón que tantas y tantas veces había soñado.

La fina tela del vestido de María era apenas perceptible y sentía aquella teta en toda su dimensión y tersura.

Ella dejó escapar un gemido ahogado, tragó saliva y me besó en la mejilla, casi en mi oído de forma que sentí su gemido penetrando en mi cuerpo como una descarga tal de adrenalina que me hizo apretar con fuerza controlada aquel pezón lo que le provocó un nuevo gemido y un estremecimiento que le obligó a juntar las piernas, los muslos como queriendo contener un orgasmo que parecía estar a punto de salir del interior de su cuerpo.

Con ese movimiento su mano que descansaba en su muslo, se desplazó hasta apoyarse en mi pierna, provocando en mi una reacción similar a la suya, deseando que aquel accidental aterrizaje de su mano en mi muslo fuese lo suficientemente prolongado como para que me acariciase con pasión.

Cierto es que aquello no se hizo esperar y mientras acariciaba su pecho y sin apenas despegar sus labios de mi mejilla su mano corrió veloz hasta encontrar el abultado regalo que tenía en aquellos momento entre mis piernas. «Dios cómo te deseo, Pedro…» me dijo mientras su mano recorría mi polla por encima de mi pantalón, aquello me iba a enloquecer, perdería el control y no podría evitar que me corriese como un adolescente.

Movía su mano con fuerza y velozmente de arriba abajo recorriendo toda mi polla, buscando mis huevos y como queriendo sacarla de su escondite, pero allí no era posible.

Creía morir de placer, estaba a punto de correrme cuando ladeó su cuerpo arrebatándome su teta de mi mano, retiró su mano de mi polla y subiendo su muslo sobre el ancho sillón que compartíamos, colocó su abrigo sobre el mismo tapando lo que fugazmente pude ver como una pierna y un muslo precioso que estaba coronado por unos ligueros que sujetaban sus medias un poco más arriba del centro del mismo.

Rápidamente el abrigo tapó todo lo que era visible ante mi desconcierto y decepción. Su mano vino a buscar la mía y la condujo hasta el muslo que quedaba sobre el sillón, justo a la altura del liguero de forma que pude sentir el tacto de la media así como su piel suave y caliente casi a la altura de su ingle.

Allí me soltó la mano, me la dejó libre, al tiempo que decía «Nos queda poco tiempo, he de marcharme pronto.»

Mientras me miraba con unos ojos profundos y brillantes que invitaban a que mi mano explorase aquel nuevo terreno, sus labios denotaban una gran excitación y su mano, la misma que me había llevado hasta sus muslos buscaban entonces el cierre de mi cremallera.

Miré alrededor, me percaté de que nadie nos miraba y que no estábamos a la vista de nadie. La miré a ella que en un movimiento imperceptible de su cabeza me invitaba a que pusiese en marcha mi mano…

Apenas dos segundos habían transcurrido cuando sentí el calor de su mano que había logrado hacerse con mi polla a la que acariciaba ya fuera de su escondite tapada apenas por el abrigo de María que nos servía de improvisado parapeto.

Mi mano ávida de sensaciones subió el corto trecho de muslo que restaba hasta llegar a sus braguitas… no las encontraba, todo cuanto podía acariciar era su muslo y su piel cada vez más suave y caliente, sus carnes que a cada centímetro que recorrían mis dedos se volvía más y más blanda y de pronto, una sensación indescriptible de calor y humedad, la certeza de haber alcanzado el punto que ambos deseábamos, apenas unos vellos recortados y depilados me confirmaban que aquello que mis dedos rozaban eran los labios vaginales de María.

Acerqué más mi cuerpo al suyo, su mano masturbaba mi polla suavemente, retiró la piel dejando mi glande al descubierto y entornando los ojos comenzó a acariciarlo con soberbia maestría.

Para entonces mis dedos habían llegado hasta la humedad más íntima de aquella hembra que estaba entregándose al placer, los labios que tapan su vagina se habían abierto para recibir la visita de mis dedos que los recorrían de arriba abajo arrancándole sordos gemidos de placer.

Uno de mis dedos se desplazó unos centímetros y acarició un clítoris abultado que denunciaba con claridad una excitación descontrolada. «Fóllame con tus dedos… hazlo ahora…» me dijo al oído mientras cerraba sus ojos y suspiraba tan cerca de mi que sentía su aliento contra mi mejilla…

Introduje un dedo en su vagina y ella me mordió el lóbulo de la oreja, «Sigue…sigue…. Siii….cómo me gusta…. me voy a correr si sigues así… siiii….» Me decía.

Casi no nos importaba la gente, aunque estábamos seguros de no ser descubiertos.

Introduje otro dedo en su vagina, sus jugos me recorrían la mano, estaba impregnado de aquellos lujuriosos lubricantes que deseaba lamer y beber… el aroma de los mismos jugos estaba impregnando el ambiente y esto todavía nos excitaba más y más.

El movimiento de su mano sobre mi polla era cada vez más rápido y violento, estaba al borde de mi orgasmo y luchaba denodadamente por evitarlo.

Aquella mano me apretaba el glande desnudo con tanta pasión que las sensaciones me estaban enloqueciendo, era tan intenso que por momentos me arqueaba la piernas intentado amortiguar el placer que me daba.

Con mis dedos perfectamente lubricados quise hacer realidad mi sueño, así que lentamente bajé uno de ellos hasta ubicarlo cerca de su ano.

Tal vez ella no deseaba aquella maniobra aunque un movimiento certero de su cadera me indicó que lo deseaba tanto como yo, aquel movimiento logró colocar su ano en la posición perfecta para que yo hiciese una ligera presión sobre el mismo.

Lo sentía redondo y duro, perfectamente dibujado y apenas tenso… mi dedo comenzó a acariciarlo provocando en María una intensa respiración que a duras penas ahogaba unos gemidos que eran cada vez más elocuentes.

Por un momento temí que liberase aquellos gritos y gemidos de placer que nos hubiesen puesto en apuros dado el lugar en el que nos encontrábamos.

Su cuerpo estaba en tensión tal vez sujetando un orgasmo que, para ambos, era cada vez más difícil controlar.

Mi dedo logró abrir ligeramente el ano de aquella hembra que pedía más, con suavidad mi dedo se fue abriendo camino por el estrecho túnel que había deseado tanto explorar, sentía con nitidez cómo el ano se abrazaba a mi dedo y como el calor de aquella cueva envolvía mi dedo, sus jadeos anunciaban un inminente orgasmo al tiempo que pedía más… «Me estás volviendo loca. Ponme otro dedo, por favor Pedro…» me decía.

Saqué mi dedo de su ano y con mucha suavidad junté un segundo dedo, el corazón y el índice comenzaron su camino hacia lo más profundo de su culo, su ano engullía goloso mis dos dedos que no tuvieron problema en perderse hasta el fondo.

Comencé una intensa danza de mis dedos en su interior, sus convulsiones eran ya muy evidentes y comencé un movimiento intenso pero lento, le introducía mis dedos hasta el fondo y volvía a sacarlos para volver a introducirlos de nuevo hasta su interior.

De reojo vimos que aparecía una pareja y que se encaminaba hacia donde estábamos nosotros. Ella guardó mi polla en mi pantalón y lentamente movió las caderas hasta que mis dedos abandonaron la cueva que hasta ese momento los albergaba.

Habían transcurrido unos 45 minutos desde nuestro encuentro y ella dijo: «Qué lástima Pedro, podía haber sido algo bestial. Hemos de marcharnos. Tal vez en otra ocasión podamos culminar esto.»

Yo era consciente de que, en efecto, debíamos irnos a mi me quedaban varios centenares de kilómetros para regresar a mi casa y ella tenía que irse a su casa que, por cierto, yo no sabía si estaba cerca o lejos de aquel lugar.

Era nuestra despedida y este era el trato al que habíamos llegado, por respeto a ambos, así sería. Pagamos nuestra cuenta y salimos del local.

Ya en la calle le pregunté si podía llevarla a algún lugar pues mi coche estaba estacionado en un callejón próximo y aunque no conocía la cuidad ella sería la guía. Me dijo que no, que eso sería la perdición y que había una parada de taxis en la esquina de enfrente de aquella plaza.

«Bueno María, nuestras circunstancias son estas y así hemos de aceptarlo. Eres una extraordinaria amiga y una gran mujer. Ambos sabemos o creemos que estamos hechos el uno para el otro pero la vida nos puso a cada uno en un lugar distinto y….» Me miró y sus ojos esta vez indicaban tristeza entremezclada con los deseos y la lujuria vivida minutos antes. Transmitían paz y seguridad, como siempre, pero se habían entristecido.

«Somos dichosos de todas formas porque hemos llegado a conocernos y a respetarnos, esto de hoy ha demostrado que nos apreciamos y queremos de verdad, somos conscientes de esas circunstancias y hemos sido suficientemente maduros para saber hasta donde debemos llegar. Esto, sin duda, permitirá mantenernos juntos aunque estemos lejos.» Respondió ella.

Parecían dos discursos ampliamente meditados pero no era así, se trataba de la realidad de nuestros sentimientos y la aceptación de nuestras circunstancias. Al fin y al cabo, ambos superábamos en bastante la treintena y teníamos nuestras vidas montadas de forma que ninguno queríamos renunciar a ellas. Tal vez si hay una nueva vida podamos reencontrarnos si no es así, tal vez una vez al año podríamos volver a tomar un café juntos.

María se acercó y me besó en la mejilla, no fueron dos besos sino uno, largo y sentido que ya marcaba la despedida.

Aquel beso reflejaba que esto quedaba inacabado y muy a nuestro pesar debíamos dejarlo así hasta nueva ocasión.

Cuando separó sus labios de mi piel, la tome de una mano y acercando esta a mis labios la besé como quien besa a una reina, aunque lo parezca, no fue una cursilada sino la forma que más podía reflejar la fascinación y respeto hacia esa mujer. No hice reverencia, no era necesario pero de buen grado la hubiese hecho pues tanto la dama como la ocasión así lo merecieron.

Ya no dijimos nada más, lentamente su mano se separó de la mía y una mirada penetrante y triste nos despidió sin palabras, ella tomó rumbo a la parada de taxis.

Yo me quedé unos segundo más admirando la extraordinaria elegancia de María, su paso señorial, firme y seguro.

Aprecié entonces que llevaba unos zapatos negros de tacón, la parte de sus piernas que el abrigo dejaba ver eran delgadas y oscurecidas por las medias que portaba… una sonrisa se reflejó instintivamente en mi rostro cuando ella llegó al cruce y se volvió hacia mi.

Levantó su mano en señal de despedida y desapareció entre la gente. Me di media vuelta y me dispuse a buscar mi auto que estaba en una callecita cercana, apenas a 50 metros a la vuelta de la esquina de la cafetería a cuyas puertas me encontraba. Con paso lento traté de ordenar mi mente.

Al torcer la esquina, amparado en la tenue luz que apenas alumbraba la calle encontré mi coche tal como lo había dejado y me encaminé a él, recordé los momentos intensos, intensísimos que acababa de vivir y no daba crédito a mi suerte por haber conocido a esta extraordinaria mujer.

El aroma de ella había quedado impregnado en mis dedos, al sacar un cigarrillo y llevármelo a los labios pude percibir de nuevo la intensidad de aquella hembra en mis propios dedos. Me sentía afortunado.

Encendí aquel cigarro y como el deportista que hace ejercicios de calentamiento, me dispuse a entrar en mi auto sabiendo que me quedaban horas de conducción. Respiré aquel aire de la ciudad en la que vivía aquella mujer que, Dios sabe cuando volvería a ver. Quería llevarme conmigo cuanto mayor número de recuerdos mejor.

Escuché pasos tras de mi, unos pasos firmes que anunciaban que se acercaba alguien apresuradamente, por instinto miré hacia atrás y vi la silueta de María que avanzaba hacia mi iluminada apenas por la luz de la plaza donde la había dejado hace un minuto. Al reconocerla caminé hacia ella y ella aceleró el paso de forma que ya corría en mi busca, llevaba el abrigo abierto y unas lágrimas le corrían mejillas abajo.

No dijo nada, no dijimos nada. De un salto se abalanzó sobre mi y la tomé en mi brazos, no pude articular palabra, de un empujón me apretó contra la pared y nuestros cuerpos se fundieron en un abrazo bestial, sus labios buscaron los míos y refugiados en la oscuridad de aquella calle me besó con inusitada pasión, se desbocó como una yegua huye del fuego y antes de que yo pudiese siquiera pensar, su lengua se había trenzado con la mía en un nudo que me llevó a una vorágine de sensaciones increíbles.

Su cuerpo aprisionaba el mío, el cigarrillo que acababa de encender había caído al suelo y mis brazos recorrían la espalda de María con tanto deseo y calor que ya no sabía ni donde estaba su abrigo, ni mi auto ni nada…

Sentía sus pechos apretados contra mi pecho, sentía sus pezones punzantes contra mi cuerpo y sus caderas apoyadas contra las mías que buscaban con un movimiento, más que violento intenso, el roce con mi polla que crecía de forma veloz.

Su lengua recorría toda mi boca, su mejilla aun estaba húmeda de aquella lágrima que la había recorrido segundos antes y pude ver una sonrisa dibujada en sus labios, «No te podía dejar ir así, sin más.» Fue lo último que dijo. Volvió a juntar sus labios con los míos y su lengua se perdió de nuevo por dentro de mi boca buscando el roce de la mía.

Sus brazos recorrían mi espalda, mi nuca y mis mejillas, sus caricias me transportaron de forma que parecía que iba a perder el sentido.

Sin saber muy bien cómo, me encontré en un amplio salón apenas iluminado por la temblorosa luz de la leña ardiendo, en el centro de aquella estancia unos amplios cojines y mantas que invitaban a tumbarse en ellos y gozar de las bondades de esta vida.

La figura de María se dibujaba en la oscuridad por los fugaces reflejos de aquel fuego intenso que ardía en el hogar, dejaba caer su abrigo al suelo, se volvió de espaldas y con un gesto me indicó que bajase la cremallera de aquel vestido ajustado que llevaba colocado.

Sin nada que lo sujetase, el vestido se deslizó por el cuerpo de María cayendo irremediablemente al suelo de aquella estancia, dejando ante mi la espalda desnuda de aquella mujer tan deseada, su culo que minutos antes había estado penetrado con mis dedos y las medias y zapatos que eran las únicas prendas que se mantenían sobre su piel.

Estaba atónito, no sabía ni como había sucedido pero estaba allí en una casa desconocida, acogedora y en un ambiente embriagador que me estaba transportando al infinito.

María se volvió hacia mi, en su mirada se adivinaba que era ella quien llevaría la iniciativa, por supuesto que yo me dejaba hacer. Pude ver sus tetas, sus pezones alumbrados por el chispeante fuego… pero no me dejaba tocar, ni acariciar, solo admirar. Antes de darme cuenta estaba yo totalmente desnudo frente a ella, pues ella misma se había encargado de despojarme de mi ropa.

Por señas me hizo acostarme sobre los cojines, boca arriba, esperaba que ella hiciese lo mismo pero no. Se perdió de mi vista por unos segundos y al poco volvió.

No sabía adonde había ido, tan solo pude ver que traía algo que dejó sobre el sofá más próximo.

Yo seguía tumbado mirando al techo de la estancia cuando ella puso sus pies, sus zapatos a cada lado de mi cabeza. Podía ver sus coño a escasos centímetros de mis ojos, ella se mantenía de pie y miraba mi polla que estaba deseando ser mimada y acariciada por ella.

Se arrodilló, sus muslos tocaban mis mejillas, su coño estaba rozando mi nariz y de pronto, abriendo ligeramente sus piernas se sentó sobre mi rostro manteniendo una corta distancia, la suficiente para dejarme respirar.

El aroma de su intimidad llegó con fuerza hasta mi nariz y mis labios comenzaron a besar aquellos labios vaginales que se había acercado tanto que golosamente buscaban mi lengua. Pronto comencé a besar aquellos labios mientras María movía lentamente sus caderas proporcionándose el placer del roce con mis labios.

Mi lengua salió en busca de profundizar más aquel manantial de placer y comenzó a lamer desde la entrada de su vagina hasta el clítoris abultado que deseaba explotar en un orgasmo fascinante.

María comenzó a gemir y jadear como lo hacía siempre en el videochat, sus gemidos eran cada vez más fuertes e intensos y mi lengua cada vez lamía con más y más fuerza aquellos labios y aquel clítoris que me estaban siendo regalados.

María se apoyó sobre sus manos y después sobre sus codos, se acercó más a mi polla y comenzó a lamerla con su lengua, comenzando por el frenillo y bajando hasta mis huevos que estaban deseando expulsar la carga que había estado conteniendo hasta ese momento.

Esta nueva postura de María consiguió que mi lengua pudiese ampliar su recorrido, así que en cuanto pude, llevé la punta hasta su ano, comencé a lamerlo y a golpearlo con la punta endurecida de mi lengua, ella gemía y gemía mientras se metía mi glande en su boca, aflojaba el ano como pidiendo que mi lengua lo penetrase.

Yo sabía por sus comentarios anteriores que esto la hacía gozar como una posesa y estaba dispuesto a vaciarme en su placer ignorando el mío, pues su orgasmo sería tan gratificante para mi como el propio mío.

Adelantó un poco sus caderas de forma que su ano quedó en la vertical de mi lengua, me ayudé de mis manos para abrir aquel precioso culo y tener ante mí aquel músculo que tanto placer le daba a su dueña. Mi lengua incrementó la presión sobre este y poco a poco se fue haciendo hueco para entrar dentro de aquel culo tan deseado. María ya no ocultaba sus gritos, se convulsionaba y retorcía de placer. «Síiii, por favor…. No pares…sigue….aughh… aahh…»

Mi lengua entraba cuanto podía en aquel cuerpo de hembra y mi polla estaba siendo brutalmente lamida por una lengua experta que no tardaría mucho en hacerla explotar.

Yo trataba de contenerme, inexplicablemente lo estaba logrando, en condiciones normales ya me habría corrido hace rato pero esta vez lo estaba controlando.

Mi lengua seguía penetrando aquel ano que cada vez estaba más inundado de mi propia saliva, mi lengua lo recorría por todos lados, desde el exterior hasta su interior, notando el suave tacto del esfínter anal, mi lengua entraba no sólo de punta, sino totalmente desplegada ayudada, sin duda, por la dilatación y flexibilidad del ano de María.

Esto me permitía lamerle el interior sin dejar ni un milímetro.

De pronto ella comenzó un desenfrenado ritmo, sus gritos eran ya ensordecedores, de un salto se dio la vuelta y se colocó apuntando mi polla a su ano. Se sentó sobre mi glande y mi polla entró de un solo golpe hasta el fondo de su esfínter lo cual le arrancó un gemido que me puso fuera de mi «Aaaauuughhh….aaagggghhhhh….»

Se sentó sobre mi polla que ya no alcanzaba más en aquella profundísima penetración. María comenzó a mover sus caderas de forma que sus círculos lograban una amplia zona por donde mi glande rozaba su preciado culo y notaba como su ano cada vez se dilataba más y más. Aquel gemido tan impresionante fue el anuncio de un orgasmo intenso al que llegó de forma súbita.

Acercó su boca de nuevo a mi y me besó. Percatándose de que aun no me había corrido se sacó la polla de su culo y comenzó a lamerla con un ritmo enloquecido, «Me corro…María…me corro….» Le dije, pero ella siguió y siguió lamiendo y chupando…»Ahhh….aaaa….» y un inmenso chorro de esperma salió disparado de mi polla hacia su cara, sus labios, su boca y su lengua fueron inundados por aquella primera descarga, rápidamente y con mucha habilidad, sabiendo que aquella primera descarga sería acompañada por nuevas descargas y que mientras estas se sucedieran mi orgasmo estaría en lo más alto, se introdujo de nuevo la polla en su ano recibiendo allí parte de mi leche caliente que estaba expulsando en un orgasmo tan intenso y largo que me tenía casi inconsciente.

Mientras seguía mi eyaculación ella me besó y sentí mi propio esperma en mis labios, en mi lengua, era tal la lujuria y la borrachera de placer que nos tenía poseídos que no me importó lo más mínimo lamer su lengua y sus labios mezclados con mi propio esperma, al contrario, esto me produjo una excitación añadida que prolongó unos segundos más el fantástico orgasmo que estaba sintiendo mitad en su boca mitad en su ano.

Aquel beso y aquella sensación de su culo impregnado de mi leche la puso a ella, de nuevo, en estado de trance y con su lujuria más desbocada aun. Me hizo darme la vuelta tumbándome, esta vez boca abajo, me tomó de las caderas y me hizo poner con el culo en alto.

Mi polla babeaba aun restos de mi leche y había perdido parte de su erección tras el fabuloso orgasmo que acababa de tener. Volví a perder de vista a María, escuché unos ruidos que no supe identificar y de pronto sus labios comenzaron a besar mis nalgas, sus dedos a acariciar mi culo y mi ano… la sensación era genial. De pronto sus labios comenzaron su camino hacia el ano que sus dedos acariciaban.

Comenzó a besarlo con esos labios carnosos y húmedos, sentía cada roce como un chispazo que recorría todo mi cuerpo y me obligaba a dejar escapar pequeños suspiros. Su lengua humedeció mi ano, aquella lamida intensa y rápida me hizo subir enteros en la temperatura de la excitación que me estaba proporcionando.

Mi polla comenzaba a reaccionar aunque aun tenía los ecos de mi anterior orgasmo punzando en mi glande.

Sus lametones cada vez eran más fuertes e intensos, su lengua trataba de penetrar en mi culo y esto me estaba poniendo fuera de mi, cada vez que sentía que su lengua avanzaba unos milímetros en mi interior, mi corazón latía con más fuerza.

Se ayudaba de sus manos que abría mis nalgas. Dio un nuevo lametazo y se separó mirando mis nalgas abiertas por sus manos y mi ano húmedo por su saliva. «Qué ganas tenía de gozarlo en directo.» Dijo. «Es tuyo, tómalo.»

Así puso un dedo en el centro de mi ano y presionó suavemente hasta que este se abrió y permitió su entrada hasta el fondo. Comenzó un suave movimiento circular dentro de mi ano que me estaba extasiando. Antes de pensarlo ya tenía dos dedos dentro de mi y sus caricias iban acompañadas de lamidas que me obsequiaba con su lengua…

Tres dedos me había colocado dentro de mi cuando me dijo «Quiero verlo totalmente dilatado, sabes que es lo que más morbo me da de nuestras conversaciones. Verte el ano abierto por el vibrador que me enseñas.»

«Ábrelo, está listo para que lo abras cuanto quieras. » Le decía yo, lamentando no tener allí mi vibrador para obsequiarle con esto que tanto placer le proporcionaba.

Movió sus dedos, los tres dentro de mi ano, los movió con fuerza, haciendo círculos como queriendo expandir aquel orificio más y más. De pronto sentí un líquido algo frío y resbaloso, me estaba poniendo un lubricante. Aquel líquido chorreaba por entre sus dedos hacia el interior de mi culo que estaba muy abierto. Parte del mismo chorreaba por mis huevos y comenzó a lubricar también mi polla que ya estaba crecida. La sensación de aquel líquido entrando en mi ano era algo supremo.

«¿Te gusta? Puedes degustar lo que tanto has deseado. ¿Quieres?» me dijo, yo no sabía a qué se refería pero a todo decía que sí.

Sacó sus dedos de mi ano, los tres y dijo «Qué preciosidad. Tienes un ano que me da taaanto morbo…» mientras se incorporó, se colocó tras de mi y mientras acariciaba mi ano con sus dedos, sentí como algo más grande que los dedos que me habían penetrado se apoyaba en la entrada de mi ano.

«Te voy a follar Pedro. Siente cómo te follo tu culo que tanto morbo me da.» Y diciendo esto comenzó a presionar sobre mi ano que fue dejando entrar aquello tan grande como sus tres dedos pero que era una sola pieza.

«Es mi vibrador, ¿te acuerdas que te dije que tenía un vibrador con correas? Pues te estoy follando con él.» Me dijo.

Yo sentía como aquella polla artificial entraba en mi interior, lentamente, primero un poco, al cabo de unos segundos tenía como 5 o 6 cm. Dentro de mi. Ella seguía presionando suavemente, sabía cómo hacerlo, la sacaba un par de centímetros y la introducía de nuevo alcanzando un poco más su objetivo. «Mide 18 cm. Y quiero metértela entera.» Decía con una voz cargada de lujurioso vicio. Ya hacía un rato que el hombre romántico y la elegante mujer habían quedado aparcados para dar paso a una pareja de amantes cargados de deseo y desenfreno. Nos comportábamos como auténticos viciosos.

Su polla de látex estaba prácticamente entera dentro de mi, no sé si cabía o no, pero lo estaba consiguiendo. Comenzó un movimiento rápido que me introducía aquella polla hasta el fondo y me la sacaba de nuevo hasta la misma entrada de mi ano.

Así estuvo dándome como cinco intensos minutos, echaba más lubricante y embestía con pasión «¿Te gusta?….me excita…dímelo….quiero oirte gozar mientras te follo…» decía con un tono de voz que denotaba su intensa excitación.

«Siiii… me gusta María…cómo me gustaría que esa polla fuese auténticamente tuya… fóllame…síiiii…no pares….» Le respondía yo que sentía no se cuantas sensaciones distintas a la vez, incapaz de controlarlas e identificarlas…

Tomó mi polla con su mano y comenzó a masturbarme, su polla de látex estaba totalmente metida dentro de mi. Al cabo de unos segundo la sacó y miró mi dilatadísimo ano. Lo besó, abierto de par en par como estaba, enrojecido y húmedo de saliva y lubricante. Lo lamió su lengua llegaba hasta casi lo más profundo sin ninguna dificultad, sus dedos se perdían por dentro con gran facilidad y quiso meter su mano entera aunque esto ya no lo logró. Pero sí los cinco dedos puestos en forma de cono.

Me hizo darme la vuelta de nuevo y pude verla con aquella polla atada a su cintura, estaba para comérsela, antes de que yo pudiese hacer ningún movimiento, se sentó sobre mi polla y se la introdujo en su vagina. Se quitó aquella polla de látex y la dejó a nuestro lado.

«Fóllame tú ahora, fóllame a tope, macho mío que deseo tener un orgasmo más…» pidió mientras cabalgaba sobre mi polla totalmente endurecida. Literalmente saltaba sobre mi polla, la veía acariciarse sus tetas. Qué gran olvido. Me incliné y comencé a besarlas a lamer sus pezones y ella siguió acariciándoselas, una mano se le iba hacia su ano mientras no dejaba de cabalgar sobre mi polla. «Me voy a correr, qué gusto me das….siii….ahhhh….qué gustouugg….» Entonces pensé en tomar la iniciativa, tomé la polla de látex con mi mano, y con un ligero esfuerzo la coloqué a la entrada de su ano.

Sus ojos brillaron, aminoró el ritmo de sus embestidas y permitió que se la introdujese lentamente, yo notaba como iba entrando por su ano ya que mi polla estaba en su vagina y la separación entre ambos conductos es mínima. La introduje unos ocho o nueve centímetros y ella comenzó de nuevo una imparable carrera.

Los movimientos eran difíciles evitando que se saliera cualquiera de las dos pollas que María tenía en su interior. Un grito desgarrador, alucinante y cargado de placer salió de su garganta: «Ahhhhhhhhh…..siiiiiiiiiiiiii……..aufgggggg…..ahhhhhhhh», a la vez que mi polla expulsaba un chorro caliente de esperma en el interior de aquella vagina ardiente. Sus labios se separaron de los míos y su lengua abandonó el nudo que mantenía con la mía, sus respiración agitada era lo único que quedaba de aquel magnífico orgasmo que habíamos sentido ambos. Sentí frío y abriendo de nuevo los ojos pude ver que estaba con mi espalda pegada a la pared, María me miraba y el cigarro humeaba junto a las ruedas de mi auto. Sin duda, esta mujer me hace soñar.