Ensalada de frutas

Esta historia comenzó hace un año atrás más o menos.

Estaba aburrida en casa y me dispuse a entrar a Internet a conocer gente, amigos.

Yo entre con mi nick, Milenia, cuando llamó mi atención un nombre, Dimas; le envié un mensaje privado y él me contestó.

Comenzamos la charla y fue tornándose muy agradable y divertida.

Quedamos en vernos al día siguiente, y lo que en un principio era una amistad se transformó en una necesidad imperiosa de vernos, hablarnos, conocernos, saber cada vez más el uno del otro.

Nos escribíamos muchos mails por día, nos encontrábamos siempre en ese chat; ya era casi de nuestra propiedad, de Milenia y Dimas.

Luego fuimos más lejos, a los llamados telefónicos y aunque estábamos tan alejados el uno del otro ya que éramos de diferentes países, yo de Argentina y él de mucho más allá, de un hermoso país tropical, no nos importaba la distancia.

A pesar de ella estábamos más unidos; luego nació la idea de conocernos personalmente, planeamos el viaje, y por fin llegó el gran día.

Fui a buscarlo al aeropuerto, cuando por fin lo conocí, era como una aparición y nunca pensé que fuera tan bello; tenia el cabello dorado, con ojos color miel, unas enormes cejas que le daban un carácter especial a sus facciones, una boca bien formada.

Nos miramos casi al instante y nos reconocimos. Los nervios de ese encuentro nos jugaban en contra, ¿Qué pensará de mí? ¿Le gustaré? Millones de dudas taladraban mi cabeza, y sospecho que a él le pasaba lo mismo.

Tomamos un taxi y fuimos hacia la terminal ya que de allí partiríamos a un bello pueblo en el cual yo quería pasar esos espectaculares días junto a Dimas.

Villa Rumipal, así se llama, es un lugar pacífico, las casas son coloridas tipo chalets, con techos a dos aguas, las calles de arena y piedras, salvo las avenidas principales, el pueblo desemboca en un bello lago llamado Los Molinos.

Los días eran fabulosos, con un sol espléndido, el lago, Dimas y yo.

Luego de llegar y de acomodarnos fuimos a dar un paseo; caminamos por la orilla del lago, Dimas me tomó la mano y entonces pude ver en persona su especial sonrisa, sus ojos tan expresivos, su tonada tan distinta de la mía; su voz era un canto, él me hablaba y yo me mareaba de tenerlo allí, tan cerca, tan palpable, tan real.

Hacia mucho calor y lo único que teníamos era una heladera pequeña con un poco de ensalada de frutas.

Invité a Dimas a dar un paseo en bote; cuando estuvimos dentro del bote, él se sacó la remera y comenzó a remar; yo observaba como se movían sus músculos cuando él realizaba el esfuerzo, era como si los dioses le hubiesen dado todas las cualidades masculinas juntas, él remaba en la dirección que yo le iba indicando, llegamos a un lugar que está alejado del mundo entero; es una bahía que esta cerca de la usina eléctrica.

Esa bahía esta rodeada de montañas con mucha vegetación, mayormente compuesta por árboles inmensos, lo que le da un aire parecido a un bosque virgen, solo los pájaros lo habitan, también algunos patos que se encuentran en la orilla haciéndose un festín con los peces que osan pasar por allí.

A esa bahía la conocía muy bien ya que mi papá me llevaba allí para aprender a esquiar cuando tenia 12 años; él lo hacia para que yo me sintiera tranquila sin observadores y nada que me distrajera.

Recuerdo que mientras mi padre acomodaba las cuerdas y todo eso yo me dedicaba a nadar en esas profundidades; según mi padre había de 4 a 5 metros, pero yo me sentía protegida bajo la atenta mirada de él y entonces me animaba a alejarme más de 10 metros de la lancha hasta que él me llamaba para ponerme los esquís.

Cuando llegamos ayudé a Dimas a tirar el ancla, nos sentamos uno frente a otro y nos miramos, le pregunté si sabía nadar, él asintió, le dije que allí era muy profundo pero él dijo que era un experto nadando, lo cual no dudé ya que por la forma de su cuerpo se notaba que practicaba deportes; entonces fuimos al agua, estaba ideal, la temperatura estaba súper agradable, jugábamos a atraparnos y el me perseguía; en un momento me tomó de un brazo y me dio un tirón, cuando me di vuelta él estaba allí, su cara estaba tan cerca, mis ojos miraron directamente a su boca entreabierta y entonces sin pensar me abalancé sobre sus labios y lo besé; su lengua me buscó y comenzamos a besarnos apasionadamente.

El tiró del nudo de mi bikini y allí quedé con mis senos flotando en el agua, parecían más grandes, y los pezones estaban muy duros; él los besó, me saqué la parte de abajo y así quede desnuda, luego me metí debajo del agua y le saque su short, su pene estaba erecto, seguimos jugando a atraparnos pero cada vez que él lo hacía me tocaba, me besaba, me lamía, y yo a él, nadábamos debajo del agua y me encantaba ver como se movía su pene, es muy diferente ver a una persona nadando desnuda ya que podía ver sus testículos y su pene moviéndose de aquí para allá; él hacia lo mismo y entonces podía ver mi cola y mis pechos, salimos del agua y fuimos de nuevo al bote, pero el sol estaba muy picante y entonces él saco la ensalada de frutas para refrescarnos.

Me acostó sobre uno de los asientos y me abrió las piernas, en ese momento estaba abandonada a lo que él quería hacerme, tomo una cereza, comenzó a jugar con ella, me rozaba las nalgas, el clítoris, me acariciaba con ella, pero después comenzó a jugar en mi vagina y metía y sacaba la cereza, hasta que en un momento la metió del todo en mi vagina, se acercó y metió su lengua dentro hasta que la encontró y entonces me la dio de comer con su boca, así comenzó a hacer con toda la ensalada de frutas, con peras, durazno, ananá, la fruta salía mojada con los jugos vaginales que cada vez brotaban con más fuerza, realmente eso me excitaba, verlo a él con los rayos del sol dorándole la piel, allí con esa excitación que él también tenía de verme allí rendida sin querer luchar contra ese mar de sensaciones nuevas que él me estaba ofreciendo.

Al fin terminamos de comer ese cóctel de jugos vaginales y frutas, fue delicioso, y entonces nos volvimos a meter al agua para refrescarnos del sol, esta vez ya no quería escapar de ese juego sino que todo lo contrario quería dejarme atrapar por él, quería que él me tomara porque estaba al borde del deseo, me puse al lado del bote y con mis manos me tomé de la cadena que sostenía el ancla.

Entre medio de mis piernas quedo la cadena, comencé a masturbarme con ella; la tenia allí en el medio y apretaba fuerte mis piernas, él no soportó verme y se me acercó por detrás con una embestida y me penetró muy fuerte; tuve que aferrarme más a esa cadena para no soltarme ya que él se había prendido de mi cuerpo y yo tenia que sostener a los dos, me tomaba de los senos y con movimientos bruscos me penetraba, comencé a gemir ya que el placer era máximo, él seguía sin parar embistiendo más y más, hasta que exploté en un orgasmo y mis gemidos ya eran gritos de placer y de súplica.

El también llegó al final y quedamos los dos extasiados de placer al lado del bote y yo aferrada a esa cadena y él a mi. Nuestro único testigo, el sol del atardecer, replegaba sus cómplices rayos, para abandonarnos a la luz de la luna.