Mi nombre Daniel, trabajo en una textil, somos 8 hombres y 41 mujeres.
La verdad es excitante trabajar rodeado de tantas mujeres, las hay morenas, rubias, pelirrojas, gordas, flacas, bajas y altas.
Trabajar entre tantas mujeres y siendo tan pocos hombres, a uno lo excita más.
Tenemos baños separados, pero algunas no tienen ninguna pena en pasearse envueltas en una pequeña toalla, por el baño de los hombres.
Algunas se conservan muy bien, un poco gorditas, pero esas piernas de mujer madura, esos muslos hechos de cargar con los rollos de tela y de subir y bajar escaleras a la par nuestra.
Hace unos meses entró Graciela, una muchacha bajita, rellenita, de ojos grandes, de pelo corto y negro.
La pusieron a trabajar cerca de mí.
Usa casi siempre una remera bien ajustada y unos jeans muy justos.
Su silueta muestra unas hermosas tetas, unas nalgas muy abundantes y entre sus piernas prominente bulto.
A veces trae una camisa en vez de la remera, varias veces he pescado a mis compañeros, queriendo mirarle las tetas por entre el escote.
Un día Julio, uno de mis compañeros me comentó que oyó en el baño hablar a algunas de las mujeres más atrevidas, de a quien se comerían.
La verdad que el relato de Julio me ponía a mil. Le pregunté si no lo estaba inventando, para hacerme calentar. Él me dijo:
J — No, estás loco. Lo que pasa es que vos te bañas primero y salís corriendo. Si te bañaras a lo último como yo, te enterarías y verías muchas cosas interesantes.
D — Así, ¿cómo qué?
J — Bueno, como oír lo que dicen de nosotros, ver a la colorada, en tanga y sin sostén, pa´! Esas tetas blancas, grandes y esos pezones coloraditos y bien parados. Cualquier día la apretó acá no más. A la negra, toda sudada, se mete al baño con la remera puesta y después hace un streep tease para las muchachas.
D — Y vos como sabes todo eso.
J — Ah, secretos del oficio.
La «negra» (Daniela), es una mujer de pelo negro, negro, nunca la vi maquillada, es blanca como el papel, tiene 34 años y parece de 25. Está divorciada y sale todos los viernes con uno distinto. Yo salí con ella a bailar una vez, los tipos se apilan a su lado, pero no les da bola.
Un viernes, Julio me dijo, que me quedara hasta lo último.
J — Daniel, quédate haciendo como que limpias la máquina y dejó que los demás se bañen primero.
Así, lo hice. Me quedé haciendo que limpiaba la máquina, me puse a charlar con Graciela, me dijo que contó algo de su historia, de sus trabajos y de a poco me fui arrimando al baño. Cuando llegué a nuestro baño solo quedábamos Carlos, Julio y yo. Carlos sonrió y dijo:
C — Y este, no corre hoy.
D — No hoy no tengo apuros.
C — Así, vamos a tener que cobrar por el espectáculo, jajaja. Julio anda al baño de las mujeres a pedirles algo y fíjate quien queda, cuidado con el encargado.
Allá fue Julio, el tipo no tiene miedo, anda en calzones y se mete al vestuario de las mujeres como si nada, de pronto se escucha el griterío de las mujeres, le llueven zapatos, tangas y puteadas. Pero Julio siempre se trae algo.
J — Miren, el nuevo trofeo.
En una mano un frasco de shampoo y en la otra una tangas blanca, supongo que de la «colorada».
Que hermoso olor a concha. Al rato se confirma mi premonición, viene la «colorada» (Ana se llama) a nuestro vestuario.
A — Vengo a buscar algo mío.
Viene de short ajustado y mojado. Todos pudimos ver como ese short se metía entre sus piernas y como su entrepierna no tenía pelos. La «colorada» tiene dos hijos, está separada, tiene 38 y parece de la edad de la «negra». Solo que es más grande, más robusta, mide 1.70m, tiene grandes pechos, una cola muy firme, es linda de cara, el pelo rojizo, siempre atado con una colita, una boca muy sensual; cuando se enoja, tiene la costumbre de hablarte de cerca y te dan ganas de comerle la boca.
Graciela, por el contrario, se baña muy rápido y se va. No se queda a charlar como lo hacen la «coló», la «negra» y la «pelada» (Claudia). La pelada, le decimos porque cuando entró hace tres años, estaba rapada y ahora usa el pelo muy corto. Tiene 34 o 35 es soltera, toma whisky o cerveza a la par de cualquiera, nunca se la ve con hombres, nadie sabe si tiene novio o pareja, dueña de una hermosa moto de 500cc., tiene un traje de cuero que mata. Lo que le falta de tetas, lo tiene de cola, ojos grandes y cara de nena.
Un día nos dijo Julio:
J — Bo, tenemos que hacer algo, estas mujeres están para comerlas, tenemos que inventar una salida, o algo. Me están enloqueciendo, tanta mujer desperdiciada y van a pensar que somos putos. Nos tiran onda y nosotros andamos de bobos.
C — Mirá se me ocurre algo, la semana que viene cumplo años (33), la «colorada» siempre va, le decimos a la «negra» y a la «pelada». D — Y a la peti (Graciela).
J — Ah, te quieres comer a la peti, sorete. Mirá que tiene 23, es una nena. D — Déjate de joder, tiene una cola preciosa, unos pechos paraditos y una concha que se traga todo.
Dos días antes del cumple de Carlos, este le dijo a la «colorada».
C — Colorada, mira el viernes es mi cumple, te acodas.
A — Si me acuerdo, no te preocupes que voy a estar.
C — Yo te digo para que le digas a Claudia, a Daniela y Gabriela.
A — Si, pero deciles vos también.
C — Si, claro.
Después que la «coló» le dijo a las demás, Carlos las fue invitando de a una.
Ninguna se negó, pero todas preguntaron quienes iban a ir. Carlos les dijo que seríamos pocos. La «coló» propuso que todos lleváramos algo y eso fue muy bueno, porque de tarde nos cruzamos al vestuario de ellas para coordinar la fiesta, siempre encontrabas a alguna a medio vestir, pero nadie se asombraba. Incluso a veces se ponían a charlar con las tetas al aire como si nada, pero cada vez que «la pelada», se agachaba para ponerse los zapatos, se me iban los ojos hacia la raja de su cola, era impresionante ver como se abría y se metía toda la bombacha al inclinarse.
El viernes, nos fuimos los tres, Carlos, Julio y yo, a la casa de Carlos desde la fábrica.
Preparamos los que nos tocaba y esperamos a las chicas.
La primera en llegar fue la «colorada», de short ajustado, y remera ajustada. Toda de celeste, era un espectáculo. Después, llegaron la «negra» y la «peti» juntas. La «negra», de pantalón de lycra negro y camisa blanca y la «peti» de minifalda de jeans y camisa atada con un nudo por el frente. Se le vía el ombligo. Nos pusimos a charlar (eran como las 22hs cuando estábamos todos) de cosas del trabajo y de otras cosas. Después la «negra» puso música y dijo «todos a bailar». Nos pusimos a bailar y veía como los pechos de la «colorada» saltaban y como se contorneaba de forma muy sensual la «negra».
«La pelada», apenas se movía y pero no sacaba la mirada de Julio. «La peti» no bailaba, elegía la música y chupaba cerveza.
Cuando era muy tarde ya, paramos de bailar y seguimos escuchando música. No sentamos a juntos en un sofá, la «negra», Julio, la «pelada», yo y la «peti». La «negra» empezó a hacer chistes, la «peti» empezó a hacerme cosquillas por detrás, ya que yo le había dado la espalda. Como no me dejaba escuchar, porque aparte me cantaba en el oído, me di vueltas y quede cara a cara con ella. Me dijo:
G — ¿Qué pasa?
Estaba a centímetros de su boca. Le di un pico en la boca y le dije:
D — Quédate quieta o cobras.
Yo no quería que se quedara quieta.
Ella se rió se quedó quieta y seguí escuchando los chistes lamentando que me hubiera hecho caso, pero podía sentir su respiración agitada. De pronto me dio un beso en el cuello, me di vuelta, la abrase y le comí la boca. Los demás empezaron a gritar,
— eh, bueno, bueno,
— se ha formado una pareja, suéltala la vas a dejar sin aire.
La verdad que no podía despegarme de ella, me besaba con ganas. Cuando nos soltamos, nos dimos cuenta de que Carlos y Ana (la coló) no estaba.
La Daniela (la «negra») fue ver donde estaban.
J — ¿Y dónde se fueron?, dale deci.
D — Están en el dormitorio de Carlos y los dos en la cama, adivina.
J — Que caballo, se fue de callado, mientras nosotros boludeábamos.
D — Embrómate, preferís escuchar chistes a estar con una mina en la cama.
C — Para che, a mí no me dejen a fuera.
J — ¿Qué lástima, falta uno?
C — Con ese lomo, ¿no te animas con dos?
J — ¿Qué te pasa? Claro que sí.
Julio se llevó a Claudia y a Daniela para el otro dormitorio y me dejó con Graciela.
G — ¿Y ahora, que hacemos?
D — Lo mismo que ellos.
G — Para.
D — Dale, seguí como hace un rato y ahí nomás le comí la boca de nuevo. Le metí la mano debajo de la minifalda y fui directo a su bombacha. Estaba húmeda. Espere tocar sus pendejos, pero no los encontré.
G — ¿Qué buscas? Me dijo. No vas a encontrar nada porque me afeito toda. Mientras hablaba, le saque la bombacha, ella se desprendió la camisa y sus pechos quedaron paraditos y sus pezones se ofrecían para que los chupara. Ella sentada en el sofá y yo de rodillas entre sus gruesas piernas, chapándole las tetas. Ella reclino su cabeza hacia atrás y empezó a gemir. Le saqué la minifalda y pude ver su conchita que parecía la de una adolescente, solo que tenía un bulto como el de una mujer. Le pasé la lengua y abrió las piernas totalmente. Tuvo su primer orgasmo, su clítoris parecía explotar, estaba hinchado y al rojo vivo. Con el jugo de su coño, lubrique mi dedo más largo, lo introduje en su ano y soltó un suspiro profundo. Después, lubrique dos y volví a metérselos en su ano, dio un pequeño brinco y pidió que le diera mi verga.
G — Déjame chapártela.
Me senté en el sofá, ella se puso de rodillas entre mis piernas y comenzó a chuparla, tiró la piel de mi verga hacia atrás y dejo mi glande descubierta. La recorrió con su lengua varias veces, la metió en su boca y la saco hasta que estuvo satisfecha.
G — Ahora, pénemela despacito, porque soy estrecha y me duele mucho. La tiré sobre la alfombra boca arriba, le puse la puntita de mi verga en los labios de su coño, abrió totalmente sus piernas, puse toda la cabeza y pude sentir como se prendía de mi cuello con fuerza. Fui empujando de a poco hasta metérsela hasta la mitad, ella gemía como una virgen la primera vez y pedía más.
G — Dale, Dani, métela toda no me hagas esperar. Susurraba.
Metí lo que quedaba afuera de una, sentí como clavaba sus uñas en mi espalda y me dejaba sordo en un oído con grito agudo. Cruzó sus piernas por detrás de mi espalda y comenzamos a gozar como nunca. Su vagina tenía atrapada toda mi verga, sentía el roce de mi glande contra ella. Acabamos juntos y yo quería más. Le pedí que se pusiera de rodillas y se tumbara sobre el sofá y cuando tuve su cola bien abierta, le metí ni verga hasta la mitad y contuvo sus gritos mordiendo el almohadón del sofá. Comencé con la saca y pone y ella gemía muy fuerte. Su ano estaba tan caliente que apenas me dio tiempo para acabar en sus nalgas. Me senté en el sofá, ella se sentó sobre mí, con una mano me tomó del cuello y con la otra introdujo mi verga en su coño. Comenzó a menear sus caderas, a hacer círculos, a moverse hacia delante y hacia atrás. Se sonreía, me daba besos en la boca, yo la miraba hacer, le tome los pechos y se los comencé a acariciar muy suave y a apretarle los pezones, se tiraba hacia atrás y hacia delante.
Le abrí un poco más las piernas, la tome de las nalgas y se la metí toda. Ella se agarró de mi cuello con las dos manos y estrecho su boca contra la mía. Sus pezones rozaban mi pecho y se apretaban contra mí, cada tanto, ella jadeaba y gemía.
G — Si, dale, no te quedes.
G — Ahhhhh, si, así.
G — Mmmmm, toda Dani, hasta el fondo.
G — Siiiiiiiii.
G — Más, más, ahhhh.
Nos fuimos deslizando hacia el piso debido al movimiento, quedé boca arriba en la alfombra y ella cabalgándome.
Le metí dos dedos en el ano.
Se inclinó hacia mí, para que pudiera chupar sus pezones, abrió aún más su ano y mis dedos se hundieron.
G — Haaaaaaaay, malo!
G — Uyyyy, si, así.
G — Me voy, me voy, siiiiii.
D — Dale «peti»,
D — Dale bebe, ahora.
G — Siiiiiiiiiii.
Y acabamos juntos. Fue una delicia, estábamos transpirados, totalmente empapados, se deslizó de costado y quedó abrazada a mí, exhausta, con respiración acelerada.
Cuando pude pararme, pasé revista de los demás.
Carlos dormía junto a la «coló», los dos desnudos.
Julio, estaba chupando el coño de la «pelada» y sentada sobre su verga tenía a la negra, que no paraba de cabalgar. Cuando volví al living, Graciela estaba sentada en el sofá tomado una cerveza y me ofreció tomar de su vaso. Tome un trago. Tomó con su mano mi verga dormida y comenzó a apretarla suavemente. Me dijo:
G — Vení, quiero que me la pongas en el bacón.
D — ¿Qué queres, estás loca?
G — Quiero sentir la brisa de la mañana en mi cuerpo desnudo y tu verga en mi concha.
Fue hacia el bacón totalmente desnuda, apoyo sus manos en el barandal, miró hacia atrás y dijo:
G — Dale, vení, ponemela.
Esa cola era una tentación. Abrió sus piernas, levantó su cola y no tuve más que arrimarme por detrás y mi verga quedó entre los labios de su concha. La tome de los pechos y se la hundí hasta el fondo.
Soltó un grito.
G — Ayyyyyyyyyy.
Olvide su estrechez.
D — Perdona.
G — No importa, ya pasó.
Sentí como se contraían sus músculos y temblaban nuestras piernas. Solté el último vestigio de semen que me quedaba, dentro de su concha. Nos quedamos un rato quietos, sin sacar mi verga de su concha, contemplando la salida del sol. Cuando quisimos ver, los demás estaban con nosotros todos desnudos.
Pude comprobar lo impresionante mujer que es la «coló», la «negra» no es sorpresa, la «pelada» tiene unos hermosos pechos, bien parados, pezones puntiagudos, solo que se los apreta con el sostén para que no se noten. Fue una fiesta inolvidable y la repetimos cada tanto. La «pelada» no quiere compromisos, así que una a veces hace trío con nosotros, otras con Carlos y la «coló» y después vuelve con Julio.