Joe cerró su libreta de anotaciones con un suspiro. Pasaban de las nueve de la noche y el trabajo pendiente se seguía acumulando sobre su escritorio, por más contradictorio que pareciera. Sentía que no había avanzado nada en las últimas horas y la frustración, sumada al cansancio, le hubieran hecho desistir hacía rato, de no ser por ella.

Con un suspiro involuntario, volvió a mirar el reloj, cuyas agujas se movían con extrema lentitud.

No vendrá, pensó, no por primera vez. Una parte de sí había estado pensando toda la tarde en esa posibilidad, pero lo cierto es que la luz del día le había permitido ser más positivo, y se había inclinado por la mejor opción para todos: que se presentara en su oficina como habían acordado. Pero las horas iban quedando atrás y ya iba siendo tiempo de que reconociera que ella había tomado una decisión.

Apretándose el puente de la nariz al tiempo que cerraba sus ojos oscuros, Joe tomó su propia decisión. Comenzó a cerrar carpetas y devolver archivos a su lugar, procurando mantener cierto orden para cuando volviera a enfrentarse a ellos por la mañana. Como tenía costumbre, alineó sus tres lapiceras favoritas junto al libro de registros que examinaría primero, y se puso en pie.

Pese a que conservaba una buena condición física, las horas de estar doblado sobre los papeles le pasaron factura al levantarse, y dedicó unos segundos a desentumecer los músculos de su espalda y cuello. Estaba por tomar la campera de cuero del perchero, cuando escuchó pasos apresurados del otro lado de la puerta.

El corazón le dio un vuelco y por un momento olvidó respirar.

Reconocería ese modo de andar determinado en cualquier lado, y si hubiera conservado alguna duda, la puerta no tardó en abrirse para dar paso a la mujer que llevaba horas esperando.

Ella entró como una exhalación, aunque su rostro cuidadosamente maquillado no reveló ninguna expresión ansiosa. Sus gruesos labios, pintados de rojo furioso, destacaban en la blancura de su rostro. Las largas pestañas aletearon una sola vez en su dirección y Joe admiró la forma en que estas se curvaban sobre los ojos más azules que había visto en su vida.

La miró con lentitud, apreciando el grueso collar en torno a su delicado cuello, su campera de cuero que apenas llegaba sobre su ombligo, la blusa negra con amplio escote que llevaba debajo, la minifalda que se adhería tentadoramente a sus caderas, lo que hacia resaltar un culo de ensueño, y las medias caladas que bajaban por las largas piernas que se ofrecían para ser acariciadas. Sus pasos se oirían siempre con esos tacos, pensó, incoherente, al ver los tacos altos y finos de sus zapatos.

Cuando volvió a mirarla a la cara, ella dio un paso hacia el frente, haciendo ondular su larguísimo cabello azabache y llamando la atención de Joe hacia los guantes de encaje de donde escapaban sus dedos.

Se obligó a recomponerse y le habló con voz turbia.

─Ya no te esperaba, Catalina.

Las cejas de Catalina se alzaron con lentitud, al oírlo pronunciar su nombre.

─¿Prefiere que me vaya? ─preguntó, con tono indiferente.

Joe volvió a fijar la vista en sus labios, incapaz de evitarlo. En todos sus años, casi el doble de los de la mujer que se encontraba ante él, se había sentido tan cautivado por una boca femenina, tan apetecible y prometedora de mamadas infernales-

─No ─dijo, al fin, y se aclaró la garganta antes de proseguir─. ¿Por qué no te sientas y hablamos un rato?

Hizo amague de volver a sentarse en su propia silla, pero entonces se dio cuenta de que Catalina seguía tan inmóvil como desde que llegara, mirándolo con sus enormes ojos azules.

─Tú querías hablar conmigo ─. En la voz de Catalina, Joe detectó un matiz de resentimiento. Suspirando, se cruzó de brazos y la miró con un gesto entre severo y cansado a la vez.

─Varios profesores me han mencionado que has bajado considerablemente las calificaciones en el último trimestre. Incluso tus inasistencias llaman la atención. Estamos todos preocupados por ti.

Catalina alzó la cabeza, negándose a apreciar cómo se remarcaban los músculos de los antebrazos de Joe, y como la remera de los Rollings Stones que llevaba puesta se adhería a sus hombros y estómago. Le dirigió una mirada de frialdad antes de responder.

─No hay motivo para estar preocupados…

─Es bueno que lo digas, me alegra, de hecho ─. Joe intentaba sonar tranquilizador y positivo, pero la actitud de Catalina se lo estaba poniendo difícil. La propia Catalina y su cuerpo seductor le estaban complicando el año, para ser sinceros. El ceño de Joe volvió a marcarse cuando esta idea volvió a aflorar en su mente.

─Pero algunos de tus amigos han mencionado que ya no eres la misma que antes y…

Catalina lo interrumpió con un bufido y Joe agregó con voz más suave:

─Incluso Jeremías ha dicho que lo evitas.

El efecto que esperaba lograr con esas palabras se fue al carajo cuando Catalina lo miró con gesto despectivo al escuchar mencionar a su novio. O a su ex, depende a quien le preguntaran. Ella sabía que no estaba tan interesada como antes, y esperaba que los demás captaran los signos…

Los hombros de Joe volvieron a hundirse con cansancio al verla. Pero en seguida se repuso y dio un paso hacia la joven.

─Mira, sea lo que sea, podemos solucionarlo.

Catalina lo miró y quedó en blanco al sentir su proximidad. Quizás hubieran aún dos o tres metros entre ellos, pero era lo más cerca que habían estado nunca y tenía que admitir que eso la estaba afectando más de lo que esperaba. Sintió como un pinchazo en su entrepierna y una humedad creciente

Desde el día que presentaron a Joe ante la clase como el nuevo Consejero de la universidad, había sentido que su pulso se aceleraba sólo de pensar en él. De acuerdo, sabía que no era la única, bastaba mencionar su nombre ante algunas chicas para escuchar cualquier tipo de vulgaridad que se les ocurriera, e incluso no faltaba quien había decorado algunas puertas del baño femenino con comentarios igualmente subidos de tono: “Potro Joe, te comería a pedacitos”

Pero Joe había iniciado una revolución a sus sentidos. Bastaba verlo caminar por los pasillos con esos pantalones de jeans emperrados en remarcar sus fuertes piernas y, sobre todo, la firmeza de sus nalgas, o verlo sonreír, aunque no fuera a ella, para que su mente se plagara de fantasías.

Joe no era del todo guapo, si lo mirabas bien. Su nariz estaba un poco torcida, quizás se le había roto alguna vez. Sus ojos estaban un poco más separados de lo normal y la barba… A Catalina nunca le habían gustado los hombres de barba, ni siquiera aunque la llevaran corta como él, y bien cuidada. Pero en Joe todo eso entraba en la lista de cualidades antes que defectos, haciéndolo parecer mucho más atractivo por estos pequeños detalles que por su cuerpo musculoso y su cabello un poco más largo de lo habitual. Había escuchado a una chica decir que tenía «magnetismo animal» y quizás fuera eso lo que la hacía temblar por las noches, acostada sola en su cama… y tocarse su vulva hasta hacerla estallar de placer

Quizás fuera eso lo que enviaba relámpagos de placer por su espalda en ese momento, cuando sólo estaba parada ante él, observándolo.

─¿Catalina? ─preguntó Joe con extrañeza, cuando el silencio creció entre ellos.

Catalina soltó el aire que había estado conteniendo y dijo:

─No necesito tu ayuda.

Pero quizás había dejado entrever un tono de duda en su voz. Joe se acercó un poco más, haciéndola sentir más vulnerable con su cercanía y más caliente también.

─Habla conmigo ─le pidió.

Catalina quedó cautiva de sus palabras. Alzó la cabeza con intención de mirarlo a los ojos, pero se encontró observando la forma de sus labios. El labio superior era delgado y quedaba algo disimulado por el bigote, pero el labio inferior se veía lleno… tentador. Lamió sus labios en un gesto inconsciente que para nada pasó desapercibido a Joe, cuya mente dejó de funcionar de repente y se concentró en sentir el calor del cuerpo femenino fluyendo hacia él, y la suavidad de su perfume.

Una parte de sí, sabía que aquello era un error. No sólo porque él trabajara en la universidad y se le hubiera pedido que se entrevistara con ella para darles una opinión a los profesores preocupados por sus calificaciones. Sabía que Catalina no debía tener ni veinte años, mientras que él había cumplido los treinta y dos el verano pasado. Se esperaría de él que supiera controlarse y no traspasara límites. Pero ella estaba tan cerca…con esas curvas tan tentadoras… Y ese perfume…

Cerró los ojos un segundo para dejar de ver la expresión de ella, de ver sus ojos azules y su hermoso cabello, sus senos de formas perfectas,  porque desde sus quince centímetros de ventaja su mente comenzaba a jugarle malas pasadas, imaginándola arrodillada entre sus piernas, mirándolo con anhelo, buscándolo con su boca…

Joe dio un paso atrás y Catalina lo siguió, como por inercia.

Los lazos de tensión que ambos habían intentado prevenir desde hacía tiempo, tiraban ante la proximidad del otro, tentándolos para bien o para mal.

Joe se obligó a centrarse y tomó a Catalina de los antebrazos, intentando marcar distancia.

─Mejor hablamos en otro momento ─dijo, con voz aturdida.

Catalina sintió que un nuevo temblor le recorría la columna vertebral al sentir la fuerza de sus manos. Joe pareció sentirlo también y se apresuró a soltarla.

Un nuevo paso acercó a la joven hacia Joe, haciéndolos ser demasiado conscientes uno de otro. Catalina sintió como sus pezones se alzaban excitados hacia el calor del hombre, y la entrepierna de Joe se estremeció expectante. Ella noto fugazmente el bulto debajo de la cintura

─Catalina… ─Joe no sabía si con eso quería rogar o negar, su cuerpo estaba en conflicto con su mente.

─Tú me llamaste ─susurró Catalina, pegando sus pechos al cuerpo masculino─, y yo he venido.

Catalina hundió sus dedos en la cabellera de Joe y lo acercó a sus labios, poniéndose en puntas de pie para besarlo mejor. Le estaba ofreciendo esos labios carnosos…

No pretendía besarlo con suavidad, su beso fue agresivo y apremiante. Sus labios chupaban y mordisqueaban los de Joe, buscando respuestas que él no dejaba de darle. Sentía el roce de la barba suave contra su piel, y disfrutaba de la novedad, restregando su rostro contra el de él.

Borradas las fronteras entre la realidad y el deseo, Joe se dejó llevar por la marea de su cuerpo y, antes de que ningún otro pensamiento se colara entre ellos, tomó a Catalina por la cintura y apretó su cuerpo contra el suyo, ya imposible de disimular su erección. Ella gimió dentro de su boca, apremiándolo a que la besara con más intensidad, acariciando su cuello y sus hombros casi con violencia.

Joe pasaba sus manos por la cintura, subía y bajaba por la espalda, jugaba con la redondez de su trasero, recorría su estómago, sus senos… Y así y todo sentía que necesitaba más, que no era suficiente tocarla de ese modo, por más placentero que le resultara.

-Si Joe…abrazame…haceme tuya!

La tomó entre sus brazos y la montó sobre su cadera, logrando que la minifalda se subiera hasta terminar arrollada en torno a sus caderas. Catalina lo rodeó con sus piernas sin dejar de besarlo, y apenas fue consciente de cuando él la apoyó contra la pared. Tantos meses deseando sentirlo entre sus brazos y ahora lo tenía entre sus piernas, olvidadas las diferencias entre ellos, pendientes sólo de su mutuo deseo. Lo besó y acarició queriendo grabar en su mente cada centímetro de ese cuerpo poderoso que se estremecía por ella.

Joe hubiera querido contenerse un poco más, pero comenzaba a sospechar que hoy no era su día. El calor que despedía el sexo de Catalina apretado contra su estómago, lo estaba desquiciando, y, aunque le hubiera gustado ser más amable y suave, por su mente desfilaban cientos de imágenes de todo cuánto deseaba hacerle… de todo cuanto deseaba que le hiciera… y de no haber existido la ropa entre ellos, sospechó que ya se habría hundido en la caliente suavidad de su cuerpo.

Así y todo, se las ingenió para quitarle la campera con ágiles movimientos. Abrió el escote de la blusa de Catalina, admirando la blancura de la piel, y buscó con su boca los duros pezones, besándolos, chupándolos y hundiéndolos en su boca con hambre voraz.

Catalina gemía ante la pasión de la boca masculina, dejando caer la cabeza contra la pared, ciega a las luces del techo y la poca atractiva decoración de la oficina. Sus manos se movían como por propia voluntad, intentando quitarle a Joe su camiseta. Él se dio cuenta de lo que intentaba hacer con pobres resultados, y riendo roncamente se quitó la camiseta con un solo movimiento. De inmediato las manos de ella estuvieron sobre su cuerpo, deleitándose en la firmeza de su carne y enredando los dedos en el vello de su pecho. Se inclinó hacia él y lamió la sal de su sudor.

Joe enredó una mano en su cabello, no sabía si para dirigir su boca o para apartarla de su piel ardiente. De lo único que era consciente era de cuánto la deseaba y necesitaba en ese momento.

Con suavidad apartó a Catalina de la pared y deslizó su mano entre las nalgas, siguiendo el recorrido de la tira de la ropa interior que se deslizaba entre ellas. Un dedo alcanzó el húmedo sexo y la sintió ahogar un gritito agudo al tiempo que pegaba su rostro al del hombre. Joe continuó su exploración sobre la suave piel sin vellos, esparciendo la humedad y embriagándose con el calor. Entró en ella como paso experimental y sintió como las paredes de su vagina se apretaban en torno a su dedo. Se mantuvo quieto ante la tensión que recorrió el cuerpo femenino, pero sus peores temores se disiparon cuando percibió sus movimientos apremiantes, el ritmo que marcaban las caderas de Catalina contra su dedo. Hundió y sacó el dedo de su sexo, imitando sus movimientos y luego sumó a ese un segundo dedo.

Catalina gimió largamente, tirando la cabeza hacia atrás. Joe admiró su rostro y su cuello, su cabello en desorden al tiempo que la seguía penetrando.

Cuando Catalina lo miró y se encontró con su mirada, el placer se extendió en ambos cuerpos y siguieron moviéndose sin quitarse los ojos de encima, respirando ambos con fuerza, hasta que el fuerte orgasmo que experimentó Catalina la elevó a alturas inexploradas por ella antes.

Joe disfrutó de su belleza y de su placer, sabiendo que era hora de experimentar el suyo propio. Antes de que Catalina se diera cuenta de lo que ocurría, Joe la llevó hasta el escritorio y la acostó entre cuadernos, archivos y carpetas que no terminaron en caer al suelo. Le quitó la mojada prenda interior y liberó su miembro hinchado e impaciente. Ella seguía perdida en el éxtasis, temblorosa aún, cuando Joe apoyó las manos junto a su cabeza y la penetró con un solo movimiento.

Los ojos de Catalina se abrieron de sorpresa ante la anhelada intrusión, disfrutando de cómo la llenaba. Un gruñido escapó de la garganta masculina, como respuesta a esta misma sensación, y todo el cuerpo de Joe se tensó, intentando prolongar lo más posible el momento.

Pero Catalina no quería esperar más, y nuevamente sus piernas rodearon su cintura con fuerza, apretando las prietas nalgas y empujándolo dentro de su ser.

El miembro de Joe latía en su interior, y cuando éste comenzó a entrar y salir de la caliente humedad, el placer se triplicó y ambos volvieron a perderse en esa carrera incontrolable hacia el éxtasis, gimiendo, mascullando palabras incoherentes, mirándose y acariciándose hasta que, con un mutuo grito de liberación, la meta fue alcanzada.

Joe dejó caer su cabeza entre los suaves pechos que rebosaban el escote de la blusa. Pudo sentir el corazón de la mujer desbocado, y la capa de sudor que los bañaba se mezcló con el contacto. Catalina aún lo retenía entre sus piernas, apretándolo inconscientemente. Una de sus manos había quedado atrapada entre sus cuerpos, entre su calor y su humedad.

Pasaron un par de minutos antes de que la realidad comenzara a abrirse paso en sus mentes.

Catalina miró hacia el techo y recordó que había ido a la universidad a encontrarse con Joe por órdenes del director. Había esperado hasta el último momento para presentarse, deseando no encontrarlo. Y sin embargo, había acabado bajo su cuerpo…

Joe abrió los ojos y vio la libreta de asistencias con la tapa doblada bajo el cuerpo de Catalina, y se dio cuenta que había infringido quién sabía cuántas leyes al practicar sexo con una jovencita de la que, de algún modo, era responsable…

Pareció que ambos se daban cuenta del silencio del lugar al mismo tiempo.

Joe se levantó lo suficiente para mirarla a la cara, sin saber qué decir, y se encontró con la expresión insondable de ella. Sus ojos lo miraban con atención, examinándolo pero sin querer revelar nada de sí.

Joe sintió que se perdía en esa mirada, sin sospechar siquiera que la propia Catalina sentía que se ahogaba en sus ojos oscuros.

Finalmente, se aclaró la garganta y dijo:

─Creo… No, esto ha sido precipitado, Catalina.

─Sí ─fue la respuesta de ella. Joe frunció un poco el ceño.

─Tenemos que hablarlo.

Por toda respuesta, ella continuó mirándolo.

─Tenemos que… aceptar lo que ha pasado y afrontarlo.

Catalina lo siguió mirando, no sabiendo si hacerle notar que, pese a sus palabras, aún estaba dentro de ella, aún seguían entrelazados y semidesnudos…

─Esto ha sido… ¡mierda!, completamente inesperado ─. Joe sacudió la cabeza con una mezcla de estupor y culpabilidad brillando en su mirada─. ¡Por Dios, di algo!

Catalina sintió que algo despertaba en su interior al saberse al mando de la situación. Si él le pedía que tomara una decisión, ella no tenía que pensarla dos veces. En los últimos meses había aprendido que lo mejor era vivir rápido y sentir despacio, y estaba dispuesta a experimentar esa filosofía hasta las últimas consecuencias.

Levantó una mano hacia el rostro masculino y con un dedo delineó el inflamado labio inferior, pensando que si tuviera fuerzas se levantaría a besarlo. A recomenzar todo de nuevo.

─Joe ─dijo con voz suave y decidida─, la próxima vez no tiene por qué ser precipitado.

Y casi ríe en voz alta al ver la mirada perpleja que él le devolvió.

Si hay alguna alumna que me quiera contar como estuvo o está de caliente con su profesor, me puede escribir a guruayudador@gmail.com y compartiremos calentura y erotismo.