En el cine con popcorn

Eran solo vecinos, a veces se saludaban amistosamente como en cualquier barrio cerrado del gran Buenos Aires, una noche, en la función de las 10:35 coincidieron en la cola del cine, se saludaron como casi siempre.

El portaba su infaltable bolsa de popcorn y coca, ella con sus manos libres dentro de los bolsillos del abrigo se calentaba aún sus manos del frio reciente.

La fila comenzó a avanzar casi inmediatamente ellos llegaran, los lunes va poca gente al cine, al llegar al chico que pide los tickets de entrada, lo inevitable, a él no le alcanzaban las manos para buscar su ticket, ella lo ayudó teniéndole la gaseosa…

Mientras desandaban los escasos metros hasta la sala intercambiaron algunas palabras, solo lo de rigor, «viniste sola» «si yo también» «lo que pasa que mi marido está de viaje» «si, mi esposa no se banca este tipo de pelis y estaba cansada, que se yo» etc. etc.

Ya en la sala a él le sorprendió que se sentara a su izquierda en la butaca de al lado, le ofreció popcorn, ella tomó solo un pequeño puñado, ese simple movimiento esparció el perfume de ella hacia el, eso le gustó: casi sin quererlo su frecuencia cardíaca aumentó levemente pero un cierto calor y rubor se hubiera hecho evidente si ,ya en la penumbra la película no hubiera comenzado.

Algo había sucedido ya, algo que ninguno de los dos quería conscientemente aceptar había sido desencadenado: él busco el roce de su pierna, rodilla con rodilla, ella no la retiró, casi contesto con una suave presión contraria.

Pero vinieron otros roces la bolsa de popcorn servía de excusa para entrecruzar brazos y manos que ,con cada toque, generaba una catarata de adrenalina que ya corría por sus venas.

De pronto una escena de suspenso en la película sirvió de excusa para que ella pusiera su mano derecha sobre la rodilla de él, enseguida él puso la suya sobre la de ella, estaba fría, como protegiéndola el cubrió su falda y la mano de ella con su campera y sin pensarlo puso su mano izquierda en la rodilla de ella, comenzó a moverla ya sin disimulo, las barreras cayeron hechas pedazos y ambas manos buscaron mutuas entrepiernas; él bajo su falda sobre sus medias buscaba su calor, ella sobre el jean de él busco su miembro que él no tardó en liberar de su encierro: se sorprendió de sentirlo tan suave y a la vez tan duro, le gustaba ver como reaccionaba involuntariamente a sus ordenes, ella lo acariciaba suavemente, lentamente con caricias expertas, con la frecuencia perfecta: cuatro cinco seis veces hacia arriba y hacia abajo cerrando levemente su mano sobre la cabeza, para interrumpir tensando su piel hacia abajo casi, solo casi hasta el dolor y jugueteando con su dedo índice o pulgar en la punta del glande con esa viscosidad preseminal, resbalosa, tentadora, incontenible.

La mano de él se movió con habilidad entre la ropa encontrando rápidamente esa cueva de humedad y calor que ella ya ponía a su disposición.

Sus pechos se hincharon, sus pezones se endurecieron hasta casi dolerle, como pidiendo ser mordidos, chupados.

Su vagina húmeda y caliente latía solicitando ser penetrada cosa que él hacia con su dedo medio y que ella acompañaba con movimientos de su pelvis.

Esa química inexplicable y maravillosa que es el cuerpo humano, se iba de su control.

Un cosquilleo especial la comenzó a invadir, eran como olas, las olas que mojan la arena en la costa del mar y que cada vez suben más y más abarcando porciones cada vez mayores de playa, de arena seca.

Ellas se sucedieron cada vez más intensas y más prolongadas hasta que, hasta llegar a una última cúspide mas alta que ninguna, mas prolongada, mas larga que las anteriores, era el clímax, lo máximo, la perdida total del control de si misma, la sensación mas sublime que puede percibir el cuerpo, esa que mueve voluntades, que conecta a dos personas mas allá de la racionalidad (de pensar que están en realidad en un cine de Boulogne)

De pronto él no aguantó más, reprimió un «hay si», mudo, callado, casi inaudible (había gente en la fila de adelante), ella sintió sobre su mano su líquido caliente, hirviendo como de fuego, espeso, igual que la lava de un volcán, lenta inexorable, se deslizaba por su mano.

Enseguida ella sabía lo que vendría: Los músculos de él, se tensaron, sus muslos se hicieron de roca, luego se aflojaron para tensarse de nuevo, aún más, tres cuatro veces, mientras reprimía sus gemidos, claro ella también gemía porque mágicamente como conectados por la misma energía sexual, como si hubiera un único cable conectados en ellos dos: se desató el orgasmo de ella.

Era increíble como si fueran piezas de domino que caen sucesivamente encadenadas el clímax de él, desató el de ella.

Se escuchó una puteada, el señor de adelante los increpó, de pronto él, ella descendieron bruscamente a la realidad, que paso?

Estaba nevando, no, no, era el popcorn que cubría la cabeza del señor de adelante como blancos copos invernales, menos mal que era salado: es menos pegajoso.