El príncipe azul

Pocos saben esta historia que voy a contarles, quizás desmitifique un poco las historias de príncipes azules y princesas rosadas y vírgenes con las que solemos soñar desde chicos.

Trata de una mujer contemporánea que llegó a deambular como princesa, pero antes de eso, era apenas una mesera en su país de origen.

Ella era apenas una adolescente cuando yo la conocí.

Una rubia bien formada, de unos diecisiete años de edad, que se movía entre las mesas como una gacela.

Las gentes alrededor eran rufianes en su mayoría, y bandidos de poca monta.

La muchacha en aquel entonces era propensa a los lenguajes vulgares, y disfrutaba el sexo por algún dinero extra, que nunca le venía mal.

Entre voces carraspeantes, escuchaba su nombre, ya algún pedido… que ella tenía que complacer.

-Máxima… tráeme agua

-¿Agua? Sácame la enagua…

Y los bribones reían, mientras ella giraba graciosamente sobre si misma, levantando la breve pollera y dejando ver sus braguitas, que apenas cubrían su conocido chochito.

Alrededor de las dos de la mañana, el ambiente se ponía más caldeado, y era allí cuando Máxima podía hacerse un dinero extra, llevándose gustosamente a alguno de los comensales a las habitaciones superiores.

El cantinero estaba feliz con ella, pues noche por medio la muchacha tenía algún que otro cliente, y esto le permitía no desembolsar una suma de dinero ostentosa en la chiquilla, ya que el sueldo se pagaba con creces con lo que obtenía Máxima de los bravucones con los que se encamaba.

A la cantina llegaban muchas veces gentes de otros lugares del mundo, atraídos por la belleza del lugar, que con el tiempo se había hecho una parada típica, obligada.

Esto convenía tanto al cantinero como a su mesera predilecta, ya que podían hacerse de unos cuantos billetes extranjeros.

Sobre todo los verdes, un color muy apreciado en aquel país.

-Máxima, una copa de oporto…

-¿Oporto? No lo soporto… mal me porto…. ¡rómpeme el orto!

Y las risas invadían el lugar, mientras la muchacha giraba sobre si misma y dejaba ver sus braguitas.

Una de las personas que estaba allí, de aspecto augusto, aunque ataviado como las demás personas, miraba con cara extraña a la chica.

Se volvió hacia uno de los amigos que lo acompañaba, y le dijo en voz baja:

-¿Orto? ¿Que significa eso?

-Significa culo… en el lenguaje de los nativos, Su Majestad.

El hombre, aún joven, sonrió y quedó encantado con la muchacha, que se contorneaba como un demonio, y cada vez tenía más excitados a todos los perros del lugar.

Con los licores, y el calor en la punta de la lengua, el hombre se animó, y dijo en un español forzado:

-Máxima… dadme una cerveza…

La voz sonó imperiosa, como si fuera una orden.

La muchacha se detuvo un poco, y observó al joven que le hizo el pedido.

No necesitó adivinar que era un forastero, de buenos modales, quizás alentado por el alcohol… y con él, habría unos cuantos dólares.

Además, no estaba tan mal… debajo de la vestimenta común, parecía haber un cuerpo armonioso, atlético… no lo dudó mucho. Le contestó, guiñándole el ojo:

-¿Cerveza? Mi alteza… ¿le chupo la cabeza?

-Si queréis ser princesa…

El holandés se había embravecido, y la gente rió con ganas.

De allí en más, corrió la cerveza, bailaron un poco, y ella lo tomó de la mano y lo condujo hacia las habitaciones superiores.

Los que acompañaban al joven trataron de detenerlo, más él hizo un gesto, y se dejó llevar.

Dentro de la habitación, algo sucia, levemente iluminada, el muchacho miró a la mesera a los ojos…

-¿Cómo te llamas?

-Máxima Zorr..eta… para servirte.

El extranjero la miró con detenimiento.

Era preciosa. Rubia natural, una fresca sonrisa… parecía una mujer inmaculada.

Quizás bajo los efectos del alcohol, y ya más acostumbrado a los vocablos locales, el príncipe se soltó:

-Máxima Zorr..eta… abridme la bragueta.

La chica abrió lentamente la bragueta del holandés, y empezó a amasarle la polla, que ya la tenía bastante dura. Pero él la contuvo. Y le dijo:

-Máxima Zorr..eta… mostradme una teta.

La muchacha descorrió lentamente su blusa, dejando un hombro descubierto… no llevaba sujetador alguno, y el hombre se encontró con un seno delicioso, bien formado, con una riquísima aureola rosada, como la tienen todas las rubias naturales… empezó a lamer, a chupar, ese pezón delicioso, que se iba poniendo erecto… ella mientras le amasaba el pene sobre el calzón, el cual ya estaba alcanzando un tamaño imperial.

-Máxima Zorr..eta…dadme tu cajeta.

La joven se subió la falda, dejando sus braguitas al descubierto, que por cierto estaban empapadas.

El hombre estaba más que caliente, desgarró prácticamente la falda, que se desprendió muy fácil, ya que apenas un botón la sostenía.

Y Máxima se sacó la braguita, dejándole el chochito, apenas cubierto por una mata de pelos rubios al descubierto.

Se besaron apasionadamente, Máxima nuevamente volvió a hurgar esta vez bajo el calzoncillo, el príncipe arrancó la blusa, saltaron algunos botones, pero ¿Qué importaba?

La chica se sentó sobre una pequeña mesa que había en la habitación, y el príncipe hundió sus narices en el dilatado y conocido coño de la muchacha, dando pequeños lengüetazos, que hacían gozar deliciosamente a Máxima, quien reclinaba su cabeza para atrás, gimiendo suavemente…

-Máxima Zorr..eta… déjame que te la meta.

Máxima no se hizo esperar, ayudó a bajarse hasta media pierna el pantalón del príncipe, procedimiento que repitió con los calzoncillos, era tanta la calentura del príncipe que tomó a la muchacha en vilo y la tiró sobre la cama, cayendo bastante torpemente sobre ella, pues tenía los pantalones que le sujetaban los tobillos… claro que no importaba tampoco, porque quien abrió las piernas era ella… y abrazó con las piernas deliciosas, largas, desnudas, el cuerpo de su amante, quien bombeaba intensamente, mientras ella se arqueaba de placer, y fue un segundo, descargó toda su leche dentro del coño de la mesera, y algunos borbotones también afuera…. el príncipe estaba exhausto… y su pene empezó a encogerse un poco, cuando se detuvieron para descansar.

Él la sacó, ya flácida, y le dijo a su amada rubia:

-Máxima Zorr..eta… saboréame la pipeta.

No se hizo esperar.

Con lujuria empezó a besar, a lamer, a chupar el glande, limpiando los restos de semen y fluidos vaginales.

Y la picha no tardó en reaccionar, comenzó a crecer en tamaño, hasta estar dura como una tranca.

-Máxima Zorr..eta… trágate la escopeta.

No lo dudó tampoco.

Se la llevó hasta la traquea, chupaba deliciosamente, mirando a su amado con los ojos entornados.

Esto volvió loco al heredero del trono, quien la agarró de los pelos y empezó a forzarla para que tome un ritmo, fornicándosela por la boca, mientras ella le agarraba los glúteos con una mano al príncipe, y con otra le tomaba suavemente los testículos, amasándoselos, fomentando el placer real de aquel encuentro.

Entonces descargó otra vez su semen, inundando la boca de la chica, quien tosió un poco dejando escapar un poco de semen por la comisura de los labios, ante la inesperada y abundante descarga.

El joven se la sacó de la boca, dejando caer un poco de esperma en los pechos de la muchacha… y no se hizo esperar.

El hombre estaba enamorado de ella, la besó dulcemente en la boca, recorrió cada centímetro de su cuello con besos, esperando que la pija entre en acción nuevamente, ya que estaba a media erección.

La muchacha se contorneaba de placer, y más cuando el dedo mayor del príncipe le empezó a acariciar el coño, mientras la boca bajaba por el cuello, le besaba los pechos, lamiendo los propios restos de su leche, bajaba por el ombligo, estaba por sumergirse en ese suave monte de venus, cuya dueña ahora ofrecía con las piernas bien abiertas, cuando cerca del ano de la muchacha, vio el pequeño tatuaje de un meteorito.

-Máxima Zorr..eta… mostradme el cometa.

Puso un almohadón bajo su vientre y elevó el culo respingón y perfecto hacia el príncipe, como si fuera una real corona.

El joven empezó a lamer con destreza el ano de su futura esposa, tal cual lo hacía con las sirvientas en el palacio real.

Allí sabían que era una bestia sexual, y que no perdonaba a nadie… más se mantenía en secreto, pues en los Países Bajos, la monarquía es un bien respetable, absoluto, casi divino.

El príncipe heredero metió primero el dedo gordo en el ano de la rubia plebeya, haciendo círculos, mientras no dejaba de lamerle la conchita que no dejaba de chorrear por el placer que esto le producía.

El príncipe pudo sentir con que facilidad podía meterle uno, dos, tres dedos en ese ano glorioso, que se dilataba con rapidez, seguramente por la experiencia avanzada de la muchacha.

Por un momento fue feliz, ante la reiterada estrechez de la mayoría de la servidumbre del palacio.

Y sin pensarlo tres veces, se le encaramó en la espalda y se la enculó de un saque. Máxima empezó a moverse algo nerviosa, como pedaleando… el placer que sentía era indescriptible.

-Máxima Zorreta… hazme la bicicleta.

Máxima se sacó la pichula del orto, se dio vuelta y puso los pies sobre los hombros del príncipe.

Este le metió la pija en el culo nuevamente, mientras con increíble habilidad, ella movía los pies sobre el pecho de su futuro cónyuge, acariciándoselo.

Era la mejor parte de todas, el príncipe estaba fuera de sí, con la cara roja, frenética, a punto de lanzar el gran chorro real, mientras Máxima agarraba las sábanas como si en esos se le fuera la vida… nunca había gozado así, tan salvajemente, estaba gritando, moviendo la cabeza de un lado a otro, mientras la rubia melena se abría como un sol sobre las sábanas….

En ese momento, se abrió la puerta.

La comitiva del príncipe, preocupado, había subido apresuradamente para ver que pasaba, y allí los encontraron.

No hubo juramento posible de guardar el secreto, las voces se corrieron pronto, y la reina madre obligó al hijo a reestablecer el honor de la muchacha ofreciéndole la mano del príncipe… y la corona.

Por supuesto, Máxima y el príncipe aceptaron gustosos, porque tendrían muchas cosas más para compartir y gozar.

Colorin colorado, este cuento erótico se ha acabado.