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Bea, gran descubrimiento

Bea, gran descubrimiento

Tengo 30 años, hace unos meses mi novia de toda la vida me dejó.

No fue una ruptura dolorosa, la relación era tediosa y monótona, como ocurre con la mayoría de las relaciones que duran mucho.

Pero claro, acostumbrado a follar prácticamente a diario, ahora me encuentro en un estado de inactividad sexual bastante molesto.

Por este motivo acepté la propuesta de un amigo de pasar un fin de semana con él, con su novia y una amiga de ellos, en una casa que él tiene en el campo.

No era una cita a ciegas pues conozco a la chica, se llama Bea, de vez en cuando hemos coincidido.

Es un par de años mayor que yo, rubia con una impresionante melena rizada, su delgadez es extrema, pero tiene unas tetas bastante grandes en comparación con el resto de su anatomía, su trasero también es bonito, redondo y duro.

Salimos el viernes después del trabajo, llegaríamos a la casa cuando estuviera anocheciendo.

Bea vestía unos vaqueros ajustados, que resaltaba su precioso culo y con un top que dejaba ver su piercing del ombligo, así como el principio de sus pechos.

Yo me cuido físicamente bastante, mantengo mi abdomen liso y mi cuerpo proporcionado, pero no me gusta, me incomoda lucir músculos, por eso me visto siempre igual; con unos vaqueros y una camiseta ancha.

Durante las dos horas que duró el viaje charlamos amigablemente, hicimos los planes que ocuparían nuestro tiempo durante el fin de semana.

Llegamos al destino, cada uno se instaló en su habitación, y luego nos fuimos a un pueblo cercano, a cenar y a tomar unas copas.

Nos divertimos mucho aquella noche, pero como hacía tiempo que no salía de fiesta, se me fue la mano con el alcohol, volví a la casa bastante perjudicado, por lo que me fui directamente a la cama, no sé qué hicieron mis amigos.

Nada más levantarme me dirigí al baño, necesitaba darme una ducha. Mientras me estaba duchando se abrió la puerta, era Bea.

Té queda mucho, me apetecería ducharme.

No ya casi he acabado.

Veamos. Dijo ella y abrió la mampara. No está mal, lo que veo.

Allí estaba yo desnudo quitándome el jabón con la ducha.

Si decir una palabra, me agarró la polla, que se me puso dura como un mástil, se arrodilló y pasó suavemente su lengua por mi prepucio.

Luego se incorporó y me dijo:

Yo se lo que hay que a los hombres os gusta que os hagan, pero yo también soy muy exigente, te daré todo el placer que puedas imaginar si me obedeces. No te arrepentirás.

Hizo una pausa para ver mi reacción y añadió.

Y ahora sal de ahí, que me quiero duchar, lo primero que quiero que hagas por mí es que me des un masaje en la espalda con jabón.

Dicho y hecho, allí estaba yo desnudo y empalmado frotándole la espalda.

Obedeciendo como un gatito, pero se me fue poco a poco la mano, de la espalda pase a acariciar su trasero y de ahí pasé a su húmedo coño, con jabón la masajeaba el clítoris, ella soltó un gemido de placer y hundió su cabeza en el agua tibia.

Primero, le metí un dedo por ese conejo calentito y mojado, luego dos; me disponía a entrar de nuevo en la bañera para follármela cuando, levantó la cabeza y me dijo:

Quién te ha dicho que entres en la bañera.

Yo sólo quiero que sigas disfrutando, le dije.

Aquí mando yo.

Se puso de rodillas, me echo un poco de agua sobre la polla, para quitarme los restos de jabón y comenzó a chupármela.

Primero voy a hacer que te corras, luego dejaré que seas tu quien trabaje.

Y así fue, me hizo la mejor mamada que recuerdo.

Metía la punta de su lengua por el agujerito de mi capullo, recorría el glande con la lengua, se la tragaba entera o sólo un poquito, también me daba pequeños mordiscos; mil sensaciones me recorrieron el cuerpo durante los minutos que estuvo mamándomela, hasta que claro, ocurrió la suele ocurrir en estos casos.

Pero ella sintiendo que estaba apunto de correrme paro y me dijo:

Quiero que te corras sobre mi cara, en mi pelo, quiero sentir tu leche caliente en mi lengua.

Tus deseos son órdenes, balbuceé entre gemidos.

Así fue como me corrí sobre ella. Una corrida bestial, la leche se le pegaba al pelo mojado, y le corría por la cara, la zorra se relamía de gusto, creo que hasta ella misma tuvo un orgasmo.

Después dijo:

Ahora vete, quiero acabar de ducharme.

No quieres que yo te haga gozar ahora.

No, quiero que me prepares el desayuno, café con leche, un vaso de zumo y dos tostadas con mantequilla y mermelada. Luego quiero que me esperes desnudo en mi habitación con el desayuno listo. Yo iré en cuanto acabe.

Si decir más salí del baño desnudo y me fui a la cocina.

Preparé el desayuno así en pelotas, y me excitó pensar que en cualquier momento, mi amigo o su novia pudieran sorprenderme de esta manera.

Cuando Bea salió del baño, yo llevaba unos minutos en la habitación, tumbado en la cama.

Levántate de ahí.

Ella se sentó en la cama, desnuda, con la espalda apoyada en el cabecero y yo puse la bandeja del desayuno sobre ella.

No es esto lo que quiero.

Está algo mal, zumo, café y tostadas con mantequilla y mermelada.

No, eso está bien. Lo que quiero es te pongas de pie en la cama y sujetes tú la bandeja.

Y allí estaba yo, con las piernas abiertas alrededor de las suyas y sujetando la bandeja, con una erección de caballo.

Mientras ella comía como si tal cosa, como si hubiera hecho esto mil veces.

Ella terminó de comer, se tumbó sin decir una palabra, yo bajé de la cama dejé la bandeja aparte y me tumbé a su lado.

Me gusta correrme después de cada comida.

Yo me puse a ello.

Empecé besándola el cuello, dando pequeños mordiscos, y tocándole las tetas y los pezones.

Fui bajando, y le lamí las tetas, a la vez que le pasaba la yema de mis dedos por su liso abdomen, ella se estiraba y encogía, parece que le estaba gustando.

Pronto mi lengua jugueteaba con su piercing del ombligo y mis dedos empezaron a acariciar su coño, primero por fuera, y después cuando ya estaba bastante húmedo por dentro.

Ella gemía, se retorcía de placer, sus convulsiones eran mayores cuando mis dedos frotaban esa parte rugosa y abultada de su interior, el punto G lo llaman, no sé por qué. Insistí con las caricias en esa zona hasta que ella tuvo un intenso orgasmo, lo se porque según se retorcía de placer clavaba sus uñas en mi espalda.

Sin darle tiempo a reponerse mi lengua se perdía en su rizada y rubia mata de pelo púbico, chupaba su clítoris mientras con los dedos jugaba en su interior, ella se encargaba de chuparme los dedos de la mano que me quedaba libre.

Le comí el coño sin prisas, recreándome, le daba pequeños mordiscos en los labios, alrededor del clítoris, la dejaba sentir mi aliento en su interior, primero lengüetadas lentas y largas, luego cortas y rápidas, ella gemía al ritmo que le imponía mi lengua, la dominaba; ahora era yo el que controlaba la situación.

No aguantó mucho y volvió a correrse, en el momento que le venía el orgasmo arqueó la espalda y mi lengua recorrió su coño lentamente de abajo a arriba.

Quedó tumbada jadeando.

Me incorporé y la miré, ella también me miraba, pero creo que no me veía, estaba en otra dimensión.

Yo me dispuse a follarmela, que ya era hora, si hubiera esperado unos minutos más mi polla habría estallado, no recuerdo haber tenido nunca una erección de aquel tamaño.

Levanté sus piernas y la apoyé sobre mis hombros, la penetración era total, mi polla entraba completamente, yo empujaba con fuerza, alternaba las embestidas con movimientos circulares de mi cadera, sus gritos y gemidos inundaron la habitación, se corrió de nuevo, pero a mi no me venía. Saqué la polla, estaba brillante y cubierta de sus flujos.

¿Te has corrido?. Me preguntó.

No, aún no, pero no tardaré mucho, cambiemos de postura.

Te has portado muy bien, has conseguido que tenga varios orgasmos, te voy apremiar, voy a dejar que me folles por detrás, disfrutaras de mi culito.

Yo no podía creerlo, esta tía es una fiera.

Pero para no hacerme daño, utiliza la mantequilla que ha sobrado del desayuno.

Mientras decía esto se colocaba a cuatro patas, con las piernas juntas y la cabeza sobre las sábanas, mostrándome el agujero, ese agujero que forma parte de los deseos de la mayoría de los hombres, ese agujero estaba allí, era para mí, cogí la mantequilla y unte alrededor de él, ella se empezó a masajear el clítoris, yo se la metí, primero despacio, hasta que conseguir meterla entera, el agujero ofrecía resistencia pero menos de la que yo había esperado, estaba claro que esta no era la primera vez que la enculaban.

Fue una gran sensación aquel hueco tan estrecho me hacía vez las estrellas, ella gemía con su mano en el coño, la cosa duró poco, un par de embestidas mías y unos movimientos de cadera y espalda de ella y me corrí, me corrí como una bestia, creo que ella tuvo otro orgasmo al sentir mi leche caliente dentro de ella.

Retiré mi polla de la que seguí saliendo esperma y observé como resbalaba mi corrida desde su culo hacia su coño.

Caí extenuado a su lado en la cama.

Nos miramos y nos besamos en la boca.

Más tarde me di cuenta de que ese fue el primer beso en la boca que nos dimos.

Lo mejor de todo era que sólo era sábado por la mañana, aún disponía de todo el sábado y parte del domingo para disfrutar de Bea, este gran descubrimiento.

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