Capítulo 2
Vendas negras II
Había pasado casi una semana desde que Sara tuvo el último encuentro con su amante desconocido.
Tenía tantas ganas de volver a sentir sus manos posadas sobre todo su cuerpo, que se pasabas horas y días enteros imaginando cómo sería su próximo encuentro.
Recordaba fehacientemente el olor de aquel hombre en los momentos en que se encontraban en el centro comercial. Realmente deseaba volver a sentir esas caricias.
Cada día, después de levantarse, lo primero que hacía era mirar las vendas negras, colocadas en una repisa, para contemplarlas y olerlas, esto le daba un motivo para salir a la vida con una esperanza de que quizá, sólo quizá, ese sería el día en que se encontrarían de nuevo.
Ella pensaba que la próxima vez sería algo especial, porque esperaba que su amante desconocido esta vez fuera más lejos.
Deseaba que por primera vez él la dejase observar su rostro; pero sabía que quizá no fuera como ella lo había visualizado en su mente.
Que tal vez fuera diferente. Deseaba con todas sus fuerzas que fuera ese chico que anteriormente le rondaba en la cabeza.
Julio -exclamaba- espero que seas tú.
El día que se cumplía la semana inmediata a su último encuentro, Sara comenzó a perder las esperanzas de volver a tener aquellos encuentros llenos de pasión –al menos así le parecían- y más multiorgásmicos.
Ese día Sara pensó, por primera vez, que no se toparía con su hombre desconocido. Así que no se arregló para él, sino solamente para asistir a la universidad.
Cuando terminaron sus clases eran aproximadamente las 16:30 hrs., cosa que aprovechó para encaminarse a merendero de la escuela.
Al pasar por la biblioteca se percató que, extrañamente, había poca gente adentro; a pesar de que era temporada de exámenes finales.
Recordó la vez que fue sorprendida por su hombre en el interior de los baños de la biblioteca. Sin embargo sólo quedó en un recuerdo.
Al llegar al merendero, escogió su comida, pagó en caja y se dirigió a una mesa solitaria situada en el rincón del lugar.
Estaba repasando sus apuntes cuando súbitamente se sentó en la mesa Rodrigo. Fue tal la sorpresa que se llevó que derramó la sopa sobre sus blue jeans.
Apenado, Rodrigo se ofreció a reparar su error y comenzó a limpiarla con una servilleta de papel.
Sara no se percató que su amigo había tomado la servilleta en la que escribió cuantas veces pudo el nombre de Julio. Rodrigo al darse cuenta de esto preguntó molestamente:
¿Quién demonios es Julio?
Sara volteó tan rápido que esta vez derramó la soda sobre la camisa de Rodrigo.
Sin embargo él no le dio importancia a esto y volvió a preguntar, esta vez más calmado, quién era el sujeto del cual Sara había escrito su nombre sobre la servilleta.
Sin embargo este no obtuvo respuesta alguna. Ella sólo le propuso que se acompañaran al baño para terminar de limpiarse.
Camino a los baños del edificio principal del Campus, Sara le comentaba a su amigo de quién se trataba. Pero justo en ese momento Julio paseaba tomados de la mano con Verónica, su mejor amiga.
Al verlos, Sara echó a correr rumbo a los baños y Rodrigo atrás de ella.
En la puerta de los baños de mujeres, Rodrigo esperaba impacientemente que nadie pasara por ahí para poder entrar.
Finalmente se animó y para su sorpresa, nadie más que su amiga, se encontraba dentro.
Preguntaba si se encontraba bien, pero sólo escuchaba el llanto de Sara. Sin querer haló la puerta del cubículo y dio cuenta de que estaba abierta.
Entró cerrando con seguro la puerta, se agachó para levantar del piso a su amiga y la abrazó. De esa forma estuvieron unos momentos hasta que Sara alzó la vista y besó con euforia a Rodrigo.
Él la separó de inmediato, pero al verla con lágrimas en los ojos, este decidió volver a abrazarla.
Fóllame –exclamó Sara- te lo imploro.
Rodrigo no podía ocultar que siempre había sentido una atracción por Sara; sin embargo no podía creer lo que estaba sucediendo.
Ella comenzó a acariciar la entrepierna del hombre, le comenzó a besar el pecho; aún con la camisa puesta, y comenzó a masturbarse a sí misma por encima de los jeans.
El sujeto no pudo resistirse a los deseos de su amiga y sujetó de las nalgas a Sara, desfajó la blusa y de un tirón le despojó de esta. El sujetador estorbaba, así que también se lo arrancó.
Ya para entonces Sara se encontraba realmente excitada, bajó el cierre del pantalón de Rodrigo y buscó por debajo el miembro de su amigo.
Cuando por fin lo alcanzó, ella ya se encontraba vestida sólo con la minúscula tanga roja que llevaba. Rodrigo decidió apartarla, besándola, comenzó a bajar lentamente por el cuerpo de ella. Besaba cada poro de su piel y se detuvo al estar frente a la entrepierna.
Hizo de lado con los dedos la parte de enfrene de la tanga y comenzó a acariciar los vellos.
Sara bajó la mano y sujetó la de él, tomó sus dedos y los llevó a la entrada de su vagina. Rodrigo aceptó el juego e introdujo el dedo medio. Sara comenzó a jadear. Él introdujo otro dedo. Ella ya no podía más y le vino un orgasmo.
Rodrigó terminó con la mano húmeda por los líquidos de su amiga; pero no se detuvo ahí. Besó dulcemente el monte de Venus, los labios mayores y finalmente llegó al clítoris.
Lo comenzó a besar, a mordisquear y a succionar de tal forma, que Sara no pudo soportar más y soltó un grito de placer que se escuchó hasta el corredor del edificio. Pero esto no detuvo a Rodrigo.
¡Ya!, ¡métela! –Suplicaba Sara-.
Rodrigó se incorporó, bajó la tanga de Sara y se sacó el pene. Ella miró el arma de su amigo y deseaba tenerla adentro.
Él la sujetó por los hombros, le dio media vuelta y la inclinó un poco.
Sara se sintió esta vez más excitada, pero comenzó a recordar que había adoptado esa posición dentro de los vestidores del centro comercial con su desconocido amante. Ella no se resistió y volvió a ponerse de frente a Rodrigo.
Dime que eres tú –exclamaba entre jadeos-, el de las veces pasadas.
Sin embargo, Rodrigo no contestó. Sara preguntó de nuevo si era él el que le ponía las vendas negras en los ojos cada vez que era asaltada de esa forma.
Él se limitó a responder que no, que se encontraba en un error, pero que deseaba serlo. La respuesta sorprendió a Sara de tal forma, que se separó de su amigo, se vistió como pudo y se marchó súbitamente.
Camino a casa, Sara pasaba las calles sin atención alguna. Inclusive pasó al lado del callejón donde fue atacada por primera vez. Iba pensando en lo sucedido con Rodrigo.
De repente, alguien le tapa los ojos con una venda de color conocido.
Sabía que eras tú Rodrigo –exclamó Sara de alegría- perdóname por haber salido tan intempestivamente, pero me sentí desconcertada.
Ella, con los ojos tapados aún, sintió como el sujeto la cargó y la llevaba no sabía a donde. El hombre se detuvo, la bajó lentamente y la besó. No se escuchaba ruido alguno.
Quizá algunos pasos en la lejanía del lugar. Sara sabía que se encontraban en el callejón que pocos minutos antes había pasado. Esto la excitó de manera instantánea, inclusive más que como estaba con Rodrigo, y sorprendió a su desconocido al tomar ella la iniciativa.
A él le gustaba jugar con ella, pero Sara no lo sabía. Lo único que deseaba era entregarse a su amante. Él lo hacía lentamente, la separaba y la abrazaba tan dulcemente que ella se sentía enamorada de alguien que no conocía.
El sujeto metió una mano entre el pantalón y la tanga de ella y la comenzó a masturbar como antes lo había hecho. Ella también lo hacía. Le proporcionaba placer a él.
Poco a poco el desconocido fue despojando de sus ropas a Sara, hasta que quedó totalmente desnuda.
El desconocido le sujetó ambas piernas, la cargó y la llevó contra la pared. Sara buscaba desesperadamente el miembro viril y erecto de su amante. Lo sujetó y lo puso en la entrada de su húmeda, ardiente y cachonda vagina. Sin embargo él no la penetró.
Decidió frotar su pene contra el clítoris. Los dos estaban recibiendo una sensación indescriptible. Pero esto no le bastaba a Sara. Quería más.
Tomó el pene y comenzó a frotarlo con una mano, a la vez que lo frotaba con su vagina.
No podía más. Sara se corrió por segunda vez en el día, sólo que esta vez de una manera más intensa y abundante. Sin embargo, quería aún más.
Se arrodilló frente al hombre, a pesar de que no veía nada por la venda que le cubría los ojos, y sujetó el pene de su amante con ambas manos.
Lo comenzó a masturbar frenéticamente. Paró un momento y después se lo llevó a la boca. Nunca había probado el sabor un viril miembro. Le fascinó en verdad.
Lo metía y lo sacaba de su boca cual caramelo. Entonces, el sujeto comenzó a jadear y a contonearse más rápido que antes. Sara sabía que su amante estaba a punto de venirse.
Aprovechó para meterse dos dedos en la vagina, mientras con el pulgar se frotaba insistentemente el clítoris. Con la otra mano acariciaba y se pellizcaba los pezones.
Se sentía tan excitada que comenzó a venirse. El sujetó no aguantaba más, comenzaba a jadear muy rápido.
Sara acerco el pene a sus senos, lo colocó entre los dos y lo aprisionó; mientras ella seguía corriéndose. Finalmente el sujeto se vino el los senos de Sara y en parte de su cara, fundiéndose de esta manera en un orgasmo doble.
Cuando terminó de correrse, el desconocido se separó de ella subió el pantalón y abrochó la bragueta. Posteriormente ayudó a Sara a incorporarse.
Comenzó a vestirla. Le puso las bragas y el sostén. Le pidió a que se limpiase pero sin que se quitara la venda.
Sara accedió a la petición. Mientras ella se limpiaba, el hombre escribió rápidamente un algo sobre un papel que sacó de su mochila.
Ella estaba terminando de limpiarse cuando sintió que el sujeto le puso un algo dentro del sujetador. Tomó una chaqueta y echó a correr; dejándola sola, como la vez anterior.
Sara se quitó la venda, y sacó lo que tenía entre el sostén.
Era un recado que decía: «No sé quién es Rodrigo». Terminó de vestirse y se dirigió a su casa; pero al llegar a la puerta se percató que la chamarra que llevaba puesta no era la de ella, sino la de su desconocido amante. Algo faltaba de sus cosas…