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Vendas negras I

Vendas negras

Era una noche de primavera.

El ambiente se percibía bochornoso y húmedo.

Por la calle transitaban pocas personas.

Una de ellas era Sara.

Vestía una falda negra combinada con una blusa roja con botones dorados; encima traía puesta una chamarra de piel sintética negra y unos zapatos rojos.

Cargaba a su espalda una mochila donde traía sus libros y cuadernos de la universidad.

Se dirigía a su casa tranquilamente, a pesar de que la calle luce desolada.

Es uno de esos días en los que no puede fijarse en nada de lo que sucede a su alrededor, va ensimismada en sus pensamientos.

Va pensando en sus exámenes y no deja de rondarle en la cabeza ese chico que…

Ni se da cuenta, pero alguien la sigue, la sigue desde la facultad, le ha sido fácil porque ella no presta ninguna atención a su alrededor.

Antes de llegar a su casa, Sara pasa por una zona oscura más de lo normal. No pone atención, pues sigue ensimismada en sus pensamientos.

Entonces, alguien la sujeta, le tapa la boca y la empuja hacia un rincón, lejos de las miradas de los posibles peatones que pasen por ese oscuro sitio.

Sara se asusta, derrama incluso una lágrima y el pánico más profundo se apodera de ella. Siente el cuerpo del agresor, porque es un hombre, ella está segura que lo es.

Él no habla, se queda ahí, inmovilizándola sin decir nada.

Ella percibe su olor, lo siente, es un olor agradable. El desconocido le tapa los ojos con una venda de color negro, la venda tiene su olor. Él la acaricia; ella se asusta y cree que va a ser violada.

Pero él lo hace suavemente, sin prisa; le besa levemente el cuello, los labios, los lóbulos de las orejas. Lo hace tan suavemente que Sara llega a sentir un escalofrío.

Justo en el momento en que ella suspira por aquellas caricias, él se retira, sale corriendo del callejón y se escucha una enérgica carrera.

La ha dejado sola, sentada en el suelo y suspirando.

Temerosa se quita la venda negra que cubre sus ojos, voltea hacia todos lados y se da cuenta que no hay nadie.

Se le escapan algunas lágrimas por la tensión a la que ha estado sometida. Se siente confundida. Entre suspiros y llanto, piensa…

-¿quién era? ¿Quería violarme? ¿Era un loco?-

Sara llega con prisa a la biblioteca, se muestra agitada y su respiración es entrecortada.

Viste unos jeans azul marino, blusa blanca y zapatos tenis blancos.

Quiere empezar a estudiar cuanto antes; sin embargo, sigue sintiéndose confundida y le es inútil negar que aquellos suspiros se los arrancara él, su desconocido, y se siente extrañamente excitada.

Llega un poco retrasada, observa su reloj, deja sus cosas sobre una mesa y se dirige al baño.

Cuando se estaba lavando la cara, alguien la sorprende, le tapa la boca y la mete en un cubículo cerrando el pestillo. Una venda negra con un olor conocido le tapa los ojos.

-¿es él? ¿Qué hago? ¿Grito o sólo me callo?-

El hombre la empuja contra la pared y la inmoviliza, sin hacer nada más durante unos momentos. Ella le siente, le huele, puede sentir cada uno de sus músculos y de sus huesos, su respiración, su aliento suave.

El sujeto la empieza a acariciar y a besar lentamente, como la vez pasada. Sara no puede evitar unos suaves suspiros cuando él le acaricia los senos, los pezones, la cadera, mientras besa dulcemente su cuello.

El individuo le destapa la boca, pero la mujer no grita, quiere seguir sintiendo esas caricias que la están volviendo loca.

Él le desabrocha el pantalón, mete su mano, le acaricia el monte de Venus por encima de las bragas.

Ella ahoga sus gemidos para que nadie los sorprenda.

Enseguida ella nota que la respiración de él también es entrecortada, mientras le devora los lóbulos de las orejas, el cuello y los labios.

La masturba por encima de la ropa interior, ella no puede más, le va a venir un orgasmo.

Justo en el momento en que ella se encontraba más excitada, él se aleja, abre la puerta y la deja ahí, en el baño.

Sara se quita la venda negra, está sola, su respiración es muy entrecortada y profunda, y está muy excitada.

Se queda un momento quieta y se ve dubitativa. Por fin mueve su brazo derecho y lo dirige hacia el pestillo; lo cierra, se baja completamente el pantalón y la ropa interior y comienza a masturbarse.

Piensa en él, el desconocido; jadea por él y le sobreviene un tremendo orgasmo que la hace estremecer.

-¡uffff!-

En un gran centro comercial con grandes aparadores, grandes cantidades de ropa y cualquier variedad de artículos de cualquier índole, un piso de mármol francés antiguo y una majestuosa lámpara central muy moderna que hace un magnífico contraste con el piso; dentro un pasillo de ropa para dama, Sara se encuentra de compras con tres amigos: Rodrigo, Verónica y José Juan. Los cuatro se muestran muy contentos y explayados de la presión de las agobiantes clases de la universidad. Van recorriendo pasillo por pasillo y recolectando ropa de su agrado.

Sara ha escogido un montón de ropa y accesorios que apenas puede cargar, y que está dispuesta a probarse.

Se dirige con Verónica a los probadores, pero su amiga quiere escoger unas prendas más y se va, dejándola sola.

Sara no cierra la puerta y entre murmullos dice…

– ¿para qué cierro la puerta?- Quizá ella no tarde mucho y…

Alguien entra. Sara, de espaldas a la puerta y quitándose el jersey, cree que es su amiga. Cuando se despoja del jersey alguien le coloca una venda, con un olor y color conocido, en los ojos.

-¿otra vez él?-

Es su olor, su tacto. Esta vez ella se excita a primer contacto.

No grita, no se resiste a sus caricias ni a sus besos.

Ella le devuelve los besos apasionados que él le da, pero de una forma más efusiva; mientras acaricia todo su cuerpo.

El individuo le despoja de sus ropas dulcemente.

Los besos y las caricias van ganando intensidad, ella se deja y él lo nota al descubrir que Sara le ha dejado toda la iniciativa al él.

El hombre acaricia su clítoris, los labios vaginales mientras la besa; chupa y rodea los pezones con la lengua. Sara se está volviendo loca, siente la erección de él al bajar su mano.

Desabrocha sus pantalones buscando desesperadamente su viril miembro, erecto por la excitación del momento.

Ahora jadean los dos, ella le masturba firmemente mientras él introduce en su sexo un dedo, dos, tres dedos; mientras con el pulgar acaricia el clítoris, para de esta forma proporcionarle un inmenso e indescriptible placer a la ahora su amante.

Sara busca desenfrenadamente despojarse de la venda, pero le es inútil porque él le sujeta las manos con fuerza, pero sin llegar a lastimarla.

A cambio le da un beso dulce y lento en sus labios carnosos y rojos por el brillo del labial que ella regularmente usa; aunque quizá también están rojos por la euforia del momento.

El desconocido sujeta a Sara de la cintura, la carga y le da media vuelta, dejándola de espaldas a él.

Sara se empina un poco y abre las piernas; pero el sujeto cierra su bragueta, abre la puerta y sale del probador presurosamente, pero sin llamar la atención.

La amiga de Sara, Verónica, entra al probador y observa a su amiga sentada en la alfombra amarillenta del probador. Sara luce despeinada y con el labial corrido. Su amiga se preocupa y exaltada le pregunta…

-¿Pero qué ha pasado aquí? ¿Te encuentras bien, Sara?-

Sara sólo se limita a sonreír y comienza a vestirse de una manera un tanto distraída…

Continúa la serie Vendas negras II >>

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