Aún no sé si fue el calor sofocante o la lluvia que intermitentemente y a modo de chaparrón caía aquella tarde de agosto, pero algo nos empujó a ir a su casa después del café. Habíamos comido tranquilamente en un restaurante del centro, tal como habíamos planeado y lo que haríamos por la tarde aún no estaba decidido. La posibilidad de que yo viera algunas fotos suyas, le llevó a invitarme a su casa, pero tan sólo había sido eso, una invitación, una idea, nada decidido; por eso, cuando nos montamos en el coche, no teníamos muy claro el rumbo que tomaríamos. Un semáforo, indecisión… Derecha? Izquierda?…
No cabe duda de que la posibilidad de ir a su casa, sabiendo que allí estaríamos solos me atraía bastante, y no por el hecho de que sospechase lo que ocurriría, sino porque así podríamos charlar cómodamente, ver aquellas fotos, resguardarnos de la lluvia y del calor pegajoso de aquel día. No niego que me atraía la idea de estar él y yo a solas, porque además teníamos «pendiente» una especie de juego relacionado con un beso que habíamos quedado en retomar en ese encuentro.
En las dos únicas ocasiones en que habíamos quedado antes habíamos hablado mucho, sobre nosotros mismos, nuestras vidas, nuestras experiencias,… encuentros que habían dado pie a intercambiar tras ellos una serie de correspondencia y mensajes, unas veces más serios, otros en tono de broma, pero siempre bastante profundos en cuanto a conocernos mutuamente. Entre ellos, tomaba cierta importancia un intercambio de sensaciones en relación con los besos, que al final, y entre broma y no broma, había terminado en una especie de pacto implícito que incluía un «vale»(así lo llamábamos nosotros) que me daba derecho a un beso suyo, a experimentar en carnes propias algo de lo que, vanidosamente, él había «fantasmeado» en alguna ocasión: de besar de maravilla.
No tengo por qué negar que la idea de besarle me producía una sensación muy agradable, unas chispitas en el estómago, un deseo que a medida que avanzaba el tiempo, se iba convirtiendo en puro morbo. Por eso, la idea de ir a su casa, me atrajo por encima de todo. Y hacia allí nos dirigimos finalmente…
Una vez en su casa, el nerviosismo se apoderó de mí. Me enseñó el piso, hueco a hueco, y sentí cierto morbillo cuando me enseñó su habitación, aquella cama sin hacer, las sábanas revueltas que hacía tan solo unas horas habían tenido el placer de rozar su piel… Me sonreí al darme cuenta de mis propios pensamientos en aquella situación y seguimos recorriendo la casa. Me entretuve fisgando algunos títulos de su librería mientras preparaba algo para tomar y me mantuve así unos minutos, de pie, mirando cada libro, cada detalle de la salita. Sentía nervios, era una situación que me avergonzaba de alguna manera, no sabía qué hacer, qué decir,… Afortunadamente él volvió rápido de la cocina con un par de Coca-Colas en las manos y tras hacer algún comentario acerca de la lectura (por romper el hielo), encendió el equipo de música y poco más tarde las fotos se acabaron y escuchamos el sonido de la lluvia en la calle caer intensamente; el hecho de que las ventanas estuvieran abiertas hacía notarla muy cerca. Al momento, se oyó el tremendo estruendo de un trueno y me estremecí. No es que haya sido nunca especialmente miedosa de las tormentas, pero reconozco que aquel sonido me hizo sentir un escalofrío. Él rodeó mi cintura con su brazo y me miró. Al instante, un segundo trueno sonó más fuerte quizá que el primero y pegué un respingo, lo que hizo que, (sonriendo y diciendo tiernamente: «te da miedo? pobrecita…») me abrazara, como queriendo protegerme, quitarme el miedo, que en realidad no era más que tensión acumulada sumada al hecho de sentir la tormenta tan cerca. Aquello duró unos segundos, los segundos más dulces.
Sus besos… creo que no me olvidaré de ellos nunca… Agradezco a la lluvia, los truenos y los relámpagos el hecho de que me estremeciera al oírlos porque me gustó cuando me abrazó para hacerme sentir protegida. Deseaba tanto que hiciera aquello, me sentí tan bien… Su beso comenzó como una caricia, un leve rozar de sus labios con los míos, un suave choque de ternura, que recordaré siempre. Sentir su aliento en mi boca fue algo supremo. La dulzura con la que me besaba me iba deshaciendo más y más… Y aquel tierno contacto, se iba transformando poco a poco, en algo más profundo, sus labios cálidos comiendo los míos, succionándolos cada vez más, fue algo increíble… El momento en que su lengua recorrió mi boca fue mi perdición… Entonces ese calor fue fuego. Es algo indescriptible la sensación que me producía.
Poco a poco, cada movimiento más rápido que el anterior, cada roce más profundo, más cálido, más húmedo… Imagino que se dio cuenta de que me estremecí cuando comenzó a besar mi cuello… es algo que me pierde…
No sé él, pero yo, en ningún momento llegué a pensar que pasase lo que pasó… Antes de nada debo decir que no me arrepiento de nada, eso que quede claro. Fue algo precioso y él alguien especial con quien estuve muy a gusto en todo momento. Me sorprendió el rumbo que llegó a coger nuestro encuentro, nuestros besos… Bien es cierto que llevaba un «vale», pero nunca pensé que pudiese llegar a más. Me explico: imaginaba que tarde o temprano me «cobraría ese vale», pero… nunca pensé que le interesase ir más allá, así que todo me pilló bastante desprevenida (de hecho, si llego a saberlo mi ropa interior hubiese sido distinta…)
Bueno, bromas aparte, imaginaba que el beso sería especial (y así lo fue… ufffff, que si lo fue!!!), pero… me pregunto: sabía él lo que pasaría? No sé, sabiendo lo que habíamos hablado sobre mí, sobre «mis principios», me refiero a que habíamos tratado anteriormente el tema de tener otras experiencias estando casada y es algo que, por principios, yo siempre había negado. No creí que lo intentase siquiera, bueno, a decir verdad, tampoco pensé que le interesase…
Pronto empezaron sus caricias… Dios Santo! Aquello sí que me hizo volverme loca… Y aquellos roces por encima de mi camiseta no fueron más que el principio, pues pronto sentiría el placer de degustar en mi piel el delicado tocar de sus manos, que comenzaron a infiltrarse bajo mi camiseta, tan suave pero firmemente a la vez que estaba casi flotando. Sentir sus besos apasionados y sus caricias por todo mi cuerpo a la vez es más fuerte de lo que jamás imaginé. Tiene unas manos mágicas, especiales, sabía exactamente qué punto de mi cuerpo tocar para elevar aún más mi deseo por él. Mientras me atraía hacia sí, sus manos recorrieron mi espalda hasta dar con el cierre de mi sujetador. Me lo desabrochaba mientras besaba mi cuello tiernamente.
Su olor… ese olor maravilloso que no olvidaré nunca, olía tan rico… el sabor de su piel era exquisito, hubiese estado horas besando, saboreando su pecho, su tripa, su vientre, su espalda… Si tan sólo hubiese sido capaz de llevar a cabo la mitad de lo que pasaba por mi cabeza… Pero me limité a acariciar su torso por encima de aquella delicada tela, tan fina, tan transparente,… Llevé mis manos inquietas, nerviosas, hasta su cintura, sumergiéndolas por debajo de la camisa, que llevaba por fuera del pantalón, para poder disfrutar de su piel y sentir su calor en mis manos… y acaricié su cintura, subiendo por su espalda, todo lo que la tela me permitía. Aunque no quise conformarme con eso, y comencé a desabrochar el primer botón de su camisa, mientras besaba la parte alta de su pecho.
Cuando por fin su camisa reposaba en el suelo y dejó de ser una barrera en el contacto de su cuerpo y el mío fue fantástico. Me gustaba como me rodeaba con sus brazos, sentir como palmo a palmo su torso reposaba sobre el mío y el mío contra el suyo y deseaba parar cada instante, cada beso, cada caricia, cada roce de su cálida piel con la mía para grabarlos en mi memoria. Sus besos en mi cuello, en mis pechos, en mi espalda… uff, esa mezcla de ternura y pasión que jamás antes había sentido en propia piel, y que aún hoy, cuando imagino mentalmente cada segundo de aquella tarde, me hacen perder la cabeza…
Siento haberme sentido tan perdida cuando me propuso ir a su cama… En ningún momento llegué a pensar que pasaríamos el límite. Mi cabeza me repetía una y otra vez que aquello no estaba bien y que no debía permitirlo… y por eso le dije que no, porque sabía que si íbamos, que si cedía en aquella decisión ya nada tendría marcha atrás, ya no podría decirle que no. Me conozco y sé que en aquellos momentos no era capaz de negarle nada, y no quería decepcionarle.
Pero… si hasta entonces había aprovechado aquellos momentos, había bebido de su boca… había sido receptora de todas esas caricias… sería de alguna manera «injusto» decir que no a lo que en el fondo deseaba con todas mis fuerzas. Aun así, y una vez ya en su habitación, por un momento, inocente de mí, creí poder echar el freno cuando le dije que no le prometía nada, que no tenía muy claro lo que quería, y de hecho, no lo tenía en cierto modo… mi «pepito grillo» me repetía una y otra vez que aquello no estaba bien… Y aun así… le deseaba,… quería dejarme llevar, necesitaba sentirme así, entre sus brazos, seguir notando su aliento en mi boca, en mi cuello, en mi espalda… disfrutar con intensidad la sensación de su boca recorriendo mi columna, mezclar su sudor con el mío de aquella manera, casi salvaje, De vez en cuando sus ojos se clavaban en los míos… ¡cuánto hubiese dado por saber en qué pensaba en aquellos momentos…!
Debí pedirle perdón si por momentos parecía ausente… por mis silencios, no estoy acostumbrada a hablar mientras hago el amor, la relación con mi pareja es algo distinta, más callada, más fría, no sabría explicarlo. Me corté mucho, mucho… lo sé, pero una cosa es cierta, lo disfruté como algo único en mi vida… degusté cada beso suyo, cada caricia y cada susurro como si fuesen los últimos de mi vida…
Durante mucho rato me dejé hacer… uffff. Que si me dejé… Extendí mis brazos hasta que tocaron aquel cabezal, que tal y como me había avisado, sonó como una campanada… y me dispuse a disfrutar de sus besos que bajaban por el cuello, por mi pecho, algo delicioso sentirlos… guau!… mientras sus manos me acariciaban suavemente, con la justa presión de quien sabe mezclar ternura y pasión en una caricia, deseo y dulzura en un solo gesto… fuego desbordado cuando acariciaba mi zona más sensible, centro de mi excitación en aquellos momentos. Me gustaba,… «¿qué cómo me gustaba?» me preguntó. No sabía qué responder,… así, tal y cómo me lo estaba haciendo, ¿qué podía decirle si me moría de gusto? si nadie había conseguido nunca tocar esa parte de mí haciéndome sentir lo mismo… Cuando noté que su dedo se deslizaba dentro de mí fue el sumun…
Cuando su boca bajó beso a beso hasta allí, sentir su aliento tan cerca…. ufff… eso es demasiado!… Sus besos, su lengua recorriéndome…
Y en ese momento lo deseé con todas mis fuerzas, me incorporé y le empujé suavemente hasta que quedó recostado, boca arriba, me recosté a su lado y mis besos recorriendo todo su rostro, su boca, su cuello… Comencé a bajar por todo su cuerpo acariciándolo, besándolo, resbalando el mío propio por el sudor, aquel sudor que daba al encuentro ese toque salvaje… Una vez rebasado el límite extremadamente tierno de su vientre, rocé con mi barbilla lo que buscaba… deseaba acariciarlo, besarlo, ver si sabía tan rico como el resto de su cuerpo, pasar mis manos entre sus muslos y subir de nuevo, palpar, acariciar con suavidad, e incluso besar y succionar levemente sus partes más sensibles, recorrer su miembro con mi lengua, de abajo arriba, de arriba abajo.
Un día me preguntó si sus ojos son tristes. Me encantan sus ojos, me parecen muy tiernos, cuando mira me produce una sensación alucinante, quizá por ese cierto toque de tristeza, no lo sé, pero son preciosos, dan ganas de comérselo cuando mira así…aunque la mayor parte del tiempo los mantuvo cerrados… era una maravilla mirarle sin que se percatara de nada…
Y de nuevo sus palabras, tan suaves, tan bajito que casi se me hacían imperceptibles, tanto que en varias ocasiones (y para mi vergüenza) tuve que pedirle que me repitiera… quizá por el nerviosismo del momento, quizá porque mi propia respiración acelerada solapaba su sonido.
Siento que sus frases no tuvieran respuesta… me da tanto corte hablar en esos momentos… Es curioso, con lo que me gustaba que me hablara él, que me guiara, que me dijera lo que quería… Su preocupación….»te hago daño?»… Tan tierno como siempre, le hubiese comido!! … ¿Daño? no, por Dios, en ningún momento… aunque fue algo fuerte cuando me … penetró por primera vez… y no me refiero a fuerte porque lo hiciera brusco, nada más lejos de la realidad, sino a fuerte en cuanto a sensaciones, a excitación, a que sentirle fue una locura… Ufff… cada vez que lo recuerdo… fue distinto… intenso, entraba y salía de mí y a cada acometida le sentía por dentro, muy dentro, creo que cada terminación nerviosa de mi cuerpo quería para sí sentir ese roce.
Nunca antes había sentido aquello, la sensación de tocar el límite, de que dentro de mí llenaba cada vacío, rozaba mi piel por dentro, tocaba el techo y las paredes de mis entrañas… Sentí lo mismo cuando me senté encima de él a horcajadas, aún con más intensidad debido a la postura, pero esta vez era yo la que controlaba… y él me dejaba controlar (no me hubiese importado que me guiase, me hubiese encantado…) No sé cómo lo hizo pero sentía que me acoplaba a la perfección sobre él. No recuerdo haber sentido lo mismo antes. Dudo si estaba a gusto, si era yo entonces quien le hacía daño, si le agobiaba o si quizá no estaba haciéndolo todo lo bien que hubiese querido. Volví a sentir pudor por la situación, y sólo deseaba que estuviese disfrutando tanto como yo.
Notaba sus caderas moverse debajo de mí de una manera que me enloquecía, y conseguía que notase el contacto con su piel en toda su extensión… su cuerpo debajo de mí, su cara, su boca, sus ojos cerrados, escuchar su respiración agitada casi al oído… todo eso aceleraba mi pulso y me incitaba a aumentar el ritmo de mis movimientos, de mis caricias, de mis besos … Era tan importante para mí que le gustase… quería sentir que no le estaba decepcionando, que era capaz de hacerle sentir el clímax conmigo… y veía que cada vez ese momento estaba más cerca. Lo notaba en su rostro, auténtica imagen del placer, en su cuerpo, que se agitaba bajo el mío, en sus jadeos cada vez más audibles. Su cuerpo bañado en sudor se movía con frenético deseo, como implorante, y no me detuve, muy al contrario, mis caderas subían y bajaban, cada vez más rápido.
Los minutos que siguieron fueron como rozar el cielo con las manos en una tierna sensación de plenitud, dulces caricias que prolongaban el placer de tenerle junto a mí.
Al rato, se levantó para limpiarse y cuando volvió del baño con una camiseta a modo de toalla y me encontró tumbada boca abajo comenzó a recorrer mi espalda con sus besos, su lengua marcaba cada vértebra con delicada suavidad, una y otra vez. Si quería hacerme desfallecer… aquello casi lo consigue… También se puede morir de placer por unos segundos…
Y tras eso, y una vez que giré mi cuerpo hacia él, traspasó el límite de la dulzura limpiándome, con una delicadeza infinita, lo que sus propios jugos habían bañado… no me lo podía creer… Desde luego, no lo olvidaré nunca, ni creo que nada tenga comparación a aquella tarde…
Rememoro todo esto en un estado de auténtica excitación, quizá con el único fin de recordar cada segundo, para no perderlo en el olvido, aunque sé que no se perderá nunca…