Capítulo 5
- Sin límites I: Mi asistente
- Sin límites II: La sorpresa
- Sin límites III: Paola
- Sin límites IV: Yolanda
- Sin límites V: Tres en una cama
Sin límites V: Tres en una cama
Las revelaciones que acababa de hacerme Paola me habían dejado sin habla.
Era mucho más de lo que yo me esperaba, pero el resultado era magnífico, ¡al fin podría tener dos mujeres en mi cama!
Mi sueño se volvería realidad y no haría nada que pudiese estropear lo que ya estaba planeando.
Sí, es cierto – aquí retomo yo el relato de nuestras aventuras – creo saber cómo hacer para que Yolanda me lo cuente todo. Tal vez ella piensa que soy uno de esos hombres que, en su estrechez mental, no saben disfrutar de los placeres.
Señor, usted disculpe – me dijo bajando la voz – En cualquier momento la señora Yolanda y la señorita Lucía deben bajar, y no creo que usted quiera que lo vean, todo se complicaría.
Claro, claro – y después de pensar un momento continué – Esto es lo que haré: Saldré por aquí para que no me vean. Buscaré el auto y daré un paseo, tal vez compre algo para regalarle… y algo para ti también, te lo has ganado.
Paola bajó la vista y dijo:
No se moleste usted, señor. Usted me hizo un regalo al hacerme suya, ya le dije que soy su esclava.
Esta bien, está bien, ya veremos después.
Y me marché con suma cautela, sin hacer el menor ruido.
Llegué hasta mi auto y miré mi reloj. Eran solamente las 3:00 pm, Carmen todavía estaría en la oficina.
Necesitaba hablar con ella, saber cómo es que conocía de las aficiones de mi esposa. Y me fui en su búsqueda.
Camino a la oficina, pasé por una boutique. Compré un vestido para Yolanda y un lindo ropón de dormir para Paola.
Abierto al frente, casi transparente.
Me relamía los labios de imaginarnos a mí y a mi esposa en la cama, y a nuestra sirvienta caminando hacia nosotros, casi desnuda. Sería perfecto.
Demoré un poco escogiendo los regalos, por eso cuando llegué ya Carmen no se encontraba, se había marchado en busca de su hermana.
Mirtha, nuestra secretaria, estaba terminando de introducir en el ordenador la información sobre un nuevo proyecto.
Mirtha – le dije – son casi las 4 de la tarde, ¿por qué no te marchas a casa y terminas eso mañana?
No, señor, preferiría terminarlo hoy – me respondió, y mirándome a los ojos prosiguió – Es que para usted me gusta hacerlo todo bien – y subrayó el «todo» – Usted es muy bueno y gentil, pero la señorita Carmen me dijo que esto tenía que estar listo para mañana temprano, además, ya casi termino.
Bien, estaré en la oficina – y al llegar a la puerta me volví y le dije – Cuando lo termines me lo llevas para verlo.
Entré a mi oficina y me senté, pero lo hice en una de las butacas situadas frente a mi escritorio. Todavía flotaba en el aire el perfume de Carmen, y junto al perfume, el olor a sexo.
Cerré los ojos y recordé cada detalle de nuestro primer encuentro.
Las imágenes de Carmen se fueron mezclando con las de Paola chupándome la verga y las de mi esposa haciendo el amor con esa señorita Lucía que aún yo no sabía quién era.
En mi cabeza estaba teniendo lugar una verdadera orgía, donde las lenguas se buscaban con ansias, las manos recorrían cada centímetro de piel, mi verga entraba y salía de puchas y culos, era succionado por varias bocas y la mía se perdía entre unas piernas desconocidas buscando desesperadamente un clítoris que era de Paola, pero que no se encontraba en el cuerpo que mis manos aprisionaban.
Creo que me dormí, realmente necesitaba un descanso.
Por eso no sentí cuando Mirtha entró en el despacho.
Sin embargo, algo debí notar, porque abrí los ojos y allí la vi, frente a mí, con los papeles en la mano, mirando fijamente el bulto de mi entrepierna.
Parece que el sueño fue muy excitante, porque mi verga estaba nuevamente bien dura, y además, inconscientemente había bajado la cremallera.
La miré de arriba abajo, su respiración era agitada, sus pequeños senos subían y bajaban aceleradamente, todo su cuerpo temblaba.
La visión que tenía ante mí, lejos de disminuir mi excitación, lo que provocó fue que mi verga comenzase a saltar por sí sola.
Entonces tuve una idea, muy osada, por cierto, pero tal y como lo pensé lo hice.
Lentamente me abrí por completo el pantalón, bajé el slip y dejé que mi palo, completamente en atención, saltase fuera.
Mirtha abrió los ojos desmesuradamente y se pasó la lengua por los labios, pero no se movió.
Sin dejar de mirarla comencé a menearme la verga, descubriendo y volviendo a cubrir mi glande que brillaba como un rubí, al tiempo que comenzaban a salir líquidos preseminales por su único ojo.
Continué masturbándome despacio, viendo como Mirtha se excitaba más y más. Sin darse cuenta, dejó caer los papeles al piso y sus manos subieron hasta su pecho.
Con dedos ávidos desabotonó la blusa y comenzó a sobarse las teticas, frotando los pezones.
Si una mano hacía esto, la otra tampoco estaba quieta. Iba recorriéndose el cuerpo por sobre la ropa, desde su pecho hasta su pubis, delineando sus caderas estrechas, apretándose las nalgas, en una especie de masturbación que me estaba volviendo loco.
Todo esto lo hacía sin dejar de mirarme, mordiéndose los labios, sin decir ni una palabra.
Mis movimientos y la imagen de Mirtha frente a mí me provocaron el orgasmo. La esperma comenzó a salir y las gotas fueron cayendo en mi mano.
Esto fue suficiente para que ella también llegara al clímax.
Se comenzó a estremecer, moviendo sus caderas como si estuviese follando, abriendo la boca y apretando sus senos con ambas manos.
Fue abriendo las piernas todo lo que le permitió su corta saya. Aquello distrajo mi atención y me puse a mirar detenidamente. Comprendí entonces porque lo hacía, por sus muslos bajaba un líquido blanquecino.
No lo pensé 2 veces. Me levanté de la butaca y con la mano llena de semen acaricié sus labios.
Ella me tomó la mano y comenzó a pasar su lengua por mis dedos, tomando todo el semen que allí había.
Mientras ella me limpiaba la tomé del brazo y la senté en la butaca, después de subirle la saya.
Para sorpresa mía no llevaba bragas. Le abrí todo lo que pude las piernas y ella sola las subió. Lentamente, sin apuro alguno, fui acercando mi boca a su pucha completamente mojada.
Pasé mi lengua por sus muslos, saboreando el sabor de sus flujos.
Besé su pubis y sus labios exteriores, mientras mis manos acariciaban sus caderas.
Su coño era un verdadero manantial, y su sabor era exquisito.
Introduje mi lengua y comencé a chupar con deleite. Hurgaba en todos sus rincones, metía la punta de la lengua en su dilatada vagina y después la sacaba para hacer círculos en su culito lindo.
Mirtha jadeaba y acariciaba sus senos, mientras con una mano hundía mi cabeza entre sus piernas, las cuales abría y cerraba.
Chúpamelo así, bien rico – me decía con voz entrecortada – Más duro, más duro, chúpame el clítoris …
Y de pronto arqueó el cuerpo, estremeciéndose como había hecho momentos antes, mientras de su pucha volvían a manar sus jugos. Yo no dejaba de chupar, de lamer, de mordisquear su clítoris y sus labios. Hasta que no pudo más y su cuerpo de distendió.
Saqué mi cabeza de aquel lago y la miré. Los ojos cerrados, una sonrisa de satisfacción en el rostro y sus dedos acariciando mi cara y su pubis.
Ha sido fantástico, señor – me dijo al fin abriendo los ojos – Lo deseaba tanto que solamente mirándolo me corrí por primera vez.
Eres un encanto, niña – y tomando sus manos le pregunté – Hay algo que me intriga.
Pregunté usted lo que desee.
Primeramente, ¿tú no usas bragas? – le pregunté.
Sí, las uso – me miró con picardía y continuó – Lo que pasa es que, al entrar y verlo a usted tan excitado, pues yo también comencé a calentarme y me las quité. Si se demora un minuto más en despertar me hubiera pillado dándome dedo.
Pues ya sabes que sólo tienes que pedirlo – y bese sus muslos con ternura.
Mi verga comenzaba a cobrar vida nuevamente. Me levanté tomando sus manos. El impulso la pegó a mí e inmediatamente me tomó el miembro y lo puso contra su vientre.
Creo que todavía tiene usted deseos, señor – sus ojos brillaban y no dejé de notar que había acentuado la palabra «todavía».
¿Por qué lo dices? – le pregunté – ¿Por qué mi verga está de nuevo lista para el combate?
No lo digo por eso – me dijo mientras sonreía – Es que hoy ya tuvo otro combate… y aquí mismo.
¿Qué dices? – le pregunté haciéndome el tonto
Usted me disculpará, pero hoy por la mañana no pude dejar de escuchar cuando usted y la señorita Carmen hacían el amor.
Cuando ella salió se dio cuenta de mi excitación y me preguntó si había escuchado.
Le respondí que sí y entonces me preguntó si usted me atraía. No pude mentirle y le dije que mucho.
«Pues no eres la única», me dijo, «pero no te preocupes, si él lo desea, ya tendrás la oportunidad de disfrutar tanto como yo» – me besó los labios y continuó diciendo – Por eso cuando usted salió no pude evitar mirarlo con deseo, y por eso ahora estoy casi loca por sentirlo dentro de mí.
No te apures, muchachita – le dije separándola un poco de mí – Tenemos tiempo de sobra. Vamos, te llevaré a casa, creo que por hoy es suficiente.
Pero, señor…
Nada, silencio, aún tengo cosas que hacer.
Recogimos todo y salimos después de comprobar que todo estaba en orden. Montamos en mi auto y partimos hacia su casa.
Había sido un día sumamente interesante, las sorpresas habían sido muchas y necesitaba tiempo para pensar en ello… y para encontrar la forma de hacer que Yolanda me confesase todo.
Llegamos a su casa en 20 minutos. Cuando bajó del auto, dio la vuelta y me dijo:
¿Por qué no sube un momento y así conoce a mi madre? Ella me ha preguntado mucho sobre usted, es que le está muy agradecida por lo bien que nos trata.
Está bien – le dije – pero sólo unos minutos, ya te dije que tenía cosas que hacer.
Subimos hasta su apartamento. Aunque pequeño, era muy acogedor y cálido, me gustó. Mirtha me dijo que la disculpara un instante, averiguaría donde estaba su madre.
Comencé a mirarlo todo con más detenimiento. Sobre una mesita se podían ver varios cuadros con fotos, una de Mirtha pequeña, otra con una amiga y otra, actual, junto a una mujer muy atractiva.
Esta última fotografía me llamó la atención. Se habían retratado en verano, en la playa. Ambas mujeres eran casi de la misma estatura, Mirtha un poco más baja.
Vestían tangas minúsculas, la mujer de la foto evidentemente era mayor, pero su cuerpo era maravilloso. El parecido entre ambas saltaba a la vista.
A pesar de haber tenido un día sexualmente intenso, mirando a esas 2 mujeres abrazadas, casi desnudas, con una carga tan grande de sensualidad y erotismo en sus caras y en la pose, comencé a soñar despierto. Imaginaba como sería hacer el amor con ellas, haciendo de nuestros cuerpos uno solo, calentando el aire con nuestros gemidos y nuestro aliento, fundiendo nuestra piel, saboreando nuestros jugos, uniendo nuestras lenguas en una danza de placer y delirio.
Estaba absorto, casi soñando despierto, cuando una voz me trajo a la realidad:
Al fin tengo el placer de conocer al jefe de mi hija.
De pie, vistiendo una ligera bata que se pegaba a la húmeda piel, con una larga cabellera mojada que caía por su espalda, con una sonrisa perfecta y mirándome complacida, se encontraba una mujer de unos 35 años, rubia y bella.
Yo soy la madre de Mirtha – me dijo mientras se acercaba – Muchos eran los deseos que tenía de conocerlo, señor.
El placer es mío – le respondí cuando al fin pude recuperar el habla – No imaginé que fuese tan deseado… digo, que fuese tan importante el conocerme.
El desliz no pasó inadvertido para la bella desconocida.
Mi nombre es Yanet, pero no se levante, siéntase como en su casa – y se sentó justo frente a mí.
Ahora tenía la plena visión de unas piernas perfectas y de una cara que rezumaba picardía.
No imaginé que fuese usted tan joven – le dije, tratando de buscar un tema cercano a los deseos que provocaba aquella mujer en mí.
Es que tuve a Mirtha siendo muy joven – y cruzó las piernas, separándolas primeramente lo suficiente como para que pudiese admirar sus muslos tersos y duros – Y sobre los deseos de saber cómo era usted, pues la explicación es bien sencilla.
Mirtha habla mucho de usted, realmente lo admira, aunque a veces creo que es algo más.
Disculpe que me exprese así, pero soy muy sincera, no sé ser de otra forma, además, usted debe conocer muy bien a mi hija – dijo haciendo hincapié en el «muy bien».
Sí, es cierto, la conozco bien – y mientras hablaba no dejaba de admirar las formas de su cuerpo que se entreveían por tener la bata pegada al cuerpo – Es una muchacha muy eficiente… en todo. Y, ¿dónde está ella?
Se está bañando – me dijo – Es que el calor es insoportable. ¿Desea algo de beber?
Muchas gracias, una cerveza.
Se levantó despacio, para que pudiese admirarla, era evidente que se estaba mostrando para mí.
Me quedé mirándola mientras se dirigía en busca de la cerveza, su culito se movía al ritmo de sus pasos, con un movimiento cadencioso e insinuante, que hacía pensar en los placeres que escondía.
Regreso con 2 cervezas y vasos.
¿Por qué no nos sentamos en el sofá? – me dijo cuando estuvo frente a mí.
Por supuesto – le respondí.
Deseaba sentirme cerca de aquella mujer, ya ni siquiera me acordaba de que su hija, con quien había disfrutado un rato antes, se encontraba tomando un baño y en cualquier momento podía llegar. Tenía que tener a la madre, después de haber tenido a la hija.
Nos sentamos muy cerca el uno del otro, tanto que nuestros muslos se rozaban. Me dio un vaso y comenzó a servirme la cerveza, para ello se acercó aún más y no pude evitar mirar hacia su pecho.
Por la bata entreabierta se veían unos senos del mismo tamaño que los de Mirtha, pero con unos pezones más grandes… y ahora estaban completamente erectos. Yanet me deseaba tanto como yo a ella.
La cerveza me relaja mucho – me dijo – aunque me marea rápidamente y provoca que haga cosas que normalmente no haría – y chocó su vaso contra el mío – Hagamos un brindis.
¿ Y por qué brindamos? – le pregunté mirándola fijamente.
Digamos que brindamos por haberlo conocido.
¿De veras le importo tanto? – Y bebí un sorbo de la cerveza.
Mirtha me lo cuenta todo… y hoy está muy contenta – puso su vaso sobre la mesa frente a nosotros, después de beber casi hasta la mitad – Cuando llegaron, fue a buscarme y me encontró en la tina.
Siempre me había dicho que usted era muy bueno y respetuoso con los empleados, pero hoy su cara era de felicidad.
Le pregunté por qué estaba tan contenta y me contó lo sucedido entre ustedes, con lujo de detalles.
Si hasta ese momento tenía ganas de conocerlo para agradecerle haberle dado trabajo a mi hija, en ese instante lo deseaba por haberla hecho feliz.
Es que Mirtha sólo ha tenido un novio y la experiencia con él no fue para ella muy agradable. Llegó a temerle a los hombres… y se refugiaba en mí.
Siempre hemos sido muy íntimas… sumamente íntimas y sin prejuicios, así me criaron y así la he criado.
No es que me disgustase, pero ella también necesitaba conocer el placer que puede brindar un hombre.
Aquello me dejó sin habla, pero no tuve tiempo para replicar. Yanet volvió a coger el vaso y levantándolo me dijo:
– Brindemos por la felicidad y el placer.
Pero en lugar de brindar lo que hice fue atraerla hacia mí y besarla con pasión. Sus labios se abrieron al sentir los míos y su legua penetró en mi boca, como si de una serpiente se tratase.
Tanteando pusimos nuestros vasos en la mesita y continuamos besándonos.
Nuestras lenguas iban de una boca a la otra, sin separarse, intercambiando nuestra saliva, saboreándonos, mordiendo suavemente nuestros labios, mientras nuestras manos acariciaban todo lo que podían.
Desde que ví la foto mi picha no había vuelto a estar completamente en reposo, y aquellos besos y caricias terminaron por despertarla del todo.
Yanet comenzó a amasarme la verga al tiempo que yo apretaba sus senos, sin dejar de besarnos.
Me abrió la bragueta y su mano buscó desesperada mi erecta pija, en cuanto la tuvo firmemente sujeta la sacó fuera del slip y mojándose los dedos en saliva comenzó a masturbarme.
Ya su bata estaba completamente abierta y mis manos podían sentir el calor de su piel y la dureza de sus pezones.
Ella, mientras tanto, me pasaba la legua por los labios, las mejillas, el cuello. De pronto, con la respiración muy agitada, se detuvo y separó su cara de la mía.
Me miró fijamente a los ojos, los suyos brillaban de lujuria y deseo, terminó de quitarse la bata y quedó desnuda a mi lado.
Se pasó la lengua por los labios y arrodillándose ante mí comenzó a mamarme la verga.
Me la chupaba con fuerza, con desesperación, lubricándola en abundancia con su saliva, sujetándola firmemente con una mano y con la otra amasando mis testículos.
Después de un rato mamando así, comenzó a pasarme la lengua de arriba abajo, incluyendo mis bolas en sus lamidas, dándome besos a todo lo largo de mi candente hierro. Fue bajando aún más y de repente su metió mis bolas en la boca, acariciándolas con la lengua, y con las manos me masturbaba lentamente.
Nunca me habían hecho aquello, era fantástico, me recliné y cerré los ojos, para disfrutar al máximo aquella fenomenal mamada. Me desabotoné la camisa para estar más cómodo y puse mis manos detrás de la cabeza, como si fuese un sultán.
Yanet era una experta mamando, tanto me estaba excitando que ya me encontraba a punto de eyacular, deseaba demorarme más, pero era tan sabroso lo que me hacía que me dejé llevar por las ganas.
El semen comenzó a subir por mi verga y cuando estuve a punto de estallar como un volcán, ella lo notó y metiéndose mi picha en la boca comenzó a tragarlo todo. Al principio me encantó como lo hacía, pero después me sorprendí: ¡no había dejado de tener mis testículos en su boca!
Abrí los ojos y lo que vi me provocó un corrientazo en todo el cuerpo. Mientras Yanet continuaba saboreando mis bolas, Mirtha estaba, completamente desnuda, a su lado, con mi verga hasta lo más profundo de su garganta, tragando mi semen, acariciando con la mano libre la cabeza de su madre.
La corriente que recorrió mi cuerpo me hizo empujar mi pija más profundo aún, pero Mirtha, la pequeña Mirtha, ni se inmutó.
Cuando terminé de expulsar mi carga, Mirtha retiró su boca, apretando sus labios alrededor de mi aún erecto mástil, y halando los cabellos de Yanet la obligó a soltar mis pelotas, acercó su boca a la de ella y la besó largamente, compartiendo el semen que había recibido con su amorosa madre.
Después de besarse y tragar ambas mi leche, se separaron y me miraron sonriendo:
¿Te molesta que comparta con mamá lo que con tanto amor derramaste en mi boca? – me dijo Mirtha, mientras su madre la besaba en la mejilla.
Para nada – le respondí complacido – Esto es como un sueño hecho realidad.
Pues este es solo el comienzo – Yanet se irguió trepando por mis muslos – Cuando mi hija me contó lo mucho que la habías hecho gozar, me propuse hacer el amor contigo. Ya te dije que somos muy íntimas, tanto que si te complace podemos gozar los tres juntos, sin límites.
Será un placer – le dije besando sus labios – no lo duden. Pero ahora deben esperar a que me repongan. Les confieso, y Mirtha conoce algo de esto, que hoy ha sido un día agitado para mí.
Mirtha se fue acercando, restregando su cuerpo contra el mío y el de su madre, acariciando mi pecho y las nalgas de Yanet al mismo tiempo.
Descansa amor, te prometo que no te arrepentirás – me dijo mientras hundía su mano en la raja de su madre.
Y volviéndose hacia ella comenzó a besarla. Ambas mujeres se abrazaron, pegando sus pechos, frotando sus pezones, amasando sus nalgas. Al fin tenía para mí lo que tanto había deseado, estaba seguro que lo gozaría al máximo, pero primero quería disfrutar mirando como aquellas dos bellezas se amaban, madre e hija, sin recatos, entregadas a la locura del sexo y el placer.
Me corrí hasta el otro extremo del sofá, tomé mi vaso de cerveza y me convertí en el más entretenido espectador del espectáculo que me ofrecían.
Mirtha fue la primera en separarse de aquel prolongado y sensual abrazo. Tomó entre sus manos uno de los senos de su madre y, tal vez recordando su infancia, comenzó a chuparlo. Pero esta vez no buscaba alimentarse, en su cara se notaba claramente el placer de sentir entre sus labios aquellos hermosos pezones. Yanet no dejaba de acariciar la espalda y los cabellos de su hija.
Así mi niña, chupa bien rico la teta de tu mamita, pásame la lengua, muérdeme – y fue abriendo las piernas, pasando la mano por su pucha, de la cual comenzaba a mamar un líquido espeso y con una fragancia que comenzó a despertar el deseo en mí – Sigue chupando, mi amor… ven chúpame los dedos, que los tengo empapados con mis flujos.
Mirtha chupó los dedos que su madre le ofrecía y los saboreó con evidente deleite.
Ven, anda, mámame la raja, que es toda tuya ahora – y abrió las piernas todo lo que pudo, mostrando sus abultados labios, entre los cuales comenzaba a aparecer su clítoris, creciendo por momentos, debido a la excitación – Ven, pásame tu lengua y hazme correr, mi niñita.
Su hija fue besando su pecho, su vientre, su pubis, hasta que llegó a su raja. Con la punta de la lengua acarició el clítoris de su madre, que exhaló un suspiro de placer. Con sus manos abrió la maternal vagina y fue pasando la lengua desde un extremo a otro, bebiendo los jugos que fluían más y más.
¡Así, así! – gritaba Yanet arqueando su esbelto cuerpo – ¡Méteme los dedos en el culo y chúpame bien duro la chocha!
Mi picha estaba ya nuevamente en guardia. Mientras miraba, sin darme cuenta, comencé a halármela, primero despacio, ahora ya más aprisa. Yanet abrió los ojos y me vió.
Métesela, hazla gozar, dale el placer que ella me está dando – me dijo conteniendo el aliento – Llénale la pucha con tu leche, que yo después la limpiaré toda.
Me levanté colocándome detrás de Mirtha, que continuaba arrodillada ante la vagina de su madre, mamando con delirio, metiendo su lengua todo lo que podía y con tres dedos bien enterrados en el culo de Yanet. Con suavidad pasé mi verga por su vagina, la cual estaba inundada por sus jugos. Poco a poco, despacio, para que no sufriese, comencé a meterle mi gruesa verga. Su garganta comenzó a emitir gemidos entrecortados, que pronto se convirtieron en un gemir constante, ahogado por los labios vaginales de su madre. Cuando se la hube metido entera inicié un lento bombeo, que poco a poco fui aumentando.
Yanet continuaba gozando con la lengua de su hija, sólo que ahora sostenía la cabeza de ésta y marcaba el ritmo de la mamada, el cual estaba acompasado a las profundas estocadas que yo daba en la pucha de su hija.
Pronto el ritmo lento se convirtió en un movimiento frenético de caderas. Mirtha empujaba hacía atrás, buscando que se la clavase más y más, sin dejar de chupar la dilatada vagina de su madre. Yanet se retorcía y elevaba la pelvis, apretando sus tetas y retorciendo sus pezones.
Llegamos los tres al orgasmo al mismo tiempo. Fui descargando el poco semen que me quedaba en lo más profundo de la vagina de Mirtha, mientras ella bebía todo el líquido que mamaba de la pucha de su madre, estremecido su cuerpo por su propio orgasmo. Yanet, con los ojos en blanco, se estremecía mientras le decía a su hija que continuase chupando su clítoris.
Al fin el terremoto se fue calmando. Saqué mi polla de la pucha de Mirtha y esta se subió sobre su madre, besándola. Me uní a aquel beso y entre los tres saboreamos el sabor de la vagina de Yanet, era algo verdaderamente desquiciante, nuestras lenguas se entrelazaban y se buscaban unas a otras. Yanet nos separó con ternura y le dijo a su hija:
Ven, acuéstate, que me comeré tu pucha ahora – y fue colocándose sobre ella, con sus piernas a ambos lados de la cabeza de su hija, besando los hinchados labios vaginales y metiendo la legua en la dilatada vagina.
Con la punta de la legua iba capturando mi semen, que fluía mezclado con los jugos de Mirtha. Y la hija, teniendo ante sus ojos nuevamente la pucha materna, no tardó en comenzar nuevamente a pasar su lengua por la raja.
Era un 69 magistral, más erótico aún por el hecho de que lo estaban haciendo madre e hija. No pude resistirme y me coloqué detrás de Yanet, apuntando mi verga hacia su orificio trasero, el cual estaba dilatado por los dedos que su hija había tenido allí.
Sin decir palabra le sujeté la cintura y se la metía lentamente, pero sin detenerme. De la garganta de Yanet se escapó un grito, pero no me detuve, continué hasta metérsela completa. Mirtha chupaba su clítoris y yo la estaba sodomizando con ternura y fuerza, todo al mismo tiempo. El dolor no podía durarle mucho, así que pronto sus gritos de dolor se trocaron en expresiones de placer.
Ahora movía las caderas ella sola, haciendo que mi verga entrase y saliese con soltura, mientras su hija daba lengüetazos a todo lo largo de su raja y por mis testículos, excitada por la forma en que su madre le estaba chupando nuevamente la pucha.
Pensé que no podría mantener el ritmo, pero lo morboso de la situación me hizo sacar fuerzas de donde no habían.
Metía y sacaba mi verga con rapidez, sintiendo que estábamos a punto de corrernos nuevamente. Hasta que no pude aguantar más y empecé a venirme en aquel culito rico. Mientras me corría, fui sacando la verga poco a poco, de forma tal que las últimas gotas de semen quedaron justo a la entrada de su ano.
Cuando tuve la verga por completo afuera, Mirtha acercó aún más hacía sí a su madre y comenzó a mamarle el ano, recogiendo mi semen y saboreándolo, mientras yo me limpiaba la verga con su pelo.
Ambas bellezas también llegaron al orgasmo sin dejar de chuparse y de apretarse la una contra la otra. Fue como un cataclismo de deseos desatados, y yo era el único espectador privilegiado con semejante escena.
Cuando llegó la tranquilidad y la respiración se hizo normal, ambas se pusieron el pie y me abrazaron. No dijimos ni una palabra, sólo nos manteníamos abrazados, bien unidos, sintiendo el latir de nuestros corazones.
Yanet me besó los labios e hizo lo mismo con su hija. Mirtha la estrechó con fuerza y le dijo:
Gracias, mamá, he conocido la felicidad de estar llena por un hombre de tu mano – y volviéndose hacia mí me dijo – Gracias, amor, me haz hecho mujer de la forma más bella que pueda existir, permitiendo que mi madre participe del placer de mi primer orgasmo con un hombre dentro de mí.
No tienen nada que agradecer – le dije y besé sus frentes – Me han hecho volar, simplemente volar.
Volvimos a abrazarnos y a besarnos.
Creo que debemos tomar una ducha los tres – sugirió Yanet mientras nos tomaba de las manos.
Nos bañamos juntos, disfrutando y riéndonos.
Cuando ya me marchaba, ambas mujeres tomaron mis manos.
Las puertas de nuestra casa siempre estarán abiertas, amor – me dijo Yanet.
Ya sabe que somos suyas – fue lo único que dijo Mirtha.
Las besé en los labios a ambas y me marché.
Era ya cerca de las 7 de la noche. Hacía rato que debía haber estado en casa, por suerte estaba cubierto por la supuesta reunión con futuros clientes, y por los regalos que llevaba.
Continuará…