Noche de brujas

Este es ante todo un relato que habla de voluntad y de conocimiento.

Creo que en el fondo no hay hechos imposibles, que la magia es muy relativa.

En este mundo nada es mágico porque todo lo es.

Así, lo mágico no es otra cosa que aquello perfectamente razonable que nuestro intelecto no alcanza a procesar debido a sus estrechos límites de comprensión.

Por ejemplo, cuando se inventó el foco, más de uno pensó que se trataba de magia, y nos queda muy claro que para él lo era, y más aún, hoy en día yo mismo enciendo y apago bombillas todos los días y sin embargo nunca me ha dado por saber, ni lo sé todavía, cómo demonios funciona un foco.

Pareciera magia, pero la magia se hospeda en nuestra inocencia, de ahí sale.

Todo guarda una explicación, el amor, el sexo, el odio, el milagro, pero, ¿Realmente queremos saber las causas de todo?, ¿En qué medida la inocencia es el ingrediente más motivador de nuestras vidas?.

Cuando recién llegué a vivir a este pueblo, mi primera tarea fue encontrar una casa para rentar.

Pese a que llegué a este pueblo prácticamente con el dinero para rentar una casa y subsistir pobremente durante unos meses, el motivo de mi llegada era que se me ofrecía una excelente oportunidad de trabajo que me volvía de un pobre diablo a un profesional más o menos bien pagado.

Después de buscar, el sitio que mejor combinaba los aspectos de bueno, bonito y barato era la casa marcada con el número 666, de la calle Trueno.

La casa era muy vieja pero muy amplia, y como era amueblada, hay que decir que los muebles eran cómodos aunque viejos.

Entrar a mi nueva casa era como un viaje al pasado.

Después descubriría que la casa era bonita y barata, pero no buena. Lo descubriría muy tarde, pues a fin de ahorrar había pagado seis alquileres mensuales de un solo golpe.

Mi formación había sido descuidadamente católica, tenía una noción del mal poco documentada y sentía cierta simpatía por el demonio, sobre todo cuando tentaba a hacer cosas malas pero placenteras, como digo, el mal para mí era muy relativo, y el infierno me resultaba tan difícil de imaginar que no lo temía.

De niño había matado pesadillas tapándome hasta la cabeza con la colcha y rezando un padre nuestro, pero nunca había tenido ningún encuentro con un demonio real.

El numero de mi casa me daba mala espina, pero nada como para morirse. Nunca había visto monstruos, señoras de blanco, lloronas, duendes.

Nunca, pero nunca, había visto yo una bruja.

Al mes de vivir en esa calle, conocía unos cuantos detalles importantes. El primero, los vecinos se dividían en tres bandos principalmente.

Los primeros eran, por así decirlo, los buenos. Eran gente beata que se recogía en sus casas temprano, eran gente creyente. Los segundos eran los malos, personas amables con una marca encima.

Dentro de los primeros estaba Doña Chonita, la dueña de una tiendita, sus dos hijas, que eran bastante feas, la señora Paloma que pese a sus faldas largas y sus cuarenta y tantos añitos no podía ocultar un buen culo, su esposo que era un tipo bonachón de quien no suponías que hiciera nada malo, y tampoco nada bueno.

Carmen, Lupita, Don Federico, el Ingeniero Robles, y otros de quienes no sabía el nombre, ni me importaba.

Las malas eran siete personas específicamente.

Doña Luz, una anciana de cerca de noventa años, desdentada, demasiado versátil para su edad. Doña Esperanza, de unos 45 años, corpulenta, fuerte, daba la apariencia de ser la dueña de una carnicería, pero sin carnicería.

La señora Isis, de algunos 35 años muy bien puestos. América, una tipa de unos 29 años, de cuerpo aeróbico pero con cara de eterno mal genio.

Abigail, de algunos cuarenta años, flaca en verdad, con un rostro que de joven seguramente fue cautivador.

Doña Maura, que era una señora de una edad indeterminable, de cabello teñido de rubio y una mirada muy intensa, de grandes pechos y grandes caderas, con una cintura de avispa, atractiva en verdad a pesar de que se veía algo madurita, la señora habría activado seriamente mis deseos a mi que tengo treinta años, a no ser porque hija de ella era Andrómeda, que era como su madre, pero plena de juventud, atractiva en forma imperiosa, insoportablemente buena.

Doña Maura era la dueña de la casa que yo rentaba.

La razón por la que ellas eran las malas no se basaba en nada visible. Yo de hecho tarde para averiguar por qué eran tan segregadas.

Se decía que eran brujas.

Ninguna de ellas tenía un anuncio en la puerta que dijera que se leían cartas, café turco, que se hacían curas o maldiciones.

Lo cierto es que todos los días, en casa de cada una de ellas, se agolpaba gente de otras colonias e incluso de otras partes de México para recibir la magia.

Se rumoreaba que había políticos que acudían a ellas a que les echaran la suerte y con base a tales consultas gobernaban el país.

Eso era una ironía, nuestro presidente podría definir su política económica con una curandera.

Yo era una especie de comodín, no era ni bueno ni malo.

A mí si me vendían mercancía en la tienda de Doña Chonita, quien de rato ya se sentía como mi madre, y podía saludar a los buenos y a los malos por igual.

Pero toda mi atención estaba en Andrómeda.

En una de esas idas a la tienda a comprar huevo, estaba el chismorreo a todo lo que daba. Yo me interesé en la plática por razones obvias.

Doña Chonita me decía a mi con la intención de que oyera la señora Paloma «Mijito, no sabes dónde fuiste a meterte.

Esa casa que rentaste seguro está embrujada, ahí operaban estas desdichadas antes de que la Maura consiguiera ese cliente importante que ahora la mantiene.»

Yo no dije nada, pero escuchaba todo lo que decían, Paloma completaba:

«Y pensar que la inocente de Andrómeda tuvo que trabajar en eso… para su madre»

«Yo no le llamaría inocente» dijo Doña Chonita haciendo una mirada ladina «Ha de ser una puta hecha y derecha como la madre»

Intervine por fin, «Déjenme ver si entiendo, ¿Son brujas o son putas?».

«Ambas cosas» contestaron a la vez, «según esto hacen limpias, pero clarito se escuchan los gritos de los señores. Gritos de animal, de placer».

Me fui a mi casa y estaba consternado.

La causa no era saber todas esas cosas, pues uno escucha muy seguido que alguien puede ser puta, pero yo, desde hacía medio mes o más había empezado a coquetear en serio con Andrómeda.

Procuraba hacerme el accidental, inventaba pretextos para visitar a Doña Maura con tal de ver a Andrómeda.

Podría decirse que Andrómeda y yo éramos amigos y que a Doña Maura le simpatizaba.

Me pesaba en la frente un sentimiento de idiotez, tal vez para tener el cuerpo de Andrómeda sólo bastase ofrecer una cantidad adecuada a su madre, pagar el precio y tenerla en mi cama en cuatro patas, y me sentía tonto por estar cortejándola como un adolescente, midiendo mis avances en la claridad de su sonrisa, en como me miraba, en las preguntas que me hacía, en los roces cohibidos que en veces me permitía yo con ella y que muy esporádicamente ella se permitía conmigo.

Así, después de dar crédito a las viejas chismosas que eran Paloma y Doña Chonita, me aislé de Andrómeda, supongo que por coraje, pues en mis noches ya había yo soñado cómo nos veríamos de pareja, es decir, la quería en serio. Estaba hecho pedazos.

Luego de una semana de no ver ni hablar con Andrómeda por motivos de rencor, pasó que ella fue a buscarme a mi.

Eso me hizo muy feliz, primero por un motivo egoísta de sentir que la puta se arrastraba a mi por fin, pero luego caí en cuenta que ese sentimiento era por demás estúpido, que el hecho de que ella se arrastrara frente a mi no me curaría del hecho de haber sido crédulo e inocente.

Su pretexto fue muy raro.

«¿Me dejas pasar?», dijo ella con esa voz grave que tanto me enajenaba, «hoy se cumplen 26 años en que mi madre y mi padre me concibieron aquí, sobre la cama que está en tu recámara.

Espero no te enfades, pero siento necesidad de verla, quiero recordar cuando empecé a crecer en este cuerpo, cuando no era esto que ves, sino dos semillas aisladas que deseaban reunirse con supremo amor», cuando dijo «no era esto que ves», abrió sus brazos y me pareció más bella que nunca, más fresca, más pura que ninguna, y mi alma metió la cabeza en mi corazón como lo haría una avestruz, fingiendo estar escondida e inaccesible, y sin embargo, totalmente expuesta.

«Puedes pasar. Puedes recostarte en esa cama si gustas, con confianza» Dije. El hecho era ambiguo, ella iba rumbo a mi cama, se recostaría en ella, pero yo estaba más allá del deseo, estaba en un plano que no era de este mundo.

Ella caminó hasta mi recamara y vio la cama.

Se sonrió e hizo comentarios de que era una coincidencia que la cama estuviese tendida con el mismo edredón que la noche de su concepción.

Le pregunté que cómo estaba tan segura de la noche en que sus padres copularon para crearla y me mostró que en una esquina de la colcha se encontraba bordada una fecha.

Comprendí.

Ella me miró con una mirada conmovedora y me preguntó a quemarropa «¿Por qué quieres dejarme? Ibas muy bien, me gustaba tu estilo. ¿Qué escuchaste?»

No sé si tenso, triste o furioso, le contesté con quiebres emotivos en mi voz «Escuche que eras bruja, que además eras puta». Ella lejos de enfurecerse puso una mirada compasiva, sonriendo me replicó, «¿Y qué si así fuera? Todas las mujeres somos por naturaleza lo que tu llamas putas y lo que tu llamas brujas.»

«No me entiendes» repuse.

«Claro que te entiendo, pero no hago caso de lo que me dice tu boca, que parece bastante confundida.

Hago caso de lo que me dice esa mirada de cordero que tienes en este momento, esos ojos me dicen cuánto te importo, cuanto te duele que no sea lo que tu has querido creer» Dijo ella extendiéndose en la cama.

«Lo que quiero decir es que me siento un estúpido por jugar al noviete, vaya, me he comportado como un pretendiente tímido, ¡Y a mi edad! Hombre, ni siquiera a noviete llego, he sido un perrillo faldero cuando la manera de conseguir lo que deseo pude obtenerlo de otra manera, puede obtenerlo cualquiera»

«Esa estupidez que dices me ha hecho muy feliz, y te equivocas respecto de que tu puedas obtenerme pagando dinero, y que cualquiera pueda obtenerme. Me enfurece lo que dices, que lo único que deseas es follarme».

«No quise decir…»

«Pero lo dijiste»

«No me entiendes»

«Al contrario, quiero que seas tu quien te entienda. Prueba si es mi cuerpo lo único que deseas. Tal vez si soy una bruja. Tal vez si soy una puta. Tal vez yo si te quiero de verdad. Hacer magia no siempre te hace una bruja. Cobrar por follar no siempre te vuelve puta. Abrirte las piernas no siempre significa que te amen.»

Luego de decir eso, comenzó a desnudarse.

Su cuerpo era, como yo ya imaginaba desde hace mucho tiempo, perfecto.

Sus nalgas y pechos eran un verdadero himno. El olor de su piel era embriagador, su cabello negro y a media espalda era como un manto sagrado. 

Ella se acostó abriendo sus piernas en un compás difícil de creer, su rostro sin embargo estaba, por así decirlo, cerrado a mi. 

Sus ojos cerrados, sus labios cerrados, sin expresión.

Lo que debería de ser un sexo inolvidable, la enculada de mi vida, adquirió carácter de una follada sinsabor, carente de gracia, carente de magia. Besé su sexo, olía divino, sabía divino, pero no parecía que estuviera vivo, no se hinchó pese a que estaba muy bien lubricado.

Aquel cuerpo yacía pesado en la cama. La apertura de las piernas fue muy estudiada, pues no precisé de variar la pose desde el inicio de la penetración hasta mi eyaculación. Sus pechos eran duros, tensos, inanimados. Besé su cuello en el cual parecía no haber pulso.

Eyaculé rápidamente. Ella permaneció un rato tendida sobre la cama y comenzó a llorar.

Yo maldecía mi destino.

En mi cama esta belleza, dándome su cuerpo, y sin embargo quedaba claro que no era feliz. Iba a empezar a decir idioteces, pero ella me hizo una seña con su dedo índice sobre sus labios, como diciendo, «no empeores las cosas», se vistió y a la salida de mi casa dijo

«Mi madre si es una bruja, en veces me ha pedido que haga gozar a hombres, y lo he hecho porque he querido, soy mucho más que este cuerpo que ves, aun si fuera todo lo malo que quieras, siempre tendría la posibilidad de cambiar, pues soy mucho más de lo que ves, y otra cosa, tu mismo puedes cambiar y empezar a adorar aquello de que reniegas. Si no estás dispuesto a entender que soy más de lo que imaginas, olvídame para siempre.»

Desde luego que a partir desde ese momento no pude hacer otra cosa que pensar en ella.

Verla desnuda no me había dicho nada de su desnudez, tener su cuerpo no me había dicho nada de su entrega.

Bruja había exorcizado mi corazón y hecho escapar los demonios de este rumbo a todo mi cuerpo, saturándome de deseos, quedando envenenado, completamente intoxicado de ella.

La busque y comenzamos de nuevo, esta vez seguros de querer algo serio.

Ahí estaba, a mis treinta años, enamorado como si tuviera quince, haciendo de todo, haciendo esperar al trato intimo.

De rato los malos me empezaron a caer mejor, y los buenos no veían la forma de cómo rechazarme, aunque seguían teniéndome buena estima.

Seguía yendo a la tienda de Chonita y me seguían vendiendo. Los comentarios eran quizá más picantes ahora que se sabía que entre Andrómeda y yo había algo así como noviazgo.

Sin embargo, una suerte de hechizo cayó sobre mi un día.

Doña Maura me dijo en forma casi apocalíptica.

«Me caes muy bien Bernardo, aunque sé que eres muy susceptible a todo lo que ves y escuchas, y sabes, aunque mi Andrómeda te adora sigo teniendo mis reservas respecto de ti. No porque no puedas hacer feliz a mi niña, sino porque dudo que tu mente no te haga jugarretas. Hay quienes no soportan los rumores y en su mente fabrican realidades peores que las realidades mismas. ¿Serás tu uno de ellos?, he de pedirte un favor, veo que no tardas en proponerle matrimonio a mi Andrómeda, por ello te pido que no hables de boda con ella hasta dentro de un mes. Si transcurrido un mes sigues teniendo las mismas intenciones respecto de ella, no sólo no me opondré a su boda, sino que los apoyaré incondicionalmente.»

«¿Qué habrá de pasar en ese mes?» Pregunté.

«Nada, mi niño, no pasará nada. Pero dejemos que los chismosos terminen de contarte cosas, un mes es un plazo muy bueno para que actúen, ¿No crees?»

Y empezó un mes de pesadillas, afortunadamente era primero de febrero y no era año bisiesto.

Esa misma noche, al disponerme a dormir, empecé a ser testigo de muchas cosas.

Había apagado el televisor y había ido a la cocina a tomar un sorbo de Coca Cola porque quería sentir la agresión del gas en la garganta, y al volver a mi alcoba vi que la misma estaba iluminada completamente con velas, estas estaban acomodadas en un círculo alrededor de la cama donde duermo, estaba tendida con el edredón de la concepción de Andrómeda.

En el centro del círculo estaba una mujer despampanante, bella en extremo.

Mi verga se puso tensa sólo de verla ahí, sobre mi cama, al centro del círculo de velas.

En un pequeño carbonero se quemaban sahumerios y distintas plantas, y en el techo flotaba una rosa roja que emanaba de un tallo virgen.

Aunque mi palo estaba enhiesto, la verdad sentía un miedo muy profundo. No me explicaba cómo podría aparecer todo eso en mi habitación, y me quedaba claro que era una entidad que no era de este mundo.

Siempre pensé que de ver un fantasma saldría corriendo, y nunca supuse que me quedaría quieto como una roca, que fue lo que hice.

La mujer estaba tendida sobre la cama, metiéndose en el coño una pequeña escultura fálica de madera negra, a la vez que pronunciaba extraños vocablos.

Si la relación sexual fuese posible entre humanos y fantasmas yo hubiera sido quien lo intentara, pues terror aparte, la visión era sumamente erótica.

Luego se me heló la sangre de ver que aparecía un ser masculino, así de la nada.

En mi estupidez me tallé los ojos para dar crédito, cosa que debía haber hecho desde que fui por la coca y regresé y encontré una mujer etérica y desnuda en mi cama.

La imagen era tan real como si llegara a una habitación y viese a dos personas cogiendo.

Ella sonrió, y al ver su sonrisa cachonda tomé conciencia del hecho tenebroso.

¡La mujer desnuda era Doña Maura en sus años de juventud!. Se me paró mucho más la verga por el morbo, y se me hizo más extraño todo.

El ser masculino tenía un cuerpo perfecto, atlético, fuerte, sin un gramo de grasa.

Su miembro era el más viril que pudiera imaginarse, largo, grueso, duro, seguido de un par de testículos igual de tensos, con escaso cabello que oscurecía su zona sexual.

A su llegada el olor del coño de Maura perfumó el ambiente, mientras que el olor de la verga del visitante era muy penetrante.

La fusión de ambos olores me asustó en sobremanera, pues era el olor que encontré en el coño de mi Andrómeda, ese olor, la suma de estos dos, era el olor de mi novia.

Se preguntarán por qué digo «el ser» y «el visitante», en vez de decir, «el hombre». La razón es sencilla. Es difícil encontrar un ser tan perfectamente masculino, tan atrayente e impresionantemente bello, y sobre todo, esa cola que salía de su coxis no era definitivamente humana. Uno pensaría que el diablo es horrible, y no hay nada más falso.

¿Cómo la gente lo adoraría y lo desearía si no fuese el atractivo máximo?, era una invitación a fornicar, a mandar a Dios por donde vino y negarlo sólo para gozar de la carne.

Maura abrió sus piernas como sólo le he visto abrirlas a Andrómeda, y el demonio comenzó a penetrarla con tanto poder y con tanta belleza que casi me corro sólo de verlos.

Maura estaba perdida, absolutamente caliente, presa de una lujuria irracional e inmoral. «¿Te gusta fornicar?» preguntaba el demonio, y ella decía «Si, si, si».

La barrenaba con furia, el sonido del corazón de Maura podía escucharse como un tambor.

Luego el ser le metió la verga en el culo y la cola en el coño, y Maura temblaba de gozo. Los orgasmos de ella eran evidentes.

El diablo acabó por ponerse boca arriba sobre la cama y Maura lo montó con frenesí, empalada, dejaba que la cola del demonio creciera por sus caderas, rodeándola como una serpiente del eden, apretando las tetas como una boa constrictora que luego subía al cuello.

Diablo y mujer comenzaron a levitar y sentada ella sobre él, besándose en la boca, cola retrayéndose para posicionarse en línea recta sobre la espina dorsal de ella para sujetarla finalmente del cuello, como una horca invertida, el ser empezó a eyacular, la cola se tensó casi ahogándola, como si la cola estuviera para no dejar huir a la hembra al momento de preñarla, su cara fue de gozo absoluto, mientras su boca emitía un silbido que se escuchaba como música.

La cola desapareció. Maura se tocaba la matriz mientras el ahora hombre se despedía de ella.

La mirada de él era inmortal, hipnótica, peligrosa, creo que cualquier hombre, por definido que estuviera en su virilidad, acabaría dándole el culo a este ser, si te lo pidiera.

Cerré mis ojos y al volver a abrirlos, mi cuarto estaba como lo había dejado, sin olor a sexo, considerablemente más frío.

No pude dormir bien.

Tuve recelo de dormir en esa cama, así que me fui al sillón de la sala, no sin antes ir al baño a pajearme.

Al día siguiente no hice sino pensar en la visión de la noche.

Hasta a un tarado le daría por suponer que el diablo era el padre de Andrómeda, y que la concepción había sido la parte final de un rito.

La noche no fue más amable que la anterior.

Esta vez estaba ahí a la entrada de mi recamara Maura, recibiendo dinero de un viejo decrépito.

Conforme yo avanzaba veía que le pagaba por la mercancía que yacía en mi cama, que era ni novia Andrómeda, quien se veía mucho más joven que ahora, fresca y bella.

Con asco vi como el viejo no podía esperar para estarla toqueteando, pellizcándole las tetas sin el más mínimo tacto, metiéndole sus dedos viejos en el coño, besándola groseramente en la boca con su lengua de sapo.

Ella estaba desnuda y tierna, y empezó a desnudar al viejo que a más desnudez exhibía más arrugas y manchas.

Su verga estaba fláccida.

Mi novia, o la muchacha que era hace años, comenzó a besar la polla muerta del viejo, la cual comenzó a crecer poco a poco, mientras que sus testículos colgaban como un par de higos de plástico.

En cuanto la verga del viejo se sostuvo un poco, ella dejó de mamar y lo montó.

El anciano no dejaba de decirle groserías mientras ella subía y bajaba del ridículo pene del vejete, «puta, perra, loba caliente, pollita muerta de hambre, exprímelo».

No duro mucho su discurso porque casi de inmediato eyaculó. Una vez hizo esto, aventó a Andrómeda como si ella lo ensuciara con su coño.

Al otro día, igual Maura recibía un precio, era un tipo gordo que se sentó a la orilla de la cama, su pie derecho lo alzó para ponerlo en la orilla misma del colchón, colocando su talón en la parte alta de la ingle, en la articulación de fémur y cadera.

Ahí, su pié y su verga estaban muy cerca.

Juntó la verga tiesa con la planta de su pie y eran del mismo tamaño.

Andrómeda tuvo que mamar la punta del pie junto con el glande de aquel miembro, hasta que empezó a manar la leche del sujeto.

Al día siguiente era un muchacho muy apuesto que al follarla le dio una paliza.

A Andrómeda parecía gustarle que le dieran de nalgadas mientras la montaban como a una yegua. Su cara era de placer, lo que no sé si me dolía más que cuando ponía cara de desacuerdo ante alguna conducta estrafalaria.

Al día siguiente tres tipos la follaban a la vez. Al día siguiente un amanerado le metía el puño en su vagina.

Otro día ella se colocaba un pene de plástico y se follaba a un político local.

Otro día un señor llevaba a su hijo para que aprendiera a amar junto a Andrómeda y como el muchacho no quiso, su padre lo folló a él mientras Andrómeda les mamaba la polla a ambos.

Ni menstruando dejaron en paz a mi novia, pues hubo quien pago tan singular condición.

Y así, los veintiocho días del mes aparecieron frente a mi visiones de lo que sería la vida de una prostituta mal regenteada por su madre.

Andrómeda había vivido todo, menos la ternura y el amor.

Mi moral debía estar para esas alturas destrozada, pues no sólo está el hecho de que Andrómeda tenía una personalidad oculta que no me mostraba, sino que casi todo el pueblo conocía ya su actividad. Sin embargo aposté por ella, no me interesó su historia, ni su reputación.

Creí en su mirada, creí en lo que ella había dicho, creí que ella era mucho más de aquello que veía.

Cuando pusimos fecha para la boda todo adquirió claridad.

Todo fue buena ventura, e incluso me permití invitar a casi toda la calle. La lista de invitados incluía, por vez primera, a buenos y malos por igual.

Durante la misa se cayó un candelabro y un mantel comenzó a arder, justo cuando Andrómeda decía «Si. Acepto». Los buenos vieron en ello un malísimo presagio, y comenzaron desde ese instante a compadecerme.

Déjenme contarles de qué es lo que tenían que empezar a compadecerme.

Desde aquel día en que follé casi muerta a Andrómeda, habíamos hecho una especie de acuerdo de no entregarnos hasta que el momento fuera mágico.

Una vez hechos los preparativos para la boda decidimos que la noche mágica era la noche de bodas.

A esas alturas yo estaba convencido que, si bien es cierto la madre de Andrómeda era bruja, ella no lo era, y si mi ahora mujer alguna vez había entregado su cuerpo por dinero, eso era algo que estaba dispuesto a aceptar, comprender y canalizar.

Ese mes terrible me había hecho comprenderla más.

Una vez llegamos a nuestra casa (que no era otra sino aquella que yo rentaba y que ahora era de ambos como regalo de bodas de Doña Maura) encontré que era inevitable que volviera a mi cama, ya que durante ese tiempo había dormido en el sofá. Andrómeda se veía contenta, ilusionada, sin culpas, y eso me enternecía.

Nos besamos con mucho amor y comenzamos a tocarnos como si fuese una vida nueva.

Ella se excitaba verdaderamente y yo la deseaba locamente.

Le besé el sexo, que olía como la fragancia de la primera visión, y ahí, mientras mi lengua jugaba con los pliegues de su coño, se disolvían todas y cada una de las visiones que había visto.

Ya que su sexo estaba hinchado, la penetré, y cual fue mi sorpresa de notar que era virgen.

Vi con claridad la broma de Doña Maura, su interés por su hija. Gozamos como locos esa noche, y nunca me sentí más embrujado.

Aunque a estas alturas del relato pareciera que la historia ha tenido un inicio y un fin, en realidad sólo son los preparativos para contar que es lo que me ha motivado a escribir este relato, pues las sorpresas no concluyeron ahí.

Por el contrario, lo que vino después me hace pensar en que la inocencia cambia el placer. En mi caso, preferí cerrar los ojos a todo lo que sé y entregarme a disfrutar, sin conflictos.

Estaba con que Andrómeda no era bruja y que el diablo no era su padre, según supuse, y que no había sido puta.

El tipo de la cola si se apareció en la boda, no en la iglesia, desde luego, pero sí en la fiesta, lucía viejo, y ya no se veía hermoso, entonces no era un diablo porque de serlo seguiría irresistible.

Como al mes de nuestra boda yo era el hombre más feliz del mundo.

La presencia de Doña Maura era benéfica para nuestra vida sexual, me tenía a dieta de energizantes y potencializadores que me volvían una máquina, mientras que Andrómeda siempre innovaba con ungüentos que la volvían más sensible.

Cada día el sexo era más intenso, cada vez dormía menos y follaba más.

Luego sucedió que empezamos a experimentar con brebajes que preparaba Doña Maura, en la cual follábamos en medio de alucinaciones y éxtasis indescriptibles, en veces éramos panteras, éramos parejas de mentís, de rato éramos dioses que se follaban creando mundos.

Cada noche sentía que hacía el amor con una mujer distinta, nunca decaía mi miembro ni mi semen, siempre era generoso con mi erección, con mi eyaculación.

En veces sentía que los pechos de Andrómeda eran más grandes que antes, en veces sentía su boca distinta, sus caderas me sabían a otro sabor.

Durante el día era un profesional normal.

De noche llegaba a la casa a cruzar un portal mágico que me adentraba a mundos de placeres que no pueden narrarse.

Hasta que un día, debido a una falla eléctrica en la compañía en que trabajaba, tuve la oportunidad de volver más temprano a casa.

Quise entrar quedamente para dar una sorpresa a Andrómeda, y el sorprendido fui yo.

En la sala estaban las seis brujas de la calle, platicaban de mí:

Doña Luz: «Creo que es tiempo de que le hagas el ungüento verde, ese le hará la verga con la textura rasposa de una lengua de gato»

América: «No creo que sea lo más conveniente, eso a ti te conviene porque ya no tienes tanta sensibilidad»

Doña Luz: «Desearías tener mi sensibilidad»

América: «Yo siento cosquillas, además ya te cumplimos tu capricho de hacer que su semen sepa dulce».

Isis: «Siento que deberíamos dejar a partir de mañana al muchacho a solas con Andrómeda durante una semana, ella se merece estar a solas con su marido, además, es una buena chica en compartirnoslo»

Doña Esperanza: «Eso dices porque te toca hoy con él. Propongo dejarlos solos desde hoy».

Doña Maura: ¿Tu que piensas Andrómeda?.

Andrómeda apareció, y era una mujer de unos treinta y ocho o treinta y nueve años.

Era mi mujer, sólo que más vieja, bella en verdad, pero distinta a mi mujer.

Bebió de un frasquito que llevaba en la mano y su cuerpo comenzó a rejuvenecer al instante, quedando tan fresca y linda como la había dejado en la mañana que me fui a trabajar.

Y les dijo, «Bernardo es muy bueno, todas han disfrutado de él, ha devuelto la alegría a esta calle.

Pero tendrán que olvidarse de él por un tiempo, pues yo deseo darle un hijo.»

Todas se quedaron viéndose unas a otras, y concluyeron. «Prometemos dejarlo para ti sola luego de que nazca el bebé. Si aceptas te daremos tres dones.»

«Acepto»

«Pues pide»

Andrómeda dijo con su acento encantador, «primero, quiero que me enseñen todos sus trucos para el placer, segundo, quiero quedarme en esta edad que tengo ahora, y la última petición es para mi madre, hazme virgen otra vez.»

Doña Maura la vio con mucha ternura, la abrazó junto a su pecho como si abrazara a una niña pequeña y le dijo

«No solo eso hija mía, te haré virgen otra vez y haré que tu marido olvide a partir de hoy, y para siempre, todo aquello de lo cual se enteró pero no debió haberse enterado nunca.

Es decir, te regalo la pureza».