Mírame y no me toques VIII – Final: Red para dos

«… pero mírame»
Joan Manuel Serrat

Después todo negro.

¿Qué fue de mí? No lo sé. Cuando abrí los ojos de nuevo estaba en un hospital, sola, ni enfermeras, ni otros enfermos, ni nada. Por sobre todo, no había amigos, ni estaba Claudio.

Sentí un dolor muy fuerte en mi pié derecho, ojalá lo tuviera para sentir dolor en él.

Mi pié se reducía a un simple talón, lo demás no existía, mi pié era ahora la falta de éste, era una cicatriz horrible.

En vez de llorar me puse a voltear histérica para todas partes, buscando qué más me faltaba.

Diría que afortunadamente no faltaba nada más, pero no es algo que una diga cuando perder un pié ya es bastante malo.

La enfermera por fin llegó con tranquilizantes en mano, no debía yo haberme dado cuenta de nada, hasta después.

Según me dijo, había estado cuatro meses en coma, lo que me había salvado era una tarjeta de seguro de gastos médicos mayores que traía en el bolso, pues nadie se había hecho cargo de mí, salvo el hospital que deseaba cobrar la factura.

Dijo también que al principio recibí visitas, pero que estas habían dejado de venir conforme las esperanzas eran menores.

«Sé que le duele lo de su pié y que es probable que mis palabras le suenen necias señorita, pero tiene suerte de estar viva, pues nadie sale vivo de las llantas y la corriente del Metro. A usted la ha de haber ayudado un ángel, Dios le ha dado otra oportunidad».

Le pregunté si registraban las visitas y me dijo que sí.

El hospital era bueno, lo sabía por el cuarto privado en que me encontraba, y que era un hospital religioso de esos que tienen capilla también lo sabía por los comentarios de la enfermera.

Le pedí que me trajera la lista de quienes me habían visitado.

Era pura gente de la productora.

Claudio no había venido.

¿Sabrá que vivo? No tenía manera de enterarse, nadie de la empresa lo conocía, y de momento no recordaba muchas cosas, entre ellas su dirección.

Dos días después, como pude, llegué a la capilla del hospital y recé. «Ángel de mi guarda, mi dulce compañía, no me desampares…»

Me consiguieron una prótesis muy convincente que era hecha a imagen y semejanza del pié que sí subsistía, sacado de un molde, pero no dejaba de ser una prótesis.

Lo cierto es que no había prótesis mejor, no puedo quejarme, pues me garantizaban que podría incluso volver a usar tacones.

Con las medias de la propia marca de prótesis no se notaría la diferencia. Mi estancia ahí fue como una meditación.

Estaba bien de salud, no había muerto, ni siquiera de SIDA.

Aunque aún no tenía los famosos resultados de la segunda opinión ni me lo habían revisado en el hospital.

Firmé la factura, ascendía a $1,400,358.00 pesos, lo que era un mundo de dinero.

Vi la suerte de sanar pronto, pues la póliza sólo cubría $1,500,000.00 de pesos, es decir, si mi escudo se hubiese extinguido me hubiesen transferido a la salubridad pública, donde por menos que ser arrollada por el Metro te dejan morirte.

Lo primero que hice fue recoger lo que quedaba de mis pertenencias.

Estaba ahí mi vestido de Zara lleno de sangre y quemado de algunas partes, de hecho mi piel tenía alguna quemadura pequeña a la altura de la cintura. Había aumentado un poco de peso pero seguía estando bien.

Estaba ahí un zapato normal y un medio zapato ensangrentado. «¿A quién se le ocurre conservar estas cosas?», pregunté al momento de tirar la caja, rescatando sólo el bolso. Había sin embargo otra caja, la había dejado Lola, y había ahí un vestido idéntico al que llevaba aquel día, unos zapatos de mi número, sostenes, calzones, todo para vestirme, ella sabía mejor que yo mis tallas.

Había una nota que decía, «Nada me daría mas gusto que me llamaras. Hazlo y correré a vestirte. Yo, ni los miembros del equipo perdemos la esperanza. Compré un celular con el único fin de dejar de hacer lo que sea para ir contigo, el teléfono sólo espera tu llamada».

Llamé y Lola me fue a recoger. Me abrazó y besó hasta que se cansó. Estaba feliz. No hubo preguntas porque las respuestas habían sido obvias.

Determinó que había yo aumentado una talla y media, por lo que sugirió desechar el vestido que había comprado, yo le dije que me parecía fantástico, pues además me daba fijación ponerme el mismo modelo.

Sus palabras fueron muy oportunas al decirme que el material del vestido, que era lana, había tenido que ver con mi milagrosa supervivencia, y que usar el mismo modelo me haría trascender el asunto pronto.

Me llevó a Zara y compramos el mismo modelo sólo que en la talla que me quedaba. Me veía muy bien de todas formas.

Fue difícil conseguirlo porque en dicha tienda hacen rebajas de temporada y todo se agota.

«¿Querrás ir con tu novio?»

«Si» le dije.

«Dime dónde es, y yo te llevo»

Dimos con la casa. Le pedí a Lola que me acompañara, y que si ella estimaba que yo era bien recibida se marchara sin pena. «Claro que tiene que recibirte, si no se las verá con Lola».

Mi andar fue lo ecuánime que podía ser considerando que llevaba con la prótesis sólo algunos días.

Toqué a la puerta. Él abrió. Sus ojos estaban apagados, pero al verme se encendieron con una vorágine de fuego divino.

No dijimos nada, nos quedamos mirando. Era como si estuviéramos vacíos y comenzáramos a llenarnos. Quise saltar a abrazarlo, pero descubrí que no me era del todo sencillo saltar.

Extendió sus brazos y nos tomamos el uno al otro.

Él comenzó a reírse, a reírse como un demente, a carcajadas, como si le hubiese ganado una partida de cartas a la muerte. Me tomó en sus brazos y me introdujo a su casa.

En uno de sus muros había un póster mío. Me hizo bailar vals. Lola se disculpó de alguna manera y se marchó quedando de llamar, pues anotó el teléfono que estaba inscrito en el aparato de Claudio.

No hablamos de mi carrera como actriz, ni de la suya de guionista, todo era nuevo, no había nada. Éramos sólo los dos. Me llevó a un sillón y me puso frente de sí, no paraba de sonreír.

Comentó que le habían dicho que había muerto, que le habían esposado luego de que quiso abrazar mi cuerpo, que no le creyeron cuando dijo que me conocía.

Que había buscado por todos los hospitales y ninguno había recibido a ninguna paciente de nombre Aura.

Le dije con culpa que mi nombre era Angélica, él me siguió diciendo Aura. Decía que había estado a punto de volverse loco porque no había una Aura viva, ni una Aura muerta, que yo había desaparecido.

No lo pensamos. Comenzamos a besarnos. Yo me retiré de su beso y él me miró extrañado con esos ojos que me atrapan. «Tengo que confesarte algo», le dije, «aun no he recibido la confirmación de que no soy seropositiva».

Su mirada se enterneció. Comprendía mi lejanía, resanaba su alma luego de vivir aquellos meses con la idea de que follaba con todos menos con él. Extendió su mano y me acarició el cabello, a la vez que me decía.

«Estar sin ti ha sido peor que morir. Lo digo sin dudar. No me importa lo que tu sangre lleve dentro, lo que sé es que no quiero distancias entre tú y yo.

Mi sangre es tu sangre y la tuya es la mía, mi vida es tu vida, y tu muerte es mi muerte. Si para invitarme a tu vida has de invitarme a la muerte, bienvenida la muerte.»

No sé si entender eso como nobleza o como estupidez, al menos era un acto de voluntad. Comenzamos a besarnos, besaba mucho mejor que como había yo soñado, no obstante que de sus guiones sabía yo de su arte de cama, nada era como tenerlo realmente.

Su boca era carnosa, cálida, me comía con avidez, no había conflicto entre nuestras narices, e incluso el sabor de su saliva era de mi gusto. Mi frágil confianza se cristalizaba en los labios, y la margarita de mi pecho comenzaba a poblarse de pétalos de nuevo.

Sus manos comenzaron a tocarme. Hacía tanto tiempo que no recibía el tacto de nadie, y más aun, este tacto que recibía ahora no lo había recibido jamás.

Sus yemas de los dedos iban creando en mi una adicción. Su fuerza de pesar mi carne, como si quisiera tocar en mis músculos una alma con alas recién nacidas.

Llegó lo inevitable, notar mi prótesis. «Por favor no mires» le dije.

Él alzó su mirada, clavándola hasta el fondo de mi ser, y con voz grave, intensa, apocalíptica, espetó «Nunca, entiéndeme bien, nunca me pidas que no te mire, pues ese día no sería yo, sería otro, sería nadie», lloramos.

Me quitó la prótesis con suma delicadeza, como si le quitara a una princesa la zapatilla de cristal. Miró mi cicatriz, miró la falta de pié.

Yo estaba aterrada. Sin embargo, su mano empezó a tocar mi pié que ya no estaba, con sus huellas dactilares memorizaba el accidente de carne que era ahora mi pie.

Sus ojos penetrantes hacían cosquillas a mi pierna, pero era incapaz yo de reír. Me empezó a besar el pie, y yo comencé a llorar sólo de sentir su lengua redentora. «Belleza es todo lo que eres.

Allá el mundo si no encuentra la hermosura de esta pierna magnífica. No la quiero menos que a tus pezones, menos que a tu boca.

Puede que no sea tu responsabilidad el haberlo perdido, pero sí es tu responsabilidad la forma en que lo asimiles. Yo te acepto y te amo así.» Sentí como si de mi muñón brotaran flores.

La sinceridad de sus palabras curó el vacío del pié que había en mi alma. Tan honesta me había parecido su apreciación que me perdoné el hecho de no tener ya mi pié. Nací de nuevo.

Empezó a besarme las piernas, y sentía fluir el placer ya libre, sin complejos. Su boca me estaba poniendo muy ardiente, a forma que cuando clavó su lengua en mi vagina, di un vuelco sobre del sillón.

Su lengua era hábil, fuerte, larga, con una textura mágica. Mi sexo comenzó a hincharse con rapidez. Mis pezones estaban tiesos.

Comenzó a desnudarme, y me miraba. Lo desnudé. Comencé a chuparle el falo sin prisa, pues teníamos toda la vida para mimarnos, lo que durará.

Mi boca cotizada era hoy sólo para él. Tragaba su gran miembro, que era bello, atractivo, irresistible. Lo recorría por fuera con mi lengua mientras lo maniobraba a manera de echar a andar su fábrica de semen.

Luego de estar así un rato, me tendió con las piernas abiertas en el sillón, volvió a lamerme el coño que no se había resecado ni una pizca, luego se alzó y comenzó a jugar con mi sexo, golpeando quedito con la punta de su falo en mi clítoris expuesto, ello con puro control de su verga, pues con cada mano sujetaba las mías.

Aquél falo independiente daba de toques en mi sexo. Por fin se acomodó el glande en la entrada de mi cuerpo y lento, muy lento, comenzó a clavarse. Sentía como si fundara mi sexo, como si lo inaugurara.

Su verga era tan espléndida que pronto me hizo tener los primeros orgasmos que eran gloria absoluta.

En efecto, su desempeño como amante era de primerísima calidad, pues tenía delicadeza y fuerza a la vez, y al follarlo era como si una se cojiera a todo lo masculino concentrado, él era lo masculino.

Me penetraba con intensidad. Cambiamos a muchas posiciones.

Su caballerosidad no tiene límites, incluso se mostró considerado cuando perfilé su verga a mi culo, más sin embargo bastó una mirada para que le quedara claro que era algo a que estaba acostumbrada y le había tomado gusto.

Pasado este gesto me dio la enculada más rica de mi vida.

De rato no sólo estaba yo montándole con el culo, sino que me tenía en cuatro patas dándome duro.

Ya a punto de correrse, desclavó su ariete de mi ano y comenzó a agitar su falo, y empezó a bañar de tibia esperma mi dilatado y sensible culito.

La sensación de las gotas hirvientes lloviendo en mi trasero hicieron contraer mi esfínter de manera violenta, y sentir como las gotas escurrían por mis muslos. Era el paraíso.

Al día siguiente me hice de mis pastillas y follamos como locos. Siempre con las luces encendidas, preferiblemente de velas, para mirarnos, gozarnos con los ojos.

Muchas cosas han mejorado. Tenemos suficiente dinero. Yo al salirme del porno me hice una especie de leyenda o mito moderno.

Claudio sigue escribiendo, ahora ya no envía nada a Estocolmo, sino que aquí mismo concreta sus guiones, se ha hecho director y sus películas venden muy bien.

Es raro que nuestro negocio sea este. Pues nuestra pareja ha sido ejemplar. Yo no lo haría con otro porque él me basta, y él no se mete con ninguna, cosa extraña en un medio en el que es lo más usual.

A veces siento algo de pena, pues él al trabajar en la filmación convive con aquellos que me empalaban muy seguido, con gente que en su mayoría tuvo mi cuerpo.

Ve actrices y mira cómo se comportan, alguna de ellas, más joven que yo, bellas de verdad, le coquetean, y él tiene una visión más o menos de lo que cualquier actriz porno es, es decir, una puta de otro tipo.

¿Qué le hace tener en el corazón la convicción de que yo soy distinta de todas? No lo sé. Claudio es un ser que me rebasa en muchas cosas, sobre todo en comprensión. Soy su más linda sierva, adepta, Diosa, compañera, cómplice, musa, puta, soy su puente, soy sus ojos celeste y miel.

Todos nos quieren en la empresa. Cuando voy todos me respetan como la señora de Claudio, y a él todos lo quieren. Es una industria como cualquier otra, incluso más humana que muchas que se dicen decentes.

La locura ha quedado atrás.

Más por mí que por él. Una noche trajo consigo a un actor nuevo, bien parecido. Me sugirió que lo hiciera con los dos, pues consideraba que era probable que yo me hubiera acostumbrado a aquel placer y lo tuviera reprimido por respeto a él.

Le dije que lo haría sólo si él quería poseerme junto a otro hombre.

Dijo que así era, aunque no sé si era del todo cierto, puede que me hubiera puesto nuevamente entre dos vergas para darme gusto, porque es cierto, me gusta que me acometan dos a la vez.

Esa vez, Claudio me culeó mientras el tal Tom me daba por la vagina, al estar yo sentada sobre de él, teníamos frente a la cama un espejo, y mientras los dos machos me penetraban, yo sólo miraba el espejo, clavando los ojos en el reflejo de Claudio, quien hacía lo mismo.

Cuando me corrí me vine por él y para él. Luego el chico se vino en mis nalgas, mientras que a Claudio lo ordeñé con la boca.

Decidíamos que aquello era un engaño, sobre todo del tercero que nos acompañara, pues la entrega no admitiría a nadie que no fuera él y yo.

Por eso no volvimos a los tríos. No tenemos complejos con ellos, pero nos preferimos. Claudio sería oro puro como actor, pero repito, nos preferimos.

Planeamos un toque pornográfico en nuestra vida, tan envuelta de ello. Nuestra boda es un documento único en su especie, pues me casé de blanco y juré amor ante el altar.

El sacerdote notó que los invitados eran algo impropios, porque había faldas muy cortas y demás, supongo que si supiera a qué nos dedicábamos no nos casaría ni dejaría entrar a nuestros invitados.

Luego la fiesta fue entre orgía y fiesta normal, y culminó con el único filme en que Claudio admitió participar, nuestra noche de bodas. De locura.

A raíz de ahí creo que somos la pareja más normal en el circuito. El SIDA nunca llegó. Si hubiera llegado nos habríamos muerto juntos.

Pero no llegó, y eso es genial porque nos ha permitido seguir con otros proyectos que nunca pensé.

Hoy esperamos un hijo, me dedico a contar las células que se suman, los pétalos que vuelven, y crezco, y crece.

Ya veo venir el futuro.

En mi caso, el supuesto infierno no fue tal, sino una vía de encontrar el amor, sólo fui a buscarlo ahí donde éste se encontraba.

Me río imaginando ya el baby shower, el bautismo, repleto de cojelones que tienen su corazoncito.

Y vaya si lo tienen.

Estoy satisfecha.

La gente paga por ver pornografía, pero no sabe en realidad qué es lo que está pagando.

Cierto que mucha de la pornografía que se hace es mugre, pero en veces, en ocasiones especiales, alguno de nosotros, los actores, damos parte de nuestra alma, misma que se revela a quien sabe mirar de verdad.

Ahí está la belleza y el arte, basta con aprender a mirar.