He entrado en tu cuarto
Anoche, mientras dormías, mi amor.
Torturado por no haber podido hablar contigo, por no haberte amado.
Ansioso por tocarte, me he introducido en tu cuarto y me he sumergido entre tus sabanas, al lado de tu cuerpo.
En tus sueños , dormida, has debido sentir mi aliento mientras observaba tu rostro, quería ver esos ojos de los cuales me has hablado, pero tu dormías como un ángel.
He descubierto las sabanas para verte toda, empijamada, tu pelo extendido sobre la almohada.
He adivinado la forma de tus senos bajo la ropa, y he querido verlos.
He abierto tu ropa con dos dedos, lentamente para no despertarte.
Y he dejado que salgan de su escondite de tela, esos dos pechos cargados de calor, de deseo.
Dentro de tus sueños se que una parte de ti me reclamaba.
Que te habías dormido sin escucharme, sin hablarnos.
Así que los he tocado.
He rozado suavemente la punta de tus senos, esos pezones claros, con los cuales yo había jugueteado imaginándolos, pensando en ellos.
Los he tocado solamente, apenas mi piel ha rozado su puntas y los he sentido despertar, casi imperceptiblemente, se han endurecido y, en sueños, como si hubiese activado alguna fibra secreta, he visto como te movías, como parecía que tu boca hacia un gesto de placer, sin abrir los ojos todavía, he visto como si movieras ambos pechos hacia delante, esperando que yo los siga acariciando.
Y lo he hecho. Ambas manos las he colocado, una encima de cada seno, para sentir su forma, para palpar esa delicada piel que los recubre; y, lentamente, despacio, he colocado mis labios sobre uno de tus pezones.
He abierto mi boca para cogerlo completamente, y he sentido su calor, su estremecimiento, su textura, con la lengua los he acariciado suavemente.
Has abierto los ojos, pero como si aun durmieras, y me has cogido el cabello con una de tus manos. Yo besaba tus senos.
He levantado los ojos y he podido ver tus pupilas, esos ojos que me miraban entre sueños aun, que intentaban reconocer al hombre que la hacia sentir eso. Solo un instante, y has vuelto a cerrarlos, para que yo prosiga, con un gesto de ternura me has puesto la otra mano entre el cabello como para atraerme hacia ti.
Has movido tu cuerpo para que yo me coloque encima tuyo. Has temblado. Y yo he seguido lamiendo tus pechos, mordisqueando tus pezones endurecidos.
He vuelto a levantar los ojos para verte dormida, has levantado los brazos sobre la la almohada y yo he podido verte descubierta.
Quería solo contemplarte unos minutos, ver a la mujer a la que amo a la distancia.
Me he dejado enamorar por la forma de tu cintura y como si hubieras adivinado que estaba mirando tu ombligo, que estaba a punto de poner mis manos en tu vientre, has abierto las piernas con un suspiro apagado de placer, como invitándome a entrar.
Estas aun con el short del pijama puesto. Así que he colocado mis manos, mis dedos temblorosos, en los lados de tu ropa, en tu cintura, y he comenzado a replegarlo.
Y conforme lo hacia, conforme descubría tu vientre te he ido dejando sin ropa. Y al fin, he vislumbrado los primeros pelos de tu pubis, ordenados,.. y he terminado de bajar el short.
Has quedado total, completamente desnuda.
Y me has entregado la maravillosa vista del tesoro que albergas entre los muslos, abiertos, los pliegues de piel en el pasadizo por la cual penetrare, la hendidura de carne de la cual beber con mi boca tus jugos de placer.
Me has dejado ver la cavidad, el calabozo de carne, la hondonada en la cual atraparás mi miembro anhelante.
Me has dejado ver como una pintura , los pliegues de los labios de tu vagina, como invitando a introducir mi brocha en ellos.
Y tu pareces dormir todavía. Tus ojos se mantienen cerrados, aunque la forma de tu boca se ha modificado, en un gesto de placer tan serio, tan impreso, que me parece ver aquellas cosas en las que sueñas, me parece estar leyendo tus pensamientos, me parece estar adivinando lo que quieres que yo te haga.
Me había echado a tu lado con ropa, una ropa ligera que me permitió volar desde mi casa hasta la tuya, hasta ese cuarto cerca del mar.
Una pijama blanca de tela, que sujetaba el pantalón con unas cuerdas.
Con una mano he deshecho el nudo. Se ha caído el pantalón y ha quedado descubierto mi pene.
Estaba duro, palpitante, erecto.
La cabeza enrojecida, las venas saltando alrededor del tallo, el capullo ansioso de tocarte.
Ansioso por penetrarte, de tomar posesión de aquel lugar donde la imaginación lo había transportado.
Y que lo había excitado y lo había hecho derramarse pensando en ti.
En ti amor. Y derramarse en ese trecho vacío que se abre entre los pliegues de tu vagina, en ese vientre de carne que parece arder de felicidad a su contacto.
Me he sacado la parte de arriba del traje para echarme sobre ti. No has despertado, pero se que debo acomodarme encima tuyo, debo dejarme caer sobre tu cuerpo.
Debo, quiero, deseo.
Tus manos.
Sin despertarte has empezado a mover las manos, suavemente deslizándose por tu cuerpo las has dirigido hacia tu vientre las has puesto sobre tu pubis y con dos dedos, suavemente has estirado un poco los pliegues de tus labios, como la obscena invitación, la explicita llamada para que yo me deje caer en ti y te penetre.
He visto las gotas de roció entre tus pelos, entre tus labios. Se que estas húmeda, caliente.
Y yo estoy quemando.
Amor. Mi cuerpo, se ha dejado caer sobre el tuyo, esta noche. Has abierto la boca para que te bese y he metido mi lengua entre tus labios.
He palpado la forma de tu rostro como un ciego, reconociendo cada ángulo de tu cara, mientras te besaba. Y el contacto de mi piel con la punta de tus pechos, me ha hecho estremecer.
Me he sentido ausente, ido, en otra realidad, en otro mundo, contigo. Me he dejado llevar por el deseo, por la invitación de tu carne.
Mientras seguía moviendo mi lengua con tu lengua, mientras seguía besándote, mientras pensaba en el roce de tus pechos con mi pecho, mientras te cubría con mi cuerpo, he dirigido la punta de mi pene hacia la abertura de tus piernas y, suavemente, húmedo, ansioso, te he penetrado.
No se cuanto tiempo he durado ahí. Pueden haber sido minutos, o varias horas. Pero he sentido tu cuerpo vibrar varias veces, estremecerse.
He sentido tus orgasmos mientras yo te penetraba y sacaba y volvía a introducir mi verga con fuerza. Y una y otra vez.
He sentido tus uñas agarrándose de mi espalda mientras estaba dentro de ti. He sentido tus muslos apretarse alrededor de mi cuerpo y tus piernas atenazándome con fuerza, mientras copulábamos, mientras te acuchillaba y tu me recibías en tu vientre.
He sentido que en tus sueños rogabas por que te ponga esa lanza de carne en la boca, pero a la vez querías mantenerla allí, entre tus muslos, en la vagina, donde la necesitabas.
Querías tenerla, mientras nuestros cuerpos seguían copulando.
Un coito feroz, suave a veces, otras veces feroz, salvaje.
No sabes el placer que me daba sentir la punta de tus pezones bajo mi pecho, sentir tus piernas en mi espalda y sentirme dentro tuyo, metiéndome una y otra vez, penetrándote.
Y me he venido en ti, en tu cuerpo, con una ultima estocada, un ultimo gemido de placer, con tu boca junto a mi boca y tus manos tratando de alcanzar la juntura donde entraba y salía mi pene.
Con un ultimo esfuerzo y al mismo tiempo que tu, me he corrido.
El semen ha salido en varios chorros blancos, poderosos, ha empapado el interior de tus labios, se he metido como fuego dentro de tu cuerpo.
Me he corrido en ti, y he sentido que aun dormida, cada poro de tu cuerpo recibía con gusto el chorro de esa sangre caliente.
Mi amor. He sido silencioso.
He procurado no hacer ruido para no despertarte a ti.
Creo que así lo he hecho.
Me he vestido y he querido verte antes de marchame, verte tendida allí en esa cama, ver tu rostro, aun excitado, aun los pezones ansiosos y el pubis rebosante.
Antes de fugar de aquel sueño, te he visto y me he dado cuenta cuanto hemos avanzado en esto que pareciera locura.
Pero nos entendemos, nos queremos, nos deseamos y eso es lo que me hace seguir.
Te amo.