A menudo ocurren las cosas más excitantes cuando menos te los esperas.
Eso me sucedió a mí a finales del verano pasado.
Suelo fantasear con la idea de tener sexo con otro hombre, lo cual me excita muchísimo, pero nunca me he atrevido a buscarlo abiertamente.
Me gusta ir a cierta playa cerca de donde vivo donde al haber poca gente, se suele practicar el nudismo y según se dice, es una zona donde los gays suelen acudir en busca de algún rollo espontáneo entre los pinos, muy abundantes por allí.
Así que de cuando en cuando cojo mi bicicleta y me acerco a tomar el sol sin nada que me moleste y observar las reacciones y cuerpos de mis vecinos de playa, sin llegar nunca a pasar de algún que otro flirteo y poco más. Me gusta exhibirme, que me miren con lujuria y provocar alguna erección.
No es que tenga un cuerpo diez, pero tampoco estoy mal. Me suelo depilar las piernas, ya que practico asiduamente ciclismo, y de paso me afeito el pecho y las partes bajas, así que suelo llamar la atención. Además, al no practicar el nudismo de forma continuada, la marca del tanga marcada me da un aspecto de lo más sensual.
El sitio en cuestión es una pequeña calita, rodeada de pinos y arbustos, donde más de una vez he visto parejas de hombres perdiéndose entre la maleza para reaparecer al rato, cogidos de la mano y una mirada de complicidad que hace a uno imaginar lo que han estado haciendo en la protección del seto.
El día en cuestión que sucedió lo que quiero contaros, deje la bici junto a mí y me tumbé a tomar el sol, como siempre, procurando mostrar mis atributos a todo el que quisiera admirarlos.
Al poco de estar allí, llego otro bañista. Era un hombre mayor que yo, de unos cuarenta y tantos tacos, pero muy atractivo. Estaba muy moreno y se notaba que hacía pesas, por los músculos que se le marcaban y su abdomen perfilado.
Mientras se desnudaba, yo lo observaba disimuladamente tras mis gafas de sol. Tenía bastante pelo, y cuando se quito el bañador, no pude por menos que tragar saliva.
Tenía una polla preciosa, del tamaño adecuado y gordita, que se balanceaba por sus movimientos mientras ajustaba la toalla. En acción debía superar los veinte centímetros, pensé.
El hombre se colocó como a unos dos metros de donde yo estaba y parecía ignorarme por completo.
Además se había colocado en una posición en la cual yo podía contemplar su polla y sus testículos, así como el principio de su ano, visión a la que él contribuía tomando el sol con las piernas abiertas de par en par. La playa estaba casi vacía y la situación me excitaba cada vez más. Tuve que ponerme bocabajo para ocultar la erección emergente que me asaltaba. Se me estaba poniendo como una piedra.
Cerré los ojos y fantaseé con las cosas que me podía hacer ese ejemplar y lo excitante de tener ese precioso cuerpo a tan solo unos metros de mí. Los dos desnudos.
De repente note como una sombra tapaba el sol sobre mi cabeza. Me giré y contemple absorto el cuerpo de mi vecino de playa de pie junto a mí, con su mástil colgando a tan solo unos centímetros de mí.
«Perdona» me dijo » pero estoy un poco aburrido y como te he visto aquí solo me he preguntado si puedo hacerte compañía.
Confuso, asentí con la cabeza. Me pillo de sorpresa la acción directa que había tomado nuestro amigo.
Nos presentamos y se tumbó junto a mí. Estaba de vacaciones y había descubierto aquella playa hace poco. Le gustaba practicar el nudismo y era del norte.
Era muy simpático y al rato charlábamos amigablemente.
Yo seguía vuelto de espaldas y notaba como mientras hablábamos echaba distraídas miradas hacia mi culo. Supongo que Alberto, como dijo que se llamaba, se dio cuenta de mi estado de excitación y turbación y jugaba con ello.
El no se molestaba en ocultar su polla, algo más crecidita que cuando llegó, y aprovechaba cualquier movimiento para mostrarla aun más explícitamente.
Vaya situación!
El caso es que en aquella posición y dado el sol que caía a esa hora, estaba empezando a notar un recalentón en la espalda que empezaba a ser molesto.
Alberto se dio cuenta y se ofreció a ponerme algo de crema protectora por la espalda.
Dada la situación, le dije que adelante. No me quedaba otra solución si no quería acabar como una gamba.
El contacto con la crema alivió las molestias. Empezó a extenderla por toda la espalda, con sus manos grandes y rudas, suavemente, con pequeños masajes que me relajaban totalmente.
«Mmmm, que bien» ronroneé de placer.»Sigue, por favor»le supliqué.
Y comenzó a bajar cada vez más las fricciones, hasta llegar disimuladamente a la zona de las nalgas, donde fue acercándose poco a poco, tanteando el terreno.
Yo le dejé hacer, y al momento, apretaba con fuerza mis glúteos, en un masaje delicioso.
Mi polla estaba empezando a dolerme, dado la posición y la dureza que había adquirido.
De repente noté como uno de los dedos untados en crema de Alberto, dejaba el terreno de las curvas de mi culo para adentrarse en el valle que conducía al agujero de mi ano. Se fue abriendo camino y entró en mi ojete suavemente, gracias a la lubricación de la crema protectora.
Así estuvo un buen rato, untándome de crema por la espalda y las nalgas, e introduciendo de vez en cuando su dedo índice en mi ano.
Menos mal que a esa hora no quedaba nadie por allí, por que la situación subía de tono por momentos….
Yo permanecía callado, a la expectativa. Decidí dejarle la iniciativa, mostrándome pasivo y sumiso en mis apreciaciones.
Cuando parecía que había terminado de aplicarme la protección, acercó su mano a mi cara y tendió su dedo delante de mis labios. Instintivamente, lo besé suavemente y lo lamí en toda su longitud, para después introducírmelo por completo en la boca, como si de un pene se tratara.
Luego, Alberto me lo arrebató de la lengua para volver a introducirlo en mi esfínter, por entonces bastante dilatado, que lo acogió con pleitesía. Comenzó a moverlo adentro y afuera lentamente, gozando de la situación y esperando mis primeros gemidos de placer, que no tardaron en aparecer.
«¿Por qué no te das la vuelta?», me susurro al oído.
Yo, obediente y disciplinado, me giré lentamente, ofreciéndole la aparición de mi rabo en erección, con algo de arena pegada por la humedad que me producía la excitante experiencia que estaba viviendo.
Aquello debió de ponerle como un toro, a juzgar por el brillo lascivo de sus ojos y por el respingo que dio su nabo, ya semierecto.
«Vaya» , exclamo. «Parece que el masaje te ha sentado muy bien, a juzgar por los resultados»
Yo enrojecí de vergüenza y me disculpé: «no he podido evitarlo, tienes unas manos maravillosas…» le dije.
«¿Por qué no continuamos la charla detrás de aquellos matorrales?», sugirió Alberto.
Dudé unos segundos. No me atrevía y estaba nervioso, pero deseaba por fin tener la experiencia con la que tanto había soñado y me decidí, ayudado en parte por la excitación de la que era preso en aquel instante.
Asentí con la cabeza y nos dirigimos a un rincón apartado y oculto de posibles interrupciones.
«Ahora es mi turno de recibir placer», susurró cuando llegamos.
Acercó sus labios a los míos y juntamos nuestras lenguas, mientras nuestras trancas se golpeaban mutuamente, ansiosas de encontrarse.
Sabía que ahora era mi turno así que torpemente, comencé a besarle el cuello y fui bajando lentamente hasta los pezones, rígidos entre un pecho velludo y musculado, luego baje hasta la cintura y me arrodillé al llegar al objeto de mis desvelos.
Orgullosa y altiva se me ofrecía aquella polla en todo su esplendor, mostrando un glande morado y rezumante de líquidos preseminales ansiosos de ser engullidos. Con la punta de la lengua palpé el capullo, deleitándome en su textura y seguí lamiendo el tronco de su rabo hasta los testículos, que besé delicadamente. Me decidí por fin y la engullí entera en mi garganta.
Una mezcla de sabores me invadió inmediatamente. Sabia a sal y a macho, a sol y a arena, a semen y a orines. No podía dejar de lamer aquel falo impresionante que parecía crecer a cada acometida. Alberto comenzó a moverse, embistiéndome en sus acometidas, follándome por la boca, mientras gemía de placer y gritaba insultos que parecían excitarle más aun si cabe » chupa mamón», «trágatela toda, puta», «te voy a llenar de leche como nunca antes lo han hecho…»
De repente noté que llegaba el momento del orgasmo e intenté apartarme, sin poder evitar que la abundante corrida de Alberto me inundara toda la cara e incluso resbalaran gotas de semen hasta la comisura de mis labios, lo que aproveché para relamer y saborear pausadamente.
«Ahh, que bien lo has hecho, cariño», gimió Alberto mirándome amorosamente.
Yo me sentía como una puta sin voluntad. Un tío acababa de correrse en mi rostro y yo estaba allí, expectante a sus palabras.
«Límpiamela», me ordeno severamente, como si estuviera imponiendo un castigo correcto a alguien que ha hecho algo malo.
Yo obedecí sumiso y le lamí los resto de corrida que quedaban en su rabo, ahora en reposo, succionado aquel néctar con sumisa delectación.
«Ven aquí «, dijo izándome con sus poderosos brazos y besándome calurosamente.
Mientras con su mano, tanteó hasta agarrar mi polla y comenzó a masturbarme suavemente sin dejar que nuestras lenguas abandonaran su cálido abrazo.
Al poco rato me corrí entre sus dedos, que manchados de mi semen, colocó entre nuestras bocas, lamiéndolos lujuriosamente y mezclando los fluidos en su interior.
Luego nos despedimos, no sin darme su dirección y quedar para esa misma noche en su casa, abriéndome un futuro de placer del que aun no he podido recuperarme.