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Una mujer recuerda como el perro de su casa la desvirgo, y a partir de ese día es una zoofílica

Una mujer recuerda como el perro de su casa la desvirgo, y a partir de ese día es una zoofílica

La zoofilia la inicie desde muy joven, apenas hube entrado en la pubertad.

Después de mi primera menstruación a los once años, mi deseo sexual comenzó a brotar como agua de manantial.

Me llamo Karen y hoy tengo veinticinco años.

Soy soltera, sin pareja y vivo en un apartamento con mi fiel mascota: un perro pastor alemán de nombre Belfort.

Tiene cinco años y desde que alcanzó la madurez casi todas las noches me llena de placer y mucha pija. Pero me interesa contarles como empecé con esta actividad sexual llamada zoofilia.

Les contaba que cuando tenía once años me inicie como mujer.

En casa de mis padres, vivía con ellos y mi hermano dos años mayor Julio. Un día descubrí entre las cosas de Julio, una revista pornográfica, de esas que suelen tener a escondidas los adolescentes de esa edad.

Me enloquecí viendo escenas que jamás me hubiera imaginado a esa edad. Bellas mujeres fornicando con hombres de grandes vergas e incluso en orgías enormes de varias personas en múltiples penetraciones.

Tomé esa revista prestada y fui al baño.

Mi manito se fue a mi conchita, con algún pendejito que estaba creciendo, y descubrí la masturbación frotando mi clítoris y labios vaginales. Incluso llegué a penetrar algún dedo, pero no alcancé a romper mi himen.

A partir de ese día me dediqué, cuando podía, a hurtar prestada alguna revista de sexo que mi hermano escondía de nosotros en casa, y mis pajas se hicieron prácticamente diarias. Un día conseguí una revista que era muy diferente a las demás.

Esta se trataba de mujeres con animales.

Pude observar boquiabierta como bellas hembras eran penetradas como perras por hermosos perros bien picudos.

Nunca imaginé que las revistas de relajo llegaran a tanto. Toda la revista trataba de esa temática, mujeres cogiendo con perros, burros, caballos, cerdos e incluso se metían serpientes en la concha y el culo.

Mi morbo se sobreexcitó y las pajas con esa revista eran de puta madre.

A partir de ese día, empecé a mirar distinto al perro que teníamos en la casa, Nerón, un dálmata de dos años, que papá compró en la veterinaria de la ciudad.

Cuando podía a escondidas, me acercaba a Nerón, lo observada detenidamente, sobretodo su verga, y me parecía imposible como los perros tienen una pija como las que vi en las revistas y la de Nerón, esta chiquita y en su forro natural. La verdad que a mis once años, mi confusión sexual era total. Un día mis papás llevaron a Julio mi hermano hasta una colonia de vacaciones, a varios kilómetros donde vivíamos.

Mi mamá me preguntó si quería ir, pero como hacía un calor impresionante, desistí de hacerlo y le pedí si podía quedarme en casa. La convencí que era casi una señorita y que podía quedarme sola en la casa. El viaje de mis padres demandaría unas seis horas ida y vuelta, así que con el beneplácito de mis padres me quedé en casa solita.

Partieron a eso de las nueve de la mañana, y a esa hora me levanté porque el calor ya se hacía sentir. Desayuné como de costumbre, ordené mi dormitorio y me puse a ver televisión.

Al rato me aburrí, y como no tenía nada que hacer, me acordé de las revistas que mi hermano siempre escondía. Fui a su habitación, pero el muy ladino no me dejó ninguna: evidentemente se las llevó a la colonia de vacaciones.

Con una bronca bárbara, salí a hacer un mandado al supermercado a la vuelta de casa. Cuando iba pude ver atónita a un perro cogiéndose a la perra de la vecina.

El animalito la penetraba violentamente, y la perra que seguro estaba en celo se quedó quietita, mientras el macho le metía una tranca respetable en la concha de la perrita.

No podía quedarme viendo como una tarada como los perros cogían, seguí al supermercado y cuando regreso, me encuentro que los perros que antes estaban cogiendo, se quedaron pegados culo con culo.

La verdad no entendía nada y era la primera vez que veía algo así. Miré un ratito, confundida, cuando sale la vecina con un balde a agua, puteando porque le cogieron la perra. ¡Perra puta de mierda!- gritó mi vecina, al momento que volcaba violentamente agua sobre los animales, que forzaban por separase y lo que hacían era solo arrastrarse uno al otro y llorisquear.

¿Qué pasa doña Norma?- pregunté inocentemente. ¡Es que se me alborotó la “Canela” (era el nombre de la perra) y este cuzco callejero desgraciado me la va a preñar! ¿Por qué quedaron así?- volví a preguntar inocentemente. ¡Ah, eres muy chiquita para estas cosas!- me respondió la vecina, ¡pero esto se llama abotonamiento! – agregó inmediatamente. ¿Es para siempre?- nuevamente pregunté cómo niña inocente que era. ¡No mi hija, sólo dura un rato! ¡Lo que pasa es que con el agua los despegaré más rápido!- me respondió Norma. ¡Ve a tu casa niña, que hace un calor muy alto para que te quedes mirando a estas bestias!- me sugirió imperativamente. Regresé a casa, pero no de la misma forma que había partido.

Corrí al baño, me desnudé y empecé a hacerme una paja de aquellas. En mis delirios de sexo y masturbación, me imaginaba a los perros fornicando.

Recordé la revista que había visto hacía unos días, y me imaginé cómo podía ser yo la que estuviera siendo cogida como una perra. No dudé un instante más y fui a buscar a Nerón.

Lo metí en la sala, y la bestia me movía la cola. Lo acaricié, me agaché y tomé su peludo capullo con mis manitas. Podía notar la firmeza de su miembro, y las caricias que le propinaba lo ponía más duro aún.

Lo empecé a pajear y este comenzó a hacer los movimientos del coito animal, al tiempo que asomaba paulatinamente su verga, roja, gruesa, nervuda y chorreando líquidos y orines. Salió toda esa tranca de su forro, y acerqué mi cara para oler esa pija, la primera que tocaba en mi vida.

Su olor era fuerte, pero no desagradable, y un impulso me hizo estirar la lengua y probar los líquidos que manaba. Era de sabor salado, y proseguí con esa tarea, introduciéndome la verga del perro en mi boquita. Empecé a chuparle la pija a Nerón, como lo había visto en las revistas.

Chupe y chupe esa verga, al tiempo que el perro me lamía la espalda con su lengua áspera. De pronto su tranca estaba enorme y pulsante y chorro de leche se metió profundo en mi garganta. Estaba loca de sexo, era la niña perra más caliente del mundo. Saboreé todos esos jugos que la pija del perro manaba.

Cuando lo dejé de lamer y chupar, su polla medía como quince centímetros de largo, gruesa como una salchicha, y al fondo contra su forro, una pelota de carne, del tamaño de una mandarina.

Los jadeos del animal eran indescriptibles. Me tiré en el suelo, desnudita, con mi concha de poquísimos vellos, mis tetitas en formación como diminutos volcanes, a los cuales los masajeaba con mis manitas. Abrí mis piernas, flexioné mis rodillas y permití que Nerón me pasara la lengua por toda mi raja. ¡Ah, que placer! Su lengua lamía mis jugos, los primeros que un macho me los sacaba (aunque fuera un perro), lamía y lamía y tuve un orgasmo tras otro. De pronto no resistí más. Me puse en cuatro patas como la perra de la vecina.

Nerón lamía mi concha de detrás, empujé contra él, tratando de colocarme entre sus patas delanteras.

Se ve que entendió lo que yo quería y también era lo que él quería.

Me montó como lo hacen los perros. Sus patas delanteras se afirmaron a mi cintura, al tiempo que sentía como con su badajo, firme y asomando la punta del capullón trataba de ensartarme torpemente.

No podía ponérmela, no lograba que me penetrara, así que flexioné mi codo izquierdo, me apoyé sobre él, al tiempo que con mi mano derecha, tomé su verga y la apunté a mi concha.

Cuando la puntita me calzó dentro lo solté y me apoyé en mis cuatro extremidades. Ahí sí que se me vino el mundo abajo.

Me penetró tan violentamente, que fue imposible no gritar: ¡Ayyyyyyyyy, ayyyyyyyyy, ayyyyyyyyy!- grité llorando casi.

La verdad que en ese instante me llegó el arrepentimiento por lo que estaba haciendo. Me estaba entregando por primera vez al sexo con el perro de mi casa.

Era la primera pija que entraba en mi virginal orificio. Nerón me estaba haciendo mujer (o perra desde su punto de vista). El dolor era muy fuerte, pero poco a poco, ese dolor pasó a ser placer, agradable placer sexual. Gozaba como una perra, sintiendo cada centímetro de la verga canina de Nerón. Su tranca deslizándose en mi canal vaginal, al tiempo que mi concha estaba toda mojada.

Mis jugos y los jugos del perro se mezclaban como fluidos para lubricar la penetración. Sentí líquidos correr por dentro de mis muslos, agacho mi cabeza y me asusto: era sangre. Traté de zafarme, pero era imposible, pues Nerón me tenía bien sujeta.

El animal no permitiría que su hembra se le escapase y aumento aún más sus embates, tratando de meter toda su pija dentro de la virginal concha de su mujer-perra.

Empujó y empujó, y sentí que tenía toda la pija del perro dentro de mi conchita de niña. De pronto aceleró a toda potencia sus movimientos coitales, golpeando sus caderas contra mi trasero, metiéndose en lo profundo de mi ser.

El perro alcanzó un orgasmo bestial, al momento que yo también acababa, empujando mi culo contra su miembro, queriendo que toda esa verga canina se quedará dentro de mí. Nerón estaba acabando dentro de mí, sentí el esperma del perro, caliente, lechoso, metiéndose en mi inmaculado útero.

El perro jadeaba sobre mi espalda, goteando saliva en ella, llorisqueando de placer. Yo rendida de tamaña cogida, con el perro encima de mí unidos por nuestros sexos. Nerón trató de salir de mí pero no pudo: me había metido la bola que se le forma en la pija en lo profundo de mi concha. Tiró y sentí que me dolía. Palpé con mi mano que sucedía.

Los labios de mi maltrecha y sanguinolenta vagina no permitía el paso de tremenda bola. Ahí recordé lo que había visto con la perra de mi vecina: había quedado abotonada con Nerón.

Este siguió unos minutos, con su verga incrustada en mi sexo, vertiendo despacito semen de perro, tratando de fertilizar a su perra, siguiendo sus instintos, tratando de perpetuar su especie en la primera hembra que se le ofreciera: su niña dueña.

Al ratito, mientras jadeábamos de gozo, Nerón se bajó de mí, y cruzando su pata trasera izquierda por sobre mis nalguitas, se quedó culo cono culo, unidos por su pija enorme, anclados por su bola y mis pequeños labios vaginales.

Podía sentir como su verga palpitaba en mi interior, vertiendo en cada pulsación un chorro más de su fértil semen.

Ahí me encontraba yo, abotonada al perro de la casa, entregando mi virginidad a Nerón. La confusión era máxima: una hembra humana, virgen, cogida y abotonada a su perro, entregándose al sexo en la forma más primitiva y salvaje.

Traté de colaborar para salir de esa situación, tirando de Nerón, queriendo que su descomunal bola traspasará mis labios vaginales.

No se podía, estábamos bien enganchados. Pensé que bueno sería que mi vecina nos echará un balde de agua encima, ayudando que nos desengancháramos.

No había remedio, había que esperar que Nerón culminará con su faena fertilizadora, que todo el semen de sus huevos se derramarán dentro de mi vagina. A los minutos pude sentir que su pija comenzaba a deshincharse paulatinamente, y su vertimiento de semen estaba terminando.

El perro, comenzó a tirar, queriendo sacar su verga del interior de mi conchita. Colaboré tirando en forma opuesta, y una sensación de vacío fue llegando a mi conducto vaginal.

Su verga se estaba deslizando en mi interior, y su bola, no sin esfuerzo, pudo traspasar la trampa de mis labios. Un extraño ruido, como si fuera una sopapa, casi sordo, se escuchó cuando toda su polla desocupó mi concha.

Nos habíamos desenganchados. La pija de Nerón lucía monstruosa, grande, nervuda, goteando fluidos, los de él y los míos, los de su hembra de turno, ensuciando de semen y sangre de mi virginidad el suelo de la sala.

Yo me quedé quietita, en cuatro patas, apoyando la cabeza contra el suelo, cerrando mis ojos, disfrutando de tal sesión de sexo, mi primer cogida, una cogida animal, la de Nerón la de mi propio perro de la casa. Nerón se echó a mi lado, lamiendo su polla, acariciándola con su lengua.

Me tiré sobre el piso, desnuda, sin virginidad, habiéndome entregado al perro, llena de semen perruno en mis entrañas. Me acaricié, masajeé mis pequeños senos, y Nerón agradeciéndome lamía los restos de su corrida sobre mi concha. Me levanté, saqué a Nerón fuera de la casa, y fui al baño a ducharme. Salí del baño, me acosté en mi cama a descansar de tal tamaño de pija. Me despertó la llegada de mis padres.

Ya habían pasado seis horas desde que se habían ido. Mamá me preguntó cómo me había portado. Yo le dije que bien, pero nadie sabe, solamente ustedes ahora, que ese día, Nerón, el perro de la casa, había desvirgado a la niña de la casa.

Esta es la historia de mi inicio en la sexualidad y en la zoofilia. Desde ese día, cada vez que podía, me entregaba a largas y animales sesiones de sexo con Nerón, mi perro bien picudo y llenando de leche mi concha.

Otro día les contaré mis aventuras sexuales, que son varias, como por ejemplo, cuando un perro doberman me rompió el culo, la vez que soñé que había quedado preñada de mi perro, la orgía con una amiga embarazada y su perro policía, o cuando en una orgía con unos amigos, me cogieron cuatro tipos y culminaron conmigo encerrándome con cinco perros en celo, que me penetraron todos los orificios de mi ser.

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