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Una noche cálida y aburrida

Una noche cálida y aburrida

La noche estaba oscura.

La luz de las farolas no daba demasiado resplandor.

Estaba en casa. La televisión no tenía nada interesante.

Tumbado en el sofá, la modorra se iba apoderando de su ser. Su imaginación estaba empezando a desbocarse.

Ella le estaba esperando.

Su cuerpo voluptuoso se deslizaba entre las sábanas. Le estaba esperando.

Su pelo estaba desparramado sobre la almohada y el contraste lo hacía más sensual… Sus curvas se dibujaban sobre el rojo de la tela y su mirada lánguida e insinuante le hacía estremecer…

Estaba incitándole a algo prohibido.

La tentación era irresistible y cayó. Se fue acercando lentamente, saboreando cada vista, cada detalle de su cuerpo.

Sus pechos subían y bajaban al compás de su respiración agitada…

Mientras, él se iba acercando, leyó en sus ojos el deseo a ser poseída, sometida… No se lo pensó dos veces.

Fue acercándose lentamente hacia la mesilla.

Abrió el cajón y sacó dos pañuelos de seda negra. Ató uno a su cuello y otro se lo puso sobre los ojos.

Se subió encima de la cama y empezó a acariciarla lentamente, describiendo círculos con la lengua sobre su pecho.

Fue recorriéndola entera, entreteniéndose sobre sus pezones, jugueteando con ellos, reservándoselos para un momento posterior.

Fue bajando hacia su ombligo, con forma de estrella y con una serpiente tatuada, que ella y sólo ella sabía mover con tanta sensualidad, hipnotizándole con su contoneo.

Lo exploró y lo recorrió como si quisiera memorizarlo.

De hecho, es lo que pretendía. Mientras tanto, sus manos se deslizaban, apenas rozando su piel por todo su cuerpo.

La sentía estremecerse y retorcerse. Quería jugar, pero a una orden suya, dejó caer sus brazos lacios a los laterales de su cuerpo.

Siguió jugando y bajando… Fue acercándose a su monte de venus, pleno y totalmente depilado, a excepción de una pequeña línea que recordaba su anterior frondosidad.

Oyó un suspiro de placer anticipado y decidió que bien podía darle ese placer.

Se empleó a fondo, lo recorrió entero, saboreando cada rincón de aquel fruto jugoso, con su sabor salobre y fuerte.

Y su olor… Ese olor de hembra ansiosa de placer. Sus jugos estaban segregándose con mayor rapidez, en tanto que él jugaba y lamía cada uno de sus recovecos.

Sus gemidos iban aumentando de cadencia y él por no desmerecer sentía como una erección inmensa iba desarrollándose debajo de su cintura, hasta alcanzar proporciones descomunales.

Pero no quería que esos fueron los derroteros por dónde discurriría la relación de hoy.

Bruscamente, tiró del pañuelo de seda que tenía atado a su cuello, para sacarla de su ensoñación. Ella se resistió y gritó. Pero le dio igual.

La obligó a incorporarse, aún con los ojos vendados y guiándola, fue acercando su polla a esa boca que poco antes no había hecho sino más que exigir y ordenar que fuera más rápido.

“Ahora, soy yo el que te va a ordenar, pequeña zorra”.

Notó su miedo. Estaba asustada. Nunca antes habían jugado a esto. Pero intuyendo que aquello iba a durar obedeció sumisamente y se la introdujo.

Primero, tímidamente. Pequeñas caricias con su lengua y solamente hasta la mitad. Pero no estaba dispuesto a esa tibieza.

Su polla quería más, y sin pensarlo dos veces, la cogió del pelo y se la introdujo hasta el fondo. Quería que la sintiera hasta la garganta.

Ella se revolvió, él sintió que le venían arcadas pero no cejó.

La obligó rápidamente a continuar, dando un tirón del pañuelo. Ante esa orden, se relajó un poco y siguió mamando.

Primero con la timidez del principio pero acordándose del tirón, con más brío, con ganas.

Él apoyó entonces, su mano en la cabeza de ella y con la otra, tocaba sus pechos.

Eran plenos, maduros, suaves al tacto. Sólo esperaban una mano sabia que supiera darles placer.

En ello se entretuvo unos minutos, disfrutando de la mamada gloriosa que le estaba realizando sumisamente, aquella que más de una vez había despreciado esos juegos.

Pronto se cansó de juguetear con sus pezones de manera suave y delicada.

Empezó a pellizcarlos, tirando de ellos primero, con poca fuerza, y luego, con saña, queriendo causar dolor.

Lo consiguió. Empezó a revolverse, perdiendo el ritmo, resistiéndose.

No le sirvió de nada. La tumbó en la cama sin contemplaciones, haciendo que sus pechos se bambolearan arriba y abajo. Intentó escaparse de entre las sábanas, pero le fue imposible.

Un tirón del lazo negro la devolvió a su posición original, tumbada, boca arriba y jadeante.

“Quiero que te tumbes de espaldas”. Obedeció rápidamente y su hermoso culo quedó a la vista. Redondito, apretado y con unas nalgas preciosas dispuestas ante él.

“Demasiado bonitas querida. Tendremos que darles algo de color”. Y con una correa ancha de cuero marrón, flexible, empezó a darle azotes.

Era glorioso ver como se adaptaba la correa a esas nalgas, dejándolas con una marca roja y dolorida.

Ella gimoteó e intentó volverse para escapar. Pero no le fue permitido. La correa fue moviéndose sobre su culo hasta dejarlo en carne viva.

Mientras, para que no perdiera toda su humedad, fue metiéndole un consolador de unos 25 centímetros en su coñito. Moviéndolo al compás de sus azotes.

“Esto te mantendrá lubricada, zorra”.

Ella no sabía sin gemir de dolor o de placer, tales eran los dos sentimientos que pugnaban en ella. De repente, dejó de azotarla e introdujo el consolador hasta el fondo. Ella suspiró de placer.

“No te relajes tan rápido, puta. Aun no hemos terminado”.

Y empezó a abrirle las nalgas. Primero con delicadeza, deslizando un dejo a lo largo de esa abertura sugerente que jamás le había dejado explorar. Luego con firmeza y finalmente con brusquedad, introduciéndole dos dedos.

Mmm. Fue maravilloso. Se resistió, golpeó, e intentó huir como un animal acosado.

Pero el peso de él la inmovilizaba sobre la cama. Fue dilatándola poco a poco, aunque bruscamente, sin olvidar mover el consolador que tenía incrustado en su coño.

De repente, le metió su polla gloriosamente erecta.

De un tirón y tan solo lubricada por la saliva de ella. Ella gritó. Él disfrutó sintiendo como se abría paso a través de ese culo virgen hasta ahora y que él acaba de desvirgar de una manera brusca.

Se movió, metiéndola y sacándola, metiéndola y sacándola, hasta el fondo, golpeando con sus testículos la base de su culo.

Sentía su polla dentro. Toda esa tranca gorda y tiesa. Los movimientos de ella por zafarse no hacían sino excitarlo más y más.

No contento con ello y queriendo aumentar su placer, comenzó a tirar del lazo negro que rodeaba el cuello de ella.

Al sentirse sin aire, comenzó a debatirse, ansiosamente, buscando el aire que su soga le robaba. Su esfínter empezó a dilatarse, facilitando la entrada de su polla.

Con eso contaba él. Pero tampoco quería extralimitarse. Demasiada dilatación le restaba placer.

Sacó su polla bruscamente y junto con el consolador que ella tenía metido, la introdujo, moviéndose salvajemente. “¿Disfrutas ahora puta?”.

Él si que disfrutaba. Ella ya no tenía fuerzas para debatirse. Estaba tumbada, laxa y jadeante.

Él sintiendo que iba a explotar, sacó su polla de ese coñito rebosante de jugos y apuntó a su cara.

De otro tirón la obligó a abrir la boca y descargó sobre ella todo su esperma, abundante, caliente…

La obligó a tragárselo todo, sin dejar derramar ni una sola gota…

Después, queriendo ser magnánimo, continuó moviendo el consolador dentro de ella, haciéndolo llegar hasta el fondo.

Reaccionó y comenzó a moverse, frenética, haciendo que se introdujera más y más…

Y por fin llegó a su orgasmo. Fue bestial, jadeó, gritó y se retorció.

Sus tetas se bambolearon locamente y eso fue lo que le hizo empalmarse de nuevo. Sus jadeos le calentaron más todavía y se dispuso a iniciar otra sesión…

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