El restaurante respiraba elegancia. La luz cálida que caía desde las lámparas colgantes convertía el lugar en un refugio fuera del tiempo. El murmullo de las conversaciones y las risas suaves eran como una melodía que quedaba en el fondo, mientras los reflejos carmesí de las copas de vino se deslizaban sobre la madera oscura de las mesas.
Él estaba en la barra, girando lentamente el tallo de su copa de merlot entre los dedos, sin apartar la mirada de ella. Era su tercera vez viéndola allí. Siempre sola, siempre perfecta. Hoy llevaba un vestido negro que parecía más piel que tela, ajustado al cuerpo como un secreto que solo podría ser desvelado si alguien se atrevía a tocarlo. La suavidad de su cabello oscuro, cayendo despreocupadamente sobre sus hombros desnudos, brillaba con un destello tenue que lo hipnotizaba.
Ella levantó la vista y lo atrapó mirándola. Esta vez no hubo lugar para el disimulo. Sus ojos lo sostuvieron como si lo desnudaran a distancia, y una sonrisa pequeña, apenas un trazo de sus labios, se formó lentamente. Había algo provocador en su quietud, en la manera en que se inclinaba levemente hacia adelante, dejando entrever el arco suave de su cuello, como si supiera exactamente lo que estaba haciendo.
Ese era el juego. Tomó su copa y cruzó el salón. Cada paso suyo resonaba en su mente como una advertencia, pero también como una invitación. Cuando llegó a su mesa, ella no apartó la mirada. Cerró su libro con una calma irritante, como si hubiera estado esperando desde siempre.
— ¿Te molesta si me uno? —preguntó él, sosteniendo su mirada.
Ella deslizó un dedo sobre el borde de su copa, dejando una estela invisible mientras sus ojos viajaban por él, deteniéndose en su rostro, en sus labios, y luego bajando, muy despacio, hasta su reloj.
—Eso depende… —respondió, con una voz aterciopelada—. ¿Eres mejor compañía que este vino?
La chispa estaba encendida. Hablaron. O, más bien, jugaron a hablar. Las palabras flotaban entre ellos como una neblina de deseos no dichos. Ella se inclinaba apenas hacia adelante, lo suficiente para que su perfume —una mezcla de jazmín y algo más oscuro, más misterioso— lo alcanzara. Cuando reía, su voz era un susurro que parecía viajar directamente hacia su oído, aunque estaban separados por la mesa.
Cuando ella llevó la copa a sus labios, lo hizo con una lentitud exasperante, dejando que una gota roja quedara atrapada en la curva de su boca antes de deslizarla hacia su lengua con un movimiento pausado. Él tragó saliva, sintiendo un calor que se extendía por su cuello, bajando hasta un lugar mucho más profundo.
—Hay demasiada gente aquí —dijo ella de repente, inclinándose lo suficiente como para que él pudiera sentir el roce apenas perceptible de su rodilla contra la suya—. ¿Vamos a un lugar más… privado?
No esperó respuesta. Se levantó, y su vestido se deslizó sobre su cuerpo como una segunda piel. Él apenas tuvo tiempo de recoger su abrigo antes de seguirla hacia la puerta, observando cómo sus tacones resonaban sobre el suelo como un metrónomo que marcaba el ritmo de su deseo.
La habitación del hotel era un espacio de penumbras. La luz de la ciudad entraba por las cortinas entreabiertas, proyectando líneas de neón que se curvaban sobre su piel. Antes de que la puerta terminara de cerrarse, ella lo empujó contra la pared con una fuerza inesperada, tirando suavemente de su corbata para acercarlo.
—No imaginé que fueras tan dócil —susurró, con un destello de burla en los ojos.
—No imaginé que fueras tan irresistible —respondió él, justo antes de tomarla por la cintura y girar, atrapándola entre su cuerpo y la pared.
El beso fue una combustión lenta que explotó en cuanto sus labios se encontraron. Su boca sabía a vino y a algo más, algo dulce y oscuro que lo embriagaba más rápido de lo que cualquier copa podría hacerlo. Sus manos viajaron con urgencia desde la curva de su cintura hasta el contorno de sus caderas, apretando sus nalgas, mientras ella lo recibía con un suspiro que se le escapó, apenas audible, pero lo suficiente para que él perdiera el control.
Ella tomó su mano y la guio hasta el broche de su vestido, deslizándolo con una soltura que lo hizo contener la respiración. La tela cayó al suelo, y ella quedó frente a él, vestida solo con la luz tenue y el ardor que emanaba de su piel.
—Eres lento —murmuró, acercándose para morder suavemente el lóbulo de su oreja.
Sus palabras parecieron desatarlo. La levantó con un movimiento firme, y ella envolvió sus piernas alrededor de él mientras su boca recorría su cuello, bajando lentamente, dejando marcas invisibles de su lengua y sus dientes que ella sentía arder en cada rincón de su cuerpo. Sus manos exploraban sin prisa, aprendiendo cada curva, cada estremecimiento, mientras ella arqueaba la espalda, presionándose contra él con una necesidad que se volvía más urgente a cada segundo.
La cama los recibió como si hubiera estado esperándolos. Sus cuerpos se movían al unísono, encontrándose y desencontrándose en un baile de placer que parecía no tener fin. Sus gemidos se mezclaban con el sonido de la ciudad lejana, creando una sinfonía que solo ellos podían escuchar. Cada caricia, cada beso, cada movimiento era una declaración de deseo, un acto de entrega total que los llevaba más y más cerca del abismo. Lamió, chupó, degustó ese pene de tamaño y consistencia perfectos para ella, como si fuera el mejor de los vinos de colección. El saboreó su piel, acarició cada rincón de su voluptuoso cuerpo, se perdió en el néctar de los jugos que emanaba su vulva al responder a esa legua hábil que la recorría a pleno
Cuando el clímax llegó, no fue un estallido; fue una ola que los envolvió, los arrastró y los dejó flotando juntos en un silencio cálido, cargado de satisfacción. Sus respiraciones se entrelazaban mientras él jugaba con un mechón de su cabello, y ella trazaba círculos en su pecho con los dedos.
—Sabes… —murmuró ella, rompiendo el silencio—. Podríamos hacerlo mejor la próxima vez.
Él rió, inclinándose para besarla suavemente en los labios.
—O podríamos quedarnos aquí y repetirlo hasta que lo perfeccionemos.
Ella sonrió, cerrando los ojos, mientras el mundo fuera de esa habitación desaparecía por completo.
Y a ti mujer, ¿cómo te gustaría que fuera tu encuentro deseado? Cuéntamelo a guruayudador@gmail.com y responderé al toque.