Por un balde de tierra

Lo que voy a contar me sucedió hace casi un año y realmente me cambió la vida.

Ya no soy la misma desde entonces.

Me llamo Cecilia, tengo 23 años y vivo en Buenos Aires a donde vine a estudiar Derecho hace 4 años.

Tuve una fuerte formación religiosa y una familia muy estricta moralmente.

Creo que también debiera decir que soy atractiva, no una belleza como de tapa de revistas, pero sí que soy bella, alta, delgada, de cabello castaño largo y lacio, ojos negros, una boca sensual y mi cuerpo es armónico, tengo pechos pequeños pero bien formados, una cintura pronunciada y una cola casi perfecta.

Un sábado del mes de octubre del año pasado como hago de costumbre, aproveché la mañana para hacer las compras en el supermercado y luego de una siesta, por la tarde me dediqué a una de las cosas que más me gusta: cuidar de mis plantas.

Me había puesto una musculosa sin nada abajo (total estaba en mi casa) y una mini de jean y apenas me puse trabajar descubrí que me hacía falta tierra para un macetero grande.

Decidí ir a una obra en construcción a la vuelta de mi casa a que me facilitaran un poco ya que no era mucho lo que necesitaba.

Así como estaba me acerqué a la obra.

A esa hora ya se estaban yendo los obreros y uno de los últimos que estaba saliendo me indicó que fuera hasta el fondo de la obra que allí encontraría al encargado.

Creo que ese fue mi primer error, no debí haber entrado sola.

Esquivando máquinas y herramientas llegué hasta una piecita de chapa que hacía las veces de oficina donde lo encontré y le pedí la tierra para mis plantitas.

El hombre de unos 30 años, la piel curtida por el sol, con una barriga prominente seguramente por el vino barato y vestido con una camiseta rotosa y mugrienta y un pantalón de fajina me dijo que no habría problema, que me daría lo que necesitara y me preguntó si tenía quien lo cargara hasta mi casa.

Allí cometí el segundo error.

Creyendo que se ofrecería a llevarlo le dije que lo haría yo porque no contaba con nadie que lo hiciera.

Se le transformó el rostro.

Me dijo entonces qué apuro hay mamita, quédate un rato que hacemos una fiestita y después alguno de los muchachos te la alcanza.

Le contesté que no me llamara mamita y que podía guardarse su tierra en el culo que ya no la necesitaba.

Me daba vuelta para irme cuando sentí su enorme mano apretándome el cuello y el filo de una navaja, que había sacado de un bolsillo del pantalón, a centímetros de mi cara.

Aterrada escuché que decía: quieta mamita, no te pongas arisca que me vas a hacer enojar.

Acostúmbrate que acá mando yo y me vas a obedecer, me oíste…

Asentí con un movimiento de cabeza muerta de miedo y para tranquilizarme pensé que era mejor mantener la calma, no fastidiarlo y esperar un descuido para escaparme.

Ajeno a mis pensamientos el encargado sin soltarme llamó a dos de los obreros que aún no se habían retirado: zurdo y burro, no se vayan que tenemos trabajo aquí, mientras largaba una carcajada que me produjo escalofríos.

Cuando los vi entrar a la piecita les supliqué que no me hicieran daño, pero el encargado envalentonado ante sus secuaces me dijo: mira mamita, si te portas bien y haces todo lo que te mande vas a poder irte, si no, hago un pozo, te tiro, lo tapo con escombros y fuiste, además mamita, nadie sabe que estás aquí, así que es mejor que obedezcas y la vamos a pasar bien, te lo aseguro.

Yo rezaba en silencio y trataba de calmarme.

El hombre, sin dejar de amenazarme con su navaja comenzó a acariciarme el cuello y a besarme en la boca con su asquerosa lengua.

Me quitó la musculosa utilizando la navaja y me empezó a sobar los pechos.

Con fuerza los masajeaba en círculos y cada tanto me pellizcaba los pezones para endurecerlos.

El muy bruto me puso una mano entre las piernas y apretó hacia adentro queriendo hundirme sus dedos mientras soltaba una carcajada.

Cuando se cansó me dijo entre risotadas: mamita, busca adentro de mi pantalón a ver qué encuentras.

Me quedé paralizada.

Me parece que no me oíste dijo y acercó nuevamente la navaja a mi cuello y la deslizó por mi pecho y mis senos.

Temblando de miedo y casi sin mirar bajé la cremallera del pantalón y metí la mano hasta sacar su miembro.

Era de tamaño normal aunque todavía estaba dormido.

Me ordenó que se lo chupara.

Miré alrededor buscando ayuda pero solo encontré la mirada perdida de los otros dos que se baboseaban observando y masajeándose sus propios miembros por encima de los pantalones.

Me tomó del pelo y tiró hacia abajo haciendo que me inclinara.

Yo resignada lo mantenía asido con mi mano y comencé a lamerlo con asco pero se ve que al encargado eso no le afectaba viendo como crecía y la forma en que se endurecía su miembro.

Mientras me tiraba con fuerza del pelo yo pasaba mi lengua lo mejor que podía por todo lo largo de su pene y me detenía en su cabeza que ya había salido de su capucha.

Mientras tanto al que le decían zurdo se había ubicado detrás de mí.

Me quitó primero la mini y luego me bajó la bombachita, dejándome completamente desnuda salvo por las zapatillas que conservaba puestas.

Ubicado a mis espaldas me separó los pies, se humedeció los dedos y comenzó a pasarlos todo a lo largo de mi raja.

Yo a esa altura comencé a sentir el placer que me proporcionaban sus dedos y lamía con esmero la pija del encargado pasando mi lengua desde los huevos hasta la punta, alternando, la metía bien adentro de mi boca ya que no era de tan grande tamaño y la pajeaba con mi mano para apurar las cosas.

El zurdo había comenzado a pasar su lengua por mi conchita deteniéndose particularmente en mi clítoris y ya me estaba metiendo sus dedos primero de a uno y luego de a dos bien adentro.

Cada tanto el encargado me daba un tirón del pelo porque «me iba» y no se la chupaba bien, entonces lo pajeaba frenéticamente y me la metía casi entera en la boca, pero a esa altura era yo la que deseaba tener un pedazo de carne adentro mío.

Cuando el encargado llegaba al orgasmo comenzó a bombear como si me estuviera cogiendo por la boca, fue así que descargó casi toda su leche en mi boca.

Quise apartarme pero como me tenía sujeta por el pelo no tuve más remedio que tragarme la mayor parte.

Alcancé a correrme pero no pude evitar que me llenara la cara con su leche.

Era la primera vez en mi vida que me la tragaba y no me molestó.

El muy bruto acabó en mi boca una tonelada de semen.

Mientras yo intentaba limpiarme la cara con mi propia ropa, el zurdo viendo que ya estaba bien mojada, ató mis muñecas con mi propia musculosa, amordazó mi boca con mi propia bombacha, me dio la vuelta recostándome boca arriba sobre una mesa armada con caballetes y luego de lubricarla con saliva me introdujo de una su enorme pija. No pude evitar un grito de dolor, eso lo excitó más aún.

Tomó mis piernas y las apoyó en su hombro.

Sentí su pija casi hasta la garganta.

El tipo comenzó a cabalgarme con una fuerza inusitada mientras me decía groserías al oído, lo suficientemente fuerte para que los otros dos escucharan.

¿Te gusta puta no es cierto? Sois una puta y te voy a partir en dos.

Estas gozando putita.

Yo sentía una mezcla de dolor y placer, aunque poco a poco fue predominando el placer y las groserías que me decía me calentaban aún más.

Yo ya había acabado dos veces cuando el zurdo descargó su torrente de leche adentro mío.

No contento con su obra, sin desatarme, me quitó la bombacha de la boca y me ordenó que le limpiara la pija. Intenté una tibia resistencia.

El zurdo tomó con fuerza mi cabeza y la llevó hasta su miembro que parecía estar apuntándome.

Terminé lamiendo con fruición hasta la última gota mientras no paraba de gritarme: chupa putita, chupa que bien que te gusta y la verdad es que tenía razón.

Estaba como poseída, no podía dejar de gozar.

Por momentos me atacaba cierto pudor, pero enseguida se desdibujaba ante el placer que sentía.

Hasta que me abandoné completamente, sentí que estaba a merced de tres hombres que estaban abusando de mí, no tenía escapatoria, me hacían y me obligaban a hacer cosas que nunca había hecho.

Era mi oportunidad y empezaba a sentir un enorme e indescriptible placer.

Creo que sentía más goce por estar dominada, normalmente esas cosas me hubiesen producido vergüenza e impedido gozar, me sentía obligada a ser una puta y lo estaba disfrutando a full.

Era el turno del burro.

Cuando bajó el cierre de su pantalón y dejó aparecer su miembro entendí el por qué de su apodo.

Era la cosa más grande que jamás había visto.

Era del tamaño de un brazo.

Me asustó.

Le rogué que no me hiciera daño pero no me dio tiempo.

Me dio la vuelta dejándome boca abajo sobre la mesa con las manos atadas a la espalda y las piernas colgando.

Volvió a utilizar la bombacha como mordaza y empezó a trabajar sobre mi cola con dedicación.

Sus manazas ajadas masajeaban cada uno de mis cachetes en círculos, los separaba y los volvía a juntar lo cual me producía un enorme placer.

Me ruboricé cuando acercó su lengua al orificio anal mientras continuaba sus masajes, nunca me lo habían hecho por la cola, no lo había permitido.

Intenté nuevamente resistirme, esta vez apretando mis cantos.

El burro ni se inmutó.

Tiró fuertemente de mi pelo haciéndome arquear del dolor y me susurró al oído: más te resistís, más te va a doler.

Tenía razón.

Me relajé y el placer aumentó cuando introdujo de a uno cada uno de sus dedos en mi traserito.

Sentía que mi clítoris se inflamaba y mi culo vibraba.

Cuando lo creyó oportuno introdujo de golpe su cabeza en mi orificio.

Era tan solo la punta y ya sentía dolor.

La sacó, la introdujo en mi concha para humedecerla y la volvió a sacar.

Entonces me la volvió a meter en el culo más de la mitad de un solo golpe.

No pude evitar el grito.

Mordí la bombacha que me amordazaba para atenuar el dolor.

Entonces el burro me susurró al oído (lo que volví a comprobar que me encanta) mira putita, te la voy a meter toda y te voy a coger como nunca nadie te cogió antes.

La voy a dejar quieta un rato y vos vas a moverte como una puta que sois.

Hasta que no sientas que entró toda no quiero que pares ¿me entendiste?.

No necesité que me lo repitiera.

Comencé a moverme y hacía que cada vez entrara más.

Muy bien me dijo, sois una buena chica, ahora me toca a mi.

La sacó y volvió a metérmela de un saque pero ya no sentí dolor, solo placer.

No se como pero ya no me dolía, solo me gustaba.

La sacó y la puso varias veces y cada vez me gustaba más, hasta que comenzó literalmente a cabalgarme y por fin acabó.

Yo ya había acabado al menos dos veces antes.

Otra vez me quitaron la mordaza y ante la orden, cerré los ojos y me di a la tarea de limpiar ese miembro embadurnado de mis propios jugos, sangre, caca y semen.

Era un asco pero lo hacía de la manera más natural.

Cuando me desató creí que ya todo había terminado.

Era suficiente para mi, me dolía todo y tenía sensibilizado cada centímetro de mi cuerpo, cuando el encargado, que había observado el desempeño de sus compañeros, se acercó y me tomó otra vez de la cabeza para que se la chupara.

Cuando tuvo el miembro bien duro y lubricado, se sentó y me hizo sentar encima suyo introduciéndomelo en el culo.

Todavía me dolía pero después de haberme comido el miembro del burro este entró como si fuera un grisín.

Empezó a decirme al oído que me moviera y yo obedecí.

Entonces lo llamó al zurdo y le indicó que me la pusiera por delante.

No lo podía creer, estaba siendo penetrada al mismo tiempo por delante y por atrás.

Para no quedarse afuera el burro, que todavía la tenía parada me la acercó a la boca para que se la chupara.

Eran demasiadas emociones.

Hice lo que pude, como no me entraba en la boca ni siquiera la punta, se la lamía mientras lo pajeaba con fuerza y rítmicamente.

Se movían acompasadamente pero no lo suficiente para que la cosa funcionara.

No obstante yo gozaba como loca.

Con trabajo alcanzaron a acabar los dos, primero el encargado que me dejó el culo ardiendo después el zurdo que estuvo un largo rato empujando.

Yo ya no podía más.

Creí que me desmayaba.

Hice un último esfuerzo y logre que el burro acabara, eran litros de esperma -al menos eso me parecía.

Yo que nunca me la había tragado, ya iban dos de una sola vez.

Me dejaron descansar un rato y luego me ayudaron a vestirme, aunque se quedaron con la bombachita de recuerdo.

Tal como habían prometido, el burro me acompañó hasta mi casa con el balde de tierra.

Prácticamente me llevaba en andas porque casi ni sentía las piernas.

Llegamos a casa sin decir palabra.

El burro detuvo el ascensor entre dos pisos y sin darme tiempo a nada y como si nada hubiese pasado, me levantó la mini, sacó su miembro y prácticamente me levantó en vilo quedando mis piernas alrededor de sus caderas.

Me sostenía por la cola y me introdujo sin contemplación sus casi 40 cm de carne.

Fueron unos segundos nomás en los que sentí que era atravesada por dentro hasta que acabó como si hiciese mucho tiempo que no lo hacía.

Ya en mi casa, llené la bañera y me metí para relajarme.

Mientras el agua aliviaba mi ardor y aflojaba las tensiones, pensaba en lo que había pasado.

Era una locura por donde lo mirara. Iba a ser un milagro si no me pescaba alguna peste ni quedaba encinta.

Afortunadamente pasó un año y nada de eso ocurrió.

Al sábado siguiente volví a pasar por la obra pero no entré, ya no sería lo mismo.

Igual, ahora que conozco, busco hombres que me dominen así se que gozo más.