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Les sorprenden unos ladrones y ella se ve “obligada” a hacer todo lo que quieren

Les sorprenden unos ladrones y ella se ve “obligada” a hacer todo lo que quieren

Don Jaime comercializa ropa para damas de segunda calidad.

Tiene una tienda en la ciudad de Córdoba, zona que se caracteriza por las baratijas.

Las empleadas que atienden el negocio son elegidas por él mismo.

Procura emplear muchachas con buenos culos, que lo mantengan entretenido durante las horas de trabajo.

Son las diez de la noche.

Ese día ha hecho quedar a Mariel después de hora, para puntear unas facturas de mercadería recién recibida.

En realidad se trata de una tonta excusa para retenerla cerca suyo, después que todo el personal se ha retirado.

Desde siempre el viejo ha tejido fantasías sexuales con ella y cree que esta es una manera de lograrlo, esperando que la muchacha le dé calce para una aventura.

Mariel sabe de este manejo y le fomenta los ratones, provocándolo, como en esta oportunidad.

Está sentada sobre un escritorio frente al viejo, con las piernas cruzadas, haciendo bailar como al descuido, en la punta del pie, su breve sandalia taco alto.

La minifalda que tiene puesta es tan corta, que casi permite ver la bombacha.

Don Jaime está al palo, pero no se anima a tirarse el lance.

Mariel tiene un cuerpo escultural.

Dotada de impresionantes tetas jamás usa sujetador, logrando que los pezones se insinúen nítidos bajo la blusa.

Su cintura delgada, remata en un culo monumental, parado y firme.

En conversaciones íntimas con sus compañeras, que don Jaime ha escuchado escondido, le ha oído decir que su novio nunca la cogió por atrás.

Que se muere de ganas pero tiene miedo de que le duela.

Están concentrados en el control de la mercadería cuando, desde el fondo del depósito, se escuchan ruidos.

Don Jaime se dirige a ver de qué se trata.

Descubre que desde el tragaluz del techo, se han descolgado tres individuos que lo obligan, a mano armada, volver a la habitación donde se encontraba.

Las intenciones de los sujetos es desvalijar su caja fuerte.

Quedan sorprendidos cuando descubren la presencia de la empleada.

Con rapidez atan a ambos, con las manos a la espalda, cada uno en una silla.

También los amordazan para evitar que griten.

Con la misma velocidad se apoderan de las llaves del tesoro, que se encuentra detrás del escritorio del dueño y proceden a vaciarlo.

Cumplida la tarea y a punto de iniciar la huida, uno de los ladrones repara en el espectáculo que brinda Mariel, atada de manos y amordazada.

La corta pollera, que con el forcejeo se le ha subido un poco más, deja a la vista sus maravillosas piernas.

Su agitada respiración imprime sobre la blusa una presión tal, que los botones están a punto de saltar.

__ Che… ¿Y si antes de irnos nos cogemos la pendeja?

Uno de los individuos se niega y propone la retirada inmediata.

El otro se adhiere a la propuesta del primero y entonces declaran que hay mayoría.

Mariel escucha aterrada el diálogo de los malvivientes.

Dirigiéndose a don Jaime, uno de los sujetos le pregunta:

__ Che viejo, ¿no te gustaría ver cómo cojemos tu empleada?

Don Jaime queda inmóvil. El sujeto que hizo la pregunta le sacude la cara de una cachetada.

__ Tienes que contestar cuando te pregunto algo, viejo de mierda.

Entonces don Jaime asiente con la cabeza.

__ ¿Viste? ¡Seguro que vivís haciéndote la paja imaginando que te la culiás! ¿Oh no?

Con la cabeza don Jaime vuelve a afirmar.

__ Y vos, yegüita, ¿Soñaste alguna vez coger con tres al mismo tiempo..? Mariel no contesta.

__ Parece que no. Entonces ahora vas a saber cómo es.

Mientras le habla, el sujeto acaricia con su mano la cara de la muchacha pero ésta lo rechaza.

__ Mira conchuda, yo quiero ser amable con vos, pero si te haces la dura, vas a ver que soy muy malo.

Dicho esto, le propina una violenta cachetada en la cara.

El anillo que lleva puesto queda marcado en el pómulo de Mariel, por donde asoma una delgada línea de sangre.

Tomándola de los cabellos le pasa la lengua por donde sangra.

Con el dedo pulgar le acaricia los labios y luego se lo introduce en la boca.

__ ¡Eso, así, te quiero mansita para que goces junto conmigo! ¡Vas a ver qué bien lo vas a pasar!

Al mismo tiempo, otro de los individuos, sin desatarle las manos, la pone de pie.

El tercer sujeto limpia de papeles el escritorio, donde la suben arrodillada.

Luego la hacen agachar, hasta asentarle la cara sobre el escritorio.

En esa posición, al borde del mueble, el culo de la muchacha queda ofrecido justo a la altura de las caras de los malhechores.

El espectáculo es maravilloso: uno de ellos le levanta el vestido arrollándoselo en la cintura y dejando al descubierto el magnífico trasero.

Mariel tiene puesta una tanga que se pierde entre los empinados glúteos.

Los sujetos se turnan para lamerle el culo y la concha.

Uno de ellos, con una navaja, corta por los costados la bikini. Mariel junta las piernas impidiendo que la prenda caiga.

Entonces el sujeto toma la tanga por las puntas, y, como si fuera una cuerda, la lleva y la trae por la canaleta de la vagina y el culo.

Los efectos de las caricias no se hacen esperar. Mariel experimenta sensaciones contradictorias.

Por un lado siente un profundo rechazo, pero al mismo tiempo desea que las caricias no se interrumpan.

No puede evitar que la concha se inflame y comience a destilar flujo vaginal por una de sus piernas.

__ ¡Yegua caliente, la fiesta todavía no empieza y ya te estás chorreando..! ¡Ahora separa las piernas porque te quiero a comer la concha! Mariel obedece dócilmente, un poco por temor pero mucho porque lo desea intensamente.

Ubicado detrás, el individuo hunde su cara entre las curvas de la muchacha.

Su vivoreante lengua recorre minuciosamente la sensible zona.

Con la punta juega en el orificio del ano, logrando hacerlo palpitar como si fuera un sapo.

Después se la introduce en la vagina.

Cuando localiza el clítoris, lo succiona con fuerza logrando que Mariel explote en un orgasmo imparable.

Ahora es un río de flujo el que brota, y que el hombre lame con fruición como si se tratara de almíbar.

Mariel cierra los ojos, deseando que esa sensación dure toda la vida.

Otro de los individuos la trae a la realidad cuando le pregunta:

__ Si prometes portarte bien te saco la mordaza y te libero las manos. ¿Quieres?

Mariel contesta por señas que está de acuerdo. Entonces el hombre le advierte:

__ Pero ojo, porque si llegas a gritar, te corto la lengua…

Dicho esto, le quita las ligaduras.

A continuación y con los pantalones en los tobillos, el hombre se sienta en una silla, ordenando a la chica que, arrodillada, le chupe la pija.

Mariel baja del escritorio y, ubicándose entre las piernas del sujeto, se dispone a brindarle placer con la boca.

Con una mano le toma el miembro ya endurecido.

Las dimensiones de la verga son tales que sobran centímetros por arriba y por debajo de la mano.

Al mismo tiempo que lleva la punta del chicote a la boca, con la otra mano le aprisiona los testículos y se los aprieta con firmeza, aprovechando para meterle el dedo mayor en el ano.

Mariel demuestra mucha experiencia en estas lides.

El delincuente, que no contaba con esta dosis suplementaria de placer, pone los ojos en blanco a punto de acabar.

Entonces, quitándole la mano que le aprisiona el tronco, toma a Mariel de los pelos y le incrusta la pija en la boca hasta que se la hace llegar al fondo de la garganta.

La muchacha no se resiste, sino todo lo contrario.

Acomoda el órgano en su interior para no atragantarse.

Ahora con la cabeza inicia un vaivén, metiendo y sacando la verga hasta hacerla explotar.

El chorro que la inunda es tan abundante, que le sale leche hasta por la nariz…

Ahora le toca el turno al segundo.

Este también se acomoda en una silla.

Se ha quitado el pantalón y el calzoncillo, exhibiendo un instrumento más largo y más grueso que el primero.

__ ¡Hijo de puta, me quieres romper toda! le dice Mariel, mientras mira embelesada las dimensiones de la pija que tendrá que tragar.

__ Vení, sentate encima mío, y sentí cómo te atravieso el útero, le replica el hombre.

Mariel se abre de piernas, sentándose sobre la falda del sujeto.

Debe pararse en puntas de pies para que la pija quede en la entrada de la vagina.

La lubricación de la concha es suficiente para que la cabeza de la verga penetre sin dificultad.

Entonces, tomada del cuello del violador, va doblando de a poco las piernas, dosificando la penetración del chicote que, implacable, va abriéndose paso en sus entrañas.

Con gestos de visible dolor, Mariel se sienta lentamente.

Sin embargo el sujeto, en un rápido movimiento, la toma por debajo de las rodillas y la levanta, separándole los pies del suelo y haciendo que el cuerpo de la muchacha caiga de golpe sobre la estaca de carne que se clava hasta los testículos.

Mariel queda inmóvil por un momento, abrazada al hombre, mordiéndose los labios para no gritar.

Cuando la vagina se acomoda a las dimensiones del trépano que la perfora, la muchacha inicia movimientos circulares que la ponen, otra vez, al borde del orgasmo.

El individuo la sube y la baja como si fuera una muñeca de trapo, logrando que la concha recorra todo el largo de la pija.

Después permite que Mariel vuelva a asentar los pies en el piso.

Ahora es ella la que realiza un galope descontrolado que lleva a ambos a acabar en medio de delirantes gemidos de placer.

Don Jaime, testigo obligado de la escena, está excitado al máximo no pudiendo ocultar la erección que lo delata.

Uno de los ladrones, dirigiéndose a él, le dice:

__ Cálmate viejo, que si te portas bien, te vamos a dejar probar un poquito…

El tercer sujeto espera impaciente su turno.

Ha preparado tres sillas dispuestas en forma de triángulo.

Sobre las que forman la base, separadas una de otra aproximadamente medio metro, hace posar cada una de las rodillas de Mariel.

En la del vértice, le asienta los codos y la cara.

Así agachada, con las piernas abiertas, el ladrón se dispone a penetrarla por el culo.

__ ¡Por atrás no, por atrás no! suplica Mariel.

__ ¡Por atrás sí, por atrás sí! le responde el sujeto, que tiene la verga dura como el acero.

Entonces tomándola de las caderas, comienza a lamer, recorriendo con su lengua el orificio del ano y la inflamada vulva.

Mariel cierra los ojos, presa de una sensación de infinito goce.

__ ¡Hijo de puta, no me hagas desear más y rómpeme el culo de una vez! suplica la muchacha.

El sujeto no se hace repetir la orden y comienza la faena.

Primero, buscando lubricar su pija, la penetra por la vagina.

Cuando la tiene untada, comienza a penetrarla por el ano.

Mariel lo frunce dificultando que la enorme cabeza pueda entrar.

Entonces el violador le propina una violenta cachetada en las nalgas que casi la hace caer de las sillas.

__ ¡Aflójate putaza o te voy a recargar a chirlos!

Mariel trata de tranquilizarse y se distiende.

Entonces sí, la bestial punta inicia su viaje.

De un envión la cabeza desaparece, haciendo que la muchacha se muerda los labios para no gritar.

El resto se ve facilitado.

Poco a poco el culo va absorbiendo la lonja de carne, hasta que hace tope en los testículos.

Cuando la pija ha llegado al fondo, el sujeto la saca y la mete varias veces, produciendo en ambos una sensación de locura.

La presión que el esfínter ejerce sobre la verga, hace que ésta se dilate aún más.

Los movimientos de ambos se vuelven desordenados, pero ello no es obstáculo para que acaben en un orgasmo eterno.

El chorro de leche que baña los intestinos de la muchacha es tan abundante, que debe ir al baño donde evacua una mezcla de semen, excremento y sangre…

Don Jaime no da más de calentura y está a punto de volcarse.

Su pantalón muestra un enorme lamparón de humedad, fruto de la excitación.

Uno de los sujetos le pregunta si quiere participar de la fiesta.

Amordazado como está, contesta afirmativamente con un gesto.

Entonces uno de los hombres ordena a Mariel que le baje los pantalones a su patrón, así éste puede realizar la fantasía que acaricia desde hace tanto tiempo.

__ ¡Viejo de mierda, me das asco pero lo mismo te voy a dar con el gusto! le dice la chica, al tiempo que le afloja el cinto y le baja los pantalones y el calzoncillo. Luego le toma la verga con una mano y comienza a pajearlo. Uno de los hombres interviene.

__ ¡Espera… espera… no lo hagas acabar tan pronto! Primero hazle una buena mamada y después siéntate de espaldas en su falda para que te ensarte como corresponde.

Contrariada, Mariel se agacha y mete la pija en su boca sin dejar de acariciarla con la mano.

Luego de unos instantes, y antes que don Jaime acabe, se da vuelta poniéndose de espaldas, se abre de piernas y se sienta en su falda.

El viejo mete la panza para que la chica pueda sentarse más cómodamente.

Afirmando las manos en sus propias rodillas, Mariel dobla y endereza las piernas, haciendo que la pija entre y salga de punta a punta.

Cuando siente que don Jaime está acabando, deja caer pesadamente su cuerpo, quedando inmóvil por un momento, mientras el pobre viejo se consume en una acabada que hacía muchísimo tiempo no experimentaba y que tanto había deseado.

__ Ahora, como despedida, te vamos a hacer probar el “triple jolgorio”, le dice uno de los ladrones.

Entonces, uno de los hombres se acuesta, con su sexo totalmente erecto, de espaldas a lo largo de una mesa ratona existente en la sala. Mariel se recuesta encima del hombre, cara a cara, con las piernas abiertas, haciéndose penetrar por la vagina.

Luego se agacha, dejando ofrecida su retaguardia.

Otro de los sujetos, ubicado detrás de ella, le mete el mandoble por el culo.

El tercero se ubica en la otra punta sentado en una silla.

Mariel levanta la cabeza y comienza a realizarle una mamada magistral.

Como puede, la muchacha trata de atender lo mejor posible las tres pijas que la invaden por la boca, la concha y el culo.

Cualquier movimiento que realiza, sirve para que la verga correspondiente se le incruste más.

Impiadosamente, el sujeto que la coge por el culo, empuja metiéndosela hasta los testículos.

Este es el primero en acabar.

En medio de alaridos de placer, vuelca todo el contenido en el ano de la muchacha.

Satisfecho, saca su órgano, permitiendo que Mariel mejore su postura y pueda encargarse mejor de las otras dos.

La muchacha ahora presta su mayor atención a la pija que tiene en la boca.

Con la mano derecha aprisiona los testículos hasta lo insoportable.

Con la izquierda la toma por el tronco, metiéndola y sacándola de la boca.

Cuando presiente que el hombre está a punto de acabar, la orienta hacia su frente.

Allí hace impacto el abundante chorro que vomita la endurecida pija.

El semen se desliza entre sus ojos, baja a ambos costados de la nariz y llega hasta la boca.

Mariel saca la lengua y va lamiendo a medida que el menjunje sigue descendiendo.

El resto lo junta con las manos y lo lame hasta quedar limpia.

Por último se dedica a brindar placer a la pija que la penetra por la vagina.

Acomodada sobre el cuerpo del hombre que yace acostado en la mesa ratona, Mariel puede galopar a gusto, doblando y enderezando sus piernas.

Cuando sube, la pija queda a punto de salirse; cuando baja, cae pesadamente hasta hacerla desaparecer, sirviendo de tope los testículos.

En esa faena se encuentra la muchacha, hasta que por fin acaba en un orgasmo más violento que los anteriores.

De inmediato se arrodilla entre las piernas del hombre, quien aún no ha acabado e inicia una maravillosa mamada.

La inflamada cabeza está a punto de explotar.

Con dificultad Mariel la mete en su boca y comienza a succionar.

Mientras tanto, con la mano derecha se apodera del tronco y lo pajea acompasadamente.

El hombre se afirma en sus codos quedando semi erguido, retira la mano Mariel de la verga y empuja su cuerpo hacia arriba incrustándole la pija hasta atragantarla.

Ahora la pareja sincroniza los movimientos: se separan y se unen en una danza perfecta.

Profiriendo sonidos guturales, el sujeto acaba, llenando de leche la cavidad bucal de la hembra.

Mariel devora con fruición el yogurt que acaba de inyectarle.

Junta con las manos el semen sobrante que corre por la comisura de sus labios y lo usa para lubricar y pellizcar con vehemencia sus propios pezones.

A todo esto don Jaime, testigo mudo de lo que sucede y que ha quedado con la ropa en los tobillos, muestra una renovada erección.

Entonces uno de los hombres se dirige a Mariel y le pregunta:

__ Puta caliente, parece que tu patrón sigue con ganas. ¿Por qué no le mostrás lo bien que mamás pijas?

Mariel se niega rotundamente pero uno de hombres la toma de los cabellos y la obliga a arrodillarse entre las piernas de don Jaime.

__ ¡Dale, mierda, empieza a chupar!

La chica comprende que no tiene más alternativa que obedecer.

Entonces toma con las manos la enrojecida pinchila y comienza a hacerle la paja.

Don Jaime se sacude en la silla.

Mariel le está acariciando el sexo de una manera tal suave, que lo pone enseguida a punto de acabar. La muchacha la suelta y contempla el resultado de su trabajo.

La verga se mantiene erecta con la cabeza inflamada y adornada con las primeras gotas de semen.

Valiéndose sólo de la boca, Mariel chupa la punta dejándola impecable.

Ahora baja la cabeza y le lame los testículos. A pesar de la mordaza, don Jaime no deja de gruñir de placer.

Mariel recorre con la lengua varias veces el largo de la verga. Cada vez que llega a la punta, la entierra en su boca y vuelta a empezar.

Por fin Mariel inicia la operación final.

Se mete la pija en la boca y al mismo tiempo con una mano le hace la paja.

Don Jaime no aguanta más y descarga el deseo contenido.

El semen es tan abundante, que le rebalsa la boca.

__ ¿Te gustó viejo choto? le pregunta Mariel.

Don Jaime contesta efusivamente que sí.

__ Ahora te voy a hacer probar tu propia leche, continúa diciendo Mariel.

Y así, sin avisar, le quita la mordaza y le aplica un apasionado beso, depositándole en la boca el semen que aún conserva en la suya.

__ Ahora me vas a comer la concha, advierte la muchacha.

En un rápido movimiento se sube, con las piernas abiertas, en la silla donde está sentado don Jaime.

La vagina queda justo a la altura de la boca del viejo.

Este no tiene más que sacar la lengua y comenzar a degustar el néctar que destila Mariel.

La muchacha toma entonces la cabeza del hombre y la hunde entre sus piernas.

Una vez más, el fogoso temperamento de la muchacha queda a la vista de todos, pareciendo que su deseo no tiene fin.

Recién ahora, los invitados parecen decididos a retirarse.

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