Capítulo 3
- Gerardo, un hermano dominante I
- Gerardo, un hermano dominante II
- Gerardo, un hermano dominante III
- Gerardo, un hermano dominante IV
Gerardo, un hermano dominante III
Gerardo acabó por no respetarme tal como me dijo la primera noche que me ató, aunque las circunstancias hicieron que tal vez la culpa fuera mía, pero tengo que contar cómo sucedió la cosa.
Fue una noche de fin de año.
Tengo que decir que la semana antes, durante la noche de Navidad estuve en una fiesta a la que conseguí que me dejaran ir mis padres (y Gerardo).
En esa fiesta había un amigo mío que me gustaba.
No sé si fue la bebida o las experiencias con Gerardo, que me habían hecho perder mi miedo hacia el sexo.
Lo cierto es que los dos nos fuimos a un dormitorio de la casa y allí hicimos el amor. Yo, por primera vez.
Perdí el virgo, sintiendo menos dolor y más placer del que yo creía. Juan, mi amigo fue muy delicado y fue algo maravilloso.
El caso es que en la fiesta estaba mi amiga Roxana y algo debió de comentarle a Carlos, hermano suyo y amigo de Gerardo, pues a los pocos días Gerardo me comentó, con una mirada fría que se había enterado de lo de la fiesta.
Me hice la loca pero mi cara enrojecida me traicionó.
Esperaba de un momento a otro una reacción de Gerardo, pero no se me ocurrió que vendría en la noche de fin de año.
Preparé esa noche seleccionando entre todas las amigas el cotillón al que pensábamos asistir. Luego me compré un traje azul oscuro precioso.
La parte de abajo era una falda estrecha que me llegaba hasta la rodilla y acababa en una tirita de encajes. Por arriba llevaba un corpiño ajustado que se sostenía por unos estrechos tirantes.
Para no pasar fría llevaría encima una piel de zorra que mi madre estaba dispuesta a prestarme, que me cubrirían los hombros, unas medias negras, y unos zapatos de tacones de aguja.
Pensaba ponerme mi ropa interior más atrevida, por si se daba otra oportunidad con Juan. Seleccioné unas bragas negras escotadas y un sujetador sin tirantes.
Dejé la ropa preparada sobre la cama por la tarde y por la noche, antes de cenar, comencé a vestirme y ví un papelito metido en la ropa.
Era una nota de Gerardo que decía: «Esta noche la fiesta va a ser muy especial». Ya imaginaba que Gerardo haría algún plan, quizás para cuando volviera a las tantas de la noche, pero no sabía que pensaba volver a las ocho de la mañana. «Lo siento, esta vez te vas a tener que pajear sólo», pensé.
Durante la cena sentí la mirada penetrante de Gerardo clavarse en mí. Tomamos las uvas y a cosa de la una vinieron a recogerme para ir a la fiesta. Gerardo iría a otra fiesta.
La fiesta empezó siendo muy prometedora, estuve esperando a Juan pero poco a poco me comencé a convencer que no vendría. Bebí mucho y mis amigas se preocupaban. Suerte que a eso de las cinco y media de la madrugada, ¿Adivinan quien apareció por la fiesta?. Gerardo.
Estaba guapísimo con su pelo engominado, con su traje azul oscuro.
Parecía algo mayor, y realmente había pegado un estirón durante los últimos meses. Me alegré de verlo y lo demostré de una forma desmedida, abrazándole exageradamente, tal vez por el alcohol. Mis amigas respiraron tranquilas. No sé, tal vez Roxana llamara a Carlos, su hermano y amigo de mi hermano, para avisar a Gerardo de mi estado.
Me fije que los ojos de Gerardo no se apartaban de Roxana. Me puse celosa y me puse a bailar junto a los otros amigos. Gerardo se incorporó al grupo y me puse a bailar con él.
El alcohol hizo que bailara con él como si de mi pareja se tratara, acercándome todo lo que podía y meneándome delante de él. Supongo que los demás no le darían importancia por la confianza de ser hermanos… pero qué pensaría Roxana, a la que me había visto obligada a confesar mi falso amor por él.
Al final, sobre las seis y media decidimos que era hora de recogerse. Antes de salir decidí ir al servicio. Se lo dije a Gerardo. El me ordenó al oído que me quitara el sujetador.
Me coloqué en la cola del servicio y lo miré. Me estaba comiendo con la mirada. ¡Qué guapo estaba!. Le obedecí y el sostén sin tirantes salió con facilidad del vestido y lo dejé oculto mi bolso. Los dos salimos de la fiesta. Me abracé a Gerardo mientras esperábamos inútilmente un taxi. Hacía frío y nos fuimos andando poco a poco hacia casa. Iba abrazada incomprensiblemente a él
Un coche pasó cerca de nosotros y del interior alguien gritó. -¡Vaya pieza te has llevado hoy!.- Pasamos por delante de un callejón y Gerardo me hizo una indicación y me ordenó que me quitara las bragas, tras comprobar que no había nadie. Le obedecí mientras él vigilaba fuera.
Menos mal que pronto vimos un taxi, pues el frío se me metía dentro. Nos sentamos en el taxi, detrás y le indicamos al taxista la dirección. Me acurruqué junto a Gerardo. Mi hermano me separó las piernas y comenzó a introducir la piel de zorra por la raja de mi falda, hasta que pude sentir la suavidad de su piel entre mis muslos y en mi sexo.
Besé a Gerardo en el cuello. Me estaba desahogando por mi desengaño con Juan. Me preguntó -¿No ha venido Juan? -No.- Hizo una muesca. -Ya se que te pasa entonces.- Le quise besar en la boca pero me la apartó.
Salimos del taxi. Íbamos a coger el ascensor, pero de repente, me hizo una seña y abrió el cuartito de los contadores del agua y la luz, cerrando el cuarto tras de sí. Le quise besar y esta vez me aceptó el beso.
De un tirón me bajó los tirantes del traje azul, y mis senos quedaron al descubierto y luego me subió la falda, dejando esta vez al descubierto mi trasero y mi sexo.
Me atrapó los seno con la boca mientras me agarraba de las nalgas. -¡Estás más caliente que esta zorra!. – Me dijo mostrándome la piel de raposa que mi madre me había dejado para taparme los hombros. Se quitó la corbata y se desabrochó un botón de la camisa. -¡Vamos! ¡Trae las manos!.- Me ató las manos con la corbata, poniéndomelas delante.
-¡Arrodíllate!.- Gerardo gesticulaba para no hablar fuerte. Me arrodillé. Le abrí la bragueta y le saqué el pito con las manos atadas y lo comencé a lamer. Pero Gerardo me reservaba otra cosa. Se dio la vuelta y hizo una manipulación que duró como medio minuto. Luego se arrodilló junto a mí y me tiró al suelo, echándome sobre mí.
Me subió la falda y coloqué mis manos alrededor de su cuello. Me besó en la boca largamente mientras me separaba las piernas. De repente comencé a sentir que algo duro me presionaba en el sexo. Me estaba penetrando. Me revolví y le pedí que no lo hiciera, sin atreverme a levantar la voz.
Era una oposición inútil y falsa, pues estaba muy caliente y deseaba que, a falta de Juan y de amor, esa noche no me faltara morbo. Gerardo me amasaba las tetas y me sostenía los brazos con las manos.
Me dijo que no pensara que no sabía lo de la otra noche con Juan. Me abandoné a mi hermano que terminó de introducirme su pene.
-¡Me vas a dejar preñada!. -Me he puesto un preservativo.- Comenzó a agitarse dentro de mí y yo empecé a moverme con él, incomprensiblemente para mí, y a sentir un calor y un hormigueo, algo mayor, como el inicio de una dulce convulsión que se transformó en un orgasmo fenomenal. Quedamos tendidos unos minutos, besándonos y yo le acariciaba la espalda, hasta que decidió que era momento de regresar. Tiró el preservativo usado por la rendija del ascensor y entramos en casa después de haber celebrado el nuevo año.
Gerardo me controlaba cada vez más. Se obsesionó por mis bragas. Me las pedía y tenía que quitármelas. Especialmente, cuando íbamos a la facultad y él al instituto, salía conmigo veinte minutos antes de lo necesario y me las tenía que quitar y dárselas en el ascensor. Yo le engañaba y llevaba otras que me ponía en cuanto podía. Al llegar del instituto, me las daba, aunque yo me ponía otras de las del cajón, explicándole que era para que mamá no se diera cuenta.
Gerardo debió de sospechar, y un día vino del instituto y me pidió mis bragas. Yo acababa de llegar también. Debían oler demasiado a mí.
Al día siguiente hizo rabona y lo ví a la salida de la facultad. Me llevó andando hasta un sitio apartado y metió su mano por debajo de la falda para descubrir que llevaba bragas. Una expresión fría de ira contenida se apoderó de su cara, y tiró de las bragas arrancándomelas.
Montamos en el autobús. No me hablaba. Salimos en la parada y me llevó a un escondite, uno de esos sitios que tiene la ciudad que sólo visitan los yonkies.
Me agarró contra sí. Busqué el perdón besándole en la boca, pero tras un muerdo ardiente, me dio la vuelta y me puso de cara a la pared. Subió mi falda y dejó mis nalgas al desnudo. Comenzó a lamerme la almeja con furia, hincando su nariz entre mis nalgas, hasta arrancarme un fugaz orgasmo callejero.
Me llevó a casa y al comprobar que mi madre no estaba, me dio una torta y se sacó la picha, y obligándome a ponerme de rodillas, me la tuve que comer, como otras veces, pero a la fuerza.
Se corrió en mi boca, y luego me obligó a tenderme sobre la alfombra del salón, atando mis manos con los girones de mis bragas arrancadas a las patas de la mesita de estar.
Se echó entre mis piernas, introduciéndome el dedo como un falo y masturbándome sin remisión por segunda vez.
Ha sido la única vez que puedo decir que Gerardo me haya maltratado, pero debo decir que aunque me comí su nabo a la fuerza, es lo que más deseaba en ese momento.
Gerardo, desde aquel día comenzó a esperarme de vez en cuando a la salida de la facultad. Comprobaba que no llevaba bragas y me llevaba a otro sitio solitario pero más seguro, donde me masturbaba penetrándome con el dedo.
Gerardo, un día me comunicó que debía pelarme muy corto. Sí, tenía que pelarme como un soldado, así con la máquina.
Gerardo era muy persistente y aunque me negué, acabé aceptando ir a la peluquería. La peluquera no pudo disimular su espanto ante mis deseos, pero el que paga manda y me peló como Gerardo quería, aunque dejando unas largas patillas.
Mis padres me echaron una bronca monumental, y yo, en mi defensa no pude decir otra cosa mas que.- A Gerardo le gusta.- Hizo una mueca. Gerardo estaba encantado y me hacía todo tipo de fotos. Desnuda, vestida, disfrazada con trapos y cadenas. Frotaba mi cabeza y luego mi sexo, comparando qué pelos estaban más larga. Mi cabeza parecía una lija suave.
En la facultad, pasó de todo. Perdí un buen montón de pretendientes, de manera temporal, claro. Algunas amigas me festejaron el peinado, otras me lo afearon. Lo que sí noté es que comenzaron a pulular alrededor mía un buen número de chicas lesbianas reconocidas, que se empeñaban en estudiar conmigo el examen siguiente, proposición que naturalmente rechazaba.
Gerardo un día me colocó, para hacerme una foto, un plátano sin pelar, aunque ya maduro y algo blando, que debía sostener entre mis manos como si fuera un pene. Pegado a mi sexo. Hizo fotos,, ordenando que presumiera de él como si fuera un chico. De repente, me dijo.- Y ahora… métetelo.- Me obligó a masturbarme introduciéndome el plátano mientras él engrosaba su colección de fotografías cogiéndome en una pose tan comprometedora.
A Gerardo le suspendieron una evaluación de Educación Física. No me extrañó nada, pues la semana antes se la pasó empajillado. Todo el día haciéndose pajas a mi consta. El día de las pruebas no podía ni correr.
Bueno, debió darse cuenta de que tenía que hacer deporte y cuidarse un poco porque empezó a hacer ejercicio, pesas, abdominales, a correr. Abandonó un poco mi domestificación.
Tenía que esperar hasta el fin de semana para que me utilizara, y eso me aburría, por eso me masturbaba con frecuencia, imaginándomelo dueño de mi coño de mil maneras distintas.
Al final, sus esfuerzos y su continencia dieron sus frutos y mi hermano aprobó la siguiente evaluación, que era la final, y estaba muy próximo el día de su cumpleaños.
Cuando llegó este día a Gerardo se le ocurrió una forma de celebrarlo. Iríamos los dos a pasar una maravillosa tarde en el campo.
En realidad fuimos dando un paseo a las afueras de la ciudad. Las casas fueron dando paso a la vegetación y los campos. Llegamos, tras hora y media a una zona de pequeñas montañas onduladas con monte bajo y vegetación de pinos y arbustos.
Comenzó su fiesta. Me dijo que corriera, que me daba cinco minutos para esconderme y que regresara a casa. Iba vestida con unos pantalones cortos, unos calcetines blancos y unos zapatos de deporte, y una camiseta blanca. El iba igual, de deporte.
Comencé a correr como una desesperada. Me equivoqué, pues estaba agotada rápidamente. No llevaba un rumbo fijo y miraba continuamente hacia atrás para ver si venía.
Estuve así veinte minutos, con la respiración entrecortada, perdida por aquel campo asustada y esperando que Gerardo apareciera de un momento a otro. Me decidí a subir a un pequeño monte para ver a donde debía de ir. Al llegar arriba ví que Gerardo venía directo hacia mí.
Bajé rápidamente y intenté esconderme detrás de unas matas en un pequeño barranco. Miré hacia arriba. Allí estaba, con la camiseta alrededor de la cintura y el torso descubierto, como un indio. El corazón se me salía. Parecía que había perdido mi pista y comenzó a bajar lentamente, buscando metódicamente. Daba por seguro que me encontraría.
Salí corriendo espantada. Gerardo me vio, pero lejos de dar una larga carrera me perseguía con un trotecito continuo. Pensé que me había perdido, y comencé a andar. De repente salió desde lo alto de una pequeña colina y comenzó a perseguirme. Llegué cerca de un río, y antes de que pudiera cruzarlo, Gerardo se tiró sobre mí, cayendo sobre la fina arena de la orilla.
Forcejeamos, él encima de mí, hasta que me agarró las dos manos con una cuerda que llevaba en uno de sus bolsillos. -¡Vamos!.- Me dijo ayudándome a levantarme. -Te tengo que llevar a un sitio que descubrí hace un mes.- Iba delante de mí aunque sin perderme de vista. Le pedí que por favor me dejara orinar. Paramos y me bajó los pantalones y las bragas hasta sacármelas de las piernas. Me agaché y Oriné un gran rato. Luego, sólo me puso los pantalones, guardándose las bragas y bromeando sobre la posibilidad de encontrar a una «lagartija caliente» que me quisiera comer el coño.
Llegamos a una casa en ruinas. En uno de los muros había una apertura de una vieja puerta. Derruida. Gerardo cruzó un palo de un lado a otro reconstruyendo el marco de manera provisional. -No sabes que paja me hice pensando en ti el día que descubrí esta casa.- me dijo acercándose a mí y subiéndome la camiseta.
Me soltó las manos pero sólo para descubrir mi torso y atar cada mano por separado al palo que hacía de dintel de la puerta. Nunca me había atado asi de pié. En la cama sí lo había hecho. Comenzó a lamerme los pezones. Yo estaba asustada y excitada por la posibilidad de que alguien nos viera.
Me bajó los pantalones de deporte y mi sexo quedó al descubierto. Entonces me acarició el conejo, húmedo por el sudor y alguna gotita de pis, pues no me había dejado limpiarme. Bajó su cara hasta mi conejo y tocó mi clítoris con la punta de su lengua. Miraba su cabeza al lado de mi sexo mientras aumentaba mi excitación.
De repente se dio cuenta que una gran hormiga subía por mi pierna. Era una de esas hormigas rojas y negras que tiene la cabeza muy gorda. -Vaya, en lugar de una lagartija va a ser una hormiga.- Estuvo jugando con ella, viendo sus mandíbulas y juzgando su fuerza. De repente, la acercó a mis pezones y la hormiga me mordió la punta, quedándose así, causándome una sensación de cosquillas y ligera molestia que me excitaba.
Buscó otra hormiga y la colocó en mi otro pezón.
Me dijo que parecían como dos «piercings» colocados en mis pezones.
Buscó otra hormiga y me la colocó en el clítoris, apartando los pelitos que medio lo cubrían, pues las hormigas pezoneras habían conseguido ponerme caliente, dotándome de un tercer piercing.
Luego, Gerardo se entretenía hostigando a las hormigas, que se ponían nerviosas y me apretaban, para ir relajando su fuerza poco a poco.
Gerardo buscó un palo y me ató cada tobillo a un extremo del palo, dejándome abierta de piernas mientras las hormiguitas continuaban en su feroz ataque. Se colocó detrás de mí y me estiró del pelo. -Eres mi prisionera.
– Me agarró los pechos y se echó sobre mí y luego presionando mi vientre me obligó a echar el culo para afuera. Me tocaba los pezones y el coño, mientras sentía su picha, primero metida en sus pantalones de deporte y luego directamente sobre mi espalda.
No le importaba ya las hormigas, que sufrieron suerte desigual.
Una de los pezones se cayó, mientras la otra se quedó sólo con la cabeza mordiéndome. La del sexo estaba alborotada.
Comenzó a menear su pene en mi espalda. Sentía la picha deslizarse de arriba abajo en mis nalgas y los huevos rozármelas. Estaba haciendo un simulacro de penetración por detrás.
De repente sentí la picha bajo mi sexo.
-¡Cuidado! ¡Que me dejas preñada!.- Dije al sentir que la cabezuela se podía meter fácilmente en mi sexo humedecido por mis flujos. Se colocó las bragas mías encima de la cabecita del pene y continuó.
Sentía un masaje penetrador en todo mi sexo, mientras mi hermano me decía cosas obscenas y vergonzosas.
De repente, mi hermano comenzó a hacer movimientos mucho más violentos y fuertes.
Su picha no se metía dentro de mí gracias a las bragas que había colgado en su pene pero yo lo sentía caliente y lo presentía brotar y salpicar el antiguo suelo de la casa, justo delante mía, entonces yo también comencé a correrme.
Me eché todo lo más atrás que pude, buscando el roce del vientre de Gerardo con mi trasero, pero cometí un error de cálculo.
Gerardo, al sentirme así se apartó de repente y colocó la cabeza de su pene justo entre mis nalgas, y esta vez sí que lo sentí caliente derramarse justo en el agujero, presionando contra él aunque sin llegar a penetrarlo.
El semen se derramaba por los muslos lentamente mientras yo me corría ya sin importarme si había llegado a darme por detrás o no, mientras la cabecita rosa de Gerardo, que me agarraba con fuerza de las caderas, seguía entre mis nalgas, presionado contra mi ano.
Me mordió la boca, porque lo que hacía Gerardo puede tildarse más de mordisco que de beso.
-Eres una chica mala y vas a tener que limpiarme esto.- me dijo mientras me enseñaba la cabecita rosa manchada por el semen que también sentía caliente en mi ano y deslizarse por los muslos.
Me soltó las manos para atármelas detrás y me puso de rodillas y comencé a lamerle el cipote, degustando lo que ya era mi postre favorito.
Me paseó, ya de vuelta, atada y vestida como me había llevado, y no fue hasta estar muy cerca de la carretera que me dejó ponerme las bragas y el sostén de nuevo, escondida tras un árbol, tras limpiar el semen de mis muslos, con cuidado.