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Gerardo, un hermano dominante I

Gerardo, un hermano dominante I

Mi hermano Gerardo me ha pedido que escriba nuestra historia.

La verdad es que hace unos cuantos años que sucedió todo lo que os cuento.

Bueno, mi nombre es Marta y tenía veinte años cuando sucedió lo que os voy a contar.

No quiero culpar a mi hermano de lo ocurrido.

La verdad es que cada cual es como es.

Yo era una joven bastante guapa.

Una joven castaña, delgada, de piernas largas y culo respingón, los senos pequeños pero muy bien puesto.

Estaba estudiando segundo de biología y tengo que decir que presumía de mi belleza y la hacía notar.

Tengo un hermano, Gerardo, cuatro años menor que yo.

Tenía entonces dieciséis años y es moreno, también delgado, no muy estudioso, pero muy inteligente.

Por aquellos entonces, además, Gerardo estaba un poco retrasado en su desarrollo físico, así que tenía un aspecto algo aniñado. Su espalda no se había desanchado todavía y su cara permanecía casi barbilampiña.

Jamás podría haber pensado que las cosas iban a llegar donde llegaron luego.

La verdad es que desde que mi hermano tenía trece años me sentía observada por él.

Es cierto que tenía que tener cuidado para que no me viera mis tetas juveniles (yo tenía diecisiete años entonces) cuando se asomaba al escote de mis vestidos.

Es cierto que seguía la trayectoria de mi trasero en la playa, y que más de una vez le pillé mirándome extasiado a los muslos que asomaban de mis pantalones de deportes, pero yo atribuía aquello a la edad.

Gerardo me perseguía con la mirada cuando me dirigía tan sólo con la toalla puesta del baño a mi dormitorio y me vigilaba cuando me dirigía de mi dormitorio a la cocina a beber un vaso de agua, en las calurosas noches de verano, con mi transparente camisón.

Bueno, Gerardo tenía ahora dieciséis años, y a pesar de todas las cosas dichas anteriormente, nunca se había pasado, pero desde hacía unas semanas, Gerardo estaba más pendiente de mi que nunca.

Se asomaba a mi escote constantemente, aprovechaba cualquier descuido para introducirse en mi cuarto y sorprenderme mientras me cambiaba, o en el baño, donde escuchaba cómo metódicamente Gerardo comprobaba si había cerrado la puerta. Suponía que era cosa de calentura de la edad.

Alguna vez lo sentí meterse en mi dormitorio, que en verano permanecía con la puesta abierta y contemplarme.

Yo me tapaba disimuladamente con las sábanas, pero no puedo decir cuantas veces vería mis muslos desnudos y aún mis nalgas mal cubiertas por las bragas cada vez más atrevidas que usaba.

A mí, el presentir aquella obsesión de mi hermano hacia mí, bien sea por vanidad, bien sea por la edad, me gustaba.

Quizás hubiera debido evitar los vestidos escotados, pasearme sin sujetador por la casa o el mimbreo de caderas con el que a veces me movía por la casa cuando, con la única presencia de mi hermano, me sentía observado por él.

De vez en cuando eché en falta algunas bragas o calcetines o camisetas, que luego aparecían incomprensiblemente entre la ropa que me devolvían planchada. Imaginaba a mi hermano, con ellas entre las manos, tratándolas como una reliquia y haciendo de ellas un gran tesoro y eso me excitaba.

Mi hermano, poco a poco me fue incomodando.

Desde hacía unas semanas me sentía presionada. Lo que empezó como un juego de aquí te pillo, se convirtió en una auténtica persecución.

Cuando más despistada estaba se acercaba por detrás y me pellizcaba el culo.

Yo me quejaba, pero al principio no le daba mayor importancia que la de un juego.

Pero después, los pellizcos se convirtieron en roces, en palpaciones continuas y cada vez más atrevidas y aunque le exigí que me respetara, el fingía hacerme caso, pero al día siguiente comenzaba de nuevo con pellizquitos para pasar a las caricias.

Gerardo no perdía el tiempo, y siempre que podía, ante la ausencia de mis padres, comenzaba a toquetearme.

Yo me resistía a consentir que me pellizcara el culo, pero yo soy chica, y él, aunque menor que yo, me perseguía y se salía con la suya, aunque a veces se llevaba lo suyo, pero cuanto mayor era mi oposición, mayor era su ardor, y a mí me gustaba sentirme acosada; he de reconocerlo.

No me explicaba mi propia reacción, pues por un lado, me sentía alagada por las atenciones de mi hermano, pero por otro, sentía muy lógicas reticencias a permitir que Gerardo me magreara, cada vez más descaradamente.

Un día, al exigirle que me dejara en paz, me respondió de manera impertinente, que me fuera preparando, pues le venía calentando desde hacía mucho tiempo y yo sabía que le calentaba, que ya se cobraría él la manera en que había estado jugando con él.

Me dejó estupefacta.

Amenacé con chivarme a mis padres, pero después, no le di mayor importancia, aunque estuvimos tensos durante unos días.

Después llegamos a un consenso tácito, en el que le consentía pellizcos y que me cogiera el culo, pero sólo si lo hacía de manera rápida.

No podía dejar su mano posada en mi trasero.

Yo estaba dispuesta a eso y él creo que lo entendió así y pensé que estaría dispuesto a aceptarlo.

El colmo llegó aquella noche del fin de semana.

Nos habíamos quedado solos. Me había estado acosando cómo él solía hacer, de manera silenciosa pero metódica, guardando las distancias pero sin dejar de vigilarme.

Acababa de llegar de la calle.

Al no estar mis padres me tenía que recoger relativamente pronto. Me senté al lado de Gerardo, para ver algo de la tele.

Recuerdo que por la tarde. Antes de salir y cuando ya mis padres estaban ausentes, mi hermano se dirigió a mí en un plan como haciéndome una confesión. –¿Estás dispuesta a jugar a un juego hasta el final?. -¿Qué juego?.- Uno que te va a encantar.- Si no me dices que juego es, creo que…- Te va a gustar. Seguro que te encanta.- No le di más importancia a la conversación, aunque la mirada de Gerardo reflejaba una lascivia que debía haberme puesto en sobreaviso.

Cuando volví de la calle, Gerardo estaba viendo una película erótica. Le pedí que la quitara, pero no me hizo caso.

Le regañé. Le dije que no estaba bien que viera esas películas. Gerardo me miraba con suficiencia.

El contenido de las escenas era muy fuerte.

Se veían enormes cipotes introducirse en el sexo de las chicas, que se corrían y luego, los hombres derramaban su semen por la cara o las nalgas de las chicas, y eso, era lo menos fuerte.

Me encaré de nuevo con él y el me dijo que no hiciera la estrecha, pues sabía que me masturbaba a menudo dentro del baño.

¿Cómo lo sabría? No me lo dijo. Me dijo que la película la había puesto para ver como reaccionaba, pero que ya veía que iba a tener conmigo más trabajo que lo que pensaba. Le abofeteé instintivamente y me devolvió una mirada de rencor. No sabía a que se podía referir, y la verdad es que no me quitó el sueño. Al revés, dormí profundamente.

Dormí tan profundamente que cuando me desperté fue para mí una sorpresa sentir mis manos atadas al cabecero de la cama.

Me había despertado un frío que recorría mi cuerpo y la imposibilidad de moverme. Abrí los ojos y me encontré a Gerardo sentado en una silla, observándome.

También había atado cada una de mis piernas a las patas de la cama. Había utilizado para atarme los cordones blancos y largos de los zapatos de deporte. Se había aprovechado de que me gusta dormir de cara al colchón, y mi trasero le quedaba al descubierto

Le pedí que me soltara repetidas veces. Debería haber gritado pero en ese momento no quise hacerlo por evitar un escándalo.

Gerardo se negaba y había comenzado a subirme el camisón para verme el trasero. Me decía cosas que casi no entendía. Decía que había deseado verme las bragas desde que se masturbó la primera vez y que mi culo era uno de los motivos de inspiración favoritos de sus pajas.

No dejaba de amenazar a Gerardo y de intentar inútilmente de soltarme mientras sentía que me tocaba las nalgas, por encima de las bragas, y luego, metía las bragas entre mis cachetes y dejó mis nalgas al descubierto.

Sentí su boca sobre la piel de mi trasero. Estiraba de las bragas hacia arriba y se me metían en el culo. Gerardo me hizo saber que desde detrás mía había muy buena vista de mi chocho, que era lo único que aparecía tapado con las bragas.

Gerardo besó las partes bajas de mis nalgas, y a continuación sentí un pequeño clic.

Me estaba haciendo fotos con unas de esas cámaras que hacen las fotos al instante.

Pude ver allí mismo mi trasero desnudo. Luego me hizo una foto en la que al final del escorzo de mis piernas se veían las bragas blancas cubriendo mi chocho. Y otra más en la que salía mi cara, con un dedo suyo introducido en su boca. No le mordí. Al revés, incomprensiblemente deseaba lamerlo pero me contuve.

-¿Ves?- Me dijo al enseñarme esta última foto, en la que pude darme cuenta yo misma que mi cara no era de disgusto precisamente. -¿Ves como te va a gustar este juego?.-

Gerardo me explicó sus intenciones de hacerme suya. No le entendía. Sí, él me explicaba que deseaba hacerme su esclava. Sabía todo el rollo del incesto, pero no me pensaba follar (me lo dijo así de claro y al oírlo, mi cara se puso encendida), pero sí usarme sexualmente.

Decía que por qué iba a buscar una hembra (usó esta palabra) por ahí, con la pedazo tía que estaba hecha. Me dijo, además, que el ser su hermana le daba más morbo. Por una parte, por que estaba prohibido y tendría que hacerlo más escondido que con otra, pero por otra, me deseaba desde hacía muchos años, conocía cada gesto de mi cara y cada expresión de mi cuerpo, y además, insistió en lo a mano que me tenía.

Estaba intentando inútilmente replicarle, pues él hablaba sin escucharme.

Siguió manoseándome las nalgas mientras me retorcía y de pronto, se tendió sobre mí.

Sentí su miembro caliente colocado a lo largo y entre mis nalgas. Lo sentía porque estaba vestido y podía sentir aquello caliente fuera del pantalón.

Comenzó a agitarse y a decirme groserías a la oreja, mientras me agarraba de los brazos, que ya estaban atados de por sí al cabecero. Sentí su furia y al poco tiempo, derramar su líquido entre mis nalgas, llenando mis bragas arremolinadas entre ellas, su caliente semen, que salía de su pene, tenso al máximo como el resto de su cuerpo.

Gerardo no me soltó y terminé sintiendo su semen caliente y viscoso en el ano.

Se empeñó en darme de desayunar así, atada, y sólo después de que le prometí que nada de lo ocurrido saldría de mi boca, me soltó los pies y las manos, pero atándome éstas, de nuevo, esta vez, juntas.

Me terminó de dar de desayunar ya casi a la hora de comer, derramando el café que no podía tragar, por la comisura de la boca y mi cuello, hasta casi el ombligo.

Al final, después de tenerme toda la mañana atada, ante la inminente llegada de mis padres, me soltó.

Lavé rápidamente mis bragas llenas de semen.

Me las quité y les eché agua en el lavabo. Gerardo apareció y se dedicó a mirarme.

Quería bañarme, pero una de las condiciones que había puesto para que me soltara era que mientras los dos estuviéramos solos, no habría más barreras que las que él pusiera.

Así que me esperé a que llegaran mis padres.

Pero tuve que aguantar que me viera ponerme unas bragas limpias y que me quitara el camisón y me vistiera, viéndome forzada a enseñarle, por primera vez, mi torso desnudo, aunque le di la espalda para taparme.

No puedo decir que hubiera pasado por una experiencia desagradable.

Estuve pensando toda la semana en lo ocurrido, y más de una vez sentí humedecer mis braguitas mientras escuchaba abstraída las clases de la universidad, pensando en lo ocurrido.

Continúa la serie Gerardo, un hermano dominante II >>

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