Capítulo 20

CAPÍTULO VEINTE

El fragor de la batalla nos dejó rendidos y sumidos en un grácil sopor, acariciándonos mutuamente y mirándonos con ternura y juntando nuestras bocas en besos interminables… De pronto un rayo de luz entró por la ventana. Concetta saltó de la cama, desnuda, diciendo asustada:

  • ¡Maitines!
  • ¿Qué?
  • ¡La oración de Maitines! – repitió.

Se puso su hábito apresuradamente y salió corriendo como alma que lleva el diablo. Miré mi reloj eran las cinco de la mañana así que di media vuelta y continué durmiendo hasta las nueve, pues no tenía más obligaciones hasta entonces.

Cuando sonó el despertador me levanté y me metí en la ducha.

Después bajé a desayunar a las cocinas y una joven de piel de ébano, con ojos y blanca dentadura, me servía amablemente.

  • ¿Cuál es tu nombre, hija?
  • Aria.
  • Hermoso nombre, como tú

Ella se sintió turbada, aunque era inevitable ver su sonrisa. Por un momento quise desnudarla con la mirada, pero un rayo de cordura pasó por mi mente y quise frenar un poco esos ímpetus que me llevaban al pecado continuo. Lo cierto es que nunca había estado con una mujer de color y ella era una criatura muy bella.

Al día siguiente intenté adaptarme a las costumbres del convento, aunque resultaba realmente difícil serenarme a cada paso. Aquello estaba repleto de mujeres jóvenes que me sonreían, que me turbaban con cada gesto… posiblemente todo formaba parte de mi mente calenturienta, pero, aun así, yo sólo veía pecado, cuerpos desnudos, sexo con cada una de ellas y era muy difícil no sentir la tensión de mi polla a cada momento, en el claustro, en la confesión, en la misa…

Esa noche, me metí en mi habitación, bastante cansado, pues me tocó realizar las labores de Manuel y al mismo tiempo serenar mi mente y que no me traicionase con cada mirada de todos esos ojos, la sonrisa de esos labios o los cuerpos que yo imaginaba bajo cada hábito.

Me tumbé en la cama y me desnudé completamente mirando al techo, acariciando mi polla y recordando cada momento vivido, queriendo aplacar ese calor, viendo la cara de las novicias y especialmente la de la madre Superiora, con su cara virginal, como un ángel… aunque nada estaba más lejos de la realidad, a tenor de lo que tenía en mis imágenes. A ellas acudí con mi teléfono reviviéndolas y disfrutando de los cuerpos de Concetta y de Martina en aquel despacho de la superiora, cuando de pronto se abrió la puerta de mi habitación.

  • ¡Dios! – dije asustado pues me encontraba desnudo y masturbándome. Menos mal que la oscuridad era casi total y apenas podían distinguirse las sombras
  • Soy yo, padre. – dijo la voz inconfundible de Concetta
  • Pero… – intenté decir.

No hubo tiempo para nada más, pues esa joven se despojó de su hábito y desnuda como yo, se abalanzó sobre mí y empezó a besarme con todas las ganas.

  • Pero, hija… – intenté separarme de ese diablillo cachondo.
  • Padre… necesito otra de sus curas, me ha hecho sentir las cosas más maravillosas de mi vida.

Aquella joven no escuchaba mis ruegos para que se detuviera. Para mí también era complicado al tener sus turgentes pechos sobre mí torso, sus delicados dedos acariciando mi polla y su lengua jugando entre mis labios.

Ni qué decir tiene, que tuve que ceder a ese ímpetu ya que mis frenos, quedaron apagados por esa descarriada pecadora, a la que yo mismo había llevado a la vorágine del pecado, había elevado al sumun de la lujuria.

Fueron pasando los días y yo seguía sufriendo las traiciones de mi cuerpo frente a ese centenar de novicias, que me hacían sentir tantas cosas… que era difícil controlarse. Pero, especialmente pensaba en la madre superiora… no me quitaba de la cabeza de qué forma podría disfrutar de ese cuerpo.

Pensé que, si le ofrecía las imágenes a cambio de sexo, seguramente aceptaría, de otro modo, debería jugar mis cartas de forma muy diferente. No me dejaría más camino que el chantaje. Pero, no había prisa, el tiempo dictaría lo mejor

A eso de las diez ya estaba preparando la sacristía para la misa de las once. A las once debía decir una misa, como todos los días. Después tenía confesiones hasta la una, excepto los domingos y por la tarde de cinco a siete, aunque las tardes que tenía rosario no confesaba.

Al rosario venía otro cura de una parroquia cercana. Como la misa era en latín, no tenía problema con el idioma.

A las once en punto salí a decir la misa. Ahí estaba la madre superiora en primera fila con ese ligero hábito de verano, donde sus redondos pechos se mostraban erguidos y sus pezones, prominentes sobre ese apretado y fino vestido, mostraban su rigidez. La miré y me miró, mi casulla verde me libraba de ofrecer un espectáculo bochornoso, con mi polla ya casi en su pleno apogeo. Este llegó, cuando la madre superiora en la parte de la consagración, se puso de rodillas juntando sus manos sobre sus labios, me miró a los ojos e introdujo dos de sus dedos en su preciosa boca. Sin apartar su vista de mí, sacó su lengua rodeó sus dedos con ella e introdujo estos hasta hacerlos desaparecer en su boca. Los sacó muy lento y se mordió el labio inferior. Sus ojos reflejaban todo el vicio y la seducción que esa mujer llevaba dentro. En el momento de la comunión y como era de esperar, ella fue la primera. Al recoger la forma, sacó ligeramente su lengua y al acercar su boca, chupó ligeramente mis dedos, a la vez que fijaba sus ojos felinos sobre los míos. Mi polla pego un respingo bajo la casulla, gracias a la amplitud de esta, no se pudo notar reacción alguna. Terminé la homilía como pude y me retiré a la sacristía. Aquí apareció la madre superiora a los pocos minutos.

  • Buenas padre, puedo pasar. ¿quería hablar conmigo?
  • Si hija, si, pasa hemos de hablar.
  • Pues usted me dirá padre.
  • Veras hija, sé que mantienes relaciones sexuales con alguna novicia.
  • Pero… como se atreve a lanzar esas injurias. ¿Acaba de llegar y ya quiere ser el protagonista?
  • Tranquila hija, déjame terminar. Me han contado bajo confesión que así es y que algunas veces, estas pobres chicas abandonan el monasterio por esta razón.
  • Verá padre, eso es mentira, yo nunca me aprovecharía de mi situación para eso. Dudo que lo hiciera aun siendo consentido. Me parece muy mal que se deje embaucar por tales calumnias.
  • Como bien dices hija es pecado mortal y mentir también es un pecado, menos mal que no se te ha ocurrido jurar.

La madre superiora empezó a temblar y su rostro se tornó rojo, muy rojo. Esa carita de ángel ahora parecía un demonio.

  • Le repito padre que eso es mentira, no sé quién me quiere tan mal como para difamarme de ese modo tan cruel. Aquí la madre rompió a llorar.
  • Mantenerte en tu mentira solamente te acarreará más problemas y ya tienes bastantes.
  • Me tiene que creer ¿por qué cree a quien se lo dijo y a mí no?
  • Por qué tengo pruebas hija, tengo pruebas.
  • ¿Qué pruebas tiene, no me mienta? Usted quiere chantajearme y aprovecharse de mi inocencia y eso no se lo voy a consentir. Iré a hablar con el obispo y en cuatro días estará de vuelta en España
  • Vamos a dejarnos ya de tonterías. Desnúdese ahora mismo.
  • Pero padre, yo…

Saqué mi móvil del bolsillo y puse un trozo del video. Le puse la primera parte donde se aprovechaba de la pobre Cóncetta.

La visión de esas imágenes desarmó a la superiora, que rota cayó ante mí de rodillas. Pero al momento me espetó.

  • ¿Como ha conseguido eso maldito cabrón?

Démelo ahora mismo o se arrepentirá de ello.

  • Tú me disté la pista cuando me encontré contigo en la antesala de tu despacho. Tú me pusiste en bandeja el poder aprovechar estas imágenes.
  • Padre no sea imbécil y deme esas imágenes o bórrelas, se lo digo por su bien.
  • Desnúdate hija, no digas bobadas, desnúdate y prepárate para recibir tu castigo.
  • Usted lo ha querido padre, le destruiré.

Martina sacó su hábito por encima de su cabeza, roja de ira y quedando desnuda ante mí. Su cabeza altanera le daba un aspecto de fierecilla que me excitaba. Retiré las pocas cosas que había sobre la mesa de la sacristía para dejarla despejada.

Mientras hacía esto pensé que esa sería mi gran oportunidad, tenía que comprar una cámara de video para tener documentados mis logros. La madre superiora seria mía y se encargaría de conseguirme novicias siempre que yo se lo propusiera. A la vez tenía que dejarme grabarla con sus novicias sin que estas supieran nada.

La levanté del suelo y la apoyé contra la mesa. Dejé su culo expuesto y sus blancos pechos bien pegados sobre la mesa. Estiré sus manos y abrí sus piernas. Cerré la sacristía con llave y me quité la sotana. Busqué por la sacristía y encontré un cinturón, lo doblé por la mitad y con esa correa azoté con fuerza mediana el culo de Martina.

Martina reaccionó al primer azote levantando la cabeza y chillando.

  • Se arrepentirá de esto padre, mis hermanos le buscarán hasta debajo de las piedras y le traerán ante mi
  • Calla perra, calla, aquí solo puedo hablar yo.

Le di cinco azotes con mediana fuerza y empecé a hablar.

  • Escúchame y escúchame bien.

Cada frase se convertía en un nuevo azote.

  • Hablarás con el obispo para que me quede en el convento.

Estarás a mi disposición cuando y donde me plazca.

Te encargarás de conseguirme a la novicia que yo te diga.

Solo podrás tener sexo con las novicias si yo lo estoy grabando.

De momento eso es todo, ahora te daré cinco azotes más.

Mi mano cayó con más fuerza estas cinco veces y el níveo culito de la superiora se tornó en un rojo oscuro que le daba un aspecto precioso. Me acerqué a la otra parte de la mesa y vi como las lágrimas descendían por las mejillas de la superiora. Pasé uno de mis dedos por esa suave y preciosa cara y recogí una de las lágrimas, llevándola a mi boca mientras no perdía sus ojos de vista.

  • Hijo de puta, esto lo vas a pagar
  • No, lo vas a pagar tú, ahora ponte de rodillas y chúpame la polla.

La superiora se postró ante mí y sujetó mi polla con su mano a la vez que con una rabia desmedida me miraba a los ojos. Pude atisbar una reacción de sorpresa al asir mi polla entre sus manos. Mientras tanto, mi móvil, tomaba buena nota de lo que ahí estaba sucediendo.

  • Vamos perra, no tengo todo el día.

Martina lamio mis huevos, los sorbió y recorrió con su lengua todo mi sexo, lentamente se aproximó a la cabeza de mi polla, esta estaba ya dura como un trozo de hierro. Lamio mi frenillo durante unos minutos y se la introdujo en su boca, pero solo un poco. La sensación de el calor de su húmeda boca me hizo estremecer, noté como sus pezones se volvían a erizar. En ese momento aprete mi mano sobre su nuca, a la vez que movía con fuerza mi cadera, introduciendo mi polla hasta el fondo de su garganta. La superiora dio una arcada y un poco de líquido escapó de su coño. No le desagradaba la felación.

  • Mastúrbate perra, te quiero bien caliente.

Martina en un acto obligado, bajó la mano hasta tocar su sexo y empezó a moverla sobre él, a la vez que su cabeza metía y sacaba un tercio de mi polla en su boca. Aunque ella no quería, se estaba excitando. Sus pezones cada vez estaban más duros. mi gran polla le hacía desear ser penetrada, su boca ávida de polla así lo gritaba. Lentamente ella sola fue ganando terreno con su boca sobre mi polla hasta llevarla a su garganta. Una arcada la invadió y un nuevo chorrito mojó mis pies desnudos, respiró y volvió a empezar.

La verdad es que la chupaba muy bien y el placer que me daba era tal que tuve que alzarla y volver a postrarla sobre la mesa, para no correrme. Al tumbarla pude apreciar como un reguero de flujo bajaba entre sus piernas y su coñito estaba totalmente brillante. Sujeté su cadera con mi mano libre y de una le clavé mi polla en el interior de su coñito. Le di con fuerza buscando mi placer. Me daba igual si se corría o no. Le di tan fuerte que en pocos minutos me vacié en ella que quedó recostada sobre la mesa mientras mi semen descendía por sus piernas.

  • Ahora, vístase y espere mis órdenes, no se olvide de lo que le he dicho.
  • Tendrá usted recuerdos míos, no se preocupe

La superiora salió de la sacristía con la cabeza baja, le costaría sentarse unos días. Nada más salir, llamó a su hermano Antonelo a su casa en Nápoles.

  • Antonelo, hemos de hablar, un mal nacido me ha violado
  • ¿Qué dices, quien ha sido?

Mientras esto ocurría yo me las creía muy felices, libre de toda preocupación.

Ese día en la misa de once observé con atención a todas las novicias y monjas. Raramente, la superiora no estaba.

Martina se encontraba en su despacho a sabiendas que todas sus condiscípulas se encontraban en la iglesia.

  • Antonelo, quiero que matéis a ese hijo de puta.
  • Tranquila hermanita, las cosas ya no se hacen así. Podemos darle una lección y hacer que termine con sus huesos en la cárcel, aún tengo contactos en la policía y buenos contactos.

Martina pensó que tampoco le importaba disfrutar de esa gran polla, que le había hecho correrse dos veces en muy pocos minutos, una nada más entrar y la otra al sentir el caliente semen del padre Ángel en su interior.

  • Bueno, acepto la cárcel, pero que sea lo más rápido posible.
  • Tranquila hermanita, mañana mandaré que le den una buena paliza.
  • Gracias Antonelo, te debo una.

Cuando terminó la misa subí raudo al despacho de Martina. Entré sin llamar y cerré la puerta.

  • ¿Por qué no asistió a la santa misa?
  • Mis múltiples obligaciones me lo impidieron.
  • No hay mayor obligación que rendir pleitesía a nuestro señor.
  • Tiene usted razón, pero este caso era inexcusable.
  • Quiero que se quite el hábito y se siente sobre la mesa enfrente de la silla.

Martina sabiendo que tenía que cumplir, por todo lo dicho por mí, el día anterior. Obediente se sentó cabizbaja frente a la silla completamente desnuda. Yo me senté en la silla, abrí sus piernas y observé ese precioso coñito, húmedo y brillante. Abrí sus piernas mientras acercaba mi boca a su sexo. Ante mi aparecieron unos grandes labios abiertos en forma de vela, donde en su vértice se podía apreciar el clítoris casi ya descapullado. El deseo de la superiora era evidente, pues nada más soplar entre sus labios, una gotita se escapó de ellos. Lamí el canal que quedaba entre sus labios recogiendo ese maná, que manaba entre sus piernas. Lamí despacio recorriendo cada milímetro de esa suave piel. Martina gimió al sentir mi boca y alzó un poco su cuerpo para exponer un poco más su sexo ante mí. Entendí la jugada y seguí pasando mi lengua, ya desde su ano hasta su clítoris. Así estuve un buen rato, hasta que Martina empezó a mover sus caderas, ahí sorbí con fuerza su clítoris a la vez que con mi lengua lo lamía.

  • Hijo de putaaaaa

Martina se retorció y cerro sus piernas sobre mi cabeza. Pero yo las abrí y seguí con mi dulce tortura sobre su sexo, hasta que Martina me regaló el sabor de su cuerpo, mientras botaba sobre la mesa y se agarraba con fuerza a mi nuca intentando meterme dentro de ella.

  • Ahora tendrás que fóllarme.
  • Te lo tendrás que ganar, tendrás que enviarme a la rubita de ojos grises que se sienta en la última fila de la iglesia.
  • ¿¿¿Emilia??? Pero si esa pobre es una cándida niña.
  • Esa será, no importa, ya me encargo yo de ella.
  • Es usted un cerdo depravado.
  • Tu mándala mañana a mi cuarto.
  • Vale, pero fóllame.

Martina se puso de rodillas sobre su silla, mientras yo me desnudaba. Le entré con fuerza desde atrás. Entré de una en ella, con fuerza, pero salí muy despacio, muy, muy despacio. Volví a entrar de una y salir despacio. Martina gemía y movía su culo hacia atrás, quería darle más ímpetu, más velocidad a mis embestidas. Yo seguía impertérrito, con mi lenta cadencia entrando con fuerza y saliendo despacio.

  • Siii, jodeeer, siiii, cabrón, cabrón

Martina se deshacía en jugos bañando con ellos mi polla. Azoté con fuerza su culo, con tanta fuerza que tendría un tiempo mi mano marcada en él. Ahí empecé un fuerte mete y saca que terminó con el coño de Martina completamente lleno con mi semen.

  • Toma perra, toma, siéntete llena.
  • Hijo de puta, te has vuelto a correr dentro, cabrón.

Me vestí y salí del despacho, mientras observaba como mi semen escurría por las piernas de Martina, que aún permanecía de rodillas sobre su silla, que ahora estaba pegada a la pared.

Ese día permanecí tranquilo, cumplí con mis obligaciones y fui a mi cuarto a dormir. No me di cuenta de que alguien seguía mis pasos por lo que dormí plácidamente hasta las nueve de la mañana. Me duché y fui hacia la capilla para adecentarla y después proceder con la homilía de ese día. Me puse mi casulla verde y salí a decir la misa diaria.

Ahí estaba la superiora altiva y tiesa como un palo en la primera fila y en la última esa virgen que era Emilia, rubia, sobre el uno setenta, con unos pechos que denotaban una tersura fuera de lo normal, aunque no dejaban adivinar su tamaño. Esa carita angelical y esa sonrisa de bondad, le daban un aspecto totalmente frágil.

Mi polla se tensó solo de pensar que esa noche seria mía.

Pasé nervioso todo el día hasta que llegaron las diez y estaba esperando en mi cuarto que llegase esa belleza.

A las diez en punto llamaron a la puerta. Abrí y ante mi apareció Emilia, bellísima, totalmente despampanante, hasta un halo de luz cubría su rostro.

  • Buenas noches, padre, la madre superiora me dijo que deseaba verme.
  • Buenas noches, hija, así es. No sé si sabrás que la diócesis ha decido formar a todas las novicias, para evitar la entrada del maligno en vuestros cuerpos y vuestras almas. Para ello hemos de realizar una serie de pasos que harán que todas vosotras sepáis cuando el maligno está cerca. Hoy empiezas tu y cada dos días, ira pasando por aquí una de tus hermanas.
  • ¿Pero… padre, que quiere decir, que nos hará, en que consiste esto?
  • Tranquila hija, espero que no sea doloroso, solamente lo es cuando el maligno ya está dentro.
  • No se padre, no se.
  • Tu desnúdate y déjame hacer.

Emilia se desnudó y se dejó guiar. La senté sobre la mesa para poder observar su coñito que abrí con mis dedos descubriendo un coñito rosado y joven, para nada profanado. Levanté mis ojos y vi a Emilia con la cabeza baja y a punto de llorar.

  • No llores hija, no llores, extirpar al maligno hará que la vida en el convento sea mejor y que tu vida sea mucho más placentera.

Cuando estaba acercando mi boca a ese manjar que ya me tenía babeando, sonaron unos golpes en la puerta.

  • Vístete hija, rápido.

Dos hombres entraron raudos en la habitación.

  • Tú, sal corriendo y no mires atrás.

Una vez Emilia salió por la puerta, empezaron a golpearme sin compasión. Los primeros golpes me llevaron al suelo y ahí me patearon hasta que se cansaron. Desperté entre un charco de sangre con la cabeza abierta y los dientes saltados, me faltaban más de cuatro, mis costillas creo que no estaban rotas, pero me habían dado fuerte, muy fuerte. Seguro que esto era obra de la superiora, por lo que debía andarme con mucha cautela.

Antonelo, el hermano de la superiora le llamó y le contó lo sucedido.

  • Martina, ya hemos dado la paliza al curita, seguro que está fuera de juego una temporada.
  • Muchas gracias hermanito.
  • Espera que aún no terminé, en unos días una policía se infiltrará en el convento y si conseguimos que la intente violar, daremos con sus huesos en la cárcel por un buen tiempo.
  • Joder hermanito, eso sería perfecto.
  • Espera que llegue la policía, cuando ella esté, nos ocuparemos de ese sinvergüenza.
  • Tiene videos míos.
  • No te preocupes, yo me encargo de todo, su teléfono desaparecerá.

Tras quince días en el hospital el padre Ángel apareció por el convento. Todas las monjas precedidas por la superiora fueron a interesarse por él. Todas le dieron el para bien y todas estuvieron muy amables con él, incluso la superiora. Tras una buena hora de charla las monjas se dispusieron a seguir con sus obligaciones, poco a poco fueron desfilando hasta el convento. La madre superiora se quedó la última.

  • Bueno padre, ya me he de ir, espero que pueda decir la misa mañana.
  • Así será hija, no te preocupes.

La superiora salió y yo me mordía los puños sabiendo que todo había sido obra suya. Tenía que espabilar, esa perra era capaz de cualquier cosa y aquí en Italia todo era diferente, había otras reglas.

Ese miércoles me levanté aun algo dolorido y salí a desayunar al bar donde lo hacía siempre. El amable camarero se interesó por mi ausencia y yo le conté un poco la historia. Él bajó la cabeza y no me volvió a dirigir la palabra hasta que me fui. Eso me escamó, era la ley del silencio, nadie sabía nada, de nada. Creía estar en un buen lio y decidí prepararlo todo para volver a España.

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