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El apocalipsis de los animales

El apocalipsis de los animales

Fui bajando la intensidad de la luz hasta dejar el cuarto en penumbras, solo la música de Vangelis saturaba el ambiente.

Me fui acercando lentamente, como animal tras su presa, su silueta delgada me provocaba fragilidad y a la vez me estimulaba.

Até sus manos al respaldo de la cama, vendé sus ojos con un pañuelo y uno a uno fui cortando los botones de su blusa.

Sus pechos redondos y blancos surgieron como pequeñas elevaciones, los bordee con el filo de la navaja suavemente, provocándole un casi imperceptible estremecimiento.

Recorrí su cuerpo mórbidamente, el frío metal la intimidaba, erizando su piel y dejando escapar leves quejidos, conjunción de placer y desasosiego.

Su inseguridad, miedo, desconcierto; aumentaba mi excitación, continúe acariciando su piel con la hoja, de un solo corte, rasgue su pantalón, dejando su pequeña bikini blanca al descubierto.

Desnuda sobre la cama, atada, frágil e indefensa, me hacía desearla aún más…

Le abrí las piernas y delinee su vagina con la navaja, luego sus piernas, los dedos de sus pies, para luego subir hasta sus pechos.

Sus pezones erguidos invitaban a saborearlos, morderlos, por ahora, solo el frío metal los probaba.

Una pequeña incisión deja escapar un hilo de sangre, no pude evadir la tentación de degustarla, sabía dulce como ella.

Seguí bajando por su vientre chato hasta toparme con su monte de Venus, tupido, me pregunté cómo quedaría podado, lentamente fui cortando su vello hasta dejar solo un pequeño triángulo en el nacimiento del clítoris.

Lo besé suavemente, se estremeció bajo mis labios.

Mis manos comenzaron a acariciarla, mis dedos hurgaron en sus más recónditos rincones, sus gemidos se mezclaban con la música, sus fluidos con los míos.

Besé toda su piel, suave, blanca, apetitosa, mordí sus pezones, su clítoris, lamí su sangre, saboree sus secreciones.

Sus piernas abiertas dejaban a mi antojo sus cavidades, introduje mis dedos hasta el fondo, arrancándole gritos de placer y dolor.

La música terminó de sonar y con ella el goce.

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