Capítulo 2

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Chico para todo II

Así siguieron un buen ratito, hasta que, de repente, la portezuela derecha de la enorme limusina se abrió, dejando paso a una recia joven de unos veinticinco años de edad.

De mediana estatura, pero de porte excepcionalmente atlético, de cabellos rubio oscuros recogidos en una coleta, fuertes piernas musculosas y bronceadas, recubiertas por un finísimo vello apenas perceptible y anchas espaldas, sus brazos marcaban ligeros bíceps y sus caderas resultaban estrechas, lo que cuadraba con su trasero bien apretado y sus pechos pequeños pero bien formados.

Sus ojos, grandes y despiertos, de un color azul acero, se posaron en la escena con íntimo regocijo. Su rostro era más bien cuadrangular, de mandíbula poderosa, los labios, pequeños pero gordezuelos y llenos de caprichosa lujuria, el gesto, exigente y preñado de narcisismo y exigencia.

Llevaba una minifalda roja sangre que apenas ocultaba sus braguitas blancas caladas, las piernas desnudas, dos cómodas zapatillas deportivas blancas, calcetines de igual color vueltos por media pantorrilla y una ajustada camiseta azul de mangas muy cortas que dejaba al aire su ombligo y gran parte del vientre, aunque cerrada por arriba hasta el cuello.

¡Hola, al fin os encuentro – declaró con su voz sonora y presuntuosa de pija creída, levemente aguda y muy autoritaria – fui al Club y me dijeron que habías salido con un chico… pero al ver el cochazo de María aquí, pues….Oh… pero ya veo… mmmm… tenéis buenas razones para demoraros…Joder, tías, ¡qué tío más supercachazas…! – y ya veo que lo habéis puesto a un millón por hora…. Uff, qué pedazo de pollón… y los cojones….están que revientan…

La dama más madura dejó de chupar un momento, sonrió con afecto y explicó, afable e invitadora:

¿Te gusta nuestro nuevo esclavito, Elisabeth? Se llama Adriano… y es una maravilla pajeando y mamando coños…. ahora veremos si pasa la prueba y es capaz de aguantar unos buenos polvazos Estás invitada, claro, querida. Adriano – añadió, volviéndose con maliciosa sonrisita hacia el chaval – saluda a nuestra amiga Alejandra. Ella también desea que le des placer… y será mejor que la dejes satisfecha… o ya sabes.

El muchacho apenas pudo levantar un instante la cabeza y silabear, tartamudeante:

Ho..holaa… encantaadoo…

Luego se ahogó en un gemido lastimero, cuando la empresaria se la empezó a menear de nuevo lentamente. La recién llegada rió con divertido sadismo y le dijo, burlona:

Bien, nene, además de estar macizote me encanta como jadeas…. Déjame sitio, María, quiero hacerlo jadear yo… me pone cachonda oírle gemir… ahora me toca a mí provocarle el gran dolor de huevos…

Cuando la joven deportista empezó chupársela lentamente, en cuclillas frente a él, entre sus piernas desnudas, el chico empezó a jadear de nuevo, resollando como un potrillo exhausto.

La robusta veinteañera le lamía el pene de arriba abajo, tocándoselo a la vez con la roja y ágil lengua y los labios y masturbándolo a dos manos, empapándolo a placer, babeando el mástil y el infladísimo glande sin parar.

No dejaba de mirarle a la cara, con una expresión devoradora, salvaje, retadora, llena de infinita y violenta lujuria.

El mulatito no paraba de gemir, debatiéndose, despatarrado, con los brazos sacudidos por incontenibles espasmos y todos sus músculos en tensión.

El capullo, gordísimo y rezumante, estaba ya congestionado en una pura masa de color violeta profundo… ya no podía soportarlo más. Si ella se lo comía un poco más rápido o lo succionaba de lleno, se correría a lo bestia y perdería el trabajo. Medio ahogándose, sin apenas aliento, suplicó:

¡¡¡¡E..e..li..saaa…beee…thh….por faahahahvóohhrrr… No… Noooo mááaahhaahhsss…Nooo, nooo, noooo!!!!

La joven rió de forma aguda, escandalosa, e interrumpió la mamada, pero sin dejar de meneársela suavemente con su mano izquierda, porque era zurda.

Te han prohibido eyacular, ¿verdad, nene? Y ya no puedes aguantar más… ¿a que no?

¡¡¡¡Noooo, noooo,….nooo!!!! – barbotó él, con agónicos resoplidos –

Ahora ella había bajado el ritmo, manteniendo apenas un leve vaivén de su enorme verga color chocolate, dura como una barra de acero a punto de estallar.

Pero yo quiero tu lechada, quiero que derrames tu rica y caliente lechaza sobre mis tetas… Me encanta…es muy bueno para la piel…. Decidme, amigas…. ¿le concedéis permiso para que se corra a muerte sobre mis pechos?

Las dos damas maduras se miraron, sonriendo con picardía, radiantes de sensualidad y traviesa crueldad. La empresaria se encogió de hombros, sonriendo ampliamente al murmurar, condescendiente:

Haz lo que quieras con su pollón. Eres nuestra invitada. El chavalito es tuyo ahora.

La joven atleta asintió, dio las gracias con entusiasmo y sus azules y exigentes ojos relucieron. Dirigiéndose al muchacho, indicó en su tono agudo y dominante:

Ahora vas a eyacular cuando yo te lo ordene, ¿lo captas, mi nene buenorro? Pero espera… antes me voy a quitar la camiseta y pasaré tu tranca por mi cuerpo…Eso me chifla…. es requeteguay….

Cuando ella se despojó de la ligera prenda, un par de pechos esbeltos, no demasiado grandes, pero bien moldeados, alzados, de puntiagudos y rosados pezones, oscilaron con entusiasmo.

Igual suerte corrió poco después la sucinta minifalda.

Tan sólo cubierta por las traslúcidas braguitas tanga y sus cómodas zapatillas deportivas, la joven atleta se lanzó sobre el cuerpo desnudo del muchacho, metiéndole una de sus macizas piernas entre los muslos abiertos y sudorosos. Le puso una teta en la boca y musitó, embravecida:

Pero antes chúpamelas… Dame gustito con la lengua en mis pezones, nene… me encanta… Y no sueltes la corrida hasta que yo te lo diga… ¿comprendido, tío?

El chico tragó saliva y suspiró profundamente al sentir el roce de su dura rodilla contra sus huevos y el mástil inflamadísimo de su monstruosa erección. Empezó a lamer con delicadeza. Ella lanzó un violento gemido, rodeó con sus brazos los hombros del mulatito y apretó su cabeza contra sus globos.

¡Sigue, sigue, sigue así, pequeño… me das mucho placer…! – susurró roncamente –

Y luego empezó a jadear y pasar los labios del chaval por sus senos, de uno a otro, sin parar.

Al hacerlo, su fornida pantorra se movió, frotándole las partes y comprimiendo los hinchadísimos cojones… Adriano se puso rígido, con los ojos en blanco y exhaló un convulso y ahogado gañido de pura desesperación.

Ya no podía más, literalmente. El semen se agolpaba en la base de su tronco… Un solo apretón más y se iría vivo sin poder evitarlo. Ella se dio cuenta y silabeó, rozando con sus labios sus orejas intensamente ruborizadas:

Resiste un poco más. Aguántalo… Aguanta la lechada dentro de tu trancota…. Me pone a mil ver como te retuerces de dolor de huevos… Y no dejes de comerme las tetas, nene… O te los machaco.

El mulatito lamió y succionó como un perrillo, babeando con frenesí, mientras la joven resoplaba como una yegua en celo y el cuerpo masculino se bañaba en nuevas oleadas de sudor, con todos los músculos en terrible tensión.

Con un perverso intercambio de leves miradas, las dos mujeres maduras deslizaron sus enjoyadas manos por las caderas de Adriano, magreándole los muslos y las cachas con suavidad, deslizando sus uñas sobre su aceitada y morena piel, atormentándolo en el paroxismo de una excitación infinita sin solución de continuidad…

María Santos se arrimó hasta que su blanco y blando muslo ligeramente fofo rozó el del mozalbete y su boquita de piñón encarnado se posó sobre el lóbulo de su oreja:

Recuerda, tío buenorro – murmuró con falsa dulzura casi maternal – mientras ella no te lo autorice, nuestra anterior prohibición sigue vigente… No puedes eyacular, o no hay contrato, corazón…

Al mismo tiempo, la doctora presionó su cuerpo por el otro lado, indicando justo encima de su otro oído, haciendo caer sobre él su aliento cálido y azucarado:

La lechaza te está ya casi subiendo por la polla, ¿verdad, guapo? Lo sé, hermosote, pero tienes que

retenerla, cariño… No puedes derramarte si Elisabeth no anula nuestra orden definitivamente…

El chico jadeaba y chupaba con desesperada ansia, a punto de perder el último atisbo de control.

Por fin, la joven se dio por satisfecha, apartó los senos de su cara y se retiró un poco, contemplándole con sádica y ardiente satisfacción.

El muchacho resollaba entre estertores, chorreando sudor, temblando de puro deseo.

Su enorme polla color chocolate palpitaba y se estremecía sin ser tocada tan siquiera, el glande morado, oscuro, venoso, a punto de estallar.

Las perversas y bien cuidadas manos de las dos señoras maduras se deslizaron con insidiosa lentitud a sus costados, camino de sus ingles, relamiéndose por anticipado…

Mirándole a los ojos con fría lujuria, Elisabeth susurró en tono bajo, ronco, profundo:

¡Suplícamelo, tío macizorro…!

¡¡¡Poo..rr fa..haa vooorrr!!! – apenas gañitó él, con un escalofrío que le hizo casi perder la respiración al sentir los dediros juguetones de las otras dos mujeres rozar sus cojones colapsados… –

La joven se lamió los labios y ordenó con suavidad, displicente:

Está bien… Puedes correrte… Pero hazlo encima de mis tetas….

Acto seguido, se puso de nuevo en cuclillas ante él y le agarró el dolorido miembro, apretándoselo entre los pechos.

Bastó un leve vaivén y el mulatito se derramó brutalmente, lanzando fortísimos chorros de semen, densos, calientes, precipitados en una cascada sin fin de caudal y desesperada descompresión, mientras saltaba, se despatarraba y bramaba de forma salvaje, sacudido por los espasmos de un alivio tan monstruoso como su anterior contención forzada.

El estallido orgásmico fue tan intenso que casi perdió el conocimiento.

Elisabeth , sonriendo con pícaro deleite, restregó aquella manguera desbocada a lo largo y ancho de sus tetas, embadurnándolas de blancos reguerones una y otra vez. Entre la violencia de sus movimientos y los del chico y la fuerza de su disparo, algunas salpicaduras alcanzaron su cuello, barbilla, vientre y hasta sus muslos, pero a ella no pareció importarle.

Cuando todo terminó, las tres rieron con exquisita burla. La empresaria susurró en su oído:

Ha sido una buena lechada, guapura… Pero no creas que esto acabó… De hecho acaba de empezar….

Volvieron a reír. Al fin y al cabo, les quedaba toda la noche por delante.

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