Capítulo 1
Chico para todo
Adriano Docobo levantó la mirada hacia el rostro de la madura dama, derramando profusamente a través de sus pupilas una intrincada mezcla de estupor y azorada excitación. El pie de la poderosa empresaria frotó de nuevo con suave vigor, por debajo de la mesa, aunque ella continuaba observándole con la fría altanería acostumbrada, mientras sorbía delicadamente el excelente vino de rioja de su esbelta copa. La mujer se llamaba María Santos Benjumea y frisaba los cuarenta y cinco, más bien bajita, regordeta, de cara redonda y piel pálida. Sus ojos eran dos enormes y sugestivos lagos atigrados de helada perla, su boca pequeña y caprichosa, su nariz, traviesa, estrecha y ligeramente respingona. Lucía un peinado corto, muy a lo «nueva ejecutiva», casi andrógino, teñido en intensa caoba y sus pechos grandes, cremosos, pecosos y un poco petulantes por efecto de la edad, rebosaban por el agudo escote de la sedosa blusa azul oscuro. La señora lo hizo de nuevo, ahora con mayor presión, a lo largo de su entrepierna, arriba y abajo. El chico, un hermosísimo mulato que acababa de cumplir los veinte años, contuvo un fuerte jadeo. A su lado, la mejor amiga de María, Clara Rubiales de la Borbolla, de unos cuarenta y dos, alta, salvaje media melena rubia, delgada y más bien huesuda, de senos pequeños pero firmes y rostro afilado, agresivo, adornado por unos gruesos labios sensuales, clavó sus ojazos azul cobalto en el bello jovencito, admirando las líneas de efebo de sus facciones café con leche. Su ahusada mano, de dedos largos y finísimos, se posó sobre el muslo del muchacho, oculta por el blanco y lujoso mantel de hilo, palpando y acariciando con suavidad. Su boca casi rozó el oído izquierdo de Adriano al musitar en tono incitante:
No te pongas nervioso, tío buenorro… y déjate hacer. Si deseas el trabajo de veras, pórtate bien con nosotras y controla tu excitación… Nos gustas mucho, más de lo que imaginas, tienes un cuerpazo de infarto y eres precioso, pero debemos saber si puedes aguantar una buena erección sin eyacular ni berrear como un gilipollas…
La otra mujer frotó una vez más, palpando, acariciando, jugueteando con los dedos sobre el enorme bulto congestionado entre las piernas del guayabo. El se mordió el labio inferior y respiró hondo, pero logró reprimir el gemido. La mano de Clara le palpó los huevos, sin dejar de murmurar:
Así, muy bien, niño. Y ahora deja que yo vaya midiendo tu nivel de calentura sobándote estos huevazos que tienes, mientras mi amiga te trabaja la tranca…
María restregó el pie enfundado en la sutil media de seda color carne cada vez con mayor vigor. Ahora miraba al chico por encima de la copa, con una refinada mezcla de burla y desafío aleteando en su boquita de piñón. Sus ojos altivos e imponentes destellaron de modo fugaz al susurrar a media voz, para que no la oyeran desde las otras mesas del restaurante:
Bebe un poco, hermosura… y cómete el resto de la pizza. Ya oíste a Clara. Tienes que aprender a dominar tu cuerpo para nuestro placer.
El pie aceleró el ritmo, hasta hacerlo implacable. La mano de la rubia apretaba y soltaba al compás los testículos, torturándole… El jovencito bebió un gran trago de Coca – Cola, mordisqueó, se atragantó y no pudo evitar un estremecimiento acompañado del inicio ahogado de un profundo suspiro… María alzó una finísima ceja y sonrió con sádica lujuria, mientras arrugaba la naricilla y subía aún más la intensidad de su enardecedor masaje. Su amiga le amasaba los cojones con salvajes magreos que le hacían saltar de dolor y gusto al mismo tiempo. Sus labios tocaron el lóbulo de la oreja del chaval al silabear con infinita lascivia preñada de autoridad:
Respira hondo, pero ni se te ocurra gemir ni jadear… y, sobre todo, no te corras… no te corras aunque revientes de ganas…o te vas al paro de nuevo. Quiero sentir tus bolas infladas de dolor y deseo…pero ahora las voy a sentir con la pierna….Abre los muslos, macizote…. Que haya espacio para su pie y mi pantorrilla…
El la miró a los ojos, suplicante, pero obedeció en silencio. El pie de María se movía sin cesar, los dedos pinzando la hinchada cabeza a través de la bragueta de los vaqueros a punto de reventar. Al mismo tiempo, sintió el calor de la pierna de Clara al atenazar su muslo y acariciar con el dorso del pie y el inicio del carcañal sus restallantes cojones….Babeaba, se mordía el labio inferior hasta hacerse sangre, sudaba como un condenado a galeras, sus manos aferradas al borde de la mesa con desesperada ansia. María volvió a arrugar la chata nariz y se relamió, dedicándole dos o tres frotaciones a tope más que casi le hicieron bramar entre dientes, llevándole al límite mismo de su aguante. La rubia hizo coincidir sus ataques con los de su amiga, sonriendo con cruel voluptuosidad.
¡Po.. po…rr… fa….. voo..r…no… no pue…pue..dddo….má….ásss! – balbuceó, resollando sin poderlo evitar –
Clara miró a su amiga íntima y afirmó en tono condescendiente, desdeñoso:
Creo que dice la verdad. Si seguimos, va a largar el lechazo en los pantalones…¿tú que dices? ¿Le permitimos correrse como un cerdo o interrumpimos la sesión y que se aguante con la cuajada en los huevazos?
Por toda respuesta, María retiró el pie. En el acto, Clara liberó su pierna. Adriano tembló de arriba a abajo y ocultó su rostro entre las manos empapadas de sudor, resoplando, medio ahogándose, por el tremendo esfuerzo de no tocarse ni lanzar berridos de infinita frustración….
María le contempló casi con dulzura, matriarcal e imponente ante su desvalimiento:
Muy bien, tío buenorro… Así me gusta… Guarda toda tu leche para después….
Ambas damas rieron, saboreando el festín por anticipado.
María levantó la vista, atravesando los ojos del muchacho con su gélida y dominante altanería. Su mano derecha le apretó una rodilla. Su voz sonó helada y sibilante, satisfecha ente su absoluta y desvalida entrega sumisa.
Ahora vas a ser un niño bueno y te acabarás tu Coca – Cola y tu pizza mozzarella. Así te irá bajando ese bulto que te hemos hecho y podrás levantarte sin armar un revuelo. Nos ayudarás a ponernos las chaquetas y los bolsos como un hermoso paje servicial e iremos los tres hacia el coche.
Poco más tarde, ya acomodados los tres en la lujosa tapicería de la negra y reluciente limusina de María, ésta palmeó un muslo del joven mulatito, palpando con deleite sus fibrosos músculos. Su amiga le cogió la otra mano, haciendo que el muchacho la deslizara a lo largo de los suyos, lentamente, cada vez más arriba, sobre la satinada superficie de las medias blancas, suaves y traslúcidas. La madura empresaria le miró con arrolladora autoridad y susurró férvida y regiamente:
– No hables, no muevas un músculo a no ser que te lo ordenemos o indiquemos de algún modo evidente y ni tan siquiera abras la boca. Procura contener todo lo que puedas los jadeos y gemidos si nos apetece excitarte. Y ya sabes… no eyacularás antes de que se te de permiso… aunque te estallen los huevos y la polla a reventar.
La doctora hizo subir aun más la mano, metiéndosela entre los muslos y frotándola contra sus sedosas braguitas. María Santos cogió la otra y empezó a pasarla lentamente por la cara interna de sus propios muslos. Ambas damas jadearon y resoplaron de gusto. Poco más tarde, el muchacho se entregaba de lleno a la ardua tarea de hacerles sendas pajas a dos manos. Las poderosas cuarentonas jadeaban y resollaban de gusto, con las piernas abiertas, las minifaldas arremangadas y dirigiendo con firme presión los dedos del chaval, profundamente enterrados debajo de sus braguitas…. Ambas le hicieron acelerar el íntimo masaje, conduciendo sus sudorosas yemas hasta los ardientes botoncitos dilatados de sus clítoris una y otra vez, mientras le obligaban a introducir los demás dedos en las profundidades de sus vulvas, arriba y abajo, arriba y abajo, sin parar, por espacio de más de un cuarto de hora. Las maduras damas se estremecieron, ondulantes, despatarrándose cada vez más, entre caderazos y sonoros gemidos . Sus rostros se contorsionaron de placer y sus respiraciones se tornaron pesadas y resoplantes como fuelles. Con los ojos en blanco, María Santos se corrió en medio de violentos espasmos de piernas, aprisionando la muñeca del jovencito hasta hacerle daño. Su pierna derecha se movió sobre la del mulatito, aplastándole los huevos con la rodilla vibrante y embravecida. Adriano contuvo un profundo gemido a duras penas. Clara, más dura para obtener el éxtasis, continuó moviéndole la diestra dentro de sus bragas, lanzando roncos jadeos y bufidos de puro deleite que dibujaban bestiales y feroces líneas carnívoras en su cara desencajada y entrelarga. María prolongó el contacto un poco más, empapándole de flujo los dedos y frotando su muslo contra los genitales del chico con torturadora y relajada laxitud. El mozalbete se mordió los labios y no pudo reprimir un ligero gañido jadeante… Entretanto, los largos y magros muslos de la doctora de la Borbolla se agitaron con vigor. La mujer profirió un fuerte berrido y abrió los ojos desmesuradamente, retorciendo los labios en una salvaje mueca de placer arrebatado al tiempo que orgasmaba en cascada, de golpe, como de costumbre. Clavó sus afiladas uñas color cereza en el dorso de la mano de Adriano, arañándole hasta casi hacerlo sangrar y sus piernas la apresaron de tal modo al estremecerse que el muchacho chilló de dolor. La empresaria dejó que su gran amiga y colaboradora terminara de correrse y luego miró al chaval con perverso disfrute disfrazado de severo enfado:
¡Te he dicho que no grites ni suspires, animal!…
De improviso, sus ojos de gata brillaron con sadismo y su pierna se movió de forma brusca. La rodilla se estrelló contra los testículos del chico, con todas sus fuerzas. Adriano bramó de dolor, se le cortó la respiración y sus lágrimas se le saltaron. Ella sonrió y le friccionó, ahora con exquisita suavidad, después más y más rápido. El chaval se mordió el labio inferior, haciendo brotar un hilillo de sangre y babeó de dolor y gustito entremezclados. María Santos arrugó la naricilla y se relamió. Ahora, su pie volvía a frotar a buen ritmo, como en el restaurante, pero con la pierna totalmente alzada ante él, enseñándole las bragas rojas y trasparentes, empapadas y medio bajadas, por lo que dejaban ver parte de su abundante vello negro y rizadísimo. La rubia se unió a la fiesta, ya recuperada, y le desabrochó la corta camisola sin mangas, sacándosela por los lados y después se puso a lamerle un pezón. María aceleró el vaivén, hasta hacerle bailar la pelvis en cada empellón, aplastándole el paquete. Clara mordisqueó y chupó sin compasión, asaeteándole con su glacial mirada provocativa. Adriano tenía el rostro brillante de sudor, como el resto del hermoso cuerpo y su expresión era de pura agonía. La empresaria volvió a realizar su típico gesto con la nariz y susurró, masturbándole la tremenda erección con los dedos del experto pie:
Ahora levanta el culete y quítate los pantalones. Después, te vuelves a sentar…. y calladito o la próxima vez te reviento los huevos de una patada.
Adriano obedeció, tambaleándose y respirando ahogadamente.
Cuando lo tuvieron de nuevo a su disposición, María agarró su durísima polla con la mano y se la empezó a menear con neumática soltura. Unos minutos después, arrugó la chata nariz y subió el nivel de marchas, estirando y replegando el glande con salvajes tirones. Mientras, Clara le mordió y succionó el pezón con furia. El muchachito estalló sin poderlo remediar con un largo y atormentado gemido desfalleciente… La miró, suplicando clemencia y mirándose los genitales con verdadero terror, pero la poderosa cuarentona no le castigó esta vez, sino que emitió una risotada burlona y se la machacó aún más rápido, haciéndole berrear.
Te dejo gemir porque comprendo que ya no puedes controlarte más – musitó con infinita displicencia – pero no se te ocurra eyacular…o te vas al paro.
Continuó pajeándole a tope. Clara le relamía el pezón y lameteaba de vez en cuando su cuello y sus labios. María le soltó y se inclinó sobre él. Cuando empezó a chupársela, Adriano gimió desesperadamente. La empresaria lamió el capullo, golpeteándolo con la ágil lengua. Luego lo devoró de arriba a abajo y se lo metió hasta el fondo, succionado como una ventosa. Repitió el ciclo tres veces. Luego, se la sacó y se la meneó de nuevo
a galope, tras escupirle y embadurnarle todo el mástil desde su inflamadísima y vibrante cabeza. El chico resollaba y se estremecía, derretido de excitación. María hizo otra vez más su mohín nasal y lo pajeó aun más rápido, sin compasión…. Clara le chupaba ahora el otro pezón, refregando las pequeñas y duras tetas sobre su torso desnudo y sudoroso. El chico relinchaba de puro deseo y, entre sonoros jadeos desgarradores, farfulló:
¡ Poorr…fa… voo..rr….no..nooo pueee…. dooo máááássss!… Me… voooy….a..a… cooo rreeerrrr….
Entonces ya sabes que se acabó el trabajo… – aseguró la madura empresaria con frialdad, sin dejar de machacársela al máximo –
Adriano tragó saliva y realizó un gesto de desesperada súplica, mordiéndose de nuevo los labios entre gañidos de agónico esfuerzo por contenerse. Con perverso regocijo, la Santos le soltó el tumefacto pene y se abrió de piernas, enlazando su muslo con el suyo y frotándole de nuevo con el pie sin parar…. Además, se abrió la blusa, mostrando las tetazas para provocarle aun más. El muchacho berreó y farfulló incoherentes suspiros balbucientes de pura angustia e incontenible placer íntimamente entremezclados, los ojos en blanco, el rostro brillante de sudor y desencajado, los labios húmedos de traspiración y babeante deseo. De repente, la poderosa empresaria liberó su enorme miembro y su amiga, sincronizada perfectamente con ella, dejó de excitarle con la lengua.
Mientras Adriano gemía y se retorcía, desesperadamente, intentando controlar los espasmos que fulminaban su tirantísimo escroto a punto de estallar, y su pollón ondulaba con sediento desamparo, surcado por borboteantes venas inflamadas al límite, pero sin osar tocarse, aferradas las empapadas palmas a sus propias cachas con infinita ansia, María Santos Benjumea ordenó con helada diversión, contemplándole de modo férvido y carnívoro:
Ahora nos vas a comer el coño… primero a mi querida Clara… y luego a mí. Y si nos das mucho placer, a lo mejor te hacemos el honor de ser cabalgado a tope por las dos, sin parar, una detrás de otra… Y procura resistir bien duro hasta el final… por tu bien….
La puretona rubia se relamió, abiertas sus largas y enjutas piernas, con la cabeza del chico bien enterrada entre sus blancos y delgados muslos.
Mama, mama mi coño, tío buenorro, hasta que me corra de gusto… – jadeó – y lámemelo bien, o te largas a la puta calle…
El muchacho, de rodillas y bañado en sudor, obedeció en el acto, con la vigorosa presteza de un perrillo sediento. Clara empezó a gemir de placer, haciendo oscilar su pelvis con creciente ritmo, mientras dejaba caer sin consideración alguna sus pantorrillas sobre los hombros del jovencito y aferraba sus rizados cabellos con la mano derecha, dirigiendo y aplastando su cara a lo largo de su vulva chorreante. La mujer estaba ahora casi desnuda, tan sólo se había dejado las medias y el liguero satinado, y su respiración pronto se convirtió en un resollar continuo punteado con fuertes berridos de puro deleite. Entretanto, su amiga María, asimismo despojada de sus bragas y minifalda, pero conservando aun la blusa casi del todo desabotonada, se dedicó a sonreír con pícara perversidad mientras les contemplaba. Poco después empezó a tocarse, jadeando cada vez más intensamente. La rubiales se movió más y más violentamente, enterrando y sofocando literalmente la cara del mulatito en su sexo, empujando sin piedad su cráneo contra él a dos manos.
¡To…maaa..ah, ah, aahh… chooocho, ooh.. toma chocho, ooh, ooh, oooh, caa..brooo…naaazo… – musitó entrecortadamente – haa… sss…taa aaah quee… ree… vien… teeesss…
La otra dama se arrimó a ellos y estiró una pierna, sin dejar de masturbarse y resoplar. Arrugó una vez más la naricilla y su pie se deslizó entre los muslos morenos y entreabiertos del postrado chaval, masajeando su polla semierecta.
Luego frotó sus huevos, volvió a estimular el miembro y vuelta a empezar. Repitió el ciclo cada vez con mayor intensidad, al compás de su remontante excitación y la ya frenética sucesión de brutales arremetidas y gemidos desaforados de la doctora. La verga volvió a ponerse dura como un mástil y ella jugueteó con los dedos sobre el glande, haciéndole enloquecer, torturándole… La rubiales contorsionó su duro rostro en bruscos rictus de agresivo éxtasis, justo a punto de correrse viva.
El pie y parte de la pantorra de María Santos Benjumea se movía ahora a galope, frotándole los genitales de arriba abajo, sin parar. Clara puso los ojos en blanco, bufó y orgasmeó como una fiera, bramando con profundos y roncos gemidos y machacándole la cara a caderazos al tiempo que él, casi ahogado por aquella masa de vello rizado y claro y rosados labios abiertos y rezumantes chupaba y succionaba el clítoris con desesperada ansia… La dama mantuvo su presa, restregándole la boca por su coño, haciéndole tragar y rebañar cada descarga de su imparable y abundante flujo…
María dejó que su amiga se regodease hasta el final y luego ordenó con helada exigencia, sin dejar al chico ni tan siquiera exhalar dos desesperados jadeos de pura sofocación… :
Ahora ven aquí, semental… me apetece jugar otro poco con tu tranca…
La dama le hizo colocarse entre sus piernas abiertas y, agarrándolo con fuerza por ambas nalgas relucientes de sudor, empezó a mamársela de nuevo a buen ritmo…
Y no olvides, macizote… no puedes eyacular por más que revientes de ganas…
El chico no tardó en debatirse entre ahogados gemidos mal contenidos, tensando las musculosas nalgas chocolate en un desesperado esfuerzo por resistir la violeta chupada sin derramarse… La empresaria lamía su polla con fruición, alternando fuertes succiones y lengüetazos al capullo con potentes pasadas de lengua y babeantes chupetones al enhiesto tronco… sin parar de menearle el cuerpo sin compasión, obligándole a un atormentador vaivén que lo llevaba al borde de la corrida en cada ataque. La rubiales se giró de medio lado y con una torcida expresión de pura perversidad, alargó las afiladas manos y palpó sus infladísimos testículos, frotando y apretando al compás en cada arremetida.
¡Qué huevazosss… – musitó, lanzando el férvido aliento sobre su cacha aceitosa de sudor – mmmm, los tienes reventones, tío buenorro… Ya no puedes resistir más…. ¿verdad pequeño?… Deben dolerte tanto …uhmmm, sí, creo que van a reventar – comentó con una risita tan procáz como cruel y refinada, apretándolos con vigor – sobre todo… porque no se te permite descargarlos de lechaza…. ¡Ay, mi niño, debes tenerlos inundados de rica leche calentita, a punto de derramarse…! Pero no puedes hacerlo… no, macizote… no queremos tu lefa todavía… guárdala un buen ratito más en estas enormes e hinchadas bolotas…
La dama mordisqueó y besuqueo su cacherola, sin dejar de magrearle sádicamente los cojones. La otra señora continuaba la felación, proporcionándole ahora largos y lentísimos mamazos alternados con rápidos latigazos húmedos con la punta de la lengua justo sobre el glande. El muchacho bramaba ya sin control, convulso en manos de las dos mujeres, con los ojos en blanco, semicerrados, entre desgarrados gemidos de agónica desesperación, agudos, trémulos, desvalidos como los de una doncella desflorada con brutalidad..
María interrumpió su tortura, le miró a la cara, desafiante, y murmuró, sin dejar de masturbarle con parsimoniosa suavidad:
No te preocupes, querida… nuestro lindo esclavito sabe bien que no puede largar la lechada sin nuestro
Permiso… Su lefa es nuestra… y no desperdiciará una gotita sin habernos dejado saciadas de cabalgarle al trote hasta dejarlo rendido…
El chico exhaló incesantes y sonoros jadeos, babeante mientras la señora madura se la meneaba un poco más rápido, sin compasión. La doctora rió y su delgada y larga mano palmoteó y sobó uno de sus morenos y fuertes muslos…
Tranqui, tío buenorro…. respira hondo y ni se te pase por la chorla eyacular…
María zambombeó un poco más, hasta llevarle al mismo borde del derrame y luego le soltó de golpe, riendo con lasciva malicia cuando el chaval se derrumbó entre quejidos y gemidos de pura desesperación.
La rubiales le sujetó por la espalda, impidiendo su caída, y le empujó hacia el asiento con vigor, mientras se pegaba por completo a su cuerpo sudoroso y musitaba en su oído, echándole el férvido aliento encima:
Shhh… ¡uy, como deben dolerte los huevazos y la trancota….pobrecito… ¡ Pero tú eres un niño muy apañao y aguantarás…., ¿verdad, mi semental, mi tío cachazas, mi nene buenorro…? Se sentó a su lado y le pasó un brazo por los hombros, besándole con suavidad en el cuello, la boca, el pecho…hasta mordisquear una de sus tetillas de nuevo, sin compasión.
La lengua se movió ágilmente. Adriano jadeó lastimeramente, los ojos cerrados, llorando y babeando de pura ansia, despatarrado, convulso de infinito deseo frustrado. María arrugó una vez más la naricilla y se acercó, mamándole la otra tetilla. Así siguieron un buen ratito, hasta que, de repente, la portezuela derecha de la enorme limusina se abrió, dejando paso a una recia joven