Nunca sabrás dónde ni con quien te espera una relación sexual

Nunca hubiera supuesto que llegaría a escribir un relato erótico para ser publicado.

Soy asiduo lector y me gusta la literatura erótica.

Como he disfrutado de numerosas situaciones de encuentros amorosos, siempre interesantes, en algunos casos sorprendentes y en otros muy arriesgadas por las consecuencias que pudieron derivarse, de ser conocidas en mi entorno familiar o profesional, describiré algunas.

No es una belleza, pero resulta una de las mujeres más atractivas que he conocido, elegante, sensual, con un cuerpazo impresionante de largas piernas, culo y tetas con personalidad propias, oliendo divinamente, pisando fuerte, segura de sí misma (aparentemente).

Tina apareció para decirme que «mi papá no está en estos momentos, pero me encargó que les atendiera».

Apenas estuvimos con ella diez minutos, pero me llevé un recuerdo imborrable de su falda escocesa, pantys negros, pullover ajustadísimo y unas manos activas, en constante movimiento, sugerentes, cuidadas.

Me llevé, también, una mediana erección, interesante, prueba del impacto que produjo aquella entrevista inesperada.

Y tuvo consecuencias: La relación profesional que me llevó a aquel contacto derivó hacia Tina y convencí a su padre, metido en demasiados negocios, que su hija podría representarle y cuidar de sus intereses en nuestra sociedad.

Y así apareció Tina una tarde en mi despacho, aprovechando su paso por la ciudad que, después lo supe, era su primera visita para seducirme, lo que le resultó muy fácil.

Una falda muy corta, unas sandalias lindísimas que dejaban sus preciosos pies desnudos, maquillada con gracia para resultar una mujer muy, pero que muy atractiva.

Cruzó y descruzó las piernas cien veces y otras tantas movió su melena rubia mientras yo le ponía al corriente de nuestros últimos movimientos empresariales, de manera inconexa, más atento a sus atractivos que a nuestros intereses económicos.

Mi pene estaba en todo su esplendor, oculto tras la mesa, apretando mi pantalón como hacía tiempo no sentía, desnuda en mi imaginación aquella hembra que me imponía un respeto excesivo, temiendo que me apasionara y que me hiciera pensar con la cabeza de la polla.

Y eso fue lo que pasó. Cenamos una noche con otro socio que quiso ligarla y, a una hora prudente, me pidió que la llevara hasta su coche.

No veíamos el momento de separarnos. Vestía provocadora, con generoso escote y falda corta, apretada, perfume selecto y labios brillantes, sugerentes.

Me acerqué para besarla, despidiéndome, y puso su cabeza ladeada, girándola levemente para que mi beso no se perdiera en la mejilla y quedara junto a sus labios, en la comisura, demorando el movimiento, suspendido el tiempo, sólo sintiendo una emoción olvidada, un cosquilleo intenso de subida de adrenalina y un deseo absoluto de apretarla, de sentir su cuerpo que rocé con mi polla en su cadera, al lado de su mano que no apartó.

El segundo beso fue en sus labios, entreabiertos, suavemente, con miedo de asustarla, delicadamente para que no se apartara, pero ya intensamente, mordiéndola, al sentir su respuesta encendida, apasionada, caliente, cachonda, mojándome con su saliva, preludio de otros jugos que encontraría entre sus piernas, buscando mi polla, jadeando y apretando mi cuerpo mientras yo recorría el suyo, espalda y culo rotundo, carnes prietas, muslos sedosos de crema y seda que recorrí apresuradamente, ansioso y alocado mientras le comía los labios y exploraba sus nalgas, un dedo entre ellas, mojado y avisado del deseo que Tina dejaba escapar sin disimulos, gimiendo, moviéndose para facilitar mi entrada. Vine por delante a buscar su coño mojado con mayor facilidad para encontrarme ante un manantial de miel y seda suavísima por el que me deslicé con deleite al tiempo que Tina apresaba mi polla y, con ansia, la estrujaba con fuerza.

Casi caímos al suelo mientras la introducía en mi coche, sin soltarse, abrazada y dejándose caer de espaldas en el asiento de atrás, descubiertas sus bragas y su coño empapado al que me dediqué sin demora.

Con la lengua, suavemente, arriba y abajo, sin tocar otra parte de su cuerpo, ni aún sus piernas, le comí con deleite, incansable, despacito, chupando el clítoris altanero y bajando al centro del coño inundado y más abajo, en los lindes de su culito que se venía hacia mi lengua, ansioso de ser la mido, entre gemidos de placer de Tina, enroscada sobre su cuerpo mientras intentaba agarrarme la polla. La tumbé hacia atrás y le dije que se dedicara, sólo, a sentir, que después llegaría mi turno y aceleré mis lametones y chupadas, la lengua en el ojete, la nariz en el coño, ahora mordiendo el clítoris y ahora con la lengua tan adentro como podía, acompasando los movimientos desesperados de Tina que subía su coño y apretaba el culo para correrse sin medida, a borbotones, llenándome la cara de sus jugos benditos y gritando «……así, así!!!!!…..sigue, por favor!!! Sigue..aaaahhhhhh ¡!!!!!»

Quedó abierta, desmadejada, con un poquito de saliva entre sus labios, los ojos cerrados y ausente, mojada hasta el alma, mientras recorría muy suavemente su pubis, el interior de los muslos, dejando caer un dedo en su culito, paseando las yemas de mis dedos por sus piernas, hasta los pies – uno de ellos descalzo – y le hacía cosquillas que apenas sentía, emborrachada de otras sensaciones más fuertes.

Se incorporó mientras disfrutaba mirándola, bellísima, agitada, palpitando acelerada, colorada del esfuerzo y el placer, mimosa en mi cuello, las tetas ¡olvidadas en ese encuentro ¡ saliéndose de sus preciosos sostenes – siempre usa ropa interior muy escogida, combinada, sugerente y descarada – y me pidió subir al despacho para arreglarse.

Pensé que se compondría el aspecto y terminaríamos el encuentro, pero apareció en recepción sin braguitas, con la blusa abierta y me dijo: «¡Ahora te toca a ti!». Me bajó los pantalones sacó mi polla que en ese momento estaba desorientada por el poco caso que le había hecho en medio de aquella situación y se subió a la mesa más próxima, se abrió de piernas como nunca pude imaginar que se abriría una mujer y me llevó a su coño sin respirar, ansiosa.

Ella acercó su cuerpo, ni siquiera tuve que empujar, y se abrazó con las piernas a mi espalda, impulsándose desde atrás, hundiéndome la polla hasta los huevos para que, antes de pensarlo, me corriera explosivamente en su coño, con uno y otro chorro se leche ardiente, en medio de un placer increíble, una corrida escandalosa de fuerza y gritos que no pude ahogar, loco de placer en aquel coño que notaba hasta el fondo, prisionero mi glande de otro aro interior que lo exprimía hasta sacar la última gota, derramado el torrente sobre la mesa.

Pensé en cómo vería aquel lugar al día siguiente y me entró una risa nerviosa, incontenible, que me hacía golpear el fondo de aquel coñito excepcional que no quería dejarme.

Ni su dueña, ahora desmelenada que quería correrse de nuevo y a la que dejé a medio placer con mi corrida apresurada, incontinente.

La bajé de la mesa, le hice girar y el espectáculo de aquel culo soberbio, bicolor de playa e intimidad, me hizo vibrar de nuevo, empalmado como un jovenzuelo, y le metí la polla hasta el fondo, abierta desde atrás, el culo en pompa con un ojete enrojecido por mis anteriores caricias que, en este momento, recibió mis dedos con entusiasmo mientras mi polla entraba , una y otra vez, en ese coño agradecido y ajustado que me enloquecía por momentos.

Tuve otro orgasmo que me salió de la espina dorsal, lento, intenso, fortísimo y largo como no recuerdo otro, con aquel precioso culo moviéndose, incansable, pidiendo guerra, cachonda Tina que se hacía una paja mientras la tomaba desde atrás, jadeante y loca en su segunda corrida..»…lo sabía…lo sabía……que me corro ¡!!! » aplastando mis huevos contra sus nalgas, goteándome el sudor en su espalda.

Sin desnudarla, dos polvos fantásticos, agitados. Una mirada de Tina caliente, asomándose a mi alma, enviándome un mensaje: «Estás perdido: No podrás vivir sin mí. Me perteneces.»

Quise recomponerme otra vez, ir al baño, pero no me dejó.

Se agachó y se metió mi polla en su boca, despacio, sabiamente, mirándome de reojo, cogiéndome los huevos con sus manos y metiéndome un dedito en el culo…

No puedo seguir contando la historia: Estoy masturbándome, ahora mismo, mientras me propongo llamar a Tina. Quiero esa mamada en directo. Os la contaré otro día.