Masturbación

Me llamo Elena. Una mujer bastante corriente, bueno quizá muy atractiva, de cuerpo no muy esbelto pero sí tremendamente sexy. Una de esas rubias naturales.

Me veo en la necesidad de contar esta historia para aliviar la sensación que tengo de mi misma de que soy una mujer un poquito rara.

No se trataba de la noche de bodas. Ya había hecho el amor con mi marido en otras ocasiones y por supuesto que antes me masturbaba con mucha frecuencia.

Lo curioso es que conseguía alcanzar orgasmos mucho más intensos y duraderos que cuando luego ya hice el coito con mi esposo.

Me introducía uno o dos dedos y parecía un animal salvaje. Una vez alcanzado el clímax sentía que había hecho algo malo y me sonrojaba.

Al poco volvía otra vez la pasión. Me imaginaba un buen falo dispuesto a atacar todas mis partes y entonces me aplastaba mis menudos pechos que estaban a punto de estallar, y me metía cualquier objeto puntiagudo por la vagina.

Me arrastraba suplicante por el suelo pidiendo a gritos un hombre. Me gustaba mucho el sexo pero más aún sabiendo que es algo prohibido. Me ponía mucho más cachonda.

Aquella noche, que como ya dije antes no era la de mi estreno, pasaba las vacaciones en un apartamento de Peñíscola.

Estaba tumbada en la cama como Dios me trajo al mundo. La sangre se agolpaba en mis sienes. Los latidos del corazón aumentaban.

Ricardo tardaba en venir y me empezaba a preocupar. Le podía haber pasado algo.

Me puse una toalla y salí en su búsqueda.

Abrí la puerta del dormitorio y me paré en seco.

Escuche una gran algarabía en una de las habitaciones. Así que acerqué mi oído a la puerta, de donde procedía todo ese jaleo.

Me llevé una gran sorpresa cuando oí la voz de mi marido.

Creo que me estaba engañando.

Mi corazón latía. Seguro que Ricardo pensaba que me habría bajado a la playa como todas las tardes pero en aquella ocasión me quedé dormida en la siesta.

Recordé que esa habitación daba a una ventana en el balcón desde donde podría ver todo lo que estaba sucediendo.

Sigilosamente fui hasta allí y miré por entre la persiana.

Lo que vi me electrizó. Era mi marido efectivamente que se encontraba con otra mujer que no era otra que, ¡mi hermana todavía adolescente!.

Vi como tenía su pene dentro de ella. Apreté mi puño con rabia y luego sentí una gran angustia. Estaba paralizada no sabía qué hacer.

Me senté en una mecedora para relajarme. Estaba temblando. Entonces me volví a levantar y mire de nuevo.

Entonces me fijé que la estaba penetrando por detrás, por el ano.

Era increíble.

Eso no lo había hecho nunca conmigo. ¡Así que mi hermana era toda una depravada!. Bueno los dos. ¡Ricardo que parecía tan modosito!. ¡Bueno a ella ya se le veía venir!

¡Que bárbaro como se la metía! ¡Qué bestia!.

Me di cuenta de que sentía un calor tremendo.

De cintura para abajo.

Me estaba acariciando el clítoris, también me metí los dos dedos.

Viendo a la guarra y al tonto. Bueno a los dos guarros.

Parecían estar sufriendo pero yo me movía cada vez más rápido, de pie, mirando entre aquella rendija, con mis dedos dentro, fuera, a izquierda y derecha, y con la otra mano más rápido y más lento hasta que de pronto sin quererme dar cuenta me llegó el orgasmo.

Las piernas no pudieron sujetar mi cuerpo. Caí hacia atrás y estando en el suelo tuve la sensación de que me corría una y otra vez.

No se enteraron de nada. Ni yo les conté lo que había visto.

Esta es mi historia.