Linda

Vivíamos en un pueblo muy pobre y mis padres, muchas veces, no tenían dinero para alimentar a todos sus hijos.

Yo era la hermana mayor de cinco hermanos. Tenía veinte años. Toda la vida la habíamos pasado trabajando.

Teníamos una pequeña chabola a las afueras de la ciudad donde todo era podredumbre y miseria.

Trabajábamos en el campo y cuando llegaba la noche todos volvíamos a casa y dormíamos en la misma habitación.

Una mañana mi madre me dijo que en vez de ir al campo tenía que ir a una dirección que me dio anotada en un papel.

Era una casa donde podría servir por algún tiempo. Vivía una pareja de ancianos muy ricos y necesitaban una sirvienta durante todo el día. Me alegré mucho de poder dejar el campo y poder trabajar en la ciudad.

Estaba encantada de la vida cuando llegué a la casa y Doña Carmen, la anciana, me entregó un vestido de sirvienta que debía ponerme. Me quedaba que ni pintado, un poco corta la falda pero muy bonito.

El señor de la casa estaba fuera y tardaría en llegar, así que la mujer me indicó todo lo que debería hacer. Todo me pareció muy fácil: barrer, fregar, quitar el polvo, etc. todas las tareas del hogar. Estaba esperando que llegara el señor para conocerle y darle las gracias.

Sobre las cinco de la tarde la anciana me indicó que iba a salir porque todos los días a esa hora se iba al club de las jubiladas y se pasaba la tarde con sus amigas.

Me dijo que el señor no tardaría en llegar, que no tuviera miedo, que no me haría nada que yo no quisiera y que le obedeciera en todo. Me extrañaron sus palabras un poco pero no quise preguntar y únicamente asentí con la cabeza.

Antes de salir por la puerta se giró hacia mí y me recordó que mi madre le había dado su palabra de que yo me portaría como era debido y que obedecería en todo lo que se me pidiera.

Me quedé un poco perpleja por su insistencia en que obedeciera, pero le indiqué que se fuera con tranquilidad porque haría todo lo que se me ordenara. Ella sonrió y salió de la casa.

Mientras estaba limpiando el polvo de la cómoda me pude fijar en el espejo que el vestido de sirvienta me quedaba de perlas.

Me apretaba las tetas y me las hacía más grandes de lo que yo pensaba que las tenía.

Nunca había tenido novio ni había conocido a ningún chico y esas cosas nunca me habían llamado la atención, pero ese vestido me hacía más mujer y pude darme cuenta. También me di cuenta de que si me agachaba hacia delante se me veían las bragas y me ruboricé un poco.

Volví a levantarme y a mirarme al espejo. Nunca me había fijado en mi cuerpo y ahora me daba cuenta de que ya era una mujer. Me acaricié los pechos para comprobar su tamaño y me extrañó el sentimiento que me recorrió el cuerpo.

Sentí un escalofrío en él, pero sobre todo en mi pubis que por momentos fue subiendo de temperatura. Como ya he dicho antes, en mi casa todos dormíamos juntos y muchas veces había oído y visto a mis padres hacer el amor.

La sensación que sentía ahora era la misma que cuando oía los gemidos de mis padres en pleno acto sexual. Mi mano rozó la falda y fue levantándola hasta llegar a mis braguitas. Me las quité y las tiré al suelo.

Ahora podía tocarme sin problemas. Mi cuerpo fue excitándose por momentos. Cuando iba a llegar a mi clítoris oí la puerta que se abría. Me aterroricé y salí corriendo hacia la cocina para hacer como si estuviera fregando.

Había llegado el señor. Un hombre de unos sesenta y cinco años, aunque parecía que tenía más edad por las arrugas de su cara. Era calvo y bajito, pero a simple vista me pareció buena persona.

-Hola. Tu debes de ser Linda.- me dijo nada más entrar en la cocina.

-Si señor.- le respondí todavía ruborizada por la escena anterior.

-Ven Linda al comedor, quiero hablar contigo.- me indicó mientras salía de la habitación haciéndome una señal con el brazo para que le siguiera.

Cuando hubo llegado al comedor se sentó en el sofá y me indicó que me quedara delante de él.

– Date la vuelta.- dijo.

Yo di una vuelta delante del señor y volví a quedarme enfrente de él.

– Me han dicho que eres obediente.

– Si señor, haré todo lo que usted me diga, soy su sirvienta.- le contesté para que quedara tranquilo de mi servitud hacia él.

– Ya veo, ya veo… estás muy, muy bien Linda.- pronunció como si pensara para sus adentros. Yo no supe por qué lo decía, pero no tardaría mucho en saberlo.

– Quiero que recojas tus bragas del suelo y me las des.- indicó muy serio y con voz ronca. Yo me quedé perpleja. No recordaba las bragas y ahora no podía ni moverme de la vergüenza.

– Vamos Linda, obedece.- mandó con voz más fuerte.

Yo no sabía lo que iba a suceder, tenía miedo de que me tirara el primer día, mis padres me matarían e intenté suplicarle que no lo hiciera.

– Señor, lo siento de verdad, no sé por qué lo he hecho, pero no me tire usted que mis padres me matan, haga conmigo lo que quiera, yo le obedeceré en todo, soy su criada se acuerda. Limpiaré todo cuarenta veces, pero no se lo diga a mis padres, por favor.- le supliqué llorando.

– No te preocupes Linda, ven aquí y siéntate en mis rodillas bonita.- me dijo mientras yo me quedaba un poco sorprendida de lo bien que se lo había tomado todo. Pensé que era muy buena persona y que sólo quería hacerme el bien. No dudé en sentarme en sus rodillas, pero una vez que lo hice él me cogió de la cintura y me tiró hacia él. Noté un bulto extraño debajo de su pantalón que aumentaba por momentos y me aplastaba el culo, ya que también me había subido la falda para que mi piel tocara su ropa. Él empezó a mover mi cintura de un lado para otro y esa cosa aumentó de tamaño por momentos. Yo no sabía lo que hacía y por qué, pero tenía miedo de que me riñera y no puse impedimento.

-! Oh sí Linda! Oh sí Linda! Sigue tu bonita, sigue te ordeno.- balbuceaba el señor de la casa.

No sabía exactamente el motivo de su excitación pero él quitó sus manos de mi cintura y yo empecé a moverme sola igual que él había hecho antes conmigo.

Su pantalón ardía contra mi sexo y yo empezaba a sentir algo que nunca había sentido. Se me escapó un gemido que no sabía que podía realizar.

El roce de su pantalón vaquero tan caliente me producía una excitación que no sabía muy bien a que se debía.

Me apoyé hacia delante con las manos en la mesita de enfrente del sofá donde estábamos sentados y seguí moviendo con más rapidez mi cintura.

Ahora empecé a oír con claridad como el señor gemía sin parar, como cuando mis padres follaban en la habitación.

– Vamos nena, arrodíllate y mámamela.- chilló extasiado de placer.

Yo cada vez más mojada sin saber por qué creí que lo mejor era obedecer como había dicho que haría.

Me arrodillé enfrente de él y me quedé mirando su pantalón que parecía que fuera a explotar.

No quería creer lo que había debajo de él, pero lo sabía perfectamente, por muy mojigata que pareciera, se la había visto a mi padre cuando se la metía a mi madre por su agujero, y por fin me di cuenta de que yo también quería que me la metieran.

Sin saber como mis manos se fueron hacia el pantalón para intentar liberar aquél miembro que iba a explotar de un momento a otro.

-Vamos, vamos, sácala de una vez y cómetela, vamos.- gemía con fuerza mi señor.

Yo sin hablar le desabroche los pantalones y le acaricié el bulto que le hacía el calzoncillo. Le bajé las dos prendas y por fin apareció una verga enorme. Tenía un tamaño gigantesco para lo viejo y demacrado que estaba mi amo.

Me dio un poco de miedo, pero las ganas que tenía de hacer lo que mi madre hacía con la polla de mi padre me lo quitó y quise imitar a mi progenitora.

Me la metí en la boca y oí como el viejo suspiraba de placer.

Me gustó que lo hiciera y seguí chupando y chupando su gran miembro. Era gordo y lleno de anillas.

Mi boca subía y bajaba sin parar, me di cuenta que me encantaba hacerlo y de que yo me estaba poniendo más cachonda a cada momento. Por fin oí como chillaba mi señor y sin darme tiempo a nada me saltó toda su leche en la cara.

– chúpala zorra.- me gritó y yo obedecí sin pensarlo. Me puso más cachonda que me llamara zorra y me tragué todo su semen mientras le limpiaba su miembro.

– Vamos nena, a cuatro patas como las perras.- su voz subía de tono a cada momento y sus órdenes me excitaban por segundos. Obedecí sabiendo lo que iba a hacer. Había visto gemir a mi madre como una perra mientras mi fuerte padre se la clavaba una y otra vez por el culo. Yo quería que ese viejo hiciera lo mismo conmigo. Noté como su lengua salivosa mojaba mi orificio anal para aclimatarlo a lo que le esperaba. Mientras tanto, con la otra mano me desabrochaba la cremallera del vestido y me dejaba completamente desnuda, únicamente con las medias que llegaban hasta mis muslos dándome un aire de puta increíble. Pensar que era una puta me ponía más cachonda y quise que me la introdujera toda dentro de mí.

-Te voy a clavar todo mi rabo como los perros lo hacen con sus hembras y quiero que chilles de dolor, como una zorra, cuando te la clave guarra.- Yo no sabía por qué utilizaba ese lenguaje pero no me importó nada, me excitaba y no sabía el motivo. Me acordé de como chillaba mi madre cuando se la clavaban por el culo y recordé que no siempre fue mi padre quién lo hizo. Ahora recordaba todo. Recordaba a mi padre junto a la puerta mientras alguien hacía gemir a mi madre de placer. Recordaba como, cuando se iba el hombre desconocido, le entregaba, al salir por la puerta, dinero a mi padre y también recordaba como después, éste, se follaba a mi madre llamándole zorra y puta como el viejo hacía conmigo. También recordaba las risas de mi madre, no sólo lo hacía por dinero y eso, a mi padre, le ponía más cachondo.

Estando absorta en estos pensamientos noté un gran estacazo en el culo que me hizo aullar de dolor una y otra vez.

Había sido un estacazo tan grande que había estrellado mi cabeza contra el cabezal del sofá.

No podía incorporarme de los golpes que me arremetía cada vez que introducía su gran polla en mi cuerpo.

Tampoco podía parar de chillar por el gran dolor que me producía aquello.

Le chillé que parara pero no me hacía caso, seguía clavando y clavando sin pensar en lo que yo pudiera sentir.

-No te preocupes Linda, pronto notarás placer y me suplicarás que no pare.- me dijo babeándome a la oreja, mientras sus manos me pellizcaban y sobaban los pezones.

No podía creerle pero tenía razón, porque al momento ese dolor intenso fue pasando a placer extremo y me sorprendí de que sin pensarlo mi voz a gritos le pidiera que no parara.

-Sigue cabrón, sigue y no pares de follarme, soy tuya y quiero que me des por culo como a una perra.- grité extasiada. Él reía sin parar y seguí machacándome y mareándome las tetas.

Mis gemidos eran tan fuertes, que en vez de cansar al viejo le excitaban cada vez más.

Parecía que no fuera a aguantar tanto pero era algo increíble que un viejo como él follara tan bien. Incluso me gustaba que fuera tan viejo y baboso, me excitaba mucho más.

-Voy a correrme Linda, gírate y chúpala como a ti te gusta.- me indicó.

Me giré hacia él que estaba de pie en el sofá y se la chupé esperando su leche como el niño hambriento espera su papilla.

Noté su semen cayendo por mis mejillas y con mi lengua intenté relamerlo todo. Yo miraba al amo con cara de celo y él gemía sin parar de reírse.

-Vamos mi zorra, obedece al amo y cabálgame.- me dijo mientras se tumbaba boca arriba dejando verticalmente su gran cipote peludo. Yo necesitaba mucho más y quería acabar la faena como había visto a mi madre hacerlo alguna vez con alguno de esos que venía por casa. Me tiré encima y fui lamiéndole entero, desde sus orejas, pasando por sus pezones, hasta llegar a su erguida polla. Se la chupaba mientras lo miraba y veía como gemía sin parar. Cuando ya estaba a punto me levanté y me puse de cuclillas encima de él. Tenía la punta de su cipote rozándome el coño chorreante. Lo rozaba y él se enfurecía de que no me la metiera, pero a mí me gustó ver que ahora yo era la que dominaba y, que ahora era yo la señora y él el perro babeante.

-Te gusta verdad?.- preguntaba yo con cara extasiada de placer y esperando enloquecer de placer al viejo.

-Vamos Linda, clávatela, clávatela ya de una vez, te lo ordeno.- gritaba enfurecido.

-¿Quieres que me la meta dentro, verdad?.- seguía preguntando yo mientras le rozaba el glande con mi coño ardiendo.

-Vamos Linda, hazlo por favor, necesito clavártela ahora o moriré.- empezaba a sollozar el viejo.

-No llores nene! Te voy a dar lo que quieres ahora y siempre. Tu has sido mi maestro y quiero que me lo enseñes todo. Yo te daré mi cuerpo para que experimentes y gimamos los dos de placer, pero eso te costará caro.- seguía diciendo yo mientras jugaba con su polla.

-Te daré todo lo que quieras, todo, todo.- gritaba confundido pero todavía caliente el viejo.

-Así me gusta, que tu seas mi perro y yo tu zorra.- y por fin bajé de golpe mi cintura y me incrusté con fuerza todo su miembro caliente y duro. Empecé a moverme con rapidez y noté que ahora el que gemía más fuerte era el anciano.

Me di cuenta de la fuerza que tenía mi cuerpo y todo lo que podía sacar con él.

Pensé que follar con el viejo me gustaba, que le podía sacar todo lo que quisiera tratándole bien y que mi coño lo agradecería, porque, a pesar de sus años, funcionaba como cualquiera de los tíos que por las noches se tiraba a mi madre en nuestra propia casa mientras miraba mi padre.

Lo que no sabía era que todo había sido una trampa, que yo estaba destinada en esa casa a acabar haciendo lo que estaba haciendo y que por detrás del cristal del comedor la vieja anciana miraba sin parar, pero eso será otra historia.