Me llamo Marta tengo 34 años, casada, morena, con un hijo de 10 años y he decidido contar mi historia, pues es algo que tenía ganas de que saliera a la luz pero nunca me he atrevido a relatarlo, ni a publicarlo, hasta que por fin me he decidido, mi marido se llama José tiene 42 años, nos queremos mucho y estamos tremendamente enamorados y no hacemos algo sin el consentimiento uno del otro.
Sexualmente estamos tremendamente satisfechos, pero un día me confesó los deseos de verme con otro hombre era una fantasía que le rondaba por la cabeza de hacía tiempo, al principio quedé sorprendida pues era algo que no se me había pasado por la cabeza y le dije que no me acostaría con nadie, siempre he sido una mujer de valores y no estaba dispuesta a pasar por ese trance ni aunque siquiera pasara por la cabeza de mi marido.
Pasaron los días y no volvió a surgir el tema, una noche cuando llegó José de trabajar me dijo que el sábado siguiente iban a hacer una cena de empresa y que estaban invitadas las esposas de todos los empleados.
Nunca he sentido predilección por este tipo de fiestas pero accedí con no muchas ganas, la verdad.
Me puse un vestido suelto azul marino con abertura en el lateral y un escote que marcaba perfectamente mis pechos a los lados, nunca me he quejado de ellos, utilizo una talla 98 quizá un poco caídos pero el sujetador siempre hace milagros, aunque a mi marido le entusiasman.
– Estás preciosa, me vas a poner celoso en la fiesta – me dijo José con una sonrisa maliciosa.
– No digas tonterías sólo tengo ojos para ti, y además sabes que estas fiestas no me agradan mucho, pero bueno ya que vamos habrá que ir decente- le dije dándole un beso en los labios.
José me cogió por la cintura y me abarcó pero yo le separé.
– Vamos que llegamos tarde – separándole y dándome la vuelta para terminar de arreglarme.
Llegamos a la fiesta, todo sonrisas y parabienes, José me presentó a su jefe Martín un hombre canoso ojos oscuros alto, aproximadamente 1,85, con buen porte y súper simpático podría decir que era todo un gentleman seductor, mientras mi marido nos presentaba sus ojos me recorrieron de arriba abajo.
– Un placer, espero disfrute de la velada – cogiéndome de la mano y acercándola a sus labios.
– Muchas gracias, no soy de grandes fiestas, pero espero disfrutar- le dije mirando alrededor de todo lo que nos rodeaba.
Las copas y los canapés empezaron a inundar la fiesta y quizá un poco el exceso de vino me alegró más de la cuenta, en un momento determinado me excusé diciendo que iba al baño y en el camino me topé con Martín.
– ¿Disfrutando?- me preguntó con una sonrisa que dejaba entrever sus dientes blancos.
– Sí la verdad, pensaba que estas reuniones serían un poco aburridas hablando del trabajo pero reconozco no está mal- le dije respondiendo a su sonrisa.
Me imantó la mirada de ese hombre que incluso me acaloraba y me hacía sentir frágil en mi fortaleza mental, estuvimos un rato charlando hasta que quise excusarme diciendo que iba al baño y preguntándole donde se encontraban.
– Están al final del pasillo y luego girando a la derecha, yo también voy allí así no te pierdes – me respondió con una mirada penetrante.
– De acuerdo – le respondí sin casi oírme a mí misma de los nervios que me entraron.
Nos fuimos alejando quedando el ruido del bullicio en un leve susurro y entramos cada uno en sus baños respectivos
Al salir y abrir la puerta noté su presencia ante mí, y sin saber cómo el pestillo se cerró y noté sus manos sobre mi cara besándome apasionadamente y atravesándome con su lengua.
– ¿Pero qué hace? ¡Suélteme! – Fue todo lo máximo que me dio tiempo a decir.
Sus manos empezaron a recorrer mi cuerpo mientras sus labios abandonaban los míos y se refugiaban en mi cuello y mis hombros, deslizando mi vestido hacia abajo, sus manos masajearon mis pechos a través del sujetador de encaje blanco que igualmente deslizó hacia abajo y aprisionando mis pezones con sus labios, aquello me derritió y me abandoné a un deseo incontrolable, los mordisqueó mientras sus manos subían mi vestido y con su dedo corazón buscó mi hendidura ya húmeda, quise cerrar las piernas pero mi excitación hizo que las abriera más facilitando una fricción intensa.
En pleno éxtasis mis manos sacaron el cinturón de su pantalón y bajando su cremallera saqué su polla ya en erección, comenzamos una masturbación mutua, incontrolable mientras nuestras lenguas se cruzaban.
Martin me soltó y dándome la vuelta me puso mirando sobre la pared apoyé mis manos en la pared mientras noté como mi vestido lo subía y lo hacía reposar sobre mis caderas y abriéndome las piernas su lengua empezó a recorrer toda mi hendidura mientras un dedo intentaba abrirse en el agujero de mi culo.
El chapoteo de su lengua sobre mi coño que no dejaba de emanar fluidos mezclados con mis gemidos cada vez más intensos inundaban el habitáculo del baño.
Empecé a notar como el glande de Martín recorría mi hendidura, friccionándola hasta que note un roce intenso que me invadía por dentro, notaba el roce de su gorda verga abrirse camino rozando mis paredes vaginales hasta que terminó de acoplarse por completo, notaba sus huevos rozar mi piel y tras unos segundos en los que permanecimos inmóviles empezó un movimiento rítmico, que fue aumentando de forma frenética, intensa notando sus empujones secos, fuertes, mientras sus manos aprisionaron mis pechos con fuerza.
– ¡Te gusta zorra, lo sé!, esto no te lo da el calzonazos de tu marido – exclamaba Martín entre gemidos ahogados.
– Dime que estabas deseando recibir una polla así de lo contrario pararé- añadió.
Mi mente me decía que debía acabar con aquello en esos momentos y marcharme pero mis manos intentaron sujetar sus caderas para que no se separaran, deseaba sentir esa dura polla en mi interior, era verdad que mi marido nunca había tenido tanta fogosidad y pasión por mucho que lo quisiera.
– ¡Sigue por favor no pares, empálame!.- le dije, perdiendo completamente la cordura.
Me sentí completamente aprisionada entre la pared y el cuerpo de Martin que temblaba y se agitaba de placer, hasta que dándome la vuelta y cogiéndome del pelo me hizo agachar hasta la altura de su polla brillante de los jugos que había desprendido, la aprisioné con fuerza entre mis labios mientras mis manos agarraban sus caderas, me folló la boca intensamente entre arcadas que sentía y me hacia sacarla llena de mi saliva que goteaba sobre mis pechos hasta que un chorro intenso de leche chocó contra mi garganta y un espasmo se apoderó del cuerpo de mi nuevo amante.
Desvié mi mirada hacia arriba viendo la cara de Martin extasiada mientras los restos de su semen resbalaban sobre mis labios.
Fue el comienzo de algo intenso, terminé por confesárselo a José y ante mi sorpresa me reconoció que una de sus mayores fantasías y que más le excitaban era verme con otro hombre, disfrutando mientras él nos observaba haciendo una perfecta función de sumiso y corneador.
El jefe de mi marido a partir de ese momento se ha convertido en mi amante fijo, ese hombre maduro pero muy atractivo, alto y con el cuerpo bien proporcionado, sus manos grandes y los dedos largos y gruesos. Es un tipo que me pone de lo más caliente.
Cada vez que se le presenta la oportunidad no pierde el tiempo para flirtear conmigo y siempre anda preguntándome cuando le invitaría a almorzar a casa conmigo y con mi marido, él aunque ya me folló por todos lados, siempre mantiene su postura de caballero. A José se le ocurrió que sería mejor que viniera a casa a cenar, porque así tendría la posibilidad de quedarse a dormir conmigo.
Mi marido no es en absoluto celoso, por lo que no me extrañó que extendiera la invitación a todo el fin de semana, esto lo conversaron ellos dos, con las condiciones establecidas por ellos mismos, sin consultarme nada, porque para ellos yo soy la puta que solo debe obedecer y complacer. Obviamente que en esas condiciones se estableció que mi marido le recibiría vestida de criado y así pasaría toda la noche, al servicio de su mujer y su corneador.
Al jefe de mi marido le encanta humillar a José. Estaba segura de ello, le gusta mucho follarme en las narices de mi marido y no sería la primera vez que también se lo folle a él. No podía evitar que mi coño se mojase cada vez que imaginaba esa situación tan humillante.
Llegó el viernes por la noche. Yo había elegido un vestido muy sexy para vestirme y José sugirió que no llevara nada debajo. Su jefe llegó puntual, trayendo un par de botellas de un vino francés muy caro y rico. Mi marido a modo de saludo se arrodilló ante él y le besó los zapatos en señal de sumisión y bienvenida. A mi me saludó dándome un beso en la boca y una buena magreada en el trasero.
La cena transcurrió sin mayores contratiempos, José sirviéndonos con su trajecito de fiel criado, como buen cornudo marica, los dos atentos uno con el otro como siempre, cuando creamos esta complicidad somos felices, porque sabemos que estemos con quien estemos, él y yo somos uno.
Fuimos perdiendo la vergüenza y el decoro al tiempo que vaciábamos las botellas de vino y su jefe no tardó en decir que lo que más le gustaba de mí era la forma como contoneaba las caderas y el trasero cuando caminaba. Agregó que cada vez que me veía moverme, deseaba follarme ahí donde estuviera, mi marido sonreía relajado ante cada comentario.
Terminamos de comer y mientras José se fue a preparar unos tragos, su jefe se ofreció a ayudarme a secar los platos. Una vez en la cocina, lo que menos hizo fue ocuparse de los platos, se dedicó a magrearme las tetas y el coño y a apretarme las nalgas con fuerza. Con prisa, me bajó el vestido hasta la cintura y empezó a amasarme las tetas, tirando con fuerza de los pezones. Su destreza hizo que dejara escapar un fuerte gemido de placer.
En ese momento mi marido entró en la cocina para avisarnos que los tragos estaban listos, su jefe no cesó en sus actividades… Ni José protestó por ellas, mi esposo se marchó y su jefe me desnudó por completo, recorriendo con sus manos y su lengua mis tetas, mis axilas, mordiendo y chupando todo mi cuerpo pero no me folló, al menos con su polla no, ya que con sus dedos sí, pues me los metió por todos lados. Cuando regresamos a la sala, José. advirtió que la cremallera del vestido estaba a medio cerrar y me guiñó un ojo.
Para entonces, ya habíamos bebido lo suficiente para perder las inhibiciones y mientras José se ocupaba de que el dormitorio estuviese listo para cuando su jefe deseara follarme, su jefe me besaba el cuello y acariciaba las tetas, me había subido el vestido y se dedicaba a toquetearme los muslos y el coñito con sus grandes manos.
Era una escena digna de verse. Yo estaba a punto de perder el control, con el jefe de mi marido chupándome y lamiéndome las tetas – ya fuera del vestido – a conciencia introduciendo hasta dos dedos en mi coño mojado, acariciándome el clítoris mientras con la otra mano me estrujaba con fuerza los glúteos. Empecé a jadear y a gemir entrecortadamente al tiempo que tomé el miembro del jefe y le di un par de meneos por encima de la ropa. La polla del jefe de mi esposo es grande, supera amplia y considerablemente a la de mi marido.
Ya me encontraba de rodillas, completamente desatada e intentando deshacerme de los pantalones del jefe. Él mientras tanto, se sacaba la camisa con parsimonia. Le desabroché la cremallera y el pene se disparó como un misil. La polla es enorme, bastante más grande que la de mi esposo, y súper gorda. Y yo sólo pensaba en las utilidades que le podía dar a tan magnífico instrumento. Lo deseaba entre mis manos, en mi boca y por supuesto, hundido hasta el fondo de mi vagina.
Volteé y me encontré con la verga del jefe rozándome los labios. Nadie tuvo que decirme lo que tenía que hacer. Abrí la boca, saqué la lengua y él me alimentó con su caliente polla. Mientras me follaba la boca, por el rabillo del ojo pude ver que mi esposo también se había bajado sus pantalones y estaba masturbándose mientras nos observaba.
Estar en aquella situación hacía que la vagina se me lubricara a mil y que los deseos de ser penetrada por aquella enorme verga aumentaran a cada momento. Estaba tan excitada mientras se la mamaba al jefe, que me resultaba imposible mantener los ojos abiertos. Y por este motivo no advertí que mi marido se había posicionado entre las piernas de su jefe y le estaba lamiendo las bolas…
Algo así era lo que había esperado toda la semana. Mamársela al jefe de mi marido mientras él se humillaba ante el macho alfa. Era fantástico tener aquella polla llenándome la boca. Podía sentir la carne voluminosa y dura de su verga golpeándome las mejillas y palpitando al contacto con mi lengua. Tenía la boca tan llena que la carne permanecía tensa, como el coño de una virgen.
Habría seguido chupando y succionando su polla hasta que se corriera en mi boca, pero mi macho hizo que me levantara y luego de deshacerse por completo del vestidito, me puso a cuatro patas en el sofá. Sin previo aviso, me agarró con fuerza de las caderas y me penetró de una sola embestida.
Empezó a follarme salvajemente, con una potencia y velocidad desmedidas, hundiendo una y otra vez su magnífica herramienta en mi coño. Reparé en mi esposo, que había vuelto a masturbarse, y lo miré con ojos vidriosos y lascivos. Quise decirle algo, pero de mi boca sólo salían gemidos y gritos de placer. De rato en rato su jefe me daba nalgadas que me hacían bramar como hembra salvaje en medio del más descontrolado apareamiento.
– “Eso es mi amor” – por fin escuché la voz de José – “Dale a nuestro macho lo que desea, cariño”- sin dejar de darle a su manubrio.
Su jefe me folló un buen rato, hasta hacerme tener un par de orgasmos brutales. Prácticamente perdí el mundo de vista mientras gritaba sin ningún control. Cuando acabé y recobré el sentido, me di cuenta que el jefe no había terminado aún, pero era el turno de mi marido, según su jefe, ahora él debía follarme, quería ver su rendimiento como marido.
Mi querido esposo me montó y con tranquilidad y destreza empezó a penetrarme. Aunque no duró tanto como ya sabía que pasaría, solo le bastaron dos minutos para regalarme un buen orgasmo antes de correrse. Seguramente sería el más excitado por aquella situación.
Todo aquel fin de semana fui de su jefe ante la lasciva y complaciente mirada de mi marido, esa noche su jefe y yo no dejamos de follar hasta que salió el sol. Me folló en todas las posiciones imaginables e incluso en algunas que no había sido capaz de imaginar sino hasta en aquel momento.
Sin embargo, lo que más me gustó fue un polvo en el que ambos se turnaban desde atrás para darme unas cuantas embestidas, de manera que llegó un momento en que no sabía cuál de ambas pollas se encontraba en mi agujero, bueno, creo que el tamaño les identificaba….. ¿no?.
Mi macho alfa se fue con la promesa de volver a repetirlo, pero como él también está casado, era difícil encontrar un buen pretexto para su esposa. Pasaron varias semanas y al fin pudo tener un fin de semana libre, pero aquella semana mi marido tenía que viajar a visitar a sus padres.
Sin embargo, pese a que habíamos mi marido y yo en que siempre estaría presente, tomamos la decisión de llamar a su jefe en su ausencia. Llegamos a la conclusión de que necesitaba sentir su enorme miembro partiéndome en dos y queríamos que me follara a su antojo, sin la presencia de mi esposo para que fuera más morboso,
José me pidió que a su vuelta le contara todo lo sucedidos con todo lujo de detalles así como que sacáramos fotografías para verlas a solas y masturbarse a su antojo.
Así fue como empezó una vorágine sexual que nos tiene totalmente absorbidos, nos gustaría entrara en juego su mujer pero eso es algo que a día de hoy se avista como algo lejano………pero no perdemos la esperanza de que el jefe de mi marido consiga convencerla.