Aventura on-line
Era sábado. Serían las once de la noche cuando, mi mujer y yo, nos dedicábamos a hacer «zaping» ante el televisor.
No ponían nada interesante y no teníamos nada de sueño, por lo que decidimos conectarnos a internet y chatear un rato.
Todas las salas de chat en las que habitualmente entrábamos estaban bastante flojas, y entonces se me ocurrió una idea divertida y morbosa, la cual, tras proponérsela a mi mujer, pusimos en práctica.
Primero buscamos un chat de sexo y accedimos a una de sus salas denominada «encuentros».
Acto seguido elegimos un «nick» sugerente (casada_infiel), a modo de anzuelo. Por último introdujimos un simple «buenas noches a todos» en el chat general.
El efecto de aquel «nick», en aquella sala de chat, no se hizo esperar.
Al cabo de unos segundos nuestra pantalla pareció volverse loca. Se abrían ventanas por todas partes con privados de gente interesada en hablar con «casada_infiel».
La mayoría de ellos decían frases como: «¿Quieres follar conmigo preciosa?»; «¿Tan infiel como para chuparme la polla esta noche?»; «Quiero correrme en tu boca zorra»; etc, etc, etc…
Por supuesto mi mujer y yo nos dedicamos a reírnos de aquellas barbaridades, tratando de elegir alguna para contestar.
De pronto algo nos sorprendió bastante. Un «nick» llamado «negrito23» nos abrió un privado que decía: «Hola buenas noches, ¿estás ocupada?».
Aquella humildad y cortesía de la frase, teniendo en cuenta la sala en la que estábamos, nos llamó tanto la atención que fue al único privado que respondimos.
Mi mujer tomó los mandos del teclado y empezó a conversar con «negrito23».
Tras el típico intercambio de datos averiguamos que «negrito23» se llamaba en realidad Samuel, tenía 26 años, estaba soltero y era un inmigrante marroquí residente en Madrid que trabajaba en una empresa de mensajería.
Conchi -así se llama mi mujer- le hizo creer que estaba chateando ella sola, para conseguir que su contacto estuviera más cómodo y relajado.
Le dijo que también vivía en Madrid, que tenía 40 años -que es su verdadera edad-, y que estaba casada, pero que su marido, es decir yo, estaba en viaje de negocios fuera de la ciudad.
Al principio mi mujer escribía sus mensajes y, antes de enviarlos me consultaba con la mirada para obtener mi visto bueno, pero, poco a poco se fue soltando ella sola hasta el punto de ponerse en el papel de estar verdaderamente sola, por lo que ya escribía y enviaba sus mensajes sin contar con mi aprobación.
Este hecho nos producía a los dos una buena dosis de morbo.
La conversación se fue sucediendo con total normalidad, contándose el uno al otro sus preferencias.
Después «negrito23» la preguntó por sus rasgos físicos, a lo que mi mujer respondió con toda sinceridad: «Piel morena, cabello rubio rizado, ojos marrones, 1’65 m., 60 Kg., bastante pecho y rostro atractivo». Su ciber-locutor respondió con los suyos: «Piel muy negra, cabello negro corto y rizado, ojos negros, 1’85 m., 75 Kg., cuerpo atlético y 23 cm. de pene».
Este último dato nos hizo entender el numero que incluía en su «nick» y que no coincidía con su edad precisamente.
Después nuestro amigo la preguntó si hacía honor a la verdad de su «nick», a lo que mi mujer contestó, entre risas nerviosas pero sin consultarme, que si, que era infiel a su matrimonio.
Esto pareció animar a «negrito23», que a partir de ahí comenzó a calentar la conversación.
En primer lugar la preguntó si sería capaz de engañar a su marido con un chico de su edad. Conchi contestó con un sugerente «¿por qué no?». Luego inició un test de preguntas sobre las preferencias sexuales de mi mujer:
«negrito23»; ¿Te gusta el sexo oral?.
«casada_infiel»; Si, muchiiiiiiiisimo.
«negrito23»; ¿Te gusta practicar el sexo oral sin condón?.
«casada_infiel»; Pues si, no me gusta chupar plástico.
«negrito23»; ¿Te gusta tragarte el semen?.
«casada_infiel»; Me apasiona su sabor.
«negrito23»; ¿Has probado el sexo anal?.
«casada_infiel»; No, pero no me importaría probarlo.
«negrito23»; ¿Te gusta follar sin condón?.
«casada_infiel»; Si, sinceramente me da más placer, además, como estoy casada, no tengo problemas si me quedo embarazada, pero en tu caso sería distinto debido al color de tu piel. Entiéndeme, si me quedara embarazada de ti, sería muy evidente.
«negrito23»; Jajajaja, si, eso es cierto.
Aquella conversación me causó tanto morbo que me empalmé sin quererlo. Conchi se percató de mi erección, y solo entonces me confesó que tenía las bragas empapadas.
Pero no solo me lo dijo a mí, sino que también lo puso en conocimiento de «negrito23». Este, confesión por confesión, añadió que se le estaba poniendo muy dura.
De pronto, «negrito23», envió un mensaje con su numero de teléfono móvil, el cual memoricé sin dificultad debido a su sencilla numeración, sin que mi mujer se percatara de ello, complementando este hecho con la frase: «Me gustaría oír tu voz Conchi.
¿Te atreverías a llamarme ahora?, o prefieres darme tu numero y te llamo yo».
Mi mujer, que estaba bastante excitada con aquel juego, antes de responder a aquella invitación, le preguntó: «¿Para que quieres oír mi voz?», a lo que «negrito23» contestó sin vacilar: «Porque además de oírla, me gustaría quedar contigo para follar».
Después de aquel último mensaje, mi mujer y yo nos miramos algo aturdidos.
La cosa estaba pasando a mayores, y era el momento de cortar la conversación sin más, o seguir hasta el final, asumiendo las posibles consecuencias.
Tras unos interminables minutos de cavilación, Conchi, una vez más sin consultarme, colocó el puntero del ratón sobre el botón «desconexión», y lo pulsó sin mas dilación. El chat se interrumpió. Salió de internet y apagó el ordenador con decisión.
Cuando todavía el ordenador se había apagado, mi mujer se giró sobre mí, me bajo el pantalón del chándal, me sacó mi erecto miembro y comenzó a chupármela como nunca antes lo había echo.
Tanto es así, que en apenas un minuto comencé a correrme de gusto en su boca.
Luego, tras tragarse hasta la última gota de mi copiosa eyaculación, me cogió de la mano y me llevó al dormitorio, donde hicimos el amor hasta tres veces seguidas. Después ambos nos quedamos dormidos hasta la mañana siguiente.
El domingo, después de comer, saqué la conversación del chateo de la noche anterior. Por arte de magia mi mujer y yo comenzamos a calentarnos de nuevo.
Entonces se me ocurrió una idea todavía más morbosa, que puse en conocimiento de Conchi. «Cariño, ¿porqué no llamas al móvil que te dio «negrito23″ y nos divertimos un rato?».
En un principio esta idea la pareció descabellada. «Pero cielo, ¿tú estas loco?, además, no recuerdo el numero que nos dio».
Tras comunicarla que yo si me acordaba e insistir un poco mas sobre el asunto, finalmente logré convencerla sin mayor dificultad.
Primero conecté mi teléfono móvil a un manos libres, para poder escuchar los dos a la vez la conversación. Después oculté el numero para que nuestro amigo –Samuel- no tuviera acceso a el.
Luego marqué el numero que había memorizado la noche anterior por su simpleza: 609-909190. Al segundo tono, una voz grave contestó al otro lado de la línea:
Samuel; «¿Aló?».
Conchi; «Hola, ¿eres Samuel?».
Samuel; «Si, ¿quién llama?».
Conchi; «Soy Conchi, la del chat de anoche. ¿Me recuerdas?».
Samuel; «Claro que te recuerdo cariño, ¿cómo estás?».
Conchi; «Muy bien, ¿y tú?».
Samuel; «Un poco aburrido, pero eso tiene fácil solución».
Conchi; «¿Ah siiii, cual es esa solución?».
Samuel; «¿Estas sola en casa?».
Conchi; «Si, mi marido se ha ido al fútbol, y no volverá hasta esta noche».
Samuel; «Perfecto. Entones dame tu dirección y voy ahora mismo».
Mi mujer me miró horrorizada, preguntándome con la mirada cual debía ser ahora su respuesta.
Yo tapé el micrófono del teléfono y la dije en voz baja: «dile que te lo vas a pensar y que le vuelves a llamar en diez minutos».
Así lo hizo, tras lo cual cortamos la comunicación.
Entonces comenzó un pequeño debate entre mi mujer y yo -Emilio-:
Emilio; «Cariño, dime sinceramente si te apetece follar con Samuel esta tarde».
Conchi; «Pero cielo, ¿estas hablando en serio?».
Emilio; «Si, estoy hablando totalmente en serio. Veras, quedas con él, le das nuestra dirección para que venga dentro de una hora.
Cuando venga, yo me escondo en la terraza, debajo de la ventana de nuestro dormitorio, y tu te lo follas mientras yo lo veo todo sin que él se de cuenta. ¿No te da morbo la idea?».
Conchi; «No me puedo creer que me estés hablando en serio. ¿No te importaría que te pusiera los cuernos con un desconocido?».
Emilio; «Al contrario. Si me pusieras los cuernos a escondidas si me importaría, pero con mi consentimiento y siendo espectador de ello, me produce un morbo que te cagas. ¿A ti no?».
Conchi; «Hombre, visto así, la verdad es que si que me da cierto morbo».
Emilio; «Pues entonces, no hay mas que hablar. Llámale y queda con Samuel».
Conchi; «Vale, como quieras».
Volví a marcar el numero de Samuel y mi mujer tras aceptar su propuesta, le dio nuestra dirección y le emplazó para que viniera en una hora, tal y como habíamos acordado.
Serían las cuatro y media, por lo que la hora fijada fue las cinco y media.
Mientras tanto, mi mujer pasó al cuarto de baño para ducharse. Luego, siguiendo mis indicaciones se vistió con una blusa de color fucsia escotada, sin sujetador, y una minifalda negra de cuero, bajo la cual se calzó unas medias negras y unos zapatos negros de tacón de aguja. Por supuesto no se puso bragas.
Luego se lavó los dientes y se perfumó generosamente.
Yo coloqué una alfombrilla en el suelo de la terraza, bajo la ventana del dormitorio, bajé la persiana un poco, y coloqué las cortinas entreabiertas, hasta el punto exacto en el que se podía ver el interior del dormitorio con nitidez sin ser visto. Todo estaba dispuesto.
Tan solo faltaba esperar a que dieran las cinco y media.
Exactamente a las cinco y veinticinco sonó el telefonillo del potero automático. Conchi se dispuso a contestar en mi presencia.
Conchi; «¿Sí?».
Samuel; «Hola Conchi, soy yo Samuel».
Conchi; «Te abro. Sube al 5ºA y no llames a la puerta, yo estaré esperándote y te abriré».
Samuel; «Ok preciosa, subo ya mismo».
En ese momento debo reconocer que un cierto pellizco en el estómago me recordó que un negro desconocido se iba a follar a mi mujer.
Pero no solo lo haría bajo mi consentimiento, sino que aquella situación había sido preparada por mí mismo.
Conchi también estaba algo contrariada, pero en ambos casos el morbo pudo más que el sentido común y el plan siguió su curso.
Mi mujer, tras pulsar el botón del telefonillo que daba acceso a Samuel al interior del portal, abrió la mirilla de la puerta y se encaramó a ella para ver el exterior del descansillo.
Al poco tiempo la puerta del ascensor se abrió. Conchi me hizo una seña para que ocupara mi lugar en la terraza.
Cerré tras de mí la puerta del salón y de la terraza. Me coloqué de rodillas sobre la alfombrilla, que previamente había colocado, tomando la posición idónea para poder ver el mayor ángulo del dormitorio, y permanecí a la espera de que mi mujer y Samuel accedieran a la habitación.
Supuse que estarían presentándose y que Conchi no tardaría en conducir a su potencial amante hasta el dormitorio.
Supuse bien, ya que al cabo de dos o tres minutos pude ver a mi mujer entrando en la estancia, seguida muy de cerca por Samuel, al que llevaba cogido de la mano.
Después ella se situó de perfil frente a los pies de la cama, con el muchacho frente a ella, de tal forma que yo pudiera ver perfectamente el panorama, sin ángulos muertos, tal y como yo la había aleccionado minutos antes. La verdad es que Conchi estaba preciosa.
Desde aquel ángulo podía observar el atractivo perfil de mi mujer, ataviada con aquella insinuante ropa. Samuel era un joven morito de raza muy negra.
Tenía el rostro terso y bastante atractivo para su raza y color de piel. Era muy alto y corpulento.
Su indumentaria era algo tosca: camisa blanca de seda muy ajustada -que resaltaba su masa muscular-, pantalón negro entallado -bastante macarra-, y zapatillas deportivas enormes blancas y azules. Supuse que la prenda de abrigo la habría dejado colgada en el recibidor, a petición de Conchi.
Al chaval se le veía bastante nervioso y algo cortado, por lo que mi mujer tomó la iniciativa rápidamente. Le cogió con ambas manos su cara y comenzó a besarle en la boca.
El chaval era cortado pero no tonto, y respondió al beso sacando su lengua para entrelazarla con la de mi mujer, al tiempo que deslizaba una de sus manos bajo la blusa de ella acariciándola los pechos.
Mi mujer ante aquella acción pareció estremecerse, emitiendo un suave gemido de placer.
Tras unos minutos de morreo, mi mujer se sentó sobre la cama invitando a su amante a que hiciera lo mismo. Una vez sentados continuaron morreándose la boca, pero esta vez, Samuel metió su mano libre por debajo de la minúscula falda de ella y comenzó a tocarla el coño, ya que mi mujer no llevaba bragas.
Ella respondió a ello con tocamientos en el «paquete», por encima del pantalón. Segundos mas tarde mi mujer le desabrochó la camisa y le ayudó a despojarse de ella.
Acto seguido se quitó ella misma la blusa, dejando al descubierto sus poderosos y erguidos pechos. Samuel hundió su cara entre ellos y comenzó a mordisquearla los pezones.
Después Conchi le desabrochó el pantalón y, poniéndose en pie se quitó la falda, conservando exclusivamente sus zapatos de tacón de aguja.
El se quitó las zapatillas de deporte. Después se puso en pie frente a ella y se quitó el pantalón, conservando tan solo sus calcetines blancos y un diminuto tanga de color rojo, bajo el cual se vislumbraba un fenomenal «paquete».
Esta vez fue él quien sujetándola la cara con ambas manos, la besó nuevamente en la boca.
Luego apoyó sus enormes manos en los hombros de mi mujer y la fue empujando hacia abajo, hasta conseguir que Conchi se quedara arrodillada frente a su «paquete». Sin pensárselo dos veces, mi mujer le bajó el tanga hasta los tobillos, momento en el que un enorme rabo semi-erecto quedó colgando entre sus piernas.
Conchi cogió el fenomenal miembro con una de sus manos y se lo metió en la boca.
Comenzó a chuparle la polla con la destreza y habilidad que desempeñaba en esos menesteres, hasta conseguir una erección total en pocos segundos.
Entonces pude comprobar que los 23 cm. eran ciertos, pero además se complementaban con un grosor considerable. La tenía venosa y descapullada, y sus huevos guardaban perfecta armonía con el tamaño de su aparato.
Conchi, tras unos minutos, hizo intención de levantarse, pero Samuel la sujetó la cabeza para impedírselo.
Estaba claro cuales eran los deseos del muchacho, o por lo menos mi mujer si se percató de ello, ya que rehusó su primera idea de levantarse y siguió mamándole la polla con el firme propósito de que se corriera.
A los pocos minutos Samuel comenzó a poner los ojos en blanco.
En un momento dado, de su hinchado capullo brotó un copioso chorro de semen que fue a parar directamente a la garganta de mi mujer. Luego, ella se la metió entera en la boca para recibir las subsiguientes descargas de leche, las cuales se fue tragando con total sumisión.
Finalizado el «primer acto», Samuel invitó a mi mujer a que se tumbara boca arriba sobre la cama. La separó las piernas todo lo posible y comenzó a lamerla el coño.
Debo reconocer que lo hacía como nadie, ya que en menos de diez minutos consiguió arrancar a Conchi hasta tres orgasmos seguidos.
Mi mujer gemía y se retorcía de placer sobre la cama, mientras la habilidosa lengua de Samuel la trabajaba el clítoris sin descanso.
Después Samuel se encaramó hasta cubrir con su cuerpo el de mi mujer. Por la ventana pude comprobar que la polla del muchacho estaba otra vez «armada».
Entonces la apuntó el capullo entre las piernas y comenzó a metérsela en el coño muy despacio. Primero la metió su enorme capullo.
Después fue apretando lentamente hasta hundirla los 23 cm. por completo. Una vez conseguida la penetración total, empezó a follarla con movimientos cortos y firmes de su pelvis. Conchi entró en éxtasis en pocos minutos, encadenando mas de cinco o quizá seis orgasmos múltiples, según pude contar desde mi escondite.
Las tetas de mi mujer se cimbreaban escandalosamente ante las potentes acometidas de su amante, el cual iba incrementando poco a poco la velocidad de bombeo. Cuando el ritmo fue infernal, mi mujer alcanzó el clímax total y empezó a gritar como una loca, y a retorcerse de placer como una perra en celo.
En ese instante, justo cuando mi mujer estaba a punto de perder el conocimiento de placer, Samuel la avisó de que su rabo estaba a punto de reventar.
El muchacho iba a salirse para eyacular sobre su cuerpo, cuando Conchi le rogó que siguiera hasta el final. Samuel, sin dudarlo, continuó jodiéndola hasta correrse estrepitosamente dentro de su coño.
Ambos, completamente sudados y exhaustos permanecieron enganchados besándose en la boca durante dos o tres minutos más.
Cuando finalmente Samuel se salió de ella, un reguero de lefa rebosó del coño de mi mujer.
Ella recogió todo el semen sobrante que pudo con sus manos y se las llevó a la boca para degustar aquel copioso y espeso elixir, mezclado con sus propios jugos vaginales.
Media hora mas tarde Samuel abandonaba la casa y yo mi escondite, donde me llegué a masturbar hasta tres veces ante aquel morboso espectáculo, que por cierto, pensamos repetir de mutuo acuerdo.