Capítulo 1
DIARIO DE UNA MERETRIZ
Me llamo María Dolores, pero todo el mundo me dice Lola, soy la mayor de cinco hermanos, provengo de una familia humilde del centro sur del país, mi padre era camionero y mi madre ama de casa.
Les contaré mi ya larga historia en varios capítulos, y empezaré por el principio.
Éramos una familia de clase media baja, pero una sucesión de acontecimientos nos llevó directamente a la clase baja, y por lo tanto a sufrir más de la cuenta en el aspecto económico, y ya se sabe cuando el dinero sale por la ventana, la felicidad lo hace por la puerta.
El carácter de mi madre se agrió, y lo pagó con sus hijos, raro era el día que no nos daba alguna paliza, y claro, yo al ser la mayor fui la que más cobré, ella pegaba como se hacía antes, duro y sin contemplaciones, me daba cada tunda que me quedaba temblando, y seguramente, hoy un día un psicólogo me diría que de aquella época me viene el gusto por los azotes.
El método de castigo en aquella época, era ese, cada error, cada suspenso, cada contestación y cada trastada en general se traducía en unos azotes, o en una buena paliza, dependiendo de la gravedad, en nuestra zona si la tunda te la daba tu madre era con la zapatilla, y si era tu padre, con la correa.
En mi casa los castigos estaban monopolizados por mi madre, era ella la dueña y señora de la casa, y nos llevaba a todos a raya, y cuando digo a todos incluyo a mi padre, no sé si él cobraba también, pero si no lo hacía,era porque, se acaba haciendo lo que decía mi señora madre, menuda era.
Mi infancia, pese a todo fue feliz, jugaba mucho con chicas y con chicos, y no tenía ningún interés en el sexo, hasta que de pronto algo despertó mi líbido. Mi primer contacto con el sexo fue con el cura del pueblo, no sólo era el cura, sino que también el maestro de religión en el colegio. Era un sobón asqueroso, baboso y cerdo, hoy lo veo muy claro, pero en aquella época ni yo ni mis amigas lo teníamos tan claro.
El muy cabrón se buscó un despacho en el colegio para, según el, seguir más estrechamente nuestros progresos como cristianos, sólo había una mesa grande, un sillón donde se sentaba, y enfrente una pequeña mesa donde nos hacía una especie de confesión.
A las chicas nos tocaba y manoseaba a su gusto, el muy cabronazo no sé cómo lo hacía, pero siempre encontraba la excusa para levantarse y ponernos las manos encima, empezaba por los hombros, y seguía manoseándote poco a poco hasta sobarte las tetas a base de bien, todo esto sin dejar de hablar.
Una tarde de finales de marzo justo antes de entregar las notas, fui yo la elegida, y me estaba dando un buen repaso, la verdad es que pese a que odiaba al baboso ese, esa tarde de golpe me sentí súper excitada, y me dejé manosear a base de bien, incluso me puse de pie con la excusa de tener calor y empecé a sollozar aduciendo estar muy preocupada por las notas, el muy cabrito me abrazó por detrás para consolarme
-Si suspendo otra vez alguna mi madre me mata.
-Mujer tampoco será para tanto, tu madre seguro que es comprensiva.
Él sabía de sobra que mi madre no tenía un ápice de comprensiva con la notas de sus hijos, de hecho estoy segura de que disfrutaba oyendo las historias de las palizas que nos pegaban nuestros padres, por eso decidí tensar la cuerda, y por primera vez en vez de huir de sus manoseos, lo que hice fue sacar el culo y provocarlo.
Pude notar perfectamente su erección, y aquello me excitó aún más
Eché también la cabeza hacia atrás enterrando su cara con mi melena, y siguiendo con mi teatro continué lloriqueando.
-Usted no sabe como es, me pega cada paliza que no me puedo sentar en una semana, mire hace dos días me pegó un palizón con la zapatilla que me dejó la suela marcada en el culo, ¿quiere verlo?
Pude notar como se estremeció ante mi propuesta, su paquete ya de por sí duro y grande ganó en dureza y grosor, y con voz temblorosa me dijo.
-Si hija, si, enséñame esas marcas.
Entonces por vez primera en mi vida utilicé las llamadas armas de mujer, me levante la falda poco a poco, puse cara de penita, y con una caída de ojos que no sé de donde copié, empecé a doblarme sobre su mesa como para recibir una azotaina, pero lo que hice fue bajarme las bragas, y subirme aún más la falda.
Me encantó ver como a don Manuel, como se le conocía en todo el pueblo, se le salían los ojos de las órbitas, y ahí fui por primera vez consciente del poder que tenemos las mujeres, y que ese poder, bien usado puede ser muy beneficioso para nosotras, en un mundo donde manda la testosterona, sólo se puede luchar con esas artimañas, y me propuse beneficiarme de todo ello.
-¿Te duelen mucho, hija?- dijo el muy cerdo mientras me tocaba las marcas que me había dejado la zapatilla de mi madre en el culo.
-Ay sí, mucho- contesté yo con voz lastimera.
Entonces el muy cerdo se arrodilló detrás de mí, y empezó a hacerme tiernas caricias sobre mi culito, debo de reconocer que aquello me enardeció, y al sentir sus suaves y blancas manos sobre mis nalgas, me entró una calentura que nunca había sentido, y todavía no me explico cómo, pero de mis labios salieron de la forma más sensual del mundo.
-Béseme, don Manuel, béseme ahí, por favor.
Y el vicioso y obediente párroco me besó con dulzura, yo me contoneaba como una pava moviendo el culo como una vulgar puta, y él me seguía moviendo su cabeza como si fuera un avestruz.
Tras los besos pude sentir su húmeda lengua, mi cuerpo reaccionó con un calambrazo de placer, aquello era subir el nivel, me dejé caer sobre la mesa y me abrí de piernas pensando, que sea lo que Dios quiera, y Dios quiso que su representante en la Tierra, empezará a besarme todo el culo con una avidez impropia de su tranquilo temperamento, alternaba besos con lengüetazos, intuyo que me lamía las marcas de los zapatillazos, pero pronto se cansó de eso, y quiso dármelo todo.
Noté su nariz en mi culo y sin solución de continuidad empezó a lamerme el ano, no pude reprimir un grito, primero de sorpresa, después de un poquito de asco, esa fue mi sensación, pero finalmente el placer se apoderó de mí y empecé a gemir como una perra, buf que gusto me estaba dando aquel hombre al que tanto odiaba, que tan mal me caía.
Creo que debo ser de las pocas mujeres a las que le comieron el culo antes que el coño, pero don Manuel no se conformó con comérmelo, a la vez que lo hacía me metió uno de sus dedos en el coño, y luego otro, al sentir la lengua horadar mi culo y un par de dedos invadir mi coño, me corrí dando un grito que debieron escuchar en todo el colegio.
Aquello asustó al párroco que me reprendió diciendo que tenía que tener más cuidado y tener más modales, y no había acabado de decirme esto cuando tocaron a la puerta, rápidamente nos recompusimos, yo me atusé el pelo y la ropa, y don Manuel ocupó el asiento detrás de su mesa.
Era el director que le había parecido oír algo raro, y el cura le dijo que sólo eran cosas de chicas estúpidas, me fulminó con la mirada, parecía decirme, nos has fastidiado la fiesta idiota.
-Bueno padre, pues le esperamos para la reunión, no tarde que quiero irme pronto.
-Descuide don Pedro, aún no he acabado con Lola, pero lo haremos mañana, ¿verdad que sí?
-Sí, don Manuel.
Cuando nos quedamos solos se acercó a mí, me agarró de una teta sin ningún pudor, y me masculló junto al oído.
-Mañana aquí a la misma hora, tú y yo tenemos mucho que hablar… ah y de esto ni una palabra a nadie, ¿lo sabes verdad?
-Si señor.
-Pues hala, a casa, y que no se te olvide lo de mañana.
No pude dejar de pensar en aquello en todo el día, aquel hombre pese al placer que me había dado me repugnaba, pensé en no acudir a la cita, pero podría ser peor, así que decidí acudir, pedirle perdón por lo acaecido la tarde anterior y que nos olvidáramos de todo, que equivocada estaba.
Cuando llegamos al despacho a la tarde siguiente noté la ansiedad del cura, en cuanto entramos cerró la puerta y como no tenía llave, atrancó la puerta con una silla, yo me asusté y quise aclarar todo cuanto antes.
-Don Manuel, siento mucho lo de ayer, no sé que me pasó, pero le juro que estoy arrepentida y…
-Cállate ya puta, hoy me toca disfrutar a mí.
Mi inocencia desapareció de golpe, pensaba que al ser cura tendría un mínimo de decencia, pero acababa de quitarse la careta, y lo que era peor se estaba desabrochando la bragueta, y ni corto ni perezoso se sacó una enorme verga, negra y fea.
-Ahora me la vas a chupar, seguro que con lo puta que eres no es la primera que te comes.
Pese a que la pobreza te curte, yo no dejaba de ser todavía una niña, y aquel lenguaje soez y agresivo, y la visión de aquel pollón me sobrepasaron y empecé a llorar, estaba asustada y muerta de miedo.
-Ven, tócala, ya verás como te gusta
Me quedé paralizada, y cuando lo vi acercarse hacia mí, me eché para atrás, huyendo de aquel monstruo, decía no con la cabeza y con la boca, algo que parece que no le gustó nada, cambió la cara de salido por la de cabreado, se metió la polla de nuevo, y empezó a quitarse el cinturón.
Abrí los ojos como platos, ese cabrón me iba a pegar por no querer comerme su polla, no lo podía creer. Se quitó el cinto poco a poco, mientras me miraba con cara de sádico, lo dobló en dos, y mirándome fijamente me dijo.
-¿Eres de las que necesita mano dura? SLASHHHHHHHHHHHHH
Y empezó a azotarme el culo sobre mi falda, me dio unos cuantos azotes por toda aquella habitación, y cuando se hartó de agarró del brazo, me manoseó a su gusto, sobre todo las tetas, y me echó sobre su mesa dejándome con el culo en pompa, y acercándose a mi oído me dijo.
-Ahora te voy a dar una paliza, que es lo que necesitan las putas como tu antes de comerse una buena polla, y más vale que no grites mucho, si no quieres que sea mucho peor.
Entonces el muy hijodeputa me besó la oreja, me metió la punta de su lengua en el interior mientras me sobaba el culo, yo no podía dar crédito a lo que estaba pasando allí, y más cuando metió su mano bajo mi falda y pasó de amasar el culo a tocarme el coño por encima de las bragas.
-Te gusta lo que te hago ¿verdad?
-No me gusta nada, cabrón de mierda.
Se irguió como un resorte, me levantó la falda, y empezó a azotarme el culo con una rabia tremenda, cuando se me bajaba la falda me la subía con rabia, y no contento con ello, me bajó las bragas, y siguió con la paliza
Cuando llevaba no menos de 25 correazos, paró y se volvió a sacar la polla, estaba sudando,despeinado, fuera de sí, yo lloraba por el dolor y por el miedo, entonces me cogió de mi larga cabellera y me amorró a su paquete.
-Cómetela si no quieres que te muela a palos, furcia, que eso es lo que eres una furcia.
Yo no entendía la rabia de aquel hombre a que se debía, seguramente a mi negativa, el pensaba que conmigo lo tenía chupado (nunca mejor dicho) y mi negativa lo desconcertó y lo ofuscó.
Yo pese a estar de rodillas, le empujé en los muslos y casi lo tiro, me volvió a mirar con cara de odio, se volvió a meter su polla y empezó a darme correazos, yo me revolcaba en el suelo intentando evitar los azotes, pero era imposible, me estuvo azotando como si fuera un animal, y cuando se cansó me dijo.
-No creas que esto va a quedar así, voy a ir a hablar con tu madre, y me voy a asegurar de que te de una paliza que no olvides mientras vivas, hija de puta, eso es lo que eres una hija de puta.
Yo me puse a temblar al oír la amenaza de mi madre, sabía que me mataría a palos, pero lo que me pasa en estos casos siempre, es que me vengo arriba, cuando la cosa está mal, no me arredro, así que me levanté y le dije.
Le puedes decir a mi madre lo que quieras, pero todo el pueblo sabrá que eres un hijo de puta malnacido, y si hace falta se lo contaré hasta al obispo, y si se te ocurre decirle algo a mi madre, te juro por mi vida que ahora mismo me voy al cuartel de la guardia civil y le cuento todo lo que me has hecho, cabrón, y les enseñó las marcas de tu correa.
Nadie me ha mirado con más odio en mi vida, aquel órdago me podía salir bien o muy mal, si le contaba algo a mi madre, estoy segura de que me daría un palizón de aupa, y seguramente la guardia civil ni me creería, y no pasaría nada, pero fuera por lo que fuera, nunca habló con mi madre, y me encantó ganar aquella batalla.
Además fui contándoles a todas mis amigas que don Manuel era un sobón que se había intentado propasar conmigo y con otras, lo contaba como un secreto, rogaba que no se lo dijera a nadie, que es la mejor manera de que la noticia corra como la pólvora, y creo que aquello dio sus frutos, porque ese cabrón jamás volvió a molestarme, ni a mi, ni a mis compañeras.
Continuará…