Capítulo 3

La chica perfecta III: El experto

Antes de empezar, quiero decir que este relato y los anteriores sólo tienen en común a su protagonista, Iria. En éste en particular, la adolescente habla en 1ª persona.

Comencé a masturbarme cuando tenía 12 años. Una tarde me quedé sola en casa, y fue realmente apoteósico; se lo había comentado a mis amigas, y me dijeron todo lo que debía hacer. Me desnudé completamente, me tumbé en la cama y comencé a acariciarme. Como me habían sugerido, empecé a fantasear con los chicos de clase. Al rato, sentía un cosquilleo agradable allí abajo. Después de probar a meterme un dedo, lo demás vino seguido: estuve masturbándome durante horas.

A los 14 años, ya estaba bastante formada: poseía unos no muy grandes pero sugerentes senos y el culo se me había modelado estupendamente. Ya empezaba a ser centro de comentarios subidos de tono y de miradas furtivas de los chicos. Frases del tipo «¡Menudo polvo tiene esa rubia!» las escuchaba habitualmente. Al sentirme más que nunca mujer objeto, mis masturbaciones habían aumentado su ya inconmensurable placer. Ahora, aprovechaba mi bello cuerpo para jugar con mis tetas, acariciarme el culo… Además, en esa época fue cuando me rompí yo misma el himen con un consolador que me habían regalado mis amigas.

Actualmente, a los 17, soy lo que se llama vulgarmente «una cachonda». Y no una cualquiera, por lo que oigo habitualmente por el instituto. Además de conservar mi tan alabable culo, mis pechos se han desarrollado a la justa medida para con mi cuerpo. Sí comento, también, que soy muy guapa (no lo digo yo, lo dicen los demás) y poseo una sugerente cabellera rubia, se puede decir que soy una jovencita muy, pero que muy apetecible.

Sin embargo, soy virgen. Y la razón es bastante curiosa: todo el mundo piensa a ciencia cierta que ya tengo novio, y que éste será un tío cachas y violento. Pero no es así; yo sigo con mis solitarias masturbaciones. Yo intento ponerle remedio, vistiendo todos los días provocativamente, con tops y pantalones ceñidos, mi ropa preferida. También hago pequeñas insinuaciones a mis compañeros de clase, pero ninguno se atreve a dar el primer paso; sólo piensan que soy una cachonda calientapollas. A veces, es como me siento… aunque no me desagrada demasiado.

El día de los hechos me sentía completamente excitada; ya hacía más de una semana que no me masturbaba. Aunque era la acción que más placer me daba en la vida, sentía que necesitaba a un hombre. Por eso, la frecuencia de mis tocamientos había disminuido considerablemente.

Cuando llegué a clase me fijé que había un chico nuevo. Según me contaron, se había cambiado hoy mismo porque se había equivocado al elegir su itinerario de estudios.

Estuve durante toda la hora observándolo de arriba a bajo: era el tío más sexy que había visto en mi vida. Alto, fuerte, musculoso… sólo de pensar en él ya me daba el calentón. En una de mis miradas, él se volvió y me observó fijamente; yo desvié la vista pero, al rato, no pude resistirme a mirarle otra vez. Y, de nuevo, nuestros ojos se encontraron: esta vez, ya no lo volví a mirar.

Acabamos las clases y me dirigí al baño a mirarme un poco en el espejo, pues soy muy coqueta. En un momento en que me quedé sola, alguien me tomó de los hombros y me metió en un servicio. Cerró el pestillo y levanté la mirada: era él.

— Hola, preciosa. Me llamo Dani, ¿y tú?

Le contesté a duras penas y me senté en la taza del water, pues estaba demasiado nerviosa.

— Antes me mirabas mucho, ¿no? – me quedé callada – Parece que te gusto…

Me puse más nerviosa y le hablé.

— Mi… mira Dani, no sé de qué me hablas; disculpa pero me tengo que ir.

Llevé mi mano a la puerta y él la detuvo, mirándome fijamente.

— Eres muy guapa, ¿sabes? – me acarició la cara; yo estaba que me derretía – No te preocupes, no voy a hacer nada si tú no quieres – se apartó como pudo de la puerta -. Puedes irte, si lo deseas.

Decidida, abrí la puerta y me encaminé a la salida. Sin embargo, me paré en seco: ese tío me había puesto a cien. Totalmente excitada, volví al servicio y cerré la puerta. Él me sonrió ampliamente.

— ¿Virgen?

Asentí levemente avergonzada, pues no podía comprender como siendo una jovencita tan bonita nunca nadie me había ni siquiera tocado.

— No te preocupes princesa – acercó sus labios a los míos, a lo que contesté abriendo la boca y cerrando los ojos-. Yo lo arreglaré…

Comenzó a besarme de una manera que me parecía sencillamente deliciosa. Jugueteamos con nuestras lenguas, al tiempo que sonaba el timbre de vuelta a las clases.

Separamos poco a poco los labios y sacó el pestillo de la puerta.

— Mañana, a la misma hora, te vuelvo ver aquí, ¿ok? – asentí – ¡Ah, una cosa!: ven con un top de tirantes y minifalda. Y… sin ropa interior.

Dicho esto, salió del baño.

Cuando llegué a clase, acalorada, decidí no mirarle. En vez de eso, pensé en lo que me había dicho: ¡era una ropa totalmente de verano! Sin embargo, me calentaba sobremanera ir vestida así. Sobre todo sin ropa interior…

Y, cómo no, al día siguiente aparecí vestida de esa forma tan erótica. Se notaba a la legua que no llevaba sujetador, así que todos los chicos me miraban con los ojos como platos. En los que llevaban chándal, noté unos bultos enormes en sus entrepiernas.

Cuando entré en clase, me senté y crucé las piernas: aunque era muy incómodo, si no lo hago dejaría a la vista de todos mi rasurado sexo. Al tocar el timbre, bajé al servicio. Esperé a que todos se fueran, y me metí en el servicio. Dani cerró la puerta y echó nuevamente el pestillo.

— ¿Qué tal el día, Iria? – dirigió su vista a mis pechos – ¿Muchas miradas furtivas?

Por inercia, crucé los brazos. Cuando me di cuenta de por qué estaba allí, me relajé y volví a bajarlos.

— Antes que nada, decirte que no va a ser conmigo con quien pierdas la virginidad: lo harás con la persona que ames. Yo, simplemente, te voy a enseñar a sacarle partido a tu espectacular cuerpo de adolescente.

Me apabullaba la naturalidad con la que hablaba. Con lentitud, me bajó los tirantes de mi top mientras me daba sensuales besitos en el cuello. Cuando mis pechos quedaron libres de toda sujeción, me sentí tremendamente cachonda: estar con los senos desnudos delante de un chico me hacía vibrar. Dani empezó a jugar con mis duros pezones, acariciándolos para luego pellizcarlos. Gemí de placer y me apoyé en la puerta.

— Nunca había sobado unos pechos tan suaves, Iria; eres una privilegiada.

Esto me halagó profundamente, pues me encantaba que me piropeasen. Cuando se llevó uno de mis pezones a la boca, tuve que morderme los labios para no gritar de placer: las tetas eran un punto muy sensible de mi cuerpo. ¡Anda que no habré jadeado yo mientras me las tocaba en casa! Me hizo sentarme, poniéndose él de rodillas.

— Sácate la faldita, preciosa.

Me la quité lentamente y me quedé completamente desnuda. Dani comenzó a darme besitos en los pezones, mientras bajaba a mi ombliguito y se detenía justo antes de llegar a mi caliente rajita.

— ¿Quieres que siga, princesa?

— Sí, por favor.

Cuando sentí su lengua hurgando en mi coñito, debo reconocer que me asusté un poco. Era una sensación de sumisión total que, por otra parte, me gustaba. Pero lo cierto es que me estaba proporcionando el mayor placer de mi vida. Toda mi entrepierna estaba brillante por la humedad debida a los flujos segregados por mi coñito y por la saliva de mi compañero de juegos.

— ¡Ummm, ahhh! Sigue, no pares… ¡Fóllame con tu lengua! Así, así…

El chaval empezó a acariciarme un pecho con su mano libre y a jugar con mis pezones.

— ¡Oh, Dani, cómo lo haces! Sigue, por favor, sigue…

Y no digo ya el gusto que me dio cuando me metió un dedito y me empezó a lamer el clítoris: súbitamente, llegué al orgasmo. Estallé en una inmensa ola de placer y mi chochito empezó a mojarse abundantemente.

— ¡Oh, Dios, qué lengua! Voy a correrme…

Dani, con experiencia, siguió moviendo acompasadamente su dedo dentro de mí y jugando con mi duro clítoris, lo que hacía que incluso me marease.

— ¡Me vengo otra vez, Dani! ¡Me estoy corriendo de nuevo!

Al acabar mi segundo gran orgasmo, me sentí súper mojada y tremendamente sucia: me encantaba. Me arrodillé y le bajé los pantalones, pero él se los subió.

— No me merezco que me des placer, Iria – sonó el timbre -. Por ahora…

Se iba a marchar, pero yo lo retuve.

— ¡Dani! ¿Manaña a la misma hora?

Al oírme decir esto a mí misma, me sentí como una vulgar zorrita. Sin embargo, debo repetir que me encantaba sentirme así…

— Sí, mañana a la misma hora. Ponte un vestidito de tirantes de una sola pieza para mí. Y ya sabes, muy cortito y sin ropa interior – me guiñó un ojo -. Hasta mañana, guapísima.

Al día siguiente desperté aún más miradas masculinas que el día anterior; iba realmente ligerita de ropa.

Nos volvimos a encontrar donde siempre, y él empezó rápido su tarea. Me bajó los tirantes y comenzó a jugar con mis senos con ilusiones renovadas. Esta vez, además de lamerme con ansia los pezones, les daba mordisquitos, haciéndome gozar intensamente.

Poco a poco, me bajó el vestido y me lo quitó. Se recreó con mi cuerpo desnudo y me digo que me pusiese a cuatro patas. Al hacerlo, pensé que por fin se había decidido a que le comiese la polla, pero no fue así: me dijo que me diese la vuelta. Yo me asusté, así que me negué.

— ¿Para qué quieres que me de la vuel… ahhh?

No pude terminar la frase, pues Dani me empezó a acariciar el coño.

— Quiero follarte por atrás, princesa.

Influida por la masturbación que me estaba propinando, acepté y dejé a su vista mis dos agujeros del placer.

— Túmbate y relájate.

Dani me separó las nalgas y me encontró el preciado orificio que pedía ser acariciado. Primero lo tocó con la punta de los dedos, lo cual me provocó un estremecimiento. Pero cuando empezó a lamérmelo no pude evitar lanzar un grito de gozo.

— ¡Ohhh, sí, fóllame el culo!

El experto metió dos dedos en mi coño para, acto seguido, dirigirlos a la entrada de mi ano. Cuando me los metió, tuve que reprimirme para no gritar de puro placer.

— ¿Te gusta, princesa?

— ¡Sí, sí! ¡Voy a correrme de gusto!

Me corrí entre gemidos y me desplomé sobre el frío suelo. Dani me dio un beso en la mejilla y sacó algo tintineante de su bolsillo. Cuando me incorporé y me senté en la taza del water, pude admirar el preciado objeto.

— ¡Unas bolas chinas! — ¡Sí! ¿Te gustan? ¡Ábrete de piernas, que te las pongo!

Estaba tan excitada que asentí sin dudarlo. Dani empezó a hurgar con su lengua en mi cuevita y moverla en todas las direcciones. Cuando comprobó que ya estaba suficientemente excitada, introdujo con cuidado las bolas chinas en mi caliente chochito. Una vez que mi lujurioso sexo las absorbió, el experto tiró del cordoncito para retenerlas en mi coñito.

— Levántate y contonéate – me mostré incrédula -. ¡Que sí, mujer, haz como si bailaras!

Al levantarme sentí algo nuevo; sentí tener mi coño lleno: y así era. Empecé a mover las caderas y noté como las bolas chocaban entre sí, produciéndome la increíble sensación de tener una docena de dedos jugueteando con mi rajita.

— ¡Umnnn, qué maravilla!

Me apoyé en la pared y comencé a moverme como si follara, descontrolada. Al rato, me corrí ruidosamente. Me desplomé en el suelo, extasiada. Dani, acariciándome el pelo, me dijo:

— Te has corrido como una vulgar zorrita, princesa – me abrió las piernas -. Es decir, te has corrido de verdad.

Con maestría, me sacó las placenteras bolas. Una vez sin ellas, sentí la necesidad de masturbarme frenéticamente. Lo agarré de los brazos y le supliqué:

— Dani, mastúrbame, por favor…

Me besó sensualmente y se levantó. Yo me arrastré y le cogí de las piernas.

— Por favor, méteme aunque sólo sea un dedito…

Se zafó de mis manos y se dispuso a marcharse.

— Ya he acabado mi trabajo, Iria: por fin puedes disfrutar libremente del sexo – me tendió la mano en señal de despedida -. Más adelante, tal vez, podamos hacer el amor. Pero sólo cuando, además de calientapollas, te hayas convertido en una preciosa chupapollas. Adiós.

Dicho esto se fue. Y nunca más lo he vuelto a ver…

Cachonda, mojada y bastante decepcionada, me coloqué el vestido y salí del baño. Pero, justo después, volví a entrar. La razón era bien simple: al no llevar bragas, mis fluidos bajaban por mis muslos. Me limpié y intenté relajarme parar de lubricarme. Sin embargo, me era imposible: una intensa excitación me invadía todo el cuerpo.

Cuando llegué al aula comprobé que Dani no estaba. Pregunté a una amiga y me respondió lo que temía: no sólo se había cambiado de clase, sino que se había ido a otro instituto. Resignada, lo acepté.

Ahora soy una chica nueva: ya he follado, me han chupado enterita, he comido más de una polla… Pero el experto no ha vuelto a aparecer. Sólo en fantasías…

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