Después la obligue a que fuera, completamente desnuda, a nuestro dormitorio, para que se trajera el regalo que traíamos para ella. Ingrid lo abrió delante mía, y así pude ver la sorpresa que reflejo su rostro cuando sacó de la caja un consolador doble, acoplado a un cinturón de cuero.
Pero María me dijo que a ella le había dado la impresión de que los perros actuaron por celos cuando vieron a su ama tocando las zonas mas íntimas del semental. Y, si te interesa mi opinión, yo coincido con María... porque sino los perros habrían salido antes y no cuando llevaban tanto rato en la cuadra.
A regañadientes accedí a que me volvieran a atar y amordazar, esta vez en el pequeño cuarto trastero, con la excusa de que así evitarían que les chafase la broma, a la espera de que apareciera Carmela a ponerse el traje de novia; que yo podía ver, muy bien puesto, en una esquina del cuarto, gracias al enorme espejo que las mellizas habían tenido la amabilidad de mover, para que a través de la estrecha rendija de la puerta pudiera ver todo el cuarto.
Porque María, ahora que ya no tenia que preocuparse por Belen, le estaba dejando por fin a Manolo maniobrar a su antojo... y el muy truhán no perdía el tiempo. Cuando su boca no estaba morreandola a lo desesperado estaba chupando y lamiendo su cuello como si fuera un helado de vainilla... y sus manos solo salían de debajo de su minifalda vaquera para meterse debajo de su top negro.
Lo primero que vi, cómodamente arrellanado en el sofá, fue un magnifico strip-tease, que no tenia nada que envidiarle al de las mejores chicas de alterne, en el que mi atractiva cuñada terminaba quedándose tan solo con un atrevidisimo conjunto de lencería, que no pude dejar de reconocer como el mismo que había comprado para Isabel tan solo unos días antes, con ayuda de mi cuñado.
Dado que mi mujer casi nunca usa pantalones no tenia grandes impedimentos a la hora de introducir sus largos dedos en su intimidad, e incluso en su trasero, para masturbarla violentamente, mientras la besaba con pasión, hasta arrancarle algún apagado suspiro o gemido de placer, como justificante de sus continuos y traidores ataques.
Cuando Raúl vio que la cosa iba en serio, en vez de interrumpir la fiesta, lo que hizo fue vengarse en mi cuerpo. Me hizo tumbar boca abajo sobre la cama, y me penetro, muy violentamente, por el agujero mas estrecho. Todo esto sin perderse ni un detalle de lo que sucedía en la otra habitación.
Desde ese día eran ellos los que solían venir a menudo por nuestra casa, o invitarnos a la suya, para hablar de negocios, o pasar la velada. Allí se turnaban en entretenerme; así, uno de ellos me daba conversación, para que el otro pudiera beneficiarse a mi esposa.
Mientras esperaba que le llegará una nueva remesa, mi esposa, comprensiva con sus clientes mas asiduos, cumpliendo así las órdenes que le daba Luis, les dejaba que permanecieran con ella en el interior del probador mientras se ponía las pocas prendas que le quedaban por vender.
Creía que venían, sobre todo Raúl, por mi hija, pero pronto me di cuenta que me prestaban mucha mas atención a mi que a ella. Sobre todo porque en casa suelo vestir con ropas mucho mas ligeras, y sin la odiosa opresión del sujetador, dejando que mis pesados senos se muevan en total libertad.
Mi nieta, en esta postura, podía absorber golosamente el afilado dardo que su tercer amante le introducía cómodamente en la boca. Al tiempo que este, arrodillado sobre la cabeza de su colega, compartía los voluminosos senos con el que le daba por detrás.
Estaba en la gloria, saltando sobre las olitas, y sintiendo la brisa en la cara. Papa me cogía de la cintura para que no me cayera y se reía mucho de mis grititos cuando saltaba y giraba con la barca.
Las enormes ojeras que lucía a la mañana siguiente me permitieron comprender que se había pasado bastantes horas pensando en lo que debía hacer; y su forzada sonrisa, la primera que le veía en muchos años, me declaraba vencedor absoluto del primer asalto.
Tenía las piernas bastante separadas para no molestarle cada vez que tenía que coger una herramienta de la caja, por lo que me extraño muchísimo notar el intenso roce de su ruda mano en mis sensibles labios menores, mientras sacaba una gran llave inglesa; cuyo áspero mango, al salir, aun rozo más a fondo mi intimidad, deslizándose insidiosamente por la rosada abertura.
Hasta el momento en que, deslizándose por mi cintura, se introdujo en la parte trasera de mis braguitas. Fue todo tan rápido que no me dio tiempo a reaccionar ni a quitármelo de encima antes de sentir su afilado dardo haciendo las veces de supositorio, y después me dio igual, pues el enorme placer que sentía bien valía la molestia de su intromisión.
Y, aunque en alguna ocasión he podido observar, haciéndome el tonto distraído, como durante las fiestas más alocadas algún que otro invitado exaltado le daba algún que otro cariñoso apretón intencionado, en aquellas carnosas zonas que se supone que no debía tocar, aprovechándose del estado de euforia que le produce el alcohol a mi mujer aun en pequeñas dosis, la cosa no había pasado de ahí.
Virginia disfruto de lo lindo viendo como el ser se alimentaba de mis gruesos pezones, bromeando acerca de las caras raras que yo ponía cuando sus tentáculos encontraban la manera de meterse dentro de mis bragas, alcanzando así mis castos orificios indefensos.
Lo cual era del todo imposible; pues, con solo mirar hacia abajo ya me daba cuenta de que la tenue gasa lo único que lograba era dar un curioso tono azulado a mis opulentos pechos, logrando que mis pezones destacarán aún más, gracias a su nuevo y llamativo color violeta oscuro.
Demostrando de esta curiosa forma que apenas había empezado a juguetear con mi espeso bosquecillo privado, deslizando su mano amorosamente entre mis rizos cuando sus dedos se introdujeron bajo el sujetador, adueñándose de mis sensibles pezones, obligándome a morderme los labios para que no oyeran desde el interior mis primeros suspiros de gozo.
Como estaba de rodillas entre las dos literas no podía oponerme de ninguna forma a la violenta penetración que me infligieron desde atrás, a traición. Aunque a esas alturas estaba ya bastante húmeda sentí un gran dolor mientras su larga espada rasgaba la frágil barrera de mi virginidad.