Síguenos ahora en Telegram! y también en Twitter!

El golfo II

Serie: El golfo

El golfo II

Unos días después mi tío me enseño uno de sus pícaros inventos.

Consistía en una curiosa plataforma acolchada que, situada junto a un abrevadero, me permitía tumbarme, muy abierta de piernas, boca arriba.

Como estaba un poco inclinada hacia atrás, mi tío, podía introducir, fácilmente, su enorme miembro en mi boca; mientras él me acariciaba, con toda comodidad, los pechos que tan a su alcance ponía.

Mientras yo chupaba ansiosamente su grueso pene él derramaba leche de vaca sobre mi desprotegida intimidad, para que el animal que había metido previamente en el cercado no dudara lo más mínimo en lamer a fondo mi tesoro, todo el tiempo que él quería.

Así que mientras que él no eyaculara yo tenia que soportar sus lameteos.

Con el paso de las semanas, la mayoría de los animales de la granja pasaron por el cercado.

Y, la verdad, es que todos, con mayor o menor rudeza, me hicieron disfrutar de lo lindo con sus ásperas lijas; haciendo que llegara varias veces al orgasmo, antes de que mi tío derramara su néctar dentro de mi boca, y parara el juego.

Miento, todos no, hubo uno que me hizo sufrir horrores, fue una cabra muy estúpida, que prefirió comerse mi vello púbico en vez de lamer mi dulce cueva.

Mi perverso tío se partía de risa, disfrutando con mis gemidos mientras el bicho me dejaba casi sin pelos.

Tarde bastantes días en olvidar el mal rato que este me hizo pasar, pues se negó a soltarme hasta que eyaculo, mientras la cabra se hartaba de comer.

Como Brutus seguía sin querer que mi tío se acercara, cuando me penetraba, este decidió probar con algún otro animal, y me obligo a hacer el amor con la misma cabra loca que me había dejado casi sin pelos.

Esta vez, después de que yo masajeara un rato sus partes, el animal no dudo en ensartarme, en cuanto me metí debajo de él.

Aunque no lo hizo del todo mal, yo seguía prefiriendo hacerlo con mi tío, el cual, esta vez, si pudo acercarse a nosotros; y disfruto como nunca, llegando, dentro de mi boca, antes de que lo hiciera la cabra en mi interior.

A partir de ese día el numero de amantes que tenia empezó a aumentar.

Lo malo fue cuando insistió en que me poseyera el cerdo; pues, aunque lo lavo bien a fondo para la ocasión, seguía dando muy mal olor.

Encima el bicho pesaba horrores, y apenas podía moverme; por eso, cuando me di cuenta de que se estaba equivocando de agujero, y me intente apartar, no lo conseguí.

Pase un rato horribles mientras el cerdo, en todos los sentidos de la palabra, me taladraba el trasero, virgen hasta entonces, con su curioso miembro en espiral.

No sé en qué momento exacto cambie de parecer; pues, aunque me seguía doliendo, empece a sentir un raro y placentero gustillo, desconocido hasta el momento, que me hizo jadear de gozo cuando alcance el violento orgasmo.

Quede muy confundida después de este gran descubrimiento, pues desconocía que podía sentir el mismo placer, o mas, por detrás que por delante.

Mi tío tampoco había practicado nunca este perverso tipo de sexo, pero, al oírme hablar con tanto énfasis del mismo, decidió probar también.

Aunque tuvo que esperar unos días, hasta que se me calmo el dolor que sentía en salva sea la parte, por culpa del cerdo.

Cuando, por fin, intentamos el experimento, tuvimos que insistir varias veces; pues no era nada fácil meter tan gran aparato por ahí.

Pero les aseguro que valió la pena el esfuerzo; pues, cuando lo logró, descubrimos un placer insospechado, con la ventaja añadida de poder eyacular dentro de mi, sin miedo al embarazo.

Solo el final del verano interrumpió nuestros placeres.

Todavía recuerdo el pequeño revuelo que forme en el aseo del cole cuando, en una de nuestras primeras reuniones de ese año sepulte un dedo en el culito de la compañera que estaba masturbando.

La muy golfa encadenó tres o cuatro orgasmos seguidos mientras succionaba uno de mis pechos ávidamente para que no se oyeran sus agudos gritos desde el pasillo.

Fue tal el éxito obtenido que ese año terminamos siempre con los traseros doloridos debido a la violencia con que nos masturbábamos por ahí las unas a otras.

El verano siguiente, además de repetir de todo lo ya narrado, en un montón de ocasiones, mi tío introdujo una nueva variación.

Puso la tabla al revés, y más baja, para poder acomodarse debajo, conmigo encima.

Una vez que estaba tumbado, me ponía yo encima, boca arriba, y él introducía su poderoso ariete en mi agradecido trasero; después era yo la encargada de derramar la leche en mi intimidad, para que me lamiera el animal de turno, mientras mi tío se apoderaba de mis tetas desde atrás, para estrujarlas cuanto quisiera.

Algunos animales se asustaban un poco cuando yo meneaba las caderas, buscando el máximo placer, sobre todo cuando alcanzaba un orgasmo.

Pero, en general, se acostumbraron al vaivén, y me hicieron disfrutar día tras día.

La única que no entraba en el cercado era la cabra loca, pues esta seguía empeñada en comerse los pelos de mi cueva, los cuales le gustaban mucho, al parecer.

Como esta solía andar suelta por el corral, cuando me veía distraída trataba de meterse bajo la amplia camisa, para depilarme a mordiscos.

Por suerte, como casi siempre tenia alguna de las perras lamiendo mi intimidad, no le daba la oportunidad de merendar pelos.

Hasta que un día, mientras limpiaba el gallinero, la muy astuta consiguió meterse entre mis piernas; y, antes de que yo consiguiera salir de la trampa en la que me había metido, me pelo completamente el conejo, a lo bestia.

Mi tío no la sacrifico, porque yo no lo deje, pero la encerró en un cercado de por vida.

Como durante unos días no podía hacer nada con las zonas bajas, debido al enorme dolor que sentía, mi tío se dedicó a untarme los pechos con nata, o mantequilla, para que los animales pudieran lamer a gusto mis sensibles tetas, mientras el me ensartaba fogosamente por detrás.

Era un cambio bastante divertido respecto a lo que hacíamos antes, pues me permitía contemplar, por primera vez, a los animalitos mientras me lamían con devoción.

Cuando me convencí de que no me iban a morder fue cuando mas disfrute de sus ásperas lenguas, mientras torturaban, divinamente, mis sensibles pezones con sus húmedas lijas.

Ese año empecé a salir con chicos del pueblo, pues mis enormes senos, aunque tratara de disimularlos con ropas amplias, eran un poderoso atrayente para los moscones.

Intente ser fiel a mi amado tío; y, la verdad es que no me resultó difícil, pues eran todos unos interesados, que estaban mas enamorados de mis pechos que de mi.

Yo les daba todo tipo de facilidades, dejándome besar y acariciar por todas partes, por encima, y sobre todo por debajo de la ropa, mucho más que cualquiera de mis amigas, sin oponer resistencia a sus dedos y su lengua; pero, en cuanto me convencía de que solo me deseaban por mi cuerpo, les abandonaba sin ningún tipo de piedad.

Por eso, aquel glorioso verano en el que cumplí los dieciséis, me entregue con más ardor todavía, si cabe, a mi amado tío, en el corral de las perversiones.

Ese año mi tío iba ya a por todas, decidido a llegar hasta el final, y me enseño los arneses que había instalado en el viejo granero, para inmovilizar a los animales.

Así yo podía situarme debajo de ellos, sin ningún temor; y, usando una especie de potro de gimnasia, que era regulable, podía hacerles el amor más cómodamente, siempre que le apeteciera a mi vicioso tío.

Al principio probamos con varios animales pequeños, para que yo me fuera acostumbrando; y mi tío se conformaba con que se la chupara, mientras yo disfrutaba de unas placenteras penetraciones.

Pero, poco a poco, los animales fueron siendo cada vez más grandes; y mi tío ya no se conformaba solo con que se la chupara.

Se metía debajo mía, y me penetraba por detrás, con frenéticos golpes; que, aunque me mataban de placer, me obligaban a introducir demasiado trozo, y demasiado rápido, de los enormes miembros, de algunos animales.

Hacia el final del verano mi tío trajo a Atila, un precioso pura sangre de unos vecinos; y, aunque me parecía imposible, conseguí meterme casi la mitad de su miembro en el trasero, mientras mi tío me ensartaba, desde abajo, con el suyo. Juro que jamás he estado tan llena, ni tan satisfecha como ese día.

Ese fue el último verano que pasé en mi casa.

El motivo fue mi hija Silvia.

Tantos años de sexo pasaron factura; y, en otoño, me di cuenta de que estaba en estado.

La noche que me cerciore de mi embarazoso estado fui al cuarto de mi tío, por primera vez desde que vivía con nosotros, a contarle mi problema, que también era suyo, ya que no podía esperar al día siguiente para decirle lo que acababa de descubrir.

Me lleve la mayor sorpresa de mi vida cuando, al llegar a su habitación, vi por la puerta entreabierta, a mi madre cabalgando fogosamente encima de su hermano, tumbados en la ancha cama.

Ella estaba totalmente desnuda, y se mordía la lengua para apagar sus gritos de gozo, mientras sudaba intentando alcanzar un nuevo orgasmo.

Me dije a mi misma que mi madre también tenia derecho a un poco de placer, que mi pobre padre no le podía dar; pero eso no evito que me marchara, llorando como una niña, a mi habitación.

El resto ya es sabido, cuando me negué a decir quién era el padre, mi madre me hecho de casa, y me vine a vivir a esta ciudad, con otros familiares más comprensivos.

Y de mi querido tío no quise volver a saber nada más; aunque, eso sí, le deje caer bien a las claras que él no era el padre de lo que esperaba.

Esto fue, más o menos, lo que les conté a ellos, mientras me acariciaban entre todos y me obligaban a detallar las partes mas escabrosas con todo lujo de detalles.

A Silvia la tenían de chupadora, haciéndola ir de un aparato a otro, para volver a ponerlos a todos en forma.

Como es tan hábil con su boca pronto los puso a tono, pero ellos esperaron a que terminara de contar mi historia antes de volver a poseernos.

Nada mas terminar la narración Raúl insistió en recordarme, con un buen ejemplo practico, lo que era tener dos miembros dentro, a la vez; y, situándose debajo mía, me penetro fogosamente, mientras uno de sus amigos se introducía por detrás.

Estaba tan entusiasmada con la experiencia que apenas si me entere de que a mi hija le estaba dando el otro chico también por el culo, en el sentido mas literal de la frase.

Cuando todos los picarones se fueron, cansados y felices, mi hija me confesó, bastante turbada por cierto, lo mucho que había disfrutado haciendo el amor con tantos hombres a la vez.

También me confesó que había sido mi tío, su padre, el que la había hecho alcanzar sus primeros orgasmos.

Por descontado que mi tío no sabía que era el padre de la criatura, pero aun así me sorprendió bastante oír su curioso relato.

Silvia me contó que, cuando íbamos al pueblo de visita, siendo ella todavía una niña, había visto, en un par de ocasiones, como mi tío me acariciaba, a escondidas, por la casa.

La verdad es que, aunque yo procuraba evitarlo en lo posible, cada vez que íbamos de visita, a ver a mi madre, mi tío procuraba aprovecharse de mi.

Si bien es cierto que él ya no estaba en edad de hacer el amor, se divertía horrores haciéndome llegar al orgasmo.

Como yo dormía con mi hija él esperaba a cojerme a solas, durante el día, para acariciarme los pechos por debajo del vestido, como solo mi tío sabía hacerlo, hasta conseguir que me pusiera lo bastante tierna como para dejarle que me masturbara, metiendo sus hábiles dedos en cualquiera de mis orificios.

Al principio solo usaba las manos, pero las últimas veces que le vi utilizaba unos curiosos palos labrados para hacerme gozar, sepultándolos en mis agujeros.

Creo que se pasaba todo el año tallando y puliendo esos palos solo con la esperanza de poderlos usar cuando yo iba de visita.

La verdad es que los manejaba realmente bien, y sus curiosas formas me mataban de placer.

Yo, los últimos años, estaba más preocupada por la salud de mi madre que por la progresiva falta de interés de mi tío, que achaque a su edad.

Lo que no sabía es que esa apatía era debida a que se dedicaba a disfrutar de mi hija, suya también sin él saberlo.

Mi tío se pasaba el día jugando con ella.

Y como los tiempos habían cambiado bastante, sobre todo en lo que a ropa de verano se refiere, podía permitirse el lujo de verle las tetas, bastante crecidas para su edad, sin que ninguna sospecháramos nada raro.

El muy pícaro seguía usando el viejo truco de las cosquillas para tocar también todo lo que veía, aprovechando el carácter juguetón de mi hija para plantar sus zarpas una y otra vez donde le apetecía.

Ni siquiera yo sospechaba de mi tío, a pesar de las horas que pasaba junto a ella.

Silvia me contó que el año antes de morir mi madre, en el que ella ya se había convertido en toda una mujer, con unos pechitos muy deseables, no dejo que se los ocultara ni un solo día, usando mil trucos para vérselos, y tocárselos, a la menor ocasión.

Silvia seguía siendo lo suficientemente niña como para acceder a sus juegos, y lo suficientemente mayor como para que sus expertas caricias no la dejaran indiferente.

Por lo que entre unas cosas y otras mi pequeña siempre andaba con sus lindos pezones al aire, deseosa de que mi tío se apoderara de ellos con cualquier excusa y le arrancara espasmos de placer con sus hábiles dedos.

Como yo siempre andaba ofuscada por mis problemas no veía raro que la jovencita rondará siempre alrededor de mi tío, sonriendo con indulgencia cuando veía que se quedaba dormida en el regazo de mi tío a la hora de la siesta, mientras contemplaba el televisor.

Yo no podía suponer que era entonces cuando más disfrutaba el viejo verde del apetecible cuerpo que se le ponía en bandeja, acariciando su cuerpecito con tanta precisión que en más de una ocasión se despertó mi niña con las braguitas mojadas por los fluidos que sus expertos dedos habían provocado al explorar su virginal cueva.

Pero ella callaba lo poco que suponía, pues prefería seguir disfrutando de sus caricias a montar un escándalo que de poco le iba a servir.

Fue ese verano, una tarde, cuando tuve que acompañar a mi madre a visitar a una amiga enferma, cuando mi tío se aprovecho de la situación, para poder abusar tranquilamente de nuestra pequeña Silvia.

El caso es que mi hija había estado tosiendo mucho toda la mañana, con un pequeño catarro veraniego, y mi tío se coló en su dormitorio, a la hora de la siesta, para ponerle una pomada en el pecho. Silvia se dejo quitar el camisón antes de untar la pastosa crema mentolada, sin desconfiar lo mas mínimo de la situación.

Y mi tío se puso las botas a base de bien, magreandole los bonitos senos sin ningún impedimento.

No paro hasta que no consiguió endurecerle los tiernos pezones puntiagudos, con sus enervantes caricias; momento en el cual le dijo que tenia que ponerle un supositorio para terminar de curarla.

Silvia, llorando, le dijo que no le gustaban, que le hacían mucho daño; hasta que mi tío la tranquilizó, asegurándole que conocía un medio fantástico para que no dolieran.

Cuando la hubo convencido la obligó a ponerse boca abajo en la cama y, tras quitarle las blancas braguitas infantiles, la abrió completamente de piernas.

Sin dudar lo más mínimo empezó a acariciar su intimidad suavemente, jugando con su suave vello púbico al mismo tiempo.

Aquello era una agradable novedad para Silvia, que permitió que explorara su intimidad sin quejarse lo más mínimo ante su enorme osadía.

Mi tío, bastante más animado ante su pasividad, empezó a masturbarla hábilmente, llevándola en pocos minutos al borde del orgasmo.

En ese momento le introdujo el pequeño supositorio hasta el fondo, acompañándolo en el estrecho recorrido con su dedo gordo, que se introdujo suavemente hasta el final.

Silvia, presa de un fuerte orgasmo, solo pudo menear un poco las caderas ante su intrusión, mientras el libidinoso la masturbaba por delante y por detrás, con todos los dedos a la vez.

Con estos frenéticos manejos pronto consiguió arrancarle otro orgasmo, aun mas violento, antes de que la pobrecilla se quedara dormida, de puro agotamiento, tendida sobre la cama, desnuda e indefensa ante él.

No sabe si paso algo más aquella tarde, entre los dos; pero si recuerda que, cuando se despertó, tenia otra vez puestas las braguitas, y que tenia un agradable escozor en ambos orificios como recuerdo de la velada.

El año siguiente, tras la muerte de mi querida madre, mi tío quedo muy hundido y apesadumbrado, y como tampoco se encontraba bien de salud, lo tuvimos que ingresar en un asilo-hospital para ancianos de nuestra ciudad, para que cuidaran de él, ya que nosotras no podíamos hacernos cargo de su cuidado.

Yo le visitaba siempre que podía; y, como me sentía un poco culpable por su aparente abandono no me importaba demasiado complacerle en algunos pequeños caprichos, cuando se marchaban sus compañeros de habitación.

Estos solían ser el enseñarle una teta desnuda, para que la tocara o chupara; o el bajarme las bragas, para que me viera, y magreara, a gusto, por delante y por detrás, explorando todos mis orificios.

Lo que yo no supe, hasta que Silvia me lo contó, es que a ella también le hacia lo mismo, pero delante de sus amigos, cuando iba sola a visitarlo.

La primera vez que lo hizo fue poco después de su santo, cuando llego a la habitación de mi tío y vio que este tenia una caja de regalo para ella, era un precioso sujetador, que Silvia nunca supo donde, o quien, se los compraba.

Él le rogó que se lo probase delante suya, y ella, atrevida como es, no dudo lo mas mínimo en desnudar allí mismo sus bonitos pechos, sin importarle nada que hubiera otro par de ancianos en la habitación.

No solo se lo coloco delante de ellos, sino que paseo un buen rato por la habitación con el puesto, para que todos vieran lo bien que le sentaba la pícara prenda.

Desde ese día, cada vez que Silvia iba a visitarlo, alguno de los ancianos que dormían con mi vicioso tío le daba una caja; y ella no dudaba en probarse los atrevidos sujetadores, y hasta las braguitas, delante del que se lo había regalado.

Al final hasta permitía que los pícaros vejetes le pusieran, y quitaran, las prendas, mientras la toqueteaban, con tal de poderse quedar después con los regalos.

Por lo visto un par de semanas antes de fallecer mi tío permitió que este le lamiera la almejita, a cambio de un precioso picardías que le había comprado. Así que el recuerdo de su hábil lengua es el último que le queda de su vicioso progenitor.

Yo también me sincere con ella, y le confesé que también lo había pasado bien con sus amigos, a pesar de todo, pero que me parecía un auténtico abuso lo que su novio había hecho con nosotras.

Ella, encogiéndose de hombros, me dijo que él era así, y que lo quería, en parte, por lo golfo que era. Después de una larga ducha nos quedamos, las dos, dormidas, la una en brazos de la otra, hasta bien entrada la mañana.

Fue Raúl el que nos despertó, casi al mediodía, cuando vino para quedarse a comer, como tenia ya por costumbre.

Mientras comíamos con las tetas al aire, como él nos había ordenado, para poder verlas, y tocarlas, cuando quisiera, nos dijo que sus dos amigos nos estaban preparando una agradable sorpresa para esa misma tarde.

Por mas que insistimos ambas no nos quiso decir nada más, dejándonos con la incógnita.

Esa tarde nos hizo vestir delante de él, sin dejarnos usar ningún tipo de ropa interior.

A mi me hizo poner un vestido de verano, bastante transparente, que permitía ver mis oscuros pezones, y la sombra de mi espeso pubis, a poco que uno se fijara.

A mi hija le obligo a ponerse un ajustado top de color blanco, que realzaba considerablemente sus hermosos senos desnudos, y una descarada minifalda de vuelo realmente corta que, debido al caprichoso viento, le hacia enseñar sus partes mas nobles a todos los que pasaban cerca suya.

Raúl se lo pasaba en grande metiéndonos mano a las dos a la vez, delante de quien fuese, para ver la cara de estupor que ponían todos al ver nuestra pasividad.

Antes de llegar, cuando todavía estábamos viajando en el autobús, hizo que mi hija se quedara de pie delante de un puñado de críos, y le levantó la minifalda para que todos los niños pudieran ver, entre caras de asombro, un hermoso conejo negro, al natural.

Nuestro destino final fue la céntrica consulta de un conocido veterinario, especializado en el cuidado y la cría de perros, que la vigilaba por las tardes el hermano de uno de los pícaros amigos de Raúl.

Eso motivó que tanto mi hija como yo nos pusimos bastante nerviosas, al ver por donde iba la famosa sorpresa.

El chico nos esperaba en la consulta vacía, junto con los otros dos compinches del vicioso novio, y no se le veía muy convencido de lo que iba a hacer.

Pero, cuando Raúl nos obligo a desnudarnos, por completo; y, después de exhibirnos ante él, le pidió que escogiera a una de las dos, cambió rápidamente de parecer.

Aunque dudo un poco, se decidió finalmente por mi pequeña Silvia; y, ante el beneplácito de su novio, la hizo tumbarse, boca abajo, sobre una camilla puesta de través.

En esa pose podía acariciarle cómodamente las tetas, mientras le ponía una buena inyección de carne por detrás, usando ambos orificios a placer.

Los amigos de Raúl ya habían hablado antes de que querían probar de meterse los dos, a la vez, dentro de mi; y Raúl les dejo, con la condición de que, mientras tanto, yo se la tenia que chupara él.

Yo nunca había hecho una cosa así y, al principio, fue difícil conseguir que todos ocuparan sus agujeros respectivos; pero, cuando lo lograron, todo fue como la seda.

Tuve múltiples y deliciosos orgasmos, antes de que los chicos llegaran dentro de mi; y si mi placer no fue completo se debió a que Raúl estuvo todo el rato torturando mis sufridos pechos, a base de fuertes apretones, sin olvidar los dolorosos pellizcos en ambos pezones.

Cuando todos hubieron satisfecho sus ansias, nos llevaron, desnudas, a la sala de los animales.

Allí se encontraban, aparte de los que se reponían de operaciones, casi una decena de perros esperando para recibir, al día siguiente, su vacuna contra la fertilidad, pues estaban en plena época de celo.

Fue a estos a los que tuvimos que acercar nuestras húmedas intimidades, para ver como reaccionaban.

Salvo dos que eran muy agresivos, y otro que prefería dormir a hacernos caso, el resto demostró, con sus ansiosas lamidas, que no era la primera vez que probaban a una mujer.

Sus húmedas lenguas me hicieron evocar los felices tiempos del corral, largamente reprimidos, y me entregue por completo a sus ásperos lametones, sin que Raúl tuviera necesidad de repetirme dos veces lo que tenia que hacer.

Mi hija, al principio, tenia bastante miedo de ellos, pero pronto se rindió al placer; y, era Raúl, el que tenia que obligarla a separar su culo de la jaula, para que pudiera probar a un nuevo animal, pues ella se negaba a moverse mientras el candidato siguiera lamiendo.

Según los iban seleccionando, los llevaban a otra sala, donde llegaron a reunir a siete u ocho hermosos perros; después nos ataron unas toallas a la cintura, para que no nos hicieran daño con sus uñas, y nos dejaron entrar.

No digo que nos obligaron, porque lo estabamos deseando ya las dos.

Ellos veían a través de un enorme cristal transparente como los perros se peleaban entre si, para ver cual era el afortunado que nos montaba.

El resto no permanecía ocioso y, mientras uno nos poseía, los demás nos chupeteaban el cuerpo, centrando sus lameteos en las ingles, los pechos y la cara.

A mi no me hacia mucha gracia sentir sus lenguas invadiendo mi boca; pero cuando llegaba al orgasmo, y la abría para gritar, no lo podía evitar.

Sin embargo a mi hija le gustaba horrores sentirlas, según me contó después; y era ella, la que buscaba, con su boca, la de ellos, para poder jugar con sus ásperas y largas lenguas todo el rato.

No salimos del cuarto hasta que, varias horas después, nos convencimos de que ninguno quería volver a repetir; pues todos nos habían montado, como mínimo, un par de veces.

Luego nos dijeron que hubo un semental que lo hizo tres veces con mi hija y otras dos conmigo, pero se negaron a decirnos cual era, para que no nos encariñásemos con él.

Afortunadamente había una ducha bastante completa en el aseo de la consulta, y pudimos lavarnos, por todas partes y a conciencia, antes de marcharnos de allí.

Como aún era bastante temprano nos invitaron a tomar algo en una terraza de verano, para que todos recuperáramos las fuerzas.

Los amigos de Raúl aprovecharon que mi vestido era amplio para poder meter sus largas manos por debajo, y acariciar a conciencia mis orificios, desprotegidos por la falta de ropa interior hasta que me volví a poner tierna.

Raúl, mientras tanto, se estaba dando el gran lote con Silvia, manoseándola y obligándola a lucir su desnuda intimidad a cada momento, debido a la corta minifalda, para alegría de todos los que pasaban por allí.

Pero, a mi hija, eso, en vez de cortarla, la excitaba; y era ella la que se abría bien de piernas para que la gente pudiera ver bien su lindo y velludo felpudo.

Nos marchamos antes de acabar las consumiciones, pues estábamos deseando llegar a casa, para seguir jugando. Decidimos usar el metro, aunque sabíamos que a esa hora estaría lleno, para llegar cuanto antes.

Nada mas entrar en él, debido a la cantidad de gente que había, no tuvimos mas remedio que separarnos unos de otros.

Yo fui a parar junto con Raúl al centro del vagón, desde allí vi como los amigos de este se las habían ingeniado para quedarse apretados junto a un grupo de alegres quinceañeras.

Silvia había ido a caer casi al fondo del vagón, junto a un puñado de chicos con muy malas pintas, que enseguida empezaron a decirle piropos soeces al oído, acosándola impunemente mientras la devoraban con sus sucias miradas; pero, cuando ella hizo ademan de venirse junto a nosotros, Raúl, con un par de explícitos gestos de cabeza, le indico que se quedara donde estaba.

No vi lo que paso después, pero luego me enteré de que, en cuanto empezaron a meterle mano por debajo del top y la minifalda, con muy poco disimulo, y vieron que no llevaba ropa interior, no dudaron en arrastrarla a un rincón para poder violarla mas cómodamente.

Como ella se dejaba llevar sin oponer la mas mínima resistencia, no tuvieron ningún problema en situarse uno detrás; para, subiéndole la breve minifalda, meterle el grueso estoque hasta la empuñadura, mientras el resto la besaba y acariciaba.

Aunque se fueron turnando entre ellos, lo mas rápido posible, para que todos la pudieran penetrar, llegamos a nuestra parada antes de que terminaran; y Raúl y sus amigos tuvieron que armar un buen follón para que la dejaran venir con nosotros, pues insistían en querer llevársela ellos.

Yo no me entere de nada pues, en cuanto arranco el metro, me encontré con un señor mayor sepultado entre mis grandes pechos.

El hombre intentaba separarse todo lo posible, pero la gente no le dejaba; Raúl no dudo ni un momento en hablar, al oído, con él.

El vejete, al principio, daba muestras de desconcierto; pero, cuando Raúl me levanto, con disimulo, el vestido, para que viera que no llevaba nada debajo, no se lo pensó dos veces.

Metió sus dos manos entre mis húmedos muslos, y me demostró que es cierto que sabe más el diablo por viejo que por diablo, acariciándome con una habilidad increíble, que me hacía alcanzar unos orgasmos increíbles.

Estoy segura de que si Raúl no hubiera estado situado detrás mía, ahogando con sus lujuriosos besos mis gemidos, me habría caído al suelo, de tanto placer como sentía.

Raúl, metiendo sus manazas por el escote de atras del vestido, me amaso los pechos, con su brutalidad de costumbre; logró, también, sacar uno de mis pezones por entre los botones de delante, para que el vejete tuviera su ración.

Me lo chupaba con el mismo ansia que un niño de pecho, haciendo que se endureciera horrores, y estoy convencida de que al hombre le dolió, casi tanto como a mi, tener que bajarse un par de paradas antes que nosotros; pero, eso si, me dio un alegre mordisquito en toda la punta, como despedida, antes de bajarse.

Los amigos de Raúl tampoco perdieron el tiempo, pues estuvieron todo el rato jugando a ver quién metía más mano a las colegialas de los dos.

Estas, por lo que luego contaron, callaban para no montar el espectáculo; y, aunque no daban facilidades, les dejaron toquetearlas bastante más de la cuenta, por todas partes. Sobre todo las que tenían la mala suerte de llevar falda, y que eran presa fácil para sus largas y viciosas manos.

No se cuanto habrá de verdad en su pícara historia, pero lo que si es cierto es que uno de ellos se bajo del metro con el salva-slip de alguna chica de recuerdo, y que las manos de los dos olían a intimidad de mujer.

Fue una noche salvaje, en la que no paramos ni para cenar.

No se como termino la orgía, solo se que me quede dormida con el miembro de uno de ellos en la boca como si fuera un chupete, mientras otro seguía penetrándome por detrás.

Mi hija se despertó con el miembro de uno de ellos todavía metido en su cálido trasero, y yo con el novio de mi hija metido entre mis tetas, chupándome un pezón, mientras el otro chico seguía abrazado a mi espalda.

Tarde varios días en recuperarme del todo; pero, eso si, en la oficina pronto se dieron cuenta del cambio que había pegado a mejor, y empezaron a salirme aduladores por todas partes.

Raro es el día que Raúl y sus amigos no se dejan caer por casa, para divertirse con nosotras, haciéndonos gozar con ellos, con animales, con utensilios, y lo que es peor, obligándonos a hacerlo con otras personas.

Yo nunca acepto hacerlo con desconocidos, pero mi hija se esta convirtiendo en una pequeña pendona por convicción propia, para alegría del golfo de su novio, que sabe como sacar buen provecho de su vicio.

Todo empezó como una broma, el día que mi hija recibió al chico del butano ataviada con su camisón mas transparente, sin nada de ropa interior debajo.

Nosotros estábamos ocultos en otro cuarto, pues querían ver hasta donde era capaz de llegar; porque, a pesar de ser un poco retrasado, todos sabíamos en el barrio que le encantaban las mujeres.

El caso es que nada mas entrar el joven por la puerta se le quedaron los ojos como platos fijos en los innumerables encantos que mi hijita dejaba a la vista.

El pobre aguantó bastante, con un considerable abultamiento en el mono, sin atreverse a apoderarse de lo que tan en bandeja le ponían.

Pero cuando mi hija, en el colmo de la picardía, se agacho debajo del fregadero para dejar sitio a la bombona, enseñándonos a todos su níveo culito respingón, fue ya demasiado.

El chico se olvido de todo e introdujo la mano en los acogedores agujeros que la estaban aguardando.

Mi pequeña, lejos de asustarse, separo aun mas las piernas, para facilitar las maniobras del muchacho y prolongar nuestra diversión.

Lo que ninguno podíamos suponer es que el chico una vez lanzado decidió jugárselo el todo por el todo; y, con cuatro movimientos desenfundo un descomunal cipote, totalmente preparado para la acción.

Antes de que acertáramos a reaccionar ya la había empalado con sus violentos envites, firmemente aferrado a sus caderas para poder profundizar hasta el final.

Si no intervinimos fue porque pronto llegaron hasta nuestros oídos los apasionados jadeos de placer de mi hijita, mezclados con los apagados ronquidos del muchacho, para informarnos de que la pequeña desvergonzada estaba disfrutando horrores con la aparente violación.

Raúl, que había estado todo el tiempo acariciando mis enormes pechos desnudos, me obligó a agacharme aún más, deshaciéndose de mis bragas para poseerme de idéntica manera a la que estábamos viendo.

Me perforaba con tantas ganas que pronto tuve que amorrarme al grueso pilón que uno de sus amigos puso a mi alcance para que mis gemidos no se oyeran por todo el piso.

No supe que todo había acabado en la cocina hasta que mi hija vino a reunirse con nosotros, deseosa de unirse a la fiesta.

Debía estar ansiosa por demostrarle a su novio su amor, pues accedió a que este le hiciera auténticas perrerías antes de que se agotara por fin.

Su novio disfruto tanto aquel día haciendo de mirón que uno de sus amigos a instalado un espejo falso en el cuarto de mi hija y, desde mi habitación lo vemos como si fuera un cristal.

A Raúl le encanta darme por detrás, pellizcándome las tetas, mientras vemos, por el espejo, como algún desconocido juega con mi hijita.

La primera víctima fue la propia hermana pequeña de Raúl, que solo tiene catorce años; la cual, como tiene mucha amistad con mi hija, no tardó en caer en la trampa.

La preciosa jovencita se probó un montón de lencería y de bañadores delante del espejo.

Su hermano, mientras, se hinchaba de hacerle fotos desde el otro lado del espejo, con la cámara que ella misma le había regalado por Navidad.

Silvia no solo la obligo a estar el mayor tiempo posible con las pequeñas tetitas al aire, sino que se las ingenio para, haciéndolo pasar por una broma, hurgar entre la fina pelusilla de su conejito.

Ante su inocente pasividad la fue acariciando, con disimulo, por todas partes. Al final la forzó a poner algunas posturas realmente descaradas y atrevidas delante del espejo, como si fuera un juego, mostrando ante la cámara su espléndido cuerpecito desnudo.

Después de ese primer éxito empezaron a desfilar por el cuarto de mi hija casi todas sus amigas y vecinas que estaban de buen ver. Las cuales siempre conseguía desnudar, mas o menos, con cualquier excusa, para que Raúl, de pie junto a mi cama, las pudiera fotografiar cómodamente, mientras yo le chupaba el ciruelo.

El premio gordo se lo llevaron cuando descubrieron, gracias al espejo, que una de sus amigas mas guapas era lesbiana.

Pues, mientras ayudaba a mi hija a probarse un escueto sujetador, vimos como le metía mano, apoderándose de sus senos con disimulo.

Silvia, una vez repuesta de la sorpresa, participo activamente en el acto sexual, y Raúl pudo sacar varios carretes de fotos del mismo.

Cuando se quedo sin mas película me obligo a apoyarme en la fría cómoda y me penetro, salvajemente, por detrás.

Lo cierto es que yo hubiera deseado estar en el lugar de mi hija, que estaba haciendo un hermoso sesenta y nueve con la otra, en vez de sentir los fuertes golpes del miembro de Raúl dentro de mi, pues me hacia bastante daño, al tiempo que me daba escaso placer.

Pero mi hija no estaba dispuesta a traicionar a todas sus amigas sin una buena recompensa y, después de una buena discusión con Raúl, empezó a traerse a los muchachos mas guapos de la clase a estudiar a casa.

La bribona siempre los recibía con muy poquita ropa, para que se fueran calentando, y no dudaba lo más mínimo en exhibirse lo que hiciera falta delante de ellos para que empezaran a meterle mano.

Mi hija solía dejarse tocar los pechos, y el trasero, sin excesiva dificultad, dejando que sus manos se perdieran bajo su vestido alegremente.

Pero cuando veía que los dedos de su acompañante buscaban la parte mas vulnerable de su cuerpo nos hacia una pequeña seña, para que yo fuera a rescatarla al instante, con alguna excusa.

Como yo estaba entre las piernas de Raúl, chupándole el endurecido miembro, mientras hacía las fotos de recuerdo, era este quien me decía cuando debía entrar en la habitación de mi pícara hija.

Una de esas veces, cuando estaba Raúl a punto de llegar dentro de mi boca, decidió ignorar las señas de Silvia.

Y, cuando por fin pude ir a su dormitorio, después de haber limpiado tranquilamente el aparato a Raúl, me encontré con que el chico en cuestión estaba a punto de poseerla. Ya había alojado un par de dedos en la intimidad de mi hija, y se estaba empezando a quitar los pantalones para rematar la faena.

Era muy hábil pues, mientras la devoraba a besos la había dejado casi desnuda, para así acariciarla y chuparla. El chico al verme se marcho corriendo, con los pantalones a medio abrochar, y mi hija tuvo una tremenda pelea con su vicioso novio.

Al día siguiente, como venganza, Silvia se trajo a casa a uno de los muchachos mas guapos de su clase, al que recibió ataviada con su conjunto mas atrevido, y al que le dejo llegar hasta el final. Raúl, al principio, penso que todo era un farol, y les dejo campo libre, sin molestarles. Mi viciosa hijita no solo se dejo besar y acariciar por todas partes, sino que fue ella la que dirigió la cabeza del joven hacia su intimidad para que la degustara mientras ella terminaba de desnudarse.

Cuando Raúl vio que la cosa iba en serio, en vez de interrumpir la fiesta, lo que hizo fue vengarse en mi cuerpo. Me hizo tumbar boca abajo sobre la cama, y me penetro, muy violentamente, por el agujero mas estrecho. Todo esto sin perderse ni un detalle de lo que sucedía en la otra habitación.

En la que mi hija, después de haberle hecho una espectacular mamada, había dejado que el chico la penetrara desde atras, de rodillas en la cama, para que ella pudiera apoyar sus bellos senos en el espejo, y permitir que Raúl no se perdiera ni el mas mínimo detalle del acoplamiento.

Este, excitado, no dejaba ni un solo instante de pellizcarme, y estrujarme, los pechos; y tuve que morder la almohada, para que no me oyeran chillar desde el otro cuarto, cuando alcance el doloroso orgasmo.

Cuando todo acabo, y el otro chico se marcho, muy feliz, a su casa, soñando con repetir la visita, Raúl se fue, como una flecha, al cuarto de mi hija. Al principio pense que se matarían, pero después oí claramente como estaban haciendo las paces a su manera, con una escandalosa orgía que se tuvo que oír en todo el edificio. Al finalizar estaban los dos llenos de arañazos, moretones y señales, además de cansados y felices.

Desde ese día desfilaron un montón de chicos por entre las piernas de mi hija, por que, además de hacer las fotos, se divertían, dándose celos el uno al otro.

Hablo en plural porque Raúl empezó a hacer uso de las fotos y, mediante chantajes, consiguió aprovecharse de algunas chicas en el cuarto de mi hija. Aunque solo pudo acostarse con algunas, la mayoría accedió a desnudarse, e incluso dejarse manosear, a cambio de los negativos; mientras mi hija les sacaba nuevas fotos, desde mi cuarto.

La que mas pena me dio fue la amiga lesbiana de Silvia, pues la chica era virgen, y Raúl disfruto horrores humillándola, antes de obligarla a hacer el amor. Fue la única vez que yo hice las fotos, dado que mi hija quería participar en el juego, y lo hizo por propia voluntad.

Primero la desnudaron entre los dos, toqueteándola por todas partes, y después Silvia se entrego a ella, para repetir lo que hicieran aquel día; pero, esta vez, Raúl también participo, pellizcando y manoseando a la chica por todos lados sin ninguna delicadeza. Cuando ya no pudo aguantar mas las ganas la poseyó, con un golpe seco y brutal, que la habría obligado a chillar, si mi hija no le hubiera hecho meter la cabeza entre sus piernas, para que le chupara sus partes mas intimas.

Yo apenas podía hacer las fotos, pues estaba llorando, como me imagino que también haría la pobre chica mientras Raúl la penetraba, con fuertes golpes, hasta correrse, retirando después un miembro, manchado de sangre, de su desfloramiento.

Pero pronto tuvieron que dejar esta diversión, pues ya se oían algunos rumores por el instituto y, como estaban en el ultimo año no querían problemas.

Juntaron todas las fotos conseguidas en varios albumes, y se pasaban las tardes mirándolas, con sus amigos, recordando, entre bromas, todo lo que habían hecho.

De la hermana pequeña de Raúl solo he sabido, a través de algunas confidencias de mi hija, que este la esta educando para convertirla en la esclava perfecta; y si bien respeta su virginidad, por ahora, se pasa el día abusando de ella, chantajeándola con las fotos.

No se lo que pasara dentro de su casa, pero si se lo que vi un día en la mía, cuando regrese mas pronto del trabajo debido a una indisposición. Cuando entre en el comedor vi que la tenían vestida tan solo con un delantal, sin ninguna otra ropa debajo, mientras la usaban como camarera, a la vez que veían una película de vídeo. Cuando no les estaba sirviendo la tenían tumbada sobre la mesita del café, bien abierta de piernas, para que todos, incluida mi hija, pudieran mojar roscos, u otros aperitivos, en su dulce intimidad.

No pude soportar ver la carita de pena de la niña, mezclada con algunos gestos de placer, y me tuve que ir, en silencio, para que ellos no se percataran de mi presencia.

Mi hija, a veces, era peor que ellos. Recuerdo una tarde en que, por una apuesta con Raúl, se metió en un cine porno; y, mientras los demás tomábamos unas cervezas en un bar cercano, ella ofrecía sus manos, y su boca, a solo cien pesetas, para ver a cuantos conseguía satisfacer durante el rato de la película.

Cuando salió, después de haberse limpiado bien en el lavabo, traía mas de dos mil pesetas, y una sonrisa de oreja a oreja. Raúl no quería creerse que Silvia había conseguido todo ese dinero sin hacer trampas; pero, cuando salió la gente del cine, y empezaron a saludar a mi hija, con mas o menos disimulo, tuvo que rendirse.

La vida en mi casa se ha convertido en una orgía continua, pues no solo hacen el amor con nosotras, a cualquier hora del día o de la noche, sino que, últimamente, buscan los objetos mas insólitos para hacernos llegar al orgasmo.

Y no me quiero olvidar de las mascotas, pues es habitual que se presenten en mi piso con cualquier tipo de animalito, rivalizando a ver quien consigue traer al mejor dotado.

Miedo me da que llegue el verano, pues les he oído hacer planes para ir de acampada a algún apartado pueblo rural, y ya se lo que me espera allí. Es rara la noche que duermo sola pues, cuando no es Raúl el que viene a poseerme, es alguno de sus dos pícaros compinches el que viene a hacerme los honores, metiéndome algún trasto por el orificio que deja libre. Acostumbro a levantarme acompañada, sobre todo por uno de los amigos de Raúl, al cual le encanta quedarse frito mientras me chupa los pezones.

Solo les he puesto dos condiciones, que no me obliguen a hacer mas el amor con extraños, y que no me hagan ninguna fotografía a escondidas.

Lo primero no representa ya ningún problema, pues es Silvia quien se entrega, gustosamente, a cualquier desconocido cuando hace falta romper la monotonía.

A mi hija le encanta hacer el amor con quien sea, sobre todo si su novio esta presente, escondido o no, para ver como ella goza a manos de otras personas.

Hace poco, por mi cumpleaños, me hicieron una fiesta sorpresa.

Al llegar del trabajo me encontré con una docena larga de jóvenes, entre chicos y chicas, con caretas y antifaces, cubiertos con sabanas de colores y dispuestos a pasárselo bien a mi costa. Raúl hizo que me pusiera una sabana blanca, a modo de túnica, sin nada debajo, tan fina que parecía que iba desnuda.

Nada mas apagar las velas me obligaron a ponerme un antifaz negro, con el que no veía nada, para que no supiera quien era el afortunado que me besaba. Uno de los amigos de Raúl me sujetaba las manos a la espalda para que no ofreciera ningún tipo de resistencia a mis apasionados admiradores.

Los chicos se lo pasaron bomba, pues solo separaban sus fogosas bocas de la mía cuando algún otro reclamaba su lugar. Incluso algunas chicas degustaron mis labios, clavando sus pezones en los míos mientras me besaban.

Pronto empezaron a ocuparse de mis pechos, amasándolos ansiosamente al tiempo que devoraban mis labios. En vista del interés con que me mordisqueaban los pezones a través de la fina tela decidieron recortarla por los sitios adecuados para saborearlos aun mejor.

Y, claro, no tarde mucho en quedarme completamente desnuda, tumbada sobre la mesa del comedor. Lo cierto es que no sabría describirles lo que es sentir tantos labios, lenguas y manos explorando cada rincón de mi anatomía.

Allí me poseyeron los tres o cuatro primeros, compartiendo mi cuerpo con los que seguían abusando de mi, pero el resto prefirió poseerme en la comodidad de mi dormitorio, donde formaron cola para satisfacer sus oscuros deseos.

Al día siguiente no pude ni ir a trabajar, del cansancio que tenia.

Por eso tengo mis dudas respecto a lo de las fotos, pues estoy segura de que por alguna parte tienen algún álbum lleno de fotos mías, de mi cuerpo desnudo y de las incontables orgías en las que he participado, hechas a escondidas durante estos meses, en los que tantas cosas han pasado en mi casa y en mi vida. Pero mientras mi hija sea feliz con su novio yo tendré que aguantar al golfo de Raúl y su tropa, me guste o no.

Continúa la serie << El golfo I

¿Qué te ha parecido el relato?