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El vagón

El vagón

Capítulo I

Me llamo Penelope y por aquellas fechas era una jovencita bastante agraciada a la que sólo le preocupaban sus amplias caderas y averiguar la forma de librarse de los moscones que solo venían a mí atraídos por mis grandes pechos.

Aquel año, por haber aprobado todas las asignaturas de la carrera, mis padres, por fin, me dejaron viajar al extranjero, para visitar a unos familiares.

Pase unas semanas tan maravillosas, conociendo su forma de vivir, su cultura y su historia, que se me pasaron volando.

Fue una suerte que mis tíos me acompañaran al tren, pues apenas sé decir cuatro frases en su idioma.

Una vez que el revisor me indico que la litera que me correspondía era la del centro de las tres del lado izquierdo solo me quedó esperar que se fueran mis simpáticos parientes para recoger mi equipaje y echarme a dormir.

A mí me gusta hacerlo bien arropada y, como hacía algo de calor en el compartimento del tren, decidí despojarme de la chaqueta del chándal, quedándome solo con la camiseta, para así poder taparme con las sábanas.

Unos minutos antes de arrancar el tren entraron cuatro sujetos, con muy malas pintas, a ocupar sus literas.

Parecía que se conocían todos y, por el parecido que tenían, supuse que serían familiares.

Los más jóvenes se subieron a las literas superiores, para quedarse dormidos casi enseguida y los otros se sentaron en las de abajo, para charlar más a gusto.

Me desperté algunas horas después, al oír una desconocida voz de mujer dentro de nuestro compartimento.

Con los ojos entreabiertos vi como uno de los hombres mayores ayudaba a una gruesa señora a acomodar a su joven hijita, que traían medio dormida, en la litera de abajo, enfrente mío, haciendo que apoyara su linda cabecita sobre las piernas del otro individuo, a modo de almohada, mientras el que la había hecho entrar ocupaba la litera situada debajo mío junto con la rolliza mujer.

La chiquilla se quedo frita nada mas acomodarse, dejando vía libre para que su apasionada madre se divirtiera con su nuevo acompañante.

Pues pronto pude oír como los ansiosos susurros daban paso a los tímidos gemidos, mientras los apagados besos resonaban por toda la estancia.

No era solo yo la única que se estaba excitando al escuchar esos inconfundibles sonidos, pues gracias a la rojiza penumbra de la luz piloto pude ver claramente como el avispado sujeto que tenía enfrente deslizaba sus manos bajo la manta, buscando ansiosamente los tiernos pechos de la linda adolescente dormida, totalmente indefensos bajo su holgado vestido infantil.

Lo cierto es que el combate amoroso bajo mi litera no duro demasiado, pues pronto se levantaron los sudorosos contendientes para continuar el enfrentamiento en otro lugar, posiblemente en el lavabo publico del final del vagón.

Mientras la fogosa señora ocultaba de nuevo sus abultados senos dentro del amplio corsé, para salir vestida decentemente al pasillo, su ardiente galán no dejaba de estimularla, sobando toda la blanca carne que la buena señora había dejado en libertad para él, al mismo tiempo que introducía una mano aventurera entre las abiertas piernas de la mujer, a la búsqueda de algún húmedo trofeo.

En cuanto salieron fuera del compartimento, el vil sujeto que estaba frente a mí aparto la sabana de encima de la chiquilla dormida, por lo que ambos pudimos ver a través del vestido desabrochado como destacaban sus pequeños fresones rosados, ya endurecidos, en la cima de sus pequeñas y pálidas colinas.

En breves instantes liberó su grueso aparato del encierro del pantalón y, pinzando suavemente la naricilla de la joven, logró que esta abriera la dulce boquita lo suficiente como para albergar una buena parte de su enorme estaca.

Los suspiros y jadeos de placer que emitía el odioso individuo me enardecían la sangre, además de dejar bien patente lo mucho que disfrutaba con la inocente succión de la niña.

Capítulo II

Creo que no solo me estimuló a mí, pues uno de los dos jóvenes que dormían encima mío se apresuró a bajar de la litera, dispuesto a deleitarse también con el suculento botín.

Este sujeto tardo bien poco en levantarle la falda del vestido a la pequeña, para poder quitarle sus braguitas mientras manoseaba todo lo que estas habían estado protegiendo.

Yo no me atrevía a reaccionar de ninguna manera pues, aunque la escasa pelusilla rubia que adornaba el triángulo íntimo de la chiquilla indicaba bien a las claras su corta edad, no sabia lo que serian capaces de hacer conmigo esos malcarados individuos si se daban cuenta de que yo también estaba despierta y era testigo de sus abusos a la menor.

Los insidiosos toqueteos del rudo hombre que acababa de bajar, hurgando con todos los dedos a la vez en sus castos orificios, terminaron por despertar a la joven.

La cual, para mi sorpresa, casi no se resistió al asalto del que era víctima.

No sé si por estar todavía medio adormilada, o si era por haber pasado ya antes por alguna otra situación similar.

El caso es que el primer sujeto apenas tenía ya que realizar ningún esfuerzo para que la deliciosa boca de la pequeña continuará cumpliendo con su estimulante labor.

Y ahora que estaba despierta la chiquilla usaba las manos, cogiéndola del cabello para que su rubia cabecita siguiera el frenético ritmo que más le convenía para estimular su sucio placer.

El segundo sujeto, por su parte, cuando al fin se canso de magrear las zonas más delicadas de la jovencita la terminó de tumbar boca abajo, obligándola después a ponerse de rodillas sobre el asiento, dejando las medias lunas pálidas de su lindo culito respingón a la vista.

Acto seguido desenfundo su largo y grueso instrumento y con grandes esfuerzos, y muy poco a poco, lo introdujo por su orificio mas diminuto y estrecho. Ahora la pobre si que se quejaba de veras, meneando inútilmente sus bracitos mientras gimoteaba desconsoladamente.

Pero de bien poco le servía, pues los dos hombres continuaron con su felonía, ignorando sus quejas como si la cosa no fuera con ellos. Incrementando aún más sus acometidas. Los tipos no dejaban de meter las manos una y otra vez dentro del escote de su vestido, para juguetear con sus pequeños y puntiagudos senos temblorosos.

Quizás fuera por eso, o porque el violento vaivén de su amante forzoso empezaba a hacer su efecto, que la pequeña dejó al fin de llorar y de agitarse, empezando a emitir unos dulces gemidos, muy suaves, cada vez que el afilado dardo de carne se incrustaba en su esponjoso interior.

Por sus fuertes suspiros creí entender que la jovencita había alcanzado el clímax, pero como estos se repitieron después varias veces me quede con la duda de sí había obtenido múltiples orgasmos, o solo expresaba de esta curiosa manera el enorme placer que sentía.

No pude apreciar cuál de los dos villanos alcanzó primero el orgasmo, pues eyacularon ambos casi a la vez, rugiendo sordamente su placer.

Luego, mientras uno lograba que la chiquilla le limpiara todo el grueso aparato con su lengua, el otro usaba sus castas braguitas blancas para el mismo fin, guardándoselas luego en un bolsillo como recuerdo de su felonía.

La jovencita, apenas terminó su ingrata labor, se volvió a quedar dormida de nuevo sobre los muslos de su violador; sin importarle, al parecer, que los dos rudos sujetos continuarán pellizcando y manoseando sus lindos pezones, mientras la volvían a vestir.

Ya estaba lista cuando regresó su madre, toda sofocada, un buen rato después.

Yo me volví a dormir y sólo percibí, entre sueños, como los tres bandidos ayudaban a la mujer a bajar a su hijita al andén, pues a esta última aún le temblaban las piernas, y estoy casi convencida de que no era por el cansancio.

Decidí que lo mejor era olvidarme de todo lo visto, asi que seguí durmiendo, bastante mas acalorada ahora, pues parecía que habían vuelto a subir la calefacción.

Capítulo III

Aunque no lo recuerdo me imagino que me tuve que destapar yo sola en algún momento de la noche, debido al insoportable calor del vagón, dejando ante la hambrienta mirada de mis viciosos acompañantes de litera mis dos firmes globos, cuyo volumen, y pujanza, debían de hacerlos aún más apetecibles.

Supongo que ni mi fina camiseta de manga corta ni mi ajustado sujetador deportivo fueron grandes obstáculos para sus largas, y hábiles, manos; pues, cuando por fin me desperté, ya tenía ambas prendas bien enroscadas bajo el cuello.

Lo primero que sentí al despertar fue la extrema rigidez y sensibilidad de mis gruesos pezones, totalmente endurecidos por sus taimados toqueteos.

En la penumbra del vagón pude ver que en mis cumbres desnudas todavía brillaba la saliva del desaprensivo que las había estado manoseando, y saboreando a conciencia, quién sabe durante cuanto tiempo.

Ellos, mientras tanto, ya estaban terminando de sacarme los pantalones del chándal por los tobillos, junto con mis braguitas rosas.

Los muy tunantes se reían con todo descaro, y la mar de divertidos, de la abundancia de flujos que hacían manar de mi fuente sagrada, solo con juguetear con la sensible pepita de mi clítoris.

Pues eran varias las manazas que tenia incrustadas en mi intimidad, hurgando entre mi vello púbico con total impunidad.

No pude ver mas por el momento, pues uno de los pervertidos incrusto su asquerosa bocaza sobre la mía, para devorarme a besos, ahogando mis inútiles protestas con sus voraces labios.

Pero notaba claramente la lengua, y hasta los dientes, del sádico animal que se había adueñado de mis amplios pezones, y que me los devoraba con glotonería.

Y, por supuesto también sentía, aun mas osadas, las manos de sus compañeros hurgando a conciencia en mis orificios más íntimos, mientras constataban mi total virginidad, dando luego claras muestras de asombro y regocijo ante tan inesperado y delicioso hallazgo.

Entre los cuatro sujetos me sacaron en volandas de mi litera, como si fuera una pluma.

Cuando me dejaron entre las dos literas de abajo ya se las habían ingeniado para sepultar uno de sus rígidos y gruesos aparatos dentro de mi boquita.

Nunca había hecho una cosa así, pero tuve que aprender deprisa, pues las manos que sujetaban firmemente mi cabeza no me dejan más opción que la de chupar su miembro o axfisiarme en el intento.

Pero eran las incontables manos que estrujaban mi delantera las que más me molestaban, pues lo mismo amasaban, que estiraban, que pellizcaban, sin consideración ninguna.

Como estaba de rodillas entre las dos literas no podía oponerme de ninguna forma a la violenta penetración que me infligieron desde atrás, a traición. Aunque a esas alturas estaba ya bastante húmeda sentí un gran dolor mientras su larga espada rasgaba la frágil barrera de mi virginidad.

Después, por suerte, el placer se fue imponiendo poco a poco, hasta que alcance el orgasmo.

Fue mil veces más fuerte que los que había obtenido hasta ese día, manualmente.

Y, de alguna forma, eso hizo que comenzara a seguirles el juego, meneando mis caderas de una forma instintiva, con la esperanza de obtener otro similar.

El afortunado que me había desvirgado aceleró sus furiosos embates apenas empecé a moverme, incrustándose hasta el fondo de mis entrañas con su inacabable miembro.

Por otra parte, mi dolorida cabeza parecía un gigantesco yoyo, subiendo y bajando sin cesar, y me costaba horrores contener las arcadas cada vez que su grueso instrumento profundizaba demasiado en mi garganta.

Aún no se como lo logre, pero el caso es que conseguí absorber todo el espeso líquido que salió de su aparato sin ahogarme, mientras alcanzaba un nuevo orgasmo, aún más fuerte que el anterior, quizás como recompensa.

No había terminado aún de limpiar con la lengua el miembro que continuaba cobijado en mi boca cuando mi desconocido amante eyaculó, abundantemente, en mi interior.

Los violadores que faltaban estaban tan excitados a esas alturas que apenas me dieron unos instantes de reposo antes de obligarme a engullir otro enorme cilindro de carne.

Como las cuentas no suelen fallar, estaba esperando que el cuarto aparato hiciera su aparición.

Y no me defraudo, pues pronto lo noté, bien rígido y dispuesto, restregándose ansioso contra mi trasero.

Cuando me di cuenta de que su intención era la de entrar por mi orificio más estrecho trate de apartarme a empujones de él, pero fue del todo inútil.

Entre los cuatro supieron sujetarme lo suficientemente bien como para que el desalmado rompiera mi última virginidad con facilidad. Además de que mis gemidos de dolor solo servían para excitarlo aún más, y su cabalgada se volvía frenética cada vez que los emitía.

Esta vez tuve que dejar que la tremenda eyaculación del sujeto que me poseía por la boca se derramara por la comisura de mis labios, ya que los fuertes sollozos me impedían tragármela.

Pero, cosa curiosa, cuando el villano estaba a punto de acabar, empecé a notar una especie de placer, muy diferente a todo lo que había sentido antes, que me corto el llanto en seco.

Era tan divina y curiosa esta nueva sensación que mientras el tipo eyaculaba por fin en mis entrañas yo empujaba hacia atrás con mis caderas, con las escasas fuerzas que me quedaban, para sentir todavía más a fondo su rígido instrumento.

Tuvieron que ayudarme entre los cuatro individuos para que pudiera tumbarme sobre la litera de abajo, pues mis débiles piernas no me respondían después del violento combate.

Él último recuerdo que me queda de aquella frenética noche es el de las rudas zarpas de mis violadores sobando mis senos, pues les seguían fascinando su tamaño y firmeza.

Al otro día me desperté de igual forma que me había dormido, con unas ansiosas manos retorciéndome ambos pezones sin ninguna piedad.

Capítulo IV

Ellos, a juzgar por sus ojeras, debían haberse pasado la noche en vela, abusando de mi cuerpo desnudo e indefenso.

Pues no paraban de jugar con ellos, sopesándolos admirativos; sobre todo las aureolas rosadas, que parecían tenerlos hipnotizados, ya que no dejaron de retorcer, estirar, y pellizcar los dos gruesos pitones hasta que estos alcanzaron de nuevo su máximo esplendor.

En cuanto los sujetos se percataron de mi despertar decidieron seguir con la orgía. Uno de ellos se sentó en la litera, y los otros tres me ayudaron a separar bien las piernas, para que este pudiera empalarme sin grandes dificultades desde atrás.

Este tipo debía ser muy fuerte, pues cojiendome de la cintura, me hacia subir y bajar sobre su gran miembro sin ningún problema.

Yo no podía preocuparme demasiado por este individuo, pues tenía tres largos aparatos desnudos frente a mí, exigiendo que les prestara la debida atención.

Los cuatro desconocidos se divertían de lo lindo a mi costa, riéndose de las caras de placer que ponía, sobre todo cuando alcanzaba algún orgasmo y jadeaba de puro gozo.

En cuanto eyaculo mi invitado forzoso le cedió el turno a otro de mis nuevos amantes.

Este era el sodomita, pues aún recordaba su fea cara de cuando poseyó a la jovencita, y no me extrañaría nada que también hubiera sido el responsable de desflorarme el ojete la noche anterior.

De hecho no importa mucho si lo fue o no, pues en ese instante lo estaba volviendo a hacer.

De rodillas, en el hueco de las dos literas inferiores, sentía su grueso bastón ensañándose de nuevo con mi pobre trasero, mientras sus amigos disfrutaban de lo lindo martirizando mis encantadores senos colgantes con sus rudas manazas.

Esta vez ya empecé a notar cierto placer cuando apenas se había adueñado del orificio así que coopere, vacilante, en su violenta penetración, moviendo la pelvis y las caderas de una forma que les hacía bromear a mi costa.

Pero que debía ser efectiva, pues apenas había alcanzado mi segundo orgasmo cuando el sujeto eyaculo, entre rugidos de placer.

Como estábamos apunto de llegar al final del viaje, a los otros dos individuos los tuve que satisfacer a la vez.

Así, mientras uno me tumbaba en el suelo del compartimento de espaldas, para poseerme violentamente, el otro se sentaba a horcajadas sobre mi vientre y me enseñaba por gestos como debía juntar y apretar mis grandes senos con las manos para que él pudiera introducir su largo aparato entre ambos, e imitar una penetración, mientras yo absorbía apuradamente el enrojecido extremo que asomaba por el otro lado.

El salvaje que me poseía me hizo alcanzar una serie interminable de orgasmos, que me hicieron jadear de placer, justo en el momento en que el otro eyaculaba, dejándome toda la cara embadurnada con sus efluvios.

El animal que me embestía aprovechó su ausencia para exprimir los senos, tirando de los rígidos pitones sin piedad, hasta que el también alcanzó el orgasmo, coincidiendo, casualmente con la entrada del tren en la estación.

Se lo crean o no este es mi relato, cuyo recuerdo guardo con nostalgia desde entonces.

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