Mi tia y su marido
Aquella mañana de octubre el sol apareció “golpeando” la ventana mas temprano que nunca, mi madre, con habitual puntualidad nos despertó recordándonos que había llegado el día largamente esperado, apenas terminó de hablar, se desató un ajetreo que puso los nervios de punta a todos los integrantes de la casa, incluso a “tarzán”, nuestro envejecido can que, normalmente dormitaba al costado de la puerta pero esta mañana de cielo azul al verse disturbado, salió a desquitarse con el vecino exacerbando mas aún nuestro estado de ánimo.
Con ese entusiasmo que se tiende a involucrar a propios y extraños nuestra familia se disponía a celebrar el cumpleaños de nuestra abuela materna, como es de imaginar, la inquietud merodeaba anticipadamente por todos los ángulos de nuestro ámbito, en lo que a mi respecta, no consiguiendo desentenderme de “tamaña” manifestación sin alternativa tuve que seguir la corriente, y no es que había perdido el interés, solo que, como regularmente sucedía imaginé a los adultos inmersos en sus quehaceres y regodeos, mientras nosotros los “menores” (a la fecha tenía 14 años, apróx.), forzados a una larga jornada de aburrimiento abandonaríamos la reunión cuando ésta quizás comenzaba a ponerse interesante, al llegar la noche, el ambiente se caldeaba con las disparatadas de los mayores embriagados, en fin, precipitado el momento, me encontré saludando a mi abuela quien empapada en lágrimas por la emoción me apretujó y besuqueó.
Confundiéndome con no se quien, me incomodó el hecho, pero sus ochentaytantos años, la masiva concurrencia y la confusión del momento justificaba de alguna manera este desliz, yo mismo, en general, no sabía exactamente a quien venía estrechándole la mano, saludando por saludar aceleraba el paso tratando de culminar con este tedioso formalismo.
Contrario a mi pronóstico el ambiente se presentaba acogedor, mis tíos, los gestores de la fiesta no paraban de alardearse por ésta, según ellos, perfecta organización, en efecto, respecto a las precedentes oportunidades cualquier mejoría se divisaba, por sobre todo, el espacio aquel que en innumerables ocasiones brilló por su ausencia, esta vez se hacía realidad prometiendo diversión por igual para todos, de comer y beber ni comentar, si la abundancia fuera un pecado a promotores e invitados no nos quedaría otra que el mismísimo purgatorio.
Sin preámbulos, ya inserido en la algarabía coincidía en pleno con los de entorno a mi edad, conforme avanzaba la tarde, el jolgorio iba en aumento, así como el brindis en los “mayores” quienes entre risas y tropezones comenzaron a bailar formando un circulo, al medio de esta, mi abuela hacía todo lo posible para seguir el ritmo de sus circunstanciales parejas quienes a turno no la dejaban “ni respirar”.
Pasado las diez de la noche, mi tía Dori (hermana menor de mi mamá) y su marido decidieron retirarse, se acercaron a los míos para despedirse y no se por que pedí acompañarlos, mi madre no se opuso, dirigiéndose a ambos preguntó si era posible, mi tía respondió que no había inconveniente, autorizada mi ocurrencia abordamos el automóvil del marido de mi tía y partimos, en el trayecto, tras el acuerdo de ambos para continuar libando, nos detuvimos en un autoservicio donde el marido de mi tía se procuró varias botellas de cerveza, apenas llegamos a su casa, él mismo se apresuró en llenar dos vasos con esta bebida y un tercero de cóctel de fruta, alcanzándome este último, invitó a brindar por la salud de todos, tras sucesivos “chin-chins” de vasos repletos de cerveza, entre ellos lógicamente, cuando la noche comentó a hacerse “larga”, lo digo por mí que ya dormitaba en el sofá, mi tía poniéndose de pie me dijo,
– ¡Huy, es tarde!, ¡anda acuéstate!
Sus palabras me cayeron como un baldazo de agua fría, la verdad no había considerado esta posible decisión, ella, al notar mi desconcierto me preguntó,
– ¿Qué pasa?, ¿no quieres ir a dormir?
– Nnn…no – respondí tímidamente.
– ¿Por qué?
– Tengo miedo – le dije.
Efectivamente, era víctima del pavor ya que meses atrás había fallecido su suegra en esta casa, es mas, precisamente en aquella estancia la cual supuse tenían pensado asignarme.
Mi respuesta la dejó pensando, habló musitadamente con su marido y acariciando mis hombros precisó,
– No te preocupes, por esta vez dormirás con nosotros, pero antes te me vas al baño, haces lo que tienes que hacer y vienes a mi cuarto para acostarte, ¿ok?
– Si, si, – respondí aliviado.
Cumplí con lo indicado y brincando de contento me dirigí al dormitorio de ellos, al ingresar a este… ¡sorprendí a mi tía desvistiéndose!.
Una descarga eléctrica recorrió mi cuerpo dejándome paralizado bajo el umbral de la puerta, pasmado, boquiabierto me quedé observando sin saber que hacer, mi tía al advertir mi presencia,
– ¡Pasa!, ¡no te quedes ahí parado!
Diciendo esto con total normalidad continuó con lo que venía haciendo, se giró dándome la espalda y… mis ojos abiertos a tope iniciaron a procurarse la panorámica de su cuerpo, cada parte del mismo centelleaba dosis de delirio, su larga cabellera, sus delicados hombros, la sutileza de su cintura que encontraba apoyo en sus amplias caderas, sobre todo su imponente trasero cuyos glúteos redondos permitían apenas asomarse al minúsculo calzón rosado que parecía sucumbir asfixiado, sus piernas perfectamente torneadas sobre colmaron a este “mixing” de emociones trajinandome al extremo.
– ¿Me ayudas a desabrochar el brasier?
– ¿Eh?… ¿yo?, no… si, si, pero, ¿no se como hacerlo?
– Fácil, solo tienes que empeñarte.
Sin poder rehusarme me acerqué a ella temblando como una gelatina, infundiéndome valor abarroté mis pulmones de oxígeno e inicié a manipular a los minúsculos corchetes, desengancharlos no me fue difícil, luego, mi tía al terminar de liberarse de esta su prenda se colocó una bata semitransparente y al volverse, ¡¡¡»miércoles» !!!… sus exuberantes glándulas mamarias saltaron a la vista, ¡¡balanceabance sugerentes!!, acompasando a su caminar, sus pezones oscuros punzaban atrevidamente aquel tejido de seda dejando entrever dos botones en alto relieve, ¡¡que bella mujer!! – dije a mis adentros, sin exagerar la madre natura había hecho de su cuerpo una obra de arte, estaba fascinado, embobado o ¡¡no se que mierda!! (disculpen la euforia), a la descarga eléctrica que había remecido mi cuerpo se sumó un escalofrío intenso, cuantiosas gotas de sudor frío se desprendieron de mi frente.
Habría detenido al tiempo (de ser posible) para continuar deleitándome con su relumbrante belleza, su voz, me sustrajo de aquel imposible.
– ¿Qué esperas para acostarte?
– Sssi, si, en-se-gui-da – respondí tartamudeando.
Sin perderla de vista me despojé lentamente de mi vestidura y me acomodé a la patiadera de ellos.
Todo esto sucedía mientras el marido de mi tía se encontraba en el baño, me imagino, el rumor del fluido de agua provenía del cuarto pequeño, al rato, mi tía se retiró de la habitación y yo dejé escapar al morbo evocando las imágenes que me habían dejado embelesado, pasado el tiempo, no se cuanto, me quedé dormido.
Cabe indicar que mi tía es alta, de contextura regularmente gruesa, a la fecha tendría 27 años, su marido de igual estatura, lozano, mayor que ella le llevaba por más de quince (apróx.) y no tenían hijos.
De un momento a otro desperté aturdido, el dormitorio se encontraba iluminado por una pequeña lámpara angular y el reflejo de la luz artificial que atravesaba el enorme ventanal, al otro extremo de la cama se oyó la voz recurrente de mi tía.
– ¡ Vamos!, ¡házme tuya !.
Su marido intentaba tranquilizarla.
– ¡ Espera un poco más, el niño todavía no se duerme!.
Mi tía insistía,
– ¡ Dámelo ya !, ¡ no aguanto !
Mi corazón de un porrazo aceleró sus latidos poniendo en alerta a todos mis sentidos, mi curiosidad aumentaba a medida que avanzaba el tiempo, el marido de mi tía, reiterando su llamado a la calma dejó transcurrir interminables minutos para después de tanta insistencia levantarse de la cama y solapadamente acercarseme con la clara intención de comprobar si ya dormía o menos, yo anticipándome a la idea junté los párpado fingiendo sueño profundo.
“Verificada” la situación, el marido de mi tía entusiasmado dijo,
– ¡ Hagámonoslo!, ¡el niño duerme!.
Rápidamente se quitaron la ropa de dormir quedando completamente desnudos, mi tía tumbándose boca arriba, comenzó a insinuarse sobando su bajo vientre,
– ¡ Ahora sí complace a tu puta ardiente !
Su marido se acomodó sobre ella, besuqueó su cuello insistentemente y alzando ligeramente la retaguardia inició a moverse, mi tía, no tardó en soltar escandalosos gemidos.
– ¡ Ah !, ¡ aaah !, ¡ aaaaaah !, ¡ s i!, ¡ siii ! – inmediatamente su marido le cubrió la boca,
– ¡Cállate, el niño se va despertar ! – ella, continuó balbuceando frases incomprensibles, mientras él se reprendía recuperando la homogeneidad de sus movimientos, apenas le retiraba la mano,
– ¡Sí!, ¡así!, ¡dámelo!, ¡ahí!, ¡ahíííí! – mi tía vociferaba contorsionando su cuerpo extrañamente.
– ¿Te gusta?, ¿te gusta?, – preguntaba su marido,
– ¡ Si papi !, ¡ rico !, ¡ sigue !, ¡ sigue así!, ¡ah!, ¡aaah!
Mi tía Dori había seguido una inexplicable transformación, yo que siempre observé en ella a una mujer seria, estrictamente reservada, ahora que la escuchaba y veía en esta inusitada situación me costaba creer que se trataba de ella.
Las embestidas de su marido habían alcanzado un ritmo impresionante, soplaba y resoplaba ininterrumpidamente, cuando repentinamente mi tía tratando de zafarse se hizo a un lado,
– ¡Cuidado se te viene!, ¡cambiemos de posición!. – su marido algo descompuesto le sugirió piernas al hombro, ella gesticulando su inicial desacuerdo aceptó recalcándole que lo hiciera despacio.
Después de concederse un pronunciado respiro, su marido recargó las torneadas piernas de mi tía sobre sus hombros, cogió la protuberancia carnosa que sobresalían de entre sus piernas (la visibilidad no era buena) y generando un repentino movimiento dio lugar a un encontronazo pélvico, el…
– ¡¡Ay!! – de mi tía resonó en las cuatro paredes, creo que el dolor había tocado sus entrañas, su marido, restando importancia al hecho inició a embestía afanosamente, mientras ella, acentuaba sus lamentos,
– ¡ Ay!, ¡ayyy!, ¡ despacio por favor!, ¡ despacio!
Su marido parecía disfrutar de la situación ya que continuaba imperturbable, a los quejidos, gemidos y soplidos se unió un rumor igual o similar a aquello que provocan los perros cuando toman agua, “chop”, “chop”, “chop” se entremezcló en el ambiente.
En tanto,
– ¡Ay!, ¡ayyy!, ¡despacio por favor!, despaciooo… – gritoneaba mi tía, su marido, en tono sarcástico replicaba,
– ¿¡Querías pinga!?, ¿¡Querías pinga, no?!… ¡esto es pinga!, ¡esto es pinga! – se respondia.
– ¡ Papi me duele!, ¡me dueleeee! – imploraba mi tía, su marido haciendo caso omiso prosiguió con sorprendente ímpetu, cuando…
– ¡ Au!, ¡ basta!, ¡ ya basta!, ¿no entiendes? – dijo mi tía apartándolo de un empujón.
– ¡ Me estas haciendo daño! – protestó enojada.
– Sssh, ¡ esta bien cálmate! – se disculpó su marido esclareciendo que ésta era la posición que lo llevaba fuera de control, mi tía masajeandose el vientre prosiguió aflorando su malestar,
– ¡ Desconsiderado!, ¡ no te aguanto!, ¡ me duele hasta la boca del estómago!.
El silencio trazó una breve pausa siendo interrumpida después por el respiro profundo del marido de mi tía y el consiguiente beso sonoro de ella quien dando por superado el impase incitó mientras adoptaba una postura ¡ es-pec-ta-cu-lar!
– ¡Hagamos el perrito!
Su marido ni corto ni perezoso se acomodó detrás de ella, instante que aproveché para moverme con la intención de encontrar una mejor posición, y que posición!, ¡ de primera!!, ¡ increíble!!, todo frente a mis ojos, a pocos centímetros de mi nariz, ¡¡ me había procurado un esplendido panorama!!.
En primer plano tenía al grotesco culo peludo del marido de mi tía cuyo “brutal” mazo de carne pendolaba desafiante, era enorme, no había visto antes una “cosa” similar, ésto, pensé, podría ser una de las respuestas al por que mi tía se lamentaba tanto, por otro lado, ella, para satisfacción de su marido (supongo) y mía por supuesto, dichosa contoneaba su monumental culazo aireando a voluntad a sus gruesos labios vaginales recamado de vellos, estaba “mojadita”, la tenue luz de la lámpara y aquella amarillenta de la calle le daban un brillo particular, despedía un penetrante olor a “mar abierto”, sucesivas bocanadas de ésta no bastaron para aplacar la ansiedad que internamente me martirizaba, a tal punto, en completo estado de excitación, casi sin darme cuenta mis manos manoseaban a mis genitales, había mojado la parte frontal del calzoncillo, no alcancé a entender como sucedió, ni cuando.
Entretanto, el marido de mi tía restregaba su turgente carnosidad entre los labios vaginales de mi tía, quien, moviendo el trasero exigía,
– ¡ Mételo!, ¡ mételo ya!
Su marido no se hizo esperar, posicionó su grueso “instrumento” al ingreso de la cavidad carnosa de mi tía y dando un topetazo violento la impulsó hacia adelante, al cabecear contra el respaldar, soltó un quejido seco,
– ¡ Ufff ! – a continuación,
– ¡ No!, ¡ todo no!, ¡ todo nooo!, ¡ aaah!, ¡ aaah!
En esta oportunidad, su marido no hizo nada para acallar las escandalosas manifestaciones de mi tía pues se empecinba en bombear al ritmo de sus características bufadas (deseaba fervientemente estar en su lugar para probar aquello que venía probando).
Desembarazados, bregando en el desenfreno, dentro de este ambiente cálido, extracolmado de pujanzas, quejidos e intenso olor a sexo me habían relegado al olvido, pero sin querer, ¡¡estaba participando!!, mi cuerpo obedecía al traqueteo de la cama, la cama a los frenéticos impulsos del marido de mi tía, mi tía sujetándose al respaldar atenuaba con sus nalgas las enérgicas embestidas de su marido amortiguandolas deliciosamente, a un cierto punto su marido se empinó sobre ella, con una mano topeteaba la cabellera de mi tía al encuentro de los embistes y con la otra palpaba desordenadamente a una de sus caderas, esta vez, la visibilidad era perfecta, la abertura rosacea de mi tía, así como, el “instrumento venoso” de su marido se encontraban completamente ensopados por una
sustancia viscosa que destilaba abundantemente quien sabe de cual de las dos partes, a este punto, en medio de esta gran confusión comencé a preguntarme sin tratar de encontrar respuesta alguna, ¿como era posible que el sexo de mi tía podía alojar, es mas, soportar los violentos cabezazos de aquel grueso “animal” que entraba y salía a libre antojo?, viendo a mi tía agitar su rostro contra la almohada, ahogar a mitad en ella sus desgarradores quejidos supuse que probablemente estaba sacrificando su integridad para complacer a su embrutecido marido que arremetía sin miramientos, razonamiento apresurado, totalmente fuera de lugar, lo confirmaban las compactas enculadas que daba, los bulliciosos nalgasos que ella misma se propinaba, sobre todo los angustiosos gritos que exteriorizaba pidiendo que se la empujara,
– ¡ Todo!, ¡ todito!, ¡¡¡ahora si revientame puto mío!!! – decía.
Concentrado en sus esfuerzos, como respondiendo a sus requerimientos su marido aceleró sus movimientos reincidiendo en los implacables encontronazos de su saco escrotal contra el triángulo pélvico de mi tía, su pronunciada agitación se hacía cada vez mas discordante, cuando, con palabras entrecortadas por la fatiga alcanzó a decir,
– ¡ Voy a terminar!, ¡ ábrete perra!, ¡ ábrete puta!
Mi tía asistiendo al preaviso levantó el trasero, ayudándose con sus manos separó sus nalgas a tope y…
– ¡ Sí!, ¡así!, empuja todo!, ¡ descarga aquí tu leche!
Su marido retorciéndose bruscamente resopló por última vez,
¡ La leche!, ¡ la leche!, ¡ oh!, ¡ah!, yaaaaaaaa…
Ella, en simultaneo,
– ¡ Ah!, ¡ ah!, ¡ ya!, ¡ ya!, ¡ se me viene!, se me vieneee… – seguidamente los espasmos,
– ¡ Ya, siii, no!, ¡ yaaa!,oooh, ¡ aaaiiioooooo!, ¡ aaaaah!
La habitación mudo testigo quien sabe de cuantas batallas carnales hizo eco a cada una de estas exclamaciones como queriendo perennizarlas, mientras mi tía aferrada firmemente a la cintura de su marido intentaba persistir casi reclamando,
– ¡ No!, ¡ no lo saques!, ¡ todavía no!
Su marido hizo poco o nada para contentarla, sus movimientos se fueron extinguiendo lentamente, un prolungado silencio y comentó,
– ¡ Ufff !, ¡ que cachada!, ¡ somos unas bestias!
– ¿Somos?, eres – alegó mi tía.
El silencio comenzó a tender su manto envolviéndonos sin prisa, cuando, de un momento a otro el marido de mi tía se levantó sobresaltado,
– ¿Qué pasa? – se asustó ella.
– ¡ El niño! , ¡ el niño ! – repetía mientras se me acercaba, diría, exageradamente que advertí su agitada espiración, sobre todo su recargado aliento a tabaco y alcohol que me estimulaba a descargar un estornudo, gracias a todos los santos logré eludir el apuro.
– ¿Esta dormido? – preguntó mi tía,
Su marido, respondió aliviado,
– Como un angelito.
Y yo… estaba “profundamente» dormido (aparentemente), no se imaginaban que había visto todo, en vivo, en directo y a “colores”.
Después de repasar cada una de las escenas, insistiendo en aquellas enrevesadas e inverosímiles, todavía, excitado, absorto é incapaz de responder una de las tantas interrogaciones que rondaban por mi cabeza, esta vez sí me quedé dormido.
Autor: Caballero sin sombrero