Mi amada suegra

La historia que relato es absolutamente verídica y cambió mi vida.

Estoy completamente enamorado de mi suegra, llamémosla Laura, mujer de 48 años, bellísima, de pelo rubio sedoso, boca carnosa, pecho turgente y maravillosas piernas.

Es de esas mujeres nacidas para excitar a los hombres y es plenamente consciente del deseo que provoca.

Comencé a fijarme en su hija, una preciosa niña rubita de 18 años cuando yo tenía 23 y descubrí maravillado que tenía una madre que parecía su hermana y que todo el mundo se giraba para observarla el movimiento de culito, ella tenía en ese momento 40 años, no sé si inconscientemente por esa visión, acabé tirándola los tejos a su hija y nos convertimos en novios.

Así comenzó mi pasión interior por una mujer de bandera.

Ella propició nuestra relación y le agradaba que yo fuera el novio de su hija, hasta presumía de ello; soy un chico guapo de 1,90 m, moreno, fuerte, muy morboso.

En su casa ella vestía camisolas abiertas y cortitas que mostraban sin ningún equívoco un magnífico cuerpo, un no disimulado gran pecho y unas piernas de adolescente, así que no pude evitar recrearme en dicha vista y comenzar a pajearme con esa visión.

Yo la miraba sin disimulo y ello parecía no importarle, es más daba la impresión que le excitaba, también yo me paseaba por su casa con un pequeño bañador que marcaba mi gran paquete.

Una vez que comencé a hacer el amor con su hija, al pronto pensaba en su madre cuando la penetraba, y así mis orgasmos eran de impresión.

Los veranos en su apartamento eran de ensueño, todo el día paseándose con el bikini delante de mí, lo que me provocaba enormes erecciones que tenía que apagar en el baño.

En la playa nos mirábamos de reojo como el que mira a un tío o a una tía buena, pero sin dar más pasos por el corte que suponían estas situaciones.

Sin embargo, mi cuerpo y mi mente pedía más y así, ya que ella tenía un comercio cerca de mi trabajo, comencé a visitarla y a charlar amigablemente con ella.

En esas charlas yo la miraba como la bella mujer que era, la besaba en la mejilla con amor, la rozaba al cogerla por la cintura, la decía lo hermosa que era y lo joven que parecía; a ella le gustaba y se sonrojaba.

Hasta que un día, poniendo el cierre del negocio nos quedamos solos y no pude evitar tomarla por la cintura, acercarla a mí y besarla en la boca con un largo morreo que nos puso cachondos a los dos, ya que ella no dijo nada y respondió, quizás con más pasión a mis besos; la acaricié el culo, la pegué contra mi pene, ya del todo erecto y ella comenzó un suave movimiento de compás que masajeaba mi polla.

Se agachó, me bajó la bragueta y comenzó a chupármela como nunca antes me la había chupado, hundía su boca hasta su garganta y salivaba en toda la base del pene para poder comérselo.

Era tan grande la satisfacción y el deseo acumulado que directamente me liberé y me corrí dentro de su boca, tragándose ella con placer el fruto de mi pasión.

Me comentó que desde el primer día que me vio me deseaba y que en numerosas ocasiones se había masturbado o follado con su marido, un tío frío y distante, pensando en mí.

Que al verme se sentía como una perra en celo y que necesitaba tener mi polla.

Estas palabras me volvieron a poner como loco, así que me puse a su espalda, le separé las nalgas, las froté con un poco de saliva y comencé a darla por el culo.

Me gritaba que nunca se la habían metido por ahí y que yo era completamente suyo; tras largas embestidas acabé llenando ese delicioso agujero con otras gran corrida.

Nos vestimos y nos miramos como si nada hubiera sucedido.

Después de esto me casé con su hija y hemos continuado fomentando nuestros encuentros furtivos en la tienda o en hoteles céntricos donde podemos dar rienda a nuestra pasión, que por cierto a ella y a mí nos permite poder seguir follando a gusto con nuestras respectivas parejas.