Capítulo 2

Capítulos de la serie:

Mellizos II: La esclava

Capítulo I

Me llamo Pilar y aquel verano del que les voy a hablar iba a cumplir ya los diecisiete años.

Debido a que mis padres se iban de viaje al extranjero tenia que pasar casi todo el mes de agosto con mis tíos, en el chalet de la playa.

La idea en si me gustaba, pues vivo en una ciudad del interior; y, además, me llevo muy bien con mis tíos.

El problema eran sus hijos, los mellizos Alejandro y Sergio, dos diablillos de casi doce años que ya eran el terror de la vecindad.

No es que me llevara mal con ellos, pero es que además de traviesos, se estaban convirtiendo en un par de salidos de mucho cuidado.

La ultima vez que estuvieron de visita en nuestra casa les tuve que amenazar con hablar seriamente con sus padres de seguir así.

Porque, aunque al principio no le daba mayor importancia, lo cierto es que sus intromisiones súbitas en mi cuarto cada vez que entraba a cambiarme de ropa al final me escamaron.

Al carecer de hermanos creía que las continuas peleillas de broma en las que me enredaban eran algo habitual, hasta que me di cuenta de que siempre acababan tocándome lo que no debían tocar.

Así que el día que me pillaron sin sujetador, en vista de la osadía con que se ensañaron con mis incipientes meloncitos decidí pararles los pies de una vez por todas.

Pues no estaba dispuesta a volver a dejar que me pellizcaran los pezones como acababan de hacer durante la peleilla.

Temía, y con razón, que este verano fuese aun peor, porque en estos dos años que hacia que no los veía yo había mejorado bastante de aspecto físico.

La verdad es que, sin falso orgullo, siempre he sido considerada bastante guapa, además de estar delgadita; pero es que ahora tenia también una firme y abultada delantera que era la envidia de casi todas mis amigas, y un trasero respingón que mi novio decía que le atraía como un imán.

Y hablando de mi novio les diré que en parte fue culpa suya lo que me ocurrió después.

Dado que fue mi novio el encargado de llevarme desde mi casa hasta el chalet de mis tíos con su coche, estos insistieron en que pasara la noche allí antes de regresar al pueblo, donde tenia un verano la mar de ocupado ayudando a su padre en el negocio.

Lo cierto es que me alegre bastante de que mi querido novio se quedara algún tiempo mas conmigo, sobre todo cuando vi las sucias miradas que ese par de diablos me echaron nada mas verme, justo antes de abalanzarse los dos sobre mi para comerme toda la cara a besos, mientras se restregaban muy disimuladamente contra mis abultados senos, como anticipo de lo que me esperaba ese verano.

Aunque, por suerte, ese día se marcharon con su grupo de amigos a jugar por ahí y ya no les volvimos a ver hasta la cena.

A la mañana siguiente, vi que estábamos mi novio y yo solos en la casa, pues mis tíos no paraban quietos ni un minuto en todo el santo día, visitando a sus numerosas amistades y recorriendo con ellas los pueblos cercanos; y mis primos, daba la impresión, que estaban todo el día en la playa o haciendo el loco por ahí con su numerosa pandilla de amigos.

Fue por eso que cuando mi querido novio insistió en sus maravillosos besos y caricias, para hacer una despida «muy especial», le lleve a mi dormitorio y le deje hacer.

Allí los besos se hicieron mas largos y profundos, y sus caricias mucho mas intimas; tanto, que al poco rato me vi prácticamente desnuda y cachonda como pocas veces lo había estado.

Viendo que mi excitado novio iba demasiado rápido le avise de que no estaba dispuesta a dejarle desvirgarme todavía; y él cedió, a cambio de que hiciéramos un 69.

No era la primera vez que lo hacíamos, aunque yo nunca le había dejado llegar hasta el final, pero aquel día decidí que se lo merecía, pues mi amante me estaba haciendo llegar casi de continuo al orgasmo.

Así que, cuando eyaculo, hice un pequeño esfuerzo y me trague todo su salado semen.

La verdad es que es algo que no encuentro nada agradable pero, en aquella ocasión, no me importo demasiado su raro y amargo sabor.

Después de ducharse mi novio se tuvo que marchar, pues el viaje era largo y ya llegaba con retraso.

Luego me duche yo; y, al salir del cuarto de baño, oí ruidos en el comedor.

Me puse el albornoz y baje a ver quien llegaba.

Eran los gemelos que estaban jugando con la cámara de vídeo de sus padres y el televisor.

Les pregunte si hacia mucho tiempo que estaban en el chalet y, riéndose, me dijeron que mas de lo que yo hubiera deseado.

Su enigmática respuesta me mosqueo bastante, así que les pedí explicaciones.

Me pidieron que me sentara en el sofá, que me iban a dar mi regalo de cumpleaños por anticipado, y yo me senté.

Nada mas hacerlo vi como me ponían un vídeo porno.

Cuando me iba a levantar del sofá, me di cuenta de que la protagonista era yo, y que la grabación la habían hecho los mellizos un rato antes, en mi propio dormitorio.

Me quede de una pieza mientras uno de ellos me explicaba, muy orgulloso, que estaba grabada desde el interior del enorme armario empotrado que allí había, donde se habían escondido para ver como me cambiaba de ropa esa mañana.

No sabia que hacer ni decir, pero me alegro mucho que el otro rebobinara la cinta y me la entregara.

Vi que sonreían como angelitos cuando les dije que la iba a destrozar, y me dijeron que daba igual, pues el cartucho de la videocámara lo tenían ellos, y podían sacar cuantas copias quisieran como la que tenia en mis manos. Les pregunte que querían entonces, y riéndose me contestaron que solo querían conseguir una esclava.

Querían que yo accediese a todo lo que ellos desearan, y a cambio ellos me juraban no solo que no sacarían ninguna nueva copia de la cinta, sino que el día de mi cumpleaños (dos o tres días antes de que me marchara) me darían el cartucho de la videocámara como regalo de cumpleaños.

Yo sabia que, pese a lo malos que eran, no solían mentir mucho, así que accedí, de bastante mala gana como supondréis, temiéndome lo peor.

Capítulo II

Lo primero que hicieron fue subir conmigo hasta mi dormitorio y registrar toda mi ropa, apartando a un lado todos mis sujetadores y la mayoría de mis bragas.

Solo me dejaron las mas caladitas y las de fantasía, que alguna que otra vez me había regalado mi novio.

Después me sacaron un top y un pantalón corto, y se empeñaron en vestirme ellos mismos.

Ni que decir tiene que fue una excusa perfecta para verme de nuevo desnuda y poder sobarme a conciencia.

Aunque he de reconocer que lo hicieron con delicadeza, no por ello dejaron de ver, ni tocar, un solo centímetro de mi piel.

Cuando se cansaron de magrearme, me vistieron por fin y me llevaron a ver el pueblo, tocándome a mi pagar los helados.

No me sentía demasiado a gusto sin el sujetador, porque mis grandes tetas se movían demasiado al andar y la gente no dejaba de mirarlas, sobre todo cuando se me endurecían los pezones, para mayor disfrute de mis primos.

Aun así admito que llego un momento en que empezó a gustarme causar tanta expectación entre los hombres, y me preocupe, pues no quería ni pensar en lo que dirían mis amigas, o mi novio, si me vieran vestida así.

El resto del día paso sin novedad, pues mis liberales tíos no parecieron extrañarse lo mas mínimo de que me gustara vestir con tanta libertad y con tan poca ropa.

Esa noche entraron los dos zorros en mi dormitorio y me asuste mucho pensando que se podían dar cuenta sus padres; pero ellos, entre risas, me dijeron que estaban haciendo el amor, como casi todas las noches, y que tenían para rato.

Después se tumbaron conmigo y, levantándome el camisón, se pusieron a chupar mis tetas como si fueran caramelos, dándoles hasta pequeños mordiscos de vez en cuando.

Sergio, el mas travieso, empezó a acariciarme el sensible conejito, intentando hacerme una paja.

Pero no sabia hacerlo bien y me estaba haciendo bastante daño. Así se lo dije y, sin cortarse lo mas mínimo, me dijo que le enseñase.

Estaba bastante excitada ya con tanto besuqueo así que puse mi mano sobre la suya y le guíe, hasta que me hizo alcanzar un fuerte orgasmo.

Finalizado este me taparon y se fueron en silencio.

Yo, pensando en todo lo sucedido, tarde en dormirme.

Como no podía dormirme decidí darme una ducha rápida, a ver si así me entraba sueño.

Cuando iba por el pasillo vi a los mellizos junto a la puerta entreabierta de sus padres, espiando el interior. Intente pasar de largo sin que me vieran, pero fue imposible, así que me tuve que acercar y presenciar como mis tíos hacían apasionadamente el amor.

Ellos debían haber contemplado el turbador espectáculo infinidad de veces, pues se desentendieron rápidamente del mismo para dedicarse a explorar de nuevo mi húmeda intimidad, esta vez desde atrás mientras yo presenciaba el acto sexual de mis tíos.

Mi tía sigue estando muy delgada y sus pechos, al ser pequeños, aun se mantienen duros y firmes, por lo que era estimulante verla cabalgar desnuda, subida sobre mi tío, mientras emitía pequeños gemidos de placer.

A los cuales me uní muy pronto debido a la intensa dedicación con que los dos pequeños monstruos hurgaban con sus deditos en mi sensible intimidad, desnuda y desprotegida bajo el liviano camisón veraniego.

Tampoco parecían olvidarse de mis gruesos pezones, pues siempre había alguna mano metida bajo los finos tirantes para apoderarse de ellos.

Al cabo de un rato estaba tan entregada a mi propio placer que no me di cuenta de que la única que suspiraba ahogadamente era yo hasta que alcance el orgasmo y vi que mis tíos estaban mirando fijamente hacia la puerta.

Creía que la oscuridad del pasillo seria suficiente para ocultarme, así que me fui sigilosamente hacia el cuarto de baño.

Cuando salía de la ducha vi que mi tía estaba esperándome pacientemente, con la toalla en las manos. Antes de que acertara a reaccionar ya estaba secándome, como si fuera una niña pequeña.

Mientras mi tía me pasaba la toalla con mucho cuidado por todo el cuerpo, prestando una especial atención a mis abultados pechos y mi velluda entrepierna, no dejaba de decirme de que no estaba bien eso de espiar a los demás y cosas por el estilo.

Me sentía ridícula, pues me hablaba y me cuidaba como si fuera una mocosa; pero me daba cuenta, por el brillo admirativo de sus ojos, que ella sabia que tenia delante a toda una mujer.

Cuando termino la charla, y el profundo y meticuloso secado, me marche del aseo, para dejar que ella se duchara, llevando la toalla como única vestimenta.

Al pasar de nuevo frente al dormitorio de mi tío este, tapado hasta la cintura con la sabana, me llamo. Me quede de pie junto a él, con un apuro enorme.

No por lo que me decía, pues era prácticamente lo mismo que me había dicho mi tía, sino por que desde donde estaba mi tío tenia una vista perfecta de mis partes bajas; y, para confirmarlo, no tuve mas que fijarme en el delatador bulto que se formo en la sabana a poco de empezar a hablar.

Para rematar la faena, cuando al fin acabo la charla y le di el beso de buenas noches se me aflojo el nudo de la toalla, dejando al aire uno de mis pechos desnudos a un par de palmos de su cara, para que tampoco él se quedara con las ganas de saber como eran.

Capítulo III

Al día siguiente los mellizos me obligaron a ir con ellos a bañarme a la playa, llevándome a una preciosa cala donde solían quedar con todos sus amigos (como estos nunca eran menos de siete u ocho comprendí que aquella esquina de la cala estuviese casi vacía).

Cause bastante revuelo entre los mocosos cuando me quede en bikini, pero mis primos también habían requisado mis bañadores mas decentes, guardándolos con el resto de mi ropa, y no tenia mas remedio que lucir mi tipo.

Menos mal que ninguno de los críos tenia aun los doce años cumplidos, por lo que me consideraba bastante afortunada.

Llevaba un rato tomando el sol tranquilamente sobre la toalla, que es lo que me gusta, cuando uno de los gemelos vino a decirme que tenia que ir a jugar con ellos al agua.

No me hizo ninguna gracia claudicar ante el mellizo, y menos aun cuando me ordeno que me estuviese muy quieta, y callada, si a alguno de sus amigos se le iba la mano.

Como iba a ser ya costumbre ese verano tuve que obedecer sus caprichos, y pronto me vi metida en una especie de batalla sin cuartel por hacerse con un balón de goma.

Yo procuraba deshacerme de la pelota en cuanto me la tiraban, pero pronto vino uno de los gemelos a recordarme que debía aguantar mas la posesión de la pelota.

Así que la siguiente vez que me la tiraron me agarre fuerte a ella y procure que el par de muchachos que se me hecho encima no me la quitaran, no me resulto difícil porque los dos picarones tocaban de todo menos el balón.

Según cogían confianza conmigo eran mas los chicos que se abalanzaban a la vez sobre mi, hasta que al fin perdí el control sobre los cientos de manos que me toqueteaban por todos lados.

Tanto es así que llego un momento en que cada vez que acababa el incruento combate me tenia que volver a colocar bien el bikini, pues lo primero que hacían era dejarme con las tetas al aire para poder ver mejor lo que acariciaban.

De nada me servia ya dejar el balón en sus manos, pues no reparaban en el hasta que no me habían manoseado a conciencia.

Por suerte para mi pronto tuvieron que dejar de jugar, pues todos los críos se peleaban por estar en el equipo contrario al mío.

Me convertí en la atracción de la pandilla y mis primos eran los dos reyezuelos que la gobernaban.

No había tarde en que no nos acompañaran al cine o a dar una vuelta por el pueblo, por lo menos tres o cuatro de ellos.

Al caer la noche era cuando se reunía la pandilla al completo, y nos íbamos a las afueras del pueblo, a un parque medio abandonado, a seguir jugando.

Con la consabida alegría de sus padres, porque una chica «mayor» los vigilaba.

Mis primos solo me dejaron ponerme pantalones los días que me vino la regla, el resto del tiempo tenia que llevar minifalda, o vestido, para hacer mas interesante su diversión.

Todos y cada uno de sus juegos eran aprovechados por los mas atrevidos para poderme magrear a placer.

Así, cuando jugábamos a pídola, siempre me dejaban la ultima para poderse agarrar a mis pechos «para no caerse»; o, si yo era la madre, restregaban a fondo su cara en mi entrepierna y cogían mi culo a dos manos, para que no se moviera la fila.

Si el juego era el escondite, siempre se venían tras de mi tres o cuatro picarones, para poder toquetearme a gusto, amparados en la oscuridad.

Y, las pocas veces que accedí a jugar a la gallinita ciega, me dejaron el cuerpo lleno de moretones, de tantos pellizcos, palmetadas y apretones como recibí en todas mis zonas carnosas.

Un par de días después, en la playa, decidieron que eran muy pocos para jugar al balón, así que pensé que al menos por ese día me libraría del sobeteo acostumbrado, pero me equivoque.

Uno de ellos trajo unas palas y se pusieron a cavar un agujero enorme.

Cuando estuvo acabado mi primo me dijo que me iban a enterrar y construir un castillo sobre mi, como me dejaron tumbarme boca abajo, no lo vi peligroso y les deje hacer.

Al principio todo fue bien, me pusieron con las piernas y los brazos bien separados, y me enterraron hasta el cuello.

Eso si, me colocaron una toalla bajo la cabeza, y procuraron, en todo momento, que no me entrara arena ni en los ojos ni la cara, limpiándome con un pañuelo húmedo.

Procuraron que no me faltara de nada (ni refrescos ni comida), hasta que note que no me podía mover ni lo mas mínimo, debido a la enorme montaña de arena que tenia encima.

Después de eso me quede un poco adormilada, hasta que sentí que a cada lado del castillo estaban excavado unos túneles que llegaban directamente hasta mis tetas indefensas.

Para no tener que pasar mas vergüenza hice ver que me dormía del todo y les deje hacer.

Lo cierto es que no se si hice bien, porque los picaros críos se envalentonaron al ver que no me despertaban sus insidiosas caricias y terminaron por subirme la parte de arriba del bikini para poder jugar con los pezones desnudos mas a gusto.

A los mocosos les encantaba, sobre todo, pellizcarlos suavemente hasta que al final se ponían duros como una piedra.

Con todo, lo peor fue cuando note que abrían un pozo junto a la entrada del castillo, que llegaba directo hasta mi culo.

Como tenia las piernas separadas no pude evitar que se recrearan con la vista, máxime cuando uno de mis primitos aparto a un lado el exiguo bikini, para que los demás chicos pudieran ver bien de cerca mis orificios mas íntimos.

Después de deleitarse durante un rato contemplando y sobando mi cuerpo procuraron dejarlo todo como estaba antes, y yo pude fingir que me despertaba; eso si, mas roja que un tomate, y no precisamente por culpa del sol.

Capítulo IV

Esa tarde, mis sátiros primitos hicieron uso de todas las sucias artimañas y chantajes a los que ya me estaban acostumbrando para obligarme a ir al cine sin bragas debajo de la minifalda, además de hacerme poner uno de los top mas descarado que tenia.

Se debía haber corrido la voz entre los muchachos sobre todo lo que había sucedido esa mañana en la playa, porque no faltaba casi nadie de la pandilla, a pesar de que la película era un soberano tostón.

Casi estoy por asegurar que estábamos solos en el cine.

Mis primos me hicieron sentar en las ultimas filas del palco de arriba, con un enorme cubo de palomitas en mis rodillas y rodeada de toda la pandilla.

Mientras metían la mano en el cubo de las palomitas hubo algún que otro audaz que me rozo los pechos, pero la cosa no paso de ahí, hasta que uno de los mellizos me susurro al oído que me hiciera la dormida, y les dejara maniobrar con toda tranquilidad.

Pronto pude ver que los mocosos habían venido bien preparados para el espectáculo; pues, en cuanto se aseguraron de que realmente dormía, quitaron el cubo de mis rodillas y, separándome con mucho cuidado las piernas, encendieron unas pequeñas linternas para poder ver sin problemas mi desprotegida intimidad.

Como algunos no veían bien mi cuerpo desde donde estaban me subieron la minifalda hasta el ombligo, dejando así mi espeso triangulo a la vista.

Además, viendo que no miraba nadie, me bajaron las finas tirantas del top, hasta dejar mis dos firmes globos al aire, para poder contemplar a sus anchas las pétreas colinas que tan exhaustivamente habían tocado en días anteriores.

Claro esta que los mas picarones no se conformaron solo con mirar, y pronto pude notar como me toqueteaban a placer, con cuidado para no despertarme, pero a fondo.

Al principio todo su interés se centro en mis grandes tetas, dado que por fin podían ver cómodamente los gruesos pezones, y sobar sus rosadas cimas hasta hacerlas endurecer.

Desde ese instante, y hasta el final siempre había alguien jugando con ellas, llegando a coger poco a poco la confianza suficiente como para besar y mordisquear mis fresones en un momento dado.

Pero fue mi rosado bostezo el que mas llamo su atención.

Supongo que tuvo que ser uno de mis odiosos primos el que, haciendo de maestro de ceremonias, hurgo a través de mi ensortijado triangulo hasta separar mis sensibles labios menores, dejando a la vista de sus amigos la rosada entrada de mi cueva virginal.

Se fueron turnando, rigurosamente, para poder ocupar los mejores sitios, peleándose en silencio por poder arrodillarse frente a mi, y poder palpar así mi conejito.

Pase mucho apuro cuando me di cuenta de que me estaba empezando a gustar tanto toqueteo, ya que una no es de piedra, y me tuve que morder la lengua para que no se dieran cuenta de que me estaba corriendo, dulcemente, en las manos de alguien, mientras guardaba el silencio mas absoluto.

Aquel dulce martirio duro casi toda la película y me corrí por lo menos tres veces en sus manos antes de que me volvieran a vestir, apenas unos minutos antes del final, y me dejaran tranquila.

Apenas podía caminar, al salir, de la flojera que tenia.

Después de esto me negué en redondo a ir mas al cine con sus amigos.

Unos días después, mi tía compro una pequeña piscina desmontable; pues, aprovechando que su pequeño jardín no se veía desde la calle, solía tomar el sol desnuda en él, cuando nos marchábamos a la playa, pero echaba de menos un poco de agua para refrescarse de vez en cuando.

Encontré así la excusa perfecta para librarme del sobeteo de los amigos de mis primos en la playa, cuando no estaban mis tíos en el chalet.

No así de ellos pues, en cuanto se marchaban mis tíos, se reunían conmigo en el jardín y, con el simple pretexto de darme crema bronceadora, me sobaban todo el cuerpo a placer.

Les encantaba irme excitando poco a poco, con caricias cada vez mas intensas e intimas, hasta lograr que me derritiera en sus manos, y que tuviera que pedirles con voz ronca que no parasen, que me dejasen alcanzar el orgasmo. Sobre todo en las del pícaro Sergio que, con la practica, había aprendido a masturbarme la mar de bien, y disfrutaba como un enano haciéndome correr una y otra vez, hasta que tenia que suplicarle que parara.

Llevábamos así tres o cuatro días seguidos, cuando una mañana pensé que ya se habían cansado de estar conmigo en el jardín, pues se fueron a la playa con sus amigos; así que aproveche para tomar el sol completamente desnuda, tranquilamente por primera vez.

Al cabo de un par de horas me entraron ganas de ir al baño, por lo que entre al interior.

Cuando termine creí oír ruidos en la planta alta, y subí con mucho cuidado, a ver quien estaba.

Al pie de la escalera que subía al desván se encontraba uno de los mellizos, el cual me informo que, desde una ventana que había arriba, se veía perfectamente el jardín; y que habían invitado a unos cuantos amigos a verme tomar el sol desnuda.

Por lo que me ordeno que saliera otra vez fuera y continuara tomando el sol, como si no pasara nada, cambiando de postura mas a menudo para que así no se aburrieran.

Volví abajo, y pase un rato horrible hasta que vinieron a decirme que ya se habían marchado todos sus amigos.

Decidí no volver a tomar mas el sol en el jardín, no se le fuera a ocurrir a algún crío el llevar una cámara de fotos o de vídeo al desván, y tuviera aun mas problemas.

Capítulo V

Esa noche se incorporaron dos nuevos miembros a la pandilla, se trataba de Dani, un chico de mas de catorce años, vecino de uno de los mejores amigos de mis primos, y de su preciosa hermana menor, compañera de clase de la mayoría de los chicos que había.

Me imagine que ya se habían ido de la lengua, pues el chaval no me quitaba los ojos de encima ni un momento.

Comprendí su presencia cuando vi el interés que la mayoría de los chicos prestaba a su hermanita.

Esta, una lindisima rubita de ojos claros y rostro angelical, con mas redondeces en su cuerpecito de lo aconsejable, parecía sentir una gran devoción por su hermano mayor, aceptando jugar con nosotros si el se lo pedía.

Yo sospechaba alguna especie de sucio trato, pero mis primos me dijeron que habían hablado con él muy seriamente, y que no habría problemas.

Pero pronto me di cuenta de que se equivocaban, pues nada mas comenzar a jugar se le formo un enorme bulto en los pantalones, de tamaño mas que respetable para su edad.

Por lo que tuve que andar con mil ojos durante los días siguientes para que no me desvirgara el fogoso chaval.

Porque conforme avanzaba la tarde, mi voluntad, debido a tantas caricias y sobeteos, era cada vez mas débil, y me costaba mucho mas trabajo decir que no a sus pícaros juegos.

Aunque los otros chicos solían comportarse de forma parecida durante toda la velada Dani, con mayor osadía, intentaba minar mis débiles resistencias siempre que podía.

Sus caricias eran cada vez mas osadas; y, a poco que me dejaba, me masajeaba a fondo los pechos y la intimidad, hasta conseguir que mojara las bragas con los flujos que rezumaba.

Mis primos, ladinamente, le daban carta blanca al chico, pues a mi me tenían siempre a su alcance.

Y, mientras Dani y algún otro chico se distraían conmigo, ellos y sus amigos se empleaban a conciencia con su hermanita.

La pobre cría, no se bien si por vergüenza o por amenazas, rara vez se quejaba, aceptando de la misma mala gana que yo jugar con todos ellos.

Sus castas braguitas pronto fueron tan conocidas como las mías, y no había noche que no acabara mostrando su culito respingón o sus níveos pechitos en algún momento dado.

Pero cuando peor lo pasaba la pobrecilla era cuando jugábamos al escondite, pues era cuando los chicos aprovechaban para abusar mas de ella.

No se que le hacían, pero si se que mis primos me mostraron en una ocasión unos rubios mechones de vello púbico que le habían cortado el día anterior, sin darme mas detalles.

Creo que esa fue la gota que al fin colmo el vaso, pues desde ese día la joven no volvió a venir mas a jugar con nosotros.

En una ocasión, mientras jugábamos todos al escondite, nos topamos con una pareja que estaban haciendo el amor, ocultos por unos matorrales; intente marcharme, pero Dani, junto con los otros dos chicos que nos acompañaban, lo impidieron.

Dani, aprovechando que estaba detrás mía, me obligo a ponerme a cuatro patas y, alzándome la minifalda, empezó a masturbarme suavemente.

La escena que se desarrollaba delante mía era muy erótica; y yo, recordando otras similares vividas con mi novio, les deje acariciarme.

Hablo en plural porque los otros dos chicos, siguiendo el ejemplo de Dani, ya me habían abierto la camisa y, como nunca llevaba sujetador me estaban estrujando las tetas a dos manos.

Luego se turnaron entre los tres para mordisquearme los pezones, en silencio, pero con muy mala intención, pues me los dejaron amoratados y llenos de señales.

Dani, al final, consiguió quitarme las bragas; y, mientras los otros dos aun me sobaban los pechos, él intento introducir su aparato dentro de mi.

Por suerte no tuve necesidad de rechazarlo, pues el jovencito era demasiado inexperto y estaba demasiado excitado y se corrió sobre mi trasero antes de conseguirlo; y, aunque tuve que usar mis braguitas para limpiarme el pompis de sus abundantes y espesos fluidos, la cosa no paso de hay.

Desde ese día procure evitar que el pequeño sátiro tuviera una nueva ocasión de desgraciarme.

Los padres de Dani tenían una gran piscina en su chalet, pero no les dejaban invitar a la mayoría de los chicos de la pandilla, incluidos mis primos, debido a las travesuras que hacían.

Así que aprovecharon un día que se fueron con su hermana pequeña a la ciudad, a hacerle una visita a un pariente enfermo, para convencer a mis primos de que fuéramos; y, como a ellos les gustaba mucho la piscina, yo tuve que aceptar acompañarles.

Como sabia lo que allí me esperaba, tuvieron que prometerme que evitarían que Dani se pasara de la rosca; y, para evitar problemas, conseguí que me dejaran ir en bañador, por primera, y única vez, ese verano.

Como era de esperar, en cuanto estuvimos solos en la piscina empezaron con sus jueguecitos.

Ya que no podían jugar al balón se pusieron sus gafas de buceo y comenzaron a seguir al rey.

Lo cierto es que no se bucear, así que me tenia que quedar quieta y soportar sus pellizcos y apretones por todos lados con calma.

Después echaron una plancha rectangular de surf al agua y me obligaron a tumbarme sobre ella.

Como esta tabla era muy pequeña al tumbarme dejaba todo mi culito y mi entrepierna sumergido, y al alcance de sus largas manos.

Y claro, no dejaron pasar la oportunidad de apartarme el bañador y masturbarme entre todos bajo el agua.

Me corrí al menos tres veces, con sus dedos llenando mis dos agujeritos, antes de que se hartaran del juego y pudiera por fin salir fuera a tomar el sol y a recuperarme de la experiencia.

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