Capítulo 2

Capítulos de la serie:

La familia que folla unida permanece unida II

Deseo contaros en este y otros capítulos, alguna de las anécdotas que nos ocurrieron a mis gemelos y a mi, y al resto de la parentela, durante estos años de nuestra satisfactoria forma de disfrutar del sexo en familia.

Por los correos recibidos he percibido que algún lector no ha imaginado que nuestra forma de vida pudiera tener muchos inconvenientes. Voy a contar uno.

Desde que mis hijos me tatuaron en el pubis la expresión la concubina de sus hijos, no me había atrevido a tener relación sexual con ningún hombre que no fueran ellos, por la vergüenza que me daría que descubriesen mi depravación y por temor a que se corriese la voz y llegase a oídos de nuestros conocidos que nos consideraban una familia ejemplar.

Por otro lado podía afectar a las magníficas carreras profesionales de los chicos y salpicar a sus respectivas familias políticas.

Por eso, cuando los gemelos me preñaron, me encontré con el dilema de como explicar el significado de esa frase al ginecólogo o tocólogo, al que no había acudido desde entonces. Ese desasosiego me había hecho aplazar continuamente la consulta y me pasé los seis primeros meses de embarazo perdonándome la vida.

Pero ya no podía demorarlo más.

De primeras decidí acudir a otro que no fuese mi ginecólogo habitual para pasar menos sofoco, ya que no era solamente el rótulo sino mi coño depilado a perpetuidad, los anillos de los pezones y el clítoris y la desmesura del tamaño de ambos órganos.

Pensé en que un tatuador me alterase el texto tatuando otra cosa encima, pero mis hijos se opusieron y se sintieron ofendidos de que yo me avergonzase de follar con ellos y de tener hijos suyos.

No tuve más remedio que indagar para localizar un tocólogo de otra ciudad, un tipo poco recomendable, pero que me aseguraron discreto ya que hacía otros trabajos poco acordes con la legalidad.

Pedí cita para iniciar el seguimiento de mi embarazo y el día acordado allí me presenté con más bochorno que si me estuviesen sodomizando dos negros en medio de un estadio atiborrado de curas y monjas.

Tomados los datos para el historial médico y comunicada la cuenta corriente para hacer los pagos, tuve que contarle que cambiaba de tocólogo por causa de un traslado de domicilio, del que, por supuesto di una falsa dirección.

El tipo era viejo y gordo, con pinta poco aseada y no me gustó nada.

Su enfermera, presente en todo momento, era una mujer enorme, de unos 50 años que no paraba de mascar chicle y tenía aspecto de fulana, incluso llevaba las uñas de sus enormes y fuertes manos lacadas en rojo fuerte, cosa extraña en esa profesión.

Pasamos al trance de la exploración tras desnudarme con gran torpeza por mis nervios y tras la inicial sorpresa viendo mi coño desnudo y la expresión tatuada en mi monte de Venus, se sonrió y no comentó nada, lo cual me alivió profundamente pensando que era al menos buen profesional en lo que se refería al sigilo médico. Introdujo su mano en mi vagina para la exploración táctil y me informó que estaba preñada de gemelos, cosa nada de extrañar si ya los había tenido y además me habían preñado ellos mismos.

Por si alguien se extraña cuando hablo de los padres de mis hijos en plural, quiero recordarles que el día en que me preñaron se corrieron en mi vagina las dos pollas al mismo tiempo, por lo cual considero que ambos son los padres.

El tocólogo comentó la elasticidad de mis músculos vaginales interrogándome si esa facilidad de apertura era de siempre o desde el embarazo.

De siempre le dije pensando en que se tragaría la mentira.

Tras la exploración sacó su mano de mis entrañas y repentinamente me introdujo tres dedos de golpe en el ano.

– Veamos puta, me dijo, tu te dedicas a prácticas sexuales extremas y no me mientas.

– Y a usted qué le importa, le respondí roja como un tomate. No tiene por qué entrometerse en mi vida. Cuide de mi embarazo y no entre a prejuzgarme.

Mira zorra, voy a ser franco.

O me permites follarte o todo el mundo se enterará del incesto con tus hijos, que sabe dios cuantos son y como tienen de gorda la polla para que estés tan abierta de los dos agujeros.

Además sazonaré los rumores con el cuento de las modificaciones de tus pezones y tu gordo clítoris.

Entre el sofoco de la vergüenza y la indignación por el descarado chantaje no podía ni contestar.

Cuando conseguí aire me levanté de la camilla ginecológica y le dije que me marchaba indicándole que no podría llevar a cabo el chantaje porque le había dado una dirección falsa.

– Con el nombre y el número de la cuenta me enteraré de donde vives y quienes son tus amistades, zorra incestuosa.

Aquello fue un jarro de agua fría y me odié por el descuido, tenía que haberle pagado en metálico.

Reflexionando llegué a la conclusión de que, pasado el oprobio de haber sido descubierta, me daba igual un polvo de más o de menos, así que acepté el chantaje.

– ¿Por donde quiere follarme?

– Por todas partes, pero empezaremos con la boca, y te tragarás todo.

– Elisa. Despide a los pacientes que esperan y avisa en portería que hoy no se pasa consulta por una emergencia.

Resuelta a pasar rápidamente el trago, y nunca mejor dicho, con aquel sucio, viejo y gordo individuo me arrodillé ante su bragueta.

– Espera, con tranquilidad. Y Elisa -por la enfermera- no se puede quedar a dos velas la pobre. Hay que atenderla también.

Me encogí de hombros pensando que al fin y al cabo nada sería más extremo con ella que los juegos que ensayaba con mis nueras y mis consuegras.

La fenomenal Elisa se desnudó rápidamente y me mostró su voluminoso cuerpo que era bastante apetecible.

No era gorda, si no más bien lo que se dice jamona: opulentas tetas caídas con grandes aréolas como las mías y pezones también gruesos, amplias caderas soportando un voluminoso culo sin rastro de celulitis y muslazos y piernas gruesos y fuertes.

Llevaba el pubis completamente depilado como yo y dos aros plateados en los carnosos y prominentes labios exteriores.

Me hicieron ponerme a cuatro patas sobre la camilla y el tocólogo me metió su pequeño rabo en la boca mientras Elisa me amasaba mis colgantes pechos con una mano y con la otra me metía y sacaba varios dedos en la vagina.

Jugó con los aros de mis pezones tironeando y retorciendo hasta hacerme daño a veces y, por fin se dedicó totalmente a mis dos agujeros inferiores.

Me metió por el ano algo grande, largo y muy frío y puso su mayor empeño en torturar mi gordo clítoris retorciendo el anillo y tirando de él, mientras con otra mano hundía en mi coño un larguísimo y grueso consolador de doble cabeza hasta que ya no cupo más.

Pese a esa violencia contra mis delicadas zonas genitales me estaba poniendo muy cachonda, calentura que fue a más cuando empezó a azotarme las nalgas con sus grandes manos y pasó después a usar el cinturón del pantalón del tocólogo.

Al principio sentía mucho el dolor, pero poco a poco, incomprensiblemente, comenzó a introducirse en mi cierta sensación de placer y ya mi culo buscaba el cintarazo.

Las expresiones e insultos de la pareja tratándome de depravada y pederasta, puta de mear, zorra comemierdas y otras lindezas agudizaban mi calentura.

Llegó un momento en que me arrebató una sensación de morbo por aquella situación de vejación y envilecimiento, y la idea de sentirme una puta lasciva utilizada a gusto de cualquiera me produjo tan intensa atracción que alcancé un prolongado orgasmo en el mismo momento que el tipo descargaba en mi boca su semen, que tragué tras paladearlo un buen rato.

– Mientras me recupero, Elisa disfrutará un poco contigo y yo dirigiré sus operaciones.

La enfermera me sacó el consolador y el separador para examen vaginal que me había insertado en el ano y me situó tumbada boca arriba en la camilla de examen genital con la piernas colocadas en los apoyos.

Seguidamente me inyectó una lavativa en el recto, que selló mediante un enorme tapón anal y mientras esperaba el temible efecto me extrajo con unas pinzas el músculo del meato urinario para introducirme por él una sonda cuyo extremo dejó en un gran vaso de laboratorio.

Para cuando salió toda mi orina, ya hacía efecto la lavativa y mis dolores de tripa eran terribles, me aferraba a los bordes de la camilla.

Creí que abortaría y empecé a llorar, pero me hizo callar inmediatamente la amenaza de amordazarme.

Por fin la enfermera me extrajo bruscamente la sonda, lo que me hizo sentir como un latigazo en mis entrañas que me hizo olvidar los dolores de vientre y soltar un grito.

Entonces Elisa me colocó una mordaza de bola y después me llevó al retrete para que evacuara, pero no me dejó sentar, sino solo inclinarme ligeramente para que los dos observasen el torrente que iba a salir.

Dado mi apremio no di importancia a aquella nueva humillación.

Elisa me quitó el tapón y me separó los glúteos para facilitar la visión. Inmediatamente salió la catarata de mi mierda licuada por la lavativa y después la enfermera me colocó en el bidet para lavarme con sus manos el coño y el culo, metiendo bien adentro los dedos para limpiar meticulosamente.

Una vez limpia me llevaron hasta un sofá de la sala de espera donde se sentó la imponente mujer, se metió el consolador de doble cabeza en el coño y me dijo que me sentase sobre ella de espaldas.

Nada más hacerlo me introdujo hábilmente el otro extremo del consolador en mi ano, me agarró las tetas con sus grandes manos de uñas lacadas y comenzó el vaiven propio del follar.

Al poco rato el medico, ya recuperado y con el miembro erguido, me introdujo en el coño su pequeño pito y me encontré en un intento de sándwich.

Digo intento porque tuve que usar mi mano para masajearme el clítoris ya que la pilila del tocólogo no me producía gran efecto.

Pensarán Uds. que me estaba comportando como la depravada que soy en familia, pero no es cierto, me sentía humillada y forzada, pero aplicaba aquel dicho de » si no puedes evitar que te violen, al menos disfrútalo».

El consolador profundizaba cada vez más en mis intestinos resultando que me encontraba desequilibrada, en mi ano tenía demasiada masa y en mi vagina demasiado escasa, por lo que me sentí muy incómoda.

La enfermera debió percibirlo y, cosa que le agradecí en mi interior, forzó un cambio: Se extrajo el consolador de su coño, expulsó al médico del mío metiendo en él el extremo del que ella había disfrutado hasta entonces y lo forzó totalmente hasta el extremo de que entre mis dos agujeros absorbían el cerca de un metro que medía el juguete.

Me hizo bajar al suelo a cuatro patas, colocó la pollita de su jefe en mi boca y empezó a empujar y retirar el consolador simultáneamente en mis dos orificios de forma que me puso a cien y no tardé en correrme prolongadamente.

En agradecimiento, después de que el mierda de tipo se corriese débilmente en mi boca, me volví hacia ella y comencé a comerle su pelado coño como quizá no había hecho hasta entonces con los de mis nueras y mis consuegras.

Al primer orgasmo que le arranqué sentí que aquella mujerona me gustaba.

Al segundo me convencí: Sus jugos eran tan abundantes como los míos y más sabrosos que los de las hembras de mi familia. Al tercero me enamoré de ella.

Antes de dejarme marchar, me colocaron una cadena ligada al anillo de mi clítoris con un candadito por un extremo y en el otro colgaban unas extrañas, voluminosas y pesadas bolas chinas que ni se molestaron en introducir en mi cavidad vaginal, las dejaron colgando y estirando dolorosamente mi tesorito mientras me empujaban a la puerta sin apenas vestir y me citaban para el mismo día de la próxima semana.

Al amparo del ascensor me terminé de vestir y arreglar mi aspecto y me tuve que meter en la vagina las pesadas bolas ya que al no llevar bragas iban a ir todo el rato colgando de mi clítoris y bamboleándose.

Pronto me di cuenta de quie aquellas bolas eran especiales.

Con el movimiento emitían una extraña y deliciosa vibración que se extendía por todo mi vientre, y cuando golpeaban entre sí era el delirio.

Tuve que hacer el viaje hasta el coche en varias etapas porque si no hubiera tenido un orgasmo en mitad de la calle.

Hice el viaje hasta casa procurando tomar todos los baches que veía y, si no los había, iba pegando botes en el asiento. Tuve varios orgasmos y, de milagro, ningún accidente.

Ya en casa fui consciente de que con las marcas que tenía en las nalgas tras la azotaina y aquel colgante enganchado a mi clítoris no podría follar con la gente de la familia sin afrontar muchas explicaciones.

Llamé a todos y les comuniqué que me encontraba indispuesta, que no era gran cosa, pero que quizá no les viese en unos días.

No me hizo falta la familia para disfrutar del sexo.

Encontré una gran utilidad mis bolas saltando en la cama y ensayando como se extendía su vibración por los diferentes órganos según la postura que adoptase.

Lo mejor fue cuando probé a introducirlas en el ano, ya que la longitud de la cadena daba de si, y experimenté cómo la vibración se iniciaba en mi rabadilla y se transmitía por la columna vertebral hasta llegar a mi nuca.

Aquello era indescriptible. Los orgasmos que obtenía eran de una intensidad y duración nunca experimentada hasta ahora.

Creí que me iba a convertir en adicta y que prescindiría del sexo con personas. No obstante, con el abuso también se fue perdiendo la eficacia.

El día antes de mi nueva cita en la consulta del tocólogo se presentaron en casa mi hijo Pablo con su cuñada Alicia, la mulatita, con la idea de enseñarme le vídeo que nos había grabado a ella y a mi sobre nuestra travesura en otra ciudad hacía dos semanas.

Nos pusimos a verlo: En él se seguía cómo Alicia y yo nos apeábamos del coche que conducía Pablo, totalmente desnudas con nuestras grandes barrigas de preñadas, en la calle más concurrida de la ciudad, y nos poníamos a mear de pie en medio de la acera, separándonos los labios vaginales para que el chorro alcanzase buena distancia, ante la sorpresa y escándalo de los numerosos transeúntes.

El vídeo reflejaba también los insultos y reproches que nos dirigían.

Una vez perpetrada la hazaña nos subimos al coche antes de la previsible aparición de la policía y escapamos a toda velocidad.

De camino de vuelta a nuestra ciudad, al atravesar otra que se encontraba en fiestas, al ocurrente Pablo se le puso el repetir la maniobra con una variante: Esta vez Alicia se orinó de pié en mi boca y cara estando yo arrodillada ante ella.

Esta vez el escándalo fue mayúsculo. Casi nos retienen unos circunspectos ciudadanos. Escapamos por los pelos.

Viendo el vídeo Alicia se calentó y comenzó a manipular la polla de su cuñado con una mano y mis tetas con la otra.

Me pregunté si mis nueras, a estas alturas recordarían con quien estaba casada cada una. De seguir así, tendrían que revisar el libro de familia el día que quisieran saberlo.

Mi intención, si esto ocurría, era eludir mi participación en la follada, pero estaba también demasiado calentorra para eludirlo, así que me dejé llevar por la lujuria y me lancé a mamar el moreno y depilado coño de Alicia.

Poco tardó Pablo en percatarse de mis especiales bolas chinas.

Aún sin mirar, cuando me estaba dando por el culo, percibió también su polla la singular vibración que producían, máxime al chocar entre si violentamente respondiendo a las enérgicas emboladas de la polla de mi niño.

La curiosidad fue mayor que su líbido y se dispuso a examinar con gran curiosidad el artefacto.

Me interrogó minuciosamente sobre las sensaciones que producía en la vagina y en el intestino interesándose en qué órganos repercutía según la posición adoptada.

Como no podía ser más, acabó preguntando porqué la tenía enganchada con un candado al anillo permanente de mi clítoris.

Salí del apuro contándole que era un reto que me había impuesto de ver si podía aguantar llevando aquello permanentemente ya fuera en la vagina, en el intestino o incluso colgando de mi preciado órgano y sin bragas como vestía habitualmente, y que para que no tuviese una tentación repentina de quitármelo había dejado la llave del candadito en la caja de seguridad del banco.

La disculpa era tonta, pues dado el placer que proporcionaban era poco posible que nadie se lo quitase, pero se tragó el cuento, quizá porque estaba pensando lo que a continuación propuso.

– Me gustaría que Alicia las probase para que me cuente sus impresiones, así que, si no te importa, como la cadena da lo suficiente de longitud, se las metes en su coño y yo te doy por el culo, así ella también experimentará el placer de esas bolas.

Pero la cosa no era tan sencilla, ya que la conjunción de las dos barrigas de preñada dificultaba el asunto.

De todas formas, después de probar varias posiciones lo conseguimos hacer colocándose Alicia a cuatro patas y yo encima de ella, así mi barriga no tropezaba con la suya sino que se acomodaba al arco de su espalda.

Al poco rato de insertarme mi hijo la polla en el culo y comenzar a bombear, mi nuera se entregó a gemir y dar alaridos de goce que se fueron acentuando cuando Pablo comenzó a mortificarme al ano con todo su empuje, de forma que los golpes de sus caderas sobre mis nalgas sonaban como latigazos.

Poco tardó Alicia en obtener un orgasmo y, a renglón seguido, sin variar de posición y con mis intestinos continuamente rellenos por el magnífico miembro de mi hijo, se introdujo las bolas en el culo y proseguimos la fiesta.

Esta vez nos corrimos los tres simultáneamente.

Ellos se marcharon después de ducharnos juntos citándonos para tener una orgía toda la familia en pleno a la semana siguiente y recomendándome llevar mis curiosas bolas.

Por la mañana volví a la consulta del asqueroso tocólogo.

Me quitó las bolas y, ante mi protesta, ya que a ver como explicaba yo a Pablo su destino, me arreó dos bofetadas.

Después de meter su mano para palpar mis interioridades me dijo que los gemelitos nuevos se encontraban perfectamente, al igual que yo, por lo cual podría disfrutar un poco de mi cuerpo.

No tuve tiempo de imaginarme que se le ocurriría esta vez, porque inmediatamente apareció la enorme enfermera Elisa y me colocó una capucha que me impedía ver y oír al mismo tiempo que facilitaba la preservación de mi identidad.

Estando en pié, al poco rato noté como varias manos me palpaban la barriga, mis genitales, pechos y, en general toco el cuerpo.

No tardaron mucho en entrar en acción y me follaron varias veces en los tres agujeros terminando en un par de sandwichs de diferentes pollas. Deduje que me habían follado al menos seis tipos.

Por último me quitaron la capucha y allí solamente estaban el médico y su fenomenal enfermera, la cual me dijo que en vista de lo guarra y bañada en semen que estaba, era necesario proceder a una limpieza a fondo por razones de higiene.

Así que puesta manos a la obra me insertó un enema en el ano y, mientras éste surtía efecto me irrigó el interior de la vagina metiendo su mano dentro para mayor efiacia.

Debo admitir que, si durante la follada de los anónimos individuos anteriores no me había corrido ni una vez, el suave masaje de la enfermera sobre mis órganos procuró una abundante secreción de flujo cuando me sumergí en una sucesión de orgasmos encadenados que, por contraposición acentuaron apremiantemente mi necesidad de evacuar los intestinos.

Lo hice delante de los dos como la vez anterior para humillación mía y, posteriormente, bajo la disculpa de que Elisa cumplía 52 años, me inyectaron en el culo el contenido de una botella de cava bien agitada procediendo los dos a beber directamente de mi agujero cuando lo solté.

Después de agotar el cava de mis intestinos, Elisa me metió el puño en ellos con la intención, muy lograda, de proporcionarme un buen par de orgasmos más masajeando mis órganos internos.

Decididamente me gustaba la mujerona aquella.

Cuando Elisa retiró su puño de mi ano, el asqueroso medicucho aprovechó la gran dilatación remanente para introducir su fláccido pene y mearme dentro.

Me mosqueó tanta confianza ya que aquello solamente se lo había consentido una vez a mis gemelos, así que volviéndome rápidamente le agarré de los testículos con la intención de hacerle todo el daño posible.

Comenzó a aullar, pero su enfermera, sin duda alerta, me inyectó algo que me dejó casi paralizada primero e inconsciente después en breves instantes.

Al despertar, que debió ser pronto, me encontré sujeta por cuello, muñecas, ry pies a la mesa de examen ginecológico.

Tenía los pechos ceñidos en su base por una gruesa goma y las rodillas separadas por una barra ajustable.

No bien el medicastro advirtió que estaba despierta, me tiró de los anillos de los pezones para alargarlos y me clavó varias agujas de inyección en ellos.

Después se dedicó un buen rato a hacerme algo en los labios vaginales que me dolió mucho pero de cuya atención me desvió el coño de la enfermera puesto sobre mi boca y exigiendo unos buenos lametones y succiones.

Sin saber qué me había hecho en mis labios, me soltaron las ligaduras de la mesa salvo la de una muñeca, me dejaron en pie apoyando las manos sobre la mesa y me trabaron a la misma la otra muñeca.

Así colocada, el cabrón de médico se soltó el cinturón del pantalón y me arreó sin misericordia diez latigazos contados en cada nalga, cinco en cada muslo y otros diez en los riñones.

Después me soltaron y obligaron a erguirme y, mientras la enfermera me sujetaba firmemente las manos atrás, el tipo me quitó las agujas de los pezones, pero cuando yo estaba más descuidada pensando que solamente era eso, me arreó varios latigazos en los pechos que me dolieron una barbaridad por estar entumecidos y cianóticos a causa de la presión de las gomas en su base.

Como la otra vez, repentinamente me despidieron.

Solamente me dejaron vaciar mis intestinos de la meada y vestirme apresuradamente, sin poder averiguar qué llevaba esta vez en el coño.

En el espejo del ascensor pude comprobar con compunción que llevaba los labios mayores perforados por tres barritas transversales que los cerraban.

En un extremo tenían una bolita y en el otro un orificio por donde otra barrita igual hacía de pasador cerrando las otras tres y ésta, a su vez fijada por un candadito.

Esta vez estaba peor que la anterior porque estaba absolutamente impedida de follar por la vagina.

Además de eso me dolía bastante y por si fuera poco, tenía el clítoris comprimido por una gomita pasando por detrás del anillo que me lo tenía totalmente inflamado y rojo púrpura.

No me lo pude quitar ya que la barriga me impedía ver y tuve que ir así hasta casa donde me pude desprender de la gomita con ayuda de un espejo y la punta de unas tijeras, a riesgo de averiar mi aparatito.

Cuando volvió a circular la sangre por mi adorado bultito que tanta satisfacción me proporcionaba, sufrí unos insoportables dolores que me hicieron pensar en la venganza que me tomaría con aquel malnacido.

El día de la orgía llamé a casa de Pedro, donde estaba planeada, para avisar que me encontraba indispuesta y no podría asistir lamentándolo mucho.

Pedro se disgustó ya que Pablo le había hablado de las bolas y, como él, tenía gran curiosidad por ellas.

Me encontraba sin las bolas y sin poder justificar su pérdida, con la vagina fuera de uso para quince días, con el culo y los muslos surcados de correazos que me durarían una semana al menos.

¿Cómo iba a justificar tanto tiempo de abstinencia sexual?.

Analizadas esas dificultades e imaginando las perspectivas futuras, en que me veía convertida en esclava del médico, decidí contar a mis hijos mi zozobra.

Les llamé y vinieron a casa donde les conté toda mi humillación con el tocólogo, lo que les indignó sobremanera y decidieron ir a darle una lección inmediatamente.

Bueno no fue inmediatamente, porque al examinar mi cerradura vaginal se les empinaron los instrumentos y tuve que aliviarles con la boca y el ano.

Por el camino a la consulta me quisieron convencer de que no me desprendiese de aquella cancela porque imprimía un especial encanto a mi vagina, que, una vez conseguida la llave, me la podría poner y quitar a voluntad, pero que cuando solo quisiese que me follaran el culo, me la pusiese y así entenderían sin palabras mis deseos y a ellos les facilitaría un morbo añadido al de follar a su propia madre.

Querían además regalarme unos anillos para aprovechar las peforaciones hechas por el tocólogo para embellecer más mis labios cuando no me pusiese la cerradura. Tanto insistieron que acabaron convenciéndome.

Para hacer tiempo hasta que se fueran los pacientes, entramos en un sex shop cercano donde adquirieron algunas cosas y me compraron los anillos para mis labios vaginales, un poco gruesos para mi gusto, porque iba a parecer un coño muy recargado, pero ellos no opinaron así.

También me compraron un bonito sujetador de cuero sin copas que levantaría acentuadamente mis grandes y colgantes mamas haciendo un estupendo contraste con mi abultada barriga y mostrando descaradamente mis aros de los pezones.

Irrumpieron en la consulta cuando se hubieron ido los pacientes y, sorprendidos los facinerosos, los ataron con esposas en las muñecas y los tobillos y les pusieron unas mordazas de bola. Después los desnudaron.

Al médico le metieron en el culo un rosario de bolas cada vez más gruesas que sacaban después bruscamente. Lo hicieron numerosas veces y le quedó el ojete bastante malparado.

Después les pusieron a ambos un gran enema y les insertaron un tapaculos enorme.

Pablo se dedicó entonces a dar una sarta de fuertes latigazos por todo el cuerpo del médico, incluido el pene y los testículos y Pedro se encargó de propinarle el mismo tratamiento a los pechos y vagina de la inmensa mujerona.

Dejé a Pablo que se despachase a gusto pero impedí que Pedro se sobrepasase, ya que, careciendo de tocólogo y no queriendo arriesgarme con otro, quería que la enfermera me atendiese en el parto, además de tener otros planes mas placenteros que incluían su pericia para manejar la mano dentro de mis cavidades intimas.

Después de la somanta de latigazos le colocaron al médico una argolla con un mecanismo de muelle interior sin llave rodeando el escroto por detrás de los testículos.

Tendría que pasar buena vergüenza buscando un cerrajero que se lo quitase.

A la enfermera le quitaron los anillos de su labios vaginales sustituyéndolos por otros enormes de acero igualmente inamovibles que le hicieron sangrar al ensanchar brutalmente las perforaciones.

Los trabaron entre si con un gran y pesado candado.

Después de mear yo en la boca al médico y ellos a la enfermera nos fuimos no sin antes recuperar las codiciadas bolas chinas especiales y la llave de la cerradura de mi coño, amenazándoles con cosas peores si volvíamos a tener noticia de ellos.

Ella si tendría noticias mías, pensé para mi.

A partir de entonces, en los encuentros sexuales de la familia yo fui introduciendo paulatinamente juegos sado maso.

Aquí termino este relato. Voy a comenzar otro en el que contaré mis escarceos con la enfermera y sus perros y en el siguiente relataré las aventuras con mis consuegras en el burdel donde nos colocamos a trabajar de prostitutas durante dos semanas por una estúpida apuesta.

Continúa la serie